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Authors: Bill Bridges

Tags: #Fantástico

La última batalla (30 page)

BOOK: La última batalla
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—¿Cómo puede ser? —preguntó Mephi—. Mis ancestros están desaparecidos.

—¿Desaparecidos? —dijo el Caminante Silencioso, ladeando la cabeza—. No. Invisibles sí, desaparecidos nunca. Nuestro deber está con los muertos, por eso somos invisibles para los vivos. Hasta ahora.

—¿Por qué ahora? ¿Por qué yo? —Mephi agarró su bastón con más fuerza.

—El decreto de los ancestros ha abierto la puerta. Esto solo ha ocurrido tres veces anteriormente; la cuarta será la última. La puerta no se podrá cerrar hasta que uno de entre los vivos haya hecho su elección. El poder de la Sacerdotisa de Marfil, los secretos robados a los muertos, te ha abierto los ojos hacia nosotros. Eso está prohibido. Y aún así… noto que podrías servir al propósito de los ancestros.

—¿Cómo? ¿Quién es ese «uno de entre los vivos»?

—Ven —dijo el Caminante Silencioso—. Los muertos se marchan y debemos guiarles. —El Caminante volvió lentamente hacia el portal cubierto de niebla que estaba encima del cuerpo del margrave y esperó a Mephi.

Mephi volvió a mirar a Tvarivich y agarró el bastón con más fuerza cuando vio que ella estaba blandiendo su maza hacia un Danzante de la Espiral Negra. El ejército del Wyrm había conseguido abrirse paso y él no los había oído. Sintió que un escalofrío le recorría la columna vertebral cuando vio que un Danzante de la Espiral Negra le
atravesaba
desde atrás, totalmente inconsciente a la presencia de Mephi. Mephi era intangible.

—Ya has dado el primer paso —dijo el Caminante—. Ahora termina el viaje.

Mephi caminó hacia el portal, con los ojos inundados de lágrimas cuando vio que los Colmillos Plateados caían bajo el empuje de las fuerzas del Wyrm. Tvarivich se había abierto camino a puñetazos y ahora intercambiaba golpes con Yurkin. Mephi se detuvo, esperando a ver el resultado. El Caminante estiró la mano desde el portal y le metió de un empujón en la oscuridad total.

Capítulo dieciséis:
Túmulo vacío

—¡Espera, chico! —gritó Loba—. Debemos pararnos a descansar. —Se arrodilló en el camino de luna y se desenganchó la mochila.

Martin, unos pocos metros por delante, agitó los puños.

—¿Otra vez? ¡Pero si no estoy cansado!

—Pero yo sí —gruñó Loba. Martin dejó caer la cabeza tímidamente y volvió para sentarse a su lado—. No está lejos. No te preocupes, estaremos allí pronto. Pero si nos vuelven a atacar, necesito disponer de toda mi fuerza.

Martin frunció el ceño y miró la herida que Loba tenía en el brazo izquierdo. Las marcas de las zarpas no se habían curado todavía y de vez en cuando se volvían a abrir de nuevo, haciendo que Loba perdiera más sangre.

—Lo siento, tía Loba —dijo Martin—. No fui lo suficientemente rápido.

—Tú no. Yo. —Loba suspiró, e hizo una mueca de dolor cuando se examinó la herida otra vez—. Dejé que la pesadilla se acercase demasiado.

—Sí, pero eso fue porque yo metí la cabeza donde no debía. —Martin hizo un puchero, con la barbilla apoyada en ambas manos.

—Basta ya de recriminaciones. Lo hecho, hecho está. Tendremos que correr más que ellos la próxima vez, como hemos hecho con los demás. —Loba buscó en su mochila, sacó la cantimplora y tomó un pequeño sorbo. Se la ofreció a Martin, que meneó la cabeza y siguió poniendo cara larga.

