La tregua de Bakura (4 page)

Read La tregua de Bakura Online

Authors: Kathy Tyers

Tags: #Ciencia ficción

BOOK: La tregua de Bakura
8.35Mb size Format: txt, pdf, ePub

Han se apoyó contra la mampara. Leia se sentó al lado de Mon Mothma.

—Prosiga.

La imagen proyectada del almirante Ackbar (en miniatura) brillaba sobre el suelo al lado de Erredós, el cual, en posición de firmes, se encargaba de mantener la proyección.

—¿El general Obi-wan Kenobi le dio órdenes?

—Sí, señor.

Luke deseó que Leia y Han no hubieran interrumpido su explicación en el momento más impresionante.

El almirante Ackbar se mesó los tentáculos de la barbilla con una mano palmeada.

—He estudiado la ofensiva de Kenobi. Fue magistral. Tengo poca fe en las apariciones, pero en general Kenobi fue uno de los Caballeros Jedi más poderosos y, por lo general, se puede confiar en la palabra del comandante Skywalker.

El general Madine frunció el ceño.

—El capitán Wedge Antilles se habrá recuperado por completo cuando un batallón llegue a Bakura. He pensado darle el mando del grupo. No se ofenda, general —añadió, y dirigió una leve sonrisa a Han.

—En absoluto —replicó Han—. Sepárenme de la embajadora aquí presente, y dimitiré de mi cargo.

Luke disimuló una sonrisa con la mano. Mon Mothma ya había asignado a Leia la representación de la Alianza en Bakura, y ante las fuerzas imperiales destacadas en el planeta. Incluso le había pedido que intentara ponerse en contacto con los alienígenas.
Imagina la fuerza que podría oponer la Alianza al Imperio, si ese ejército alienígena se sumara a nuestras filas
, había dicho con cautela Mon Mothma.

—Pero el estado del comandante Skywalker es mucho más grave —adujo Ackbar.

—Para cuando lleguemos a Bakura, ya me habré recuperado.

—Hemos de pensar en todas las contingencias. —Ackbar meneó su cabeza rubicunda—. Ahora, hemos de defender Endor, y hemos prometido ayuda al general Calrissian para liberar Ciudad Nube…

—He hablado con Lando por comunicador —interrumpió Han—. Dice que tiene sus propias ideas, pero gracias de todos modos.

Las fuerzas imperiales se habían apoderado de Ciudad Nube cuando Lando Calrissian (su barón-administrador) había huido con Leia y Chewie, en persecución del cazador de recompensas que había escapado con Han, al que mantenía aprisionado en carbono helado. Lando se había visto obligado a olvidar Ciudad Nube cuando dirigió el ataque sobre Endor. Le habían prometido todos los soldados de que pudieran desprenderse.

Pero Lando siempre había sido un jugador.

—En ese caso, enviaremos a Bakura una fuerza de choque pequeña pero fuerte —dijo Ackbar—, para apoyar a la princesa Leia, que negociará en nuestro nombre. La mayoría de las batallas en que participen tendrán lugar en el espacio, no en tierra. Cinco Cañoneras corellianas y una Corbeta escoltarán a nuestro carguero, de mucho menor tamaño. ¿Será suficiente, comandante Skywalker?

Luke se sobresaltó.

—¿Me entrega el mando, señor?

—Creo que no nos queda otra alternativa —dijo con placidez Mon Mothma—. El general Kenobi ha hablado con usted. Sus logros militares son inmejorables. Ayude a Bakura en nuestro nombre y reúnase con la nota de inmediato.

Luke, abrumado por el honor, la saludó militarmente.

A la mañana siguiente, temprano, Luke examinó los informes sobre el estado general del carguero rebelde
Frenesí
.

—Está dispuesto para despegar —observó.

—Dispuesto y ansioso.