Loba miró a su alrededor, buscando señales de cualquier otro depredador. En la primera etapa del viaje, la Umbra había estado de bote en bote, atestada tanto de espíritus aliados como de pesadillas enemigas, que aparentemente vagabundeaban sin orden ni concierto. Unos pocos habían decidido atacarles. A la mayoría los había derrotado fácilmente, pero uno le había clavado las uñas, literalmente. Desde entonces, Loba había huido de futuros encuentros. No podía arriesgarse a que hiriesen a Martin.

El chico se las había arreglado increíblemente bien hasta el momento, con una fuerza y una destreza que Loba no tenía a su edad. Sin embargo, había comprobado que su rabia seguía siendo un problema. Ya había perdido el control de ella dos veces y se había puesto a correr detrás de las pesadillas, provocando que Loba tuviese que perseguirle y agarrarle hasta que se calmase. Aquello no había sido fácil; Martin corría como un tiro.

El camino de luna se curvaba delante de ellos y atravesaba un terreno monótono. Allí estaban lejos de cualquier reino conocido, excepto (al menos así lo esperaba Loba) del que andaban buscando: el Reino Etéreo donde habitaban los espíritus de las estrellas. Había estado allí dos veces anteriormente, una con Antonine Lágrima y la otra sola. Los caminos habían cambiado bastante, aquello no era ninguna sorpresa, pero estaba resultando un viaje mucho más largo de lo que recordaba.

—Si el camino de entrada no está al otro lado de la siguiente curva —dijo— tendremos que dar media vuelta y buscar una ruta distinta.

Martin suspiró.

—Pensaba que conocías el camino.

—El camino a veces cambia. —Loba se levantó y se puso la mochila al hombro—. De acuerdo. Vamos.

Martin se levantó de un salto y bajó brincando por el camino; era una reserva ilimitada de energía. Loba no sabía de dónde la sacaba.

Cuando dieron la vuelta a la curva, las estrellas empezaron a aparecer en el cielo, débiles y lejanas y se veían a través de una neblina. Loba dejó escapar un suspiro de alivio.

—Ya estamos cerca. Sigue a Vegarda.

—¿A quién? —preguntó Martin, rascándose la frente.

—Vegarda, Incarna de la Estrella del Norte —respondió Loba, señalando un punto brillante en la oscuridad—. Es la más brillante del cielo. Aunque no brilla demasiado ahora mismo…

Loba no había visto nunca una bruma como aquella. Examinó el cielo e intentó contar las estrellas. Eran muy pocas. Se detuvo cuando observó un gran brillo de color rojo cerca del horizonte. La Estrella Roja. Estaba más cerca de lo que nunca la había visto.

El camino de luna se elevaba gradualmente, subía hasta el cielo y pasaba a través de las nubes que olían a lluvia. Conducía hacia una torre alta y plateada.

—¿Qué es eso? —preguntó Martin señalando hacia la torre.

—Nuestro destino. El planetario espiritual del clan de las Estrellas. —Loba dejó escapar un suspiro de alivio.
Ya casi estamos
.

Mientras atravesaban la capa de nubes, Loba bajó la mirada hacía el reino. Jadeó y se detuvo, agarrando a Martin.

—¿Qué ocurre? —preguntó Martin, preocupado.

—No puede ser… —susurró Loba. Fragmentos rotos de puentes de luna sobresalían hacia el cielo, algunos inclinados precariamente, a punto de derrumbarse. Se suponía que los puentes de luna duraban lo que duraba un viaje. Estos se habían convertido en unas cáscaras calcificadas, rotas y desmigajadas a los pies del reino. Era algo inaudito—. Corre —dijo, tirando de Martin hacia delante.

Subieron a toda prisa por el camino de luna hasta la puerta principal de la torre. Estaba completamente abierta.

Loba se detuvo y escuchó, mientras le hacía un gesto a Martin para que se quedara callado. No oyó nada en el interior. Se arrastró hacia delante y echó un vistazo por la puerta. Ninguna señal de movimiento. Entró.

El vestíbulo de la planta baja estaba vacío. Una escalera de caracol de hierro forjado conducía hacia arriba y se detenía en cada piso de la torre. El de arriba del todo, el observatorio, se podía ver desde abajo. Las estrellas parpadeaban con más luminosidad a través de su enorme lente abovedada.

—Vamos —le dijo a Martin y empezó a subir por las escaleras. Se detuvo en cada piso, escuchando, pero ningún sonido le dio la bienvenida. Cuando llegaron arriba, saltó encima del estrado y observó los alrededores de la torre, el paisaje estrellado, que se veía más grande desde allí, desde la parte superior de la torre.

Un grupo de gente bajaba andando por un camino de luna a lo lejos. Loba miró con más atención y habló a los muros del planetario.

—Más allá —dijo. El espíritu de la lente respondió y aumentó la imagen, haciendo que el grupo quedara en primer plano.

Un hombre que llevaba hábito dirigía al grupo de cinco personas y todos llevaban túnicas holgadas o hábitos. Hablaban entre ellos; Loba no pudo leerles los labios. Soltó una palabrota.

—Se están marchando —dijo—. Abandonan el lugar.

—¿Por qué? ¿Me tienen miedo?

En cuanto Martin habló, una de las mujeres de aquel lejano grupo se detuvo y levantó las orejas, que se transformaron en las orejas peludas de un lobo. Se volvió hacia la torre y se quedó escuchando.

—¡Llámales! —dijo Loba.

—¡Eh! —gritó Martin—. ¡Estamos aquí! ¡Por favor, no os marchéis!

La mujer habló con los ojos cerrados. Los otros se detuvieron y también se volvieron para mirar a la torre. El jefe dio un paso adelante, como si pudiera ver a Loba y a Martin y les hizo un gesto para que se reunieran con ellos en el camino.

—Vamos —dijo Loba—. ¡Esperarán por nosotros!

Echaron a correr por el tramo de escaleras hasta el otro extremo de la torre y vieron el principio del camino de luna. En cuanto pusieron un pie sobre él, pareció arrastrarles más cerca del grupo. En unas pocas zancadas habían llegado.

—Loba Carcassone —dijo el líder, haciendo una educada reverencia.

—Altaír —contestó Loba, haciendo otra reverencia—. ¿Adónde os vais?

—Al único sitio al que podemos ir. Es para lo que nos hemos preparado todo este tiempo.

—No entiendo —dijo Loba—. Necesito vuestra ayuda. Martin necesita vuestra ayuda. Debe pasar su Ritual de Paso. Debe averiguar quién es. ¿Dónde está Sirio Estrellaoscura?

La mujer ciega dio un paso hacia delante y se estiró hacia Martin. Él le cogió la mano y ella sonrió.

—Has hecho maravillas con él, Loba. Ya no tengo las visiones. Tal vez fueran erróneas, después de todo…

—No todas, Hermana-Luna —dijo Loba, sonriendo—. Cumplirá las profecías buenas.

—Tal vez —dijo la mujer, al tiempo que revolvía el pelo del chico. Él se apartó, molesto, pero no dijo nada.

—Altaír —dijo otra mujer, dando un paso adelante y tocando el codo del anciano— no deberíamos entretenernos. Se acerca la hora.

Altaír asintió.

—Respeto tu misión, Carcassone, pero no podemos ayudarte. Las estrellas nos llaman. Las profecías pronunciadas hace mucho tiempo se revelan ahora.

—Los otros Garou intentarán matar a Martin —dijo Loba, gruñendo. Martin la miró, preocupado—. Debe conocer su destino.

—No estamos seguros de ello —contestó Altaír, con una expresión de pesar en la cara—. Desde que el chico nació de padres Garou, su falta de deformidades ha provocado muchas profecías. Se piensa que es tanto el Destructor como el Mesías. Nadie puede decir cuál es la opción correcta, aunque tal vez el señor de Urano lo sepa. Ruatma afirmaba poseer profecías especiales sobre el chico. Una vez habló de él como la reina de la Sombra, aunque Martin es un chico. Los presagios pertenecen más a los sueños, donde somos verdaderamente metamórficos, donde incluso nuestros sexos pueden cambiar. Pero ahora Ruatma está confundido. Le afectan unos asuntos más importantes.