La capitán Tessa Manchisco le dio un codazo. Recién llegada de la Guerra Civil Virgiliana, la capitán Manchisco llevaba su cabello negro distribuido en seis gruesas trenzas que colgaban sobre su uniforme color crema. Había aceptado la misión de Bakura con entusiasmo. Su
Frenesí
, un pequeño carguero/crucero muy poco convencional, renovado con todos los componentes imperiales que los avispados virgilianos habían podido amontonar a bordo, llevaba una tripulación de puente virgiliana: además de Manchisco, tres humanos y un timonel duro, carente de nariz y con los ojos rojos. Los hombres del almirante Ackbar habían embutido en las bodegas del
Frenesí
veinte cazas X, tres cazas A y cuatro cazas B de asalto, lo máximo que la Alianza se podía permitir.

Desde el mirador triangular del
Frenesí
, Luke vio dos de sus Cañoneras corellianas. Sobre el carguero (solían establecer un «nivel inferior» en todas las formaciones, aun en gravedad cero), flotaba el carguero más trucado de aquel cuadrante de la galaxia, el
Halcón Milenario
. Han, Chewbacca, Leia y Cetrespeó habían subido al
Halcón
menos de una hora antes.

El júbilo inicial de Luke por haber recibido el mando ya se había desvanecido. Una cosa era volar en un caza bajo las órdenes de otro, con la Fuerza como aliado, y otra muy distinta la estrategia. Sobre sus hombros descansaba la responsabilidad de todas las vidas y todas las naves.

Empero, había estudiado manuales sobre estrategia y táctica. Y ahora… Bien, a decir verdad, casi lo deseaba…

De pronto, sintió un hormigueo en los nudillos. Oyó o recordó la suave risa de Yoda.

Arrugó el entrecejo, cerró los ojos y se relajó. Aún le dolía todo, pero había prometido a 2-1B que descansaría y se autocuraría. Deseó sentirse mejor.

—Puestos de hiperpropulsión —gritó Manchisco—. Quizá quiera apretar el botón, comandante.

Luke paseó la vista por el espartano puente hexagonal. Tres puestos, además de su silla de mando, una hilera de tableros de batalla, ahora apagados en previsión del salto, y un solo empalme de androide R2, ocupado por la unidad virgiliana. Pulsó el botón, y se preguntó qué «desastre» acechaba a Bakura a menos que él se ocupara personalmente.

En una cubierta exterior de un gigantesco crucero de guerra llamado
Shriwirr
, Dev Sibwarra apoyó su esbelta mano morena sobre el hombro izquierdo de un prisionero.

—Todo irá bien —dijo en voz baja. El miedo del otro humano golpeó su mente como un látigo de tres colas—. No duele. Te espera una maravillosa sorpresa.

Una auténtica maravilla, de hecho, una vida sin hambre, frío o deseos egoístas.

El prisionero, un imperial de tez mucho más clara que la de Dev, había dejado de protestar, y su respiración era entrecortada. Estaba derrumbado sobre la silla de tecnificación. Correas flexibles sujetaban sus miembros delanteros, cuello y rodillas, pero sólo para mantener el equilibrio. Con su sistema nervioso desionizado en los hombros, no podía revolverse. Un fino tubo intravenoso inyectaba una solución magnetizadora azul pálido en ambas arterias carótidas, mientras diminutas servo bombas zumbaban. Bastaban unos pocos milímetros de magsol para armonizar los fluctuantes campos magnéticos de las ondas cerebrales humanas con los aparatos de tecnificación Ssi-ruuvi.

Detrás de Dev, el maestro Firwirrung gorjeó una pregunta en ssi-ruuvi.

—¿Ya se ha calmado?

Dev dedicó una breve reverencia a su amo y cambió del idioma humano al ssi-ruuvi.

—Lo bastante —contestó—. Casi está a punto.

Escamas bermejas y lustrosas protegían los dos metros de largo de Firwirrung, desde el morro picudo hasta el extremo de la cola musculosa, y una prominente cresta negra en forma de V coronaba su frente. De mediano tamaño para ser un Ssi-ruu, aún estaba en período de crecimiento, y sólo se veían unas pocas marcas de edad donde las escamas que crecían sobre su hermoso pecho empezaban a separarse. Firwirrung bajó un amplio arco de captación metálico, que cubría al prisionero desde la mitad del torso a la nariz. Dev miró por encima y vio que las pupilas del hombre se dilataban. En cualquier momento…

—Ahora —anunció Dev.