—¿Qué está pasando? —preguntó Loba—. Los puentes de luna. La desolación. ¿Dónde está todo el mundo?

—Los espíritus ya se han marchado, se han unido a sus familias —contestó Hermana-Luna—. La Estrella Roja se está haciendo más brillante. Su hora está cerca, su poder listo para ser liberado.

—Incluso la muerte se marcha y llama a los vivos —dijo Altaír—. Mi clan debe unirse a los Incarna Planetaria para luchar contra este ojo funesto. No podéis formar parte de esta batalla.

—¿Por qué no? —preguntó Loba, avanzando con las palmas de las manos levantadas, suplicando—. Quizá sea esa la razón por la que los vislumbres del destino de Martin se ven aquí y en ninguna otra parte. Tal vez forme parte de esta lucha.

Altaír meneó la cabeza.

—Él no puede viajar por los caminos de estrella. Su esencia no le dejaría llegar a esos reinos misteriosos. Nosotros nos hemos pasado décadas perfeccionando la nuestra para poder llegar a los caminos exteriores. Su destino está en la tierra.

Un hombre negro dio un paso adelante.

—Evan Curandero-del-Pasado ha reunido un ejército en el Norte. Luchan contra una Garra del Wyrm.

Altaír frunció el ceño.

—Canopo, no podemos revelar esas cosas.

Canopo le lanzó una mirada feroz al anciano.

—Ya es demasiado tarde para preocuparse por la decencia para con los espíritus, Altaír. —Volvió a dirigirse hacia Loba—. Creo que deberías llevar al chico allí.

Loba meneó la cabeza.

—Ya sé todo eso, pero es demasiado peligroso para Martin.

—¿Peligroso? —dijo Canopo con los ojos abiertos como platos—. ¿Traes al chico hasta aquí,
sola
y no llamas a eso peligroso? ¡Por supuesto que la lucha es peligrosa! Nunca es fácil para un Garou, Loba. ¿No quieres conocer el destino del chico? El destino de todos los Garou se desvela en las refriegas.

—No —dijo Loba, meneando la cabeza—. Se volverán contra él, le culparán de sus problemas. La Garra le utilizará.

—¡Quiero ir! —dijo Martin—. ¡Sí Evan está allí, el rey Albrecht estará allí también!

—Ni siquiera él puede salvarte de una Garra —gruñó Loba.

—Quiero ir —insistió Martin, en tono bajo y gruñendo, como si se estuviera preparando para un desafío.

Hermana-Luna avanzó y puso su mano en el hombro del muchacho. Él pareció sorprendido y la miró y luego dejó caer la cabeza.

—Harás lo que creas más conveniente, Loba. Y tú, Martin, la obedecerás. Te ha traído más lejos de lo que crees. Ahora debes avanzar un poquito más con ella.

Martin asintió, con cara larga.

—Díselo —dijo Canopo, mirando a Altaír.

El anciano hizo una mueca, pero asintió.

—Carcassone. Me he guardado mis consejos sobre diversos asuntos durante mucho tiempo; es la voluntad de los espíritus. Pero te revelaré esto: Sirio Estrellaoscura se marchó hace muchas semanas, buscando desenmarañar un hilo del destino tejido alrededor del muchacho. No ha regresado. Si puedes encontrar a Estrellaoscura, podrías hallar la respuesta al destino de Martin.

Loba asintió, apretando los puños.

—¿Cómo le encuentro? ¿Por dónde empiezo?

Altaír se detuvo y miró a Canopo, reticente a revelar algo más. Como el anciano siguió callado, Canopo habló.

—Hay un lugar al que podría haber ido. Antes de unirse a nuestra tribu, nació entre los Uktena de Nuevo México, en un clan que ha sufrido muchas tragedias. Es posible que haya ido a consultar… a un viejo compañero de clan.

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