Firwirrung tocó un control. Su musculosa cola se agitó de placer. La caza del día había sido fructífera. Dev trabajaría hasta bien entrada la noche, junto con su amo. Antes de la tecnificación, los prisioneros eran ruidosos y peligrosos. Después, sus energías vitales dieron impulso a los androides seleccionados por los Ssi-ruu vi.

El zumbido del arco de captación adoptó un tono más agudo. Dev retrocedió. En el interior de aquel cráneo humano redondo, el cerebro impregnado de magsol estaba perdiendo el control. Aunque el maestro Firwirrung le había asegurado que la transferencia de energía incorpórea era indolora, todos los prisioneros chillaban.

Al igual que éste, cuando Firwirrung tiró del interruptor del arco de captación. El arco vibró, a medida que la energía del cerebro saltaba a un electromagneto perfectamente sintonizado con el magsol. Un grito de angustia indescriptible se transmitió por mediación de la Fuerza.

Dev trastabilleó y se aferró al conocimiento recibido de sus amos: los prisioneros sólo creían sentir dolor. El sólo creía sentir su dolor. Cuando el cuerpo chillaba, todas las energías del sujeto habían saltado al arco de captación. El cuerpo ya había muerto.

—Transferencia.

El silbido aflautado de Firwirrung delató que se estaba divirtiendo. Aquella actitud paternal consiguió que Dev se sintiera violento. Era inferior. Humano. Blando y vulnerable, como una larva blanca antes de la metamorfosis. Anheló ser destinado a la tecnificación y transferir su energía vital a un poderoso androide de batalla. Maldijo en silencio el talento que le había sentenciado a seguir esperando.

El zumbido del arco de captación aumentó de intensidad, cargado por completo, más «vivo» que el cuerpo derrumbado sobre la silla. Firwirrung se volvió hacia una mampara erizada de escamas metálicas hexagonales.

—¿Preparados ahí abajo?

Su pregunta surgió como un silbido labial ascendente, rematado por un chasquido del pico dentado, y seguido por dos silbidos sibilantes apagados en la garganta. Dev había tardado varios años en dominar el ssi-ruuvi, además de incontables sesiones de acondicionamiento hipnótico, tras las cuales anhelaba complacer a Firwirrung, jefe de tecnificación.

La labor de tecnificación era interminable. La energía vital, como cualquier otra, podía ser almacenada en las baterías adecuadas, pero la actividad eléctrica de las ondas cerebrales, que penetraba junto con la energía vital en las cargas del androide, solía desencadenar frecuencias armónicas destructivas. Los circuitos de control vitales del androide «morían» a causa de una psicosis fatal.

De todos modos, las energías humanas duraban más que las de cualquier otra especie en la tecnificación, tanto sometidas a circuitos de navegación como a androides de batalla.

La cubierta 16 del enorme crucero de batalla silbó por fin una respuesta. Firwirrung apretó un botón con su garra delantera de tres dedos. El arco de captación enmudeció. La energía vital del afortunado humano centelleaba ahora en una bobina de reserva, situada detrás de los grupos sensores de un pequeño androide de combate piramidal. Ahora podría captar más longitudes de onda y ver en todas direcciones. Jamás necesitaría oxígeno, control de temperatura, alimento o descanso. Liberado de la engorrosa necesidad del libre albedrío, de tomar sus propias decisiones, su nuevo cuerpo obedecería todas las órdenes de los Ssi-ruu.

Obediencia perfecta. Dev inclinó la cabeza y deseó ocupar su lugar. Las naves androide no padecían tristeza ni dolor. Una metamorfosis gloriosa, hasta que un día, un rayo láser enemigo destruía la bobina…, o aquellas armonías psicóticas destructivas lo desconectaban de los circuitos de control.

Firwirrung retiró el arco de captación, las intravenosas y las correas. Dev levantó el cuerpo fláccido de la silla y lo introdujo en un sumidero hexagonal de la cubierta. Cayó hacia la oscuridad.

Firwirrung se alejó de la mesa, con la cola relajada. Se sirvió una taza de ksaa rojo, en tanto Dev bajaba un brazo pulverizador y rociaba la silla varias veces. Dos subproductos biológicos desaparecieron por los desagües del centro del asiento.

Dev levantó el brazo pulverizador, lo cerró y movió la mano en dirección a un interruptor de la silla, para que ésta se secara.

—Preparado —silbó, y se volvió hacia la escotilla.

Dos menudos p'w'ecks jóvenes trajeron al siguiente prisionero, un hombre arrugado con ocho rectángulos rojos y azules, separados por espacios muy breves, sobre la parte delantera de su túnica imperial grisverdosa, y el pelo blanco alborotado. Se revolvió para liberar sus brazos de las garras delanteras de sus guardias. La túnica le había proporcionado escasa protección. Sangre roja humana brotaba de su piel y de las mangas desgarradas.

Ojalá supiera lo innecesaria que era su resistencia. Dev dio un paso adelante.

—Tranquilo. —Guardaba su ionizador en forma de paleta, un instrumento médico que también podía utilizarse como arma de a bordo, en las franjas laterales azules y verdes de su larga túnica—. No es lo que usted imagina.

El hombre abrió tanto los ojos que obscenas escleróticas blancas aparecieron alrededor de los iris.

—¿Qué imagino? —preguntó el hombre, aterrado—. ¿Quién es usted? ¿Qué hace aquí? Espere, usted es el…

—Soy su amigo.

Dev apoyó la mano derecha sobre el hombro del prisionero, con los ojos entornados para ocultar sus escleróticas (sólo tenía dos párpados, en lugar de los tres de su amo).

—Estoy aquí para ayudarle. No tenga miedo.

Por favor
, añadió en silencio,
duele si me tiene miedo. Está de suerte. Será rápido
. Apretó el ionizador contra la nuca del hombre. Sin soltar el activador, recorrió con el aparato la espina dorsal del hombre.

Los músculos del oficial imperial se distendieron. Sus guardias le dejaron caer a la cubierta de losas grises.

—¡Torpes! —Firwirrung avanzó sobre sus fuertes patas traseras, con la cola tiesa mientras regañaba a los pequeños p'w'ecks. Dejando aparte el tamaño y el tono deslustrado de la piel, casi se parecían al maestro ssi-ruuk…, de lejos—. ¡Un respeto al prisionero! —canturreó Firwirrung. Podía ser joven para el rango que ostentaba, pero exigía deferencia.

Dev ayudó a los tres a levantar al sudoroso y maloliente humano. Totalmente consciente (el arco de captación no podía funcionar en caso contrario), el hombre resbaló de la silla. Dev le aferró por los hombros, doblando la espalda.

—Relájese —murmuró Dev—. No pasa nada.

—¡No haga esto! —gritó el prisionero—. Tengo amigos poderosos. Pagarán un buen precio por mi rescate.

—Nos encantaría conocerles, pero no le negaremos esta alegría.

Dev dejó que su centro espiritual flotara sobre el miedo del desconocido, y después lo apretó como una manta confortable. Una vez los p'w'ecks aseguraron las correas, Dev aflojó su presa y se masajeó la espalda. La garra delantera derecha de Firwirrung se alzó y aplicó una intravenosa. No había esterilizado las agujas. No era necesario.

Other books

True Confessions by John Gregory Dunne
Why Did She Have to Die? by Lurlene McDaniel
The Slipper by Jennifer Wilde
The Hell Season by Wallace, Ray
The Chessmen by Peter May
Spark by Holly Schindler
Play Date by Casey Grant
The Heavenly Table by Donald Ray Pollock