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Authors: Bill Bridges

Tags: #Fantástico

La última batalla (4 page)

BOOK: La última batalla
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Al final las nubes se habían abierto, dejando entrar la luz del sol y con ello se había incrementado la libertad de los Garou. Sin embargo, esto implicaba libertad también para las bestias del Wyrm que no se habían aliado con la Bruja, y eran muchas. La Bruja tenía sus propios planes y había encadenado a todos sus seguidores a su voluntad, que normalmente difería de los intereses de los corruptores. Ya se estaban deslizando cosas nuevas por la madre Patria y los Garou de aquí habían perdido guerreros valiosos en sus duras batallas. Necesitaban gente de fuera, no solo compañeros Colmillos Plateados, sino también de otras tribus. Para Tvarivich, aquello significaba una alianza con alguien influyente, alguien que pudiera defenderla en el Nuevo Mundo. Ese alguien tenía que ser el rey Albrecht.

Albrecht no pudo evitar sonreír mientras avanzaba, con la nieve crujiendo ruidosamente bajo sus pies. Casi esperaba que algo estuviese al acecho delante de ellos, algún monstruo contra el que luchar, para tener la oportunidad de demostrar sus credenciales de primera del Nuevo Mundo a todos aquellos tradicionalistas engreídos. No había nada como la sangre en un klaive para convencer a los escépticos de que hablabas en serio.

Miró a Byeli y a sus guardias más cercanos, pero no mostraban signos de detectar nada anormal. Se encogió de hombros, los estiró y aceptó que el resto del camino podría transcurrir sin incidentes. Al menos tenía una vista impresionante del paisaje puro y majestuoso.

Al hacer los preparativos para la reunión, Lord Byeli y Melenanocturna habían ido a los Estados Unidos para instruir a Albrecht acerca de las tradiciones de los Colmillos Plateados de la madre Patria. También habían ido en una misión propia, que habían mantenido en secreto. Habían soltado el tótem de su clan, el Pájaro de Fuego, sobre Albrecht y este había querido conocer su papel en el destierro y difamación de Lord Arkady.

Eso sacaba de quicio a Albrecht. Había dejado todo el asunto de Arkady en el pasado. Una vez que había reclamado la Corona de Plata para sí mismo, no le importaba lo que le ocurriera a aquel bastardo traidor. Le había perdonado la vida a Arkady solo porque el Halcón se lo habían aconsejado (aconsejado, no pedido). Luego el tramposo canalla había vuelto a aparecer en Europa, al parecer después de haberse creado un nombre nuevo en Rusia y había mostrado unos documentos falsos para cambiarse el nombre. Pero esta vez se había condenado a sí mismo por sus propios actos delante de todo el mundo. La nación Garou lo había rechazado y había desaparecido. Para sorpresa de todo el mundo y no menos para la de Albrecht, se había redimido al herir a la criatura del Wyrm Jo’cllath’mattric, permitiendo que el grupo de guerra de Albrecht rematase a la bestia.

Así, redimido pero muerto, Arkady volvía a atormentar la vida de Albrecht, pero esta vez haciendo que un tótem Incarna dudase de su palabra. Sin embargo Albrecht había arreglado el asunto y Pájaro de Fuego había hecho algo más que aceptarlo: le consiguió a Albrecht una audiencia con la mismísima Corona de Plata, uno de los poderes secretos que tenía el fetiche. Albrecht había sido examinado por la Corona y había aprobado y así llegó a enterarse de ciertas verdades sobre el liderazgo y el poder (y cuándo abandonarlo en el curso natural del tiempo).

El resultado de aquel suceso fue que Albrecht empezó a sentirse más cómodo en su papel. Siempre había tenido persistentes dudas sobre su destino, temeroso de que pudiera volverse loco, como ya le había pasado antes a su abuelo, como les había pasado a tantos dirigentes Colmillos Plateados. Melenanocturna le había enseñado lo que ella llamaba «El secreto de la soberanía», un alegato feroz que defendía que la tendencia a la locura de la tribu Colmillo Plateado era una maldición de Luna en su personalidad desdoblada de la Luna Traicionada. Al parecer, algún antiguo rey Colmillo Plateado le había tocado las narices de verdad a la vieja arpía al comprometer a su tribu con el siervo de Helios, el tótem del Halcón.

Si este presunto secreto era cierto y los dirigentes Colmillos Plateados solo disponían de siete años antes de empezar a perder la cordura, entonces la propia mente de Albrecht ya debía de estar en peligro. Lo extraño era que se sentía más cuerdo y controlado que nunca. Inseguro, se preguntó brevemente si acaso aquello no sería una señal de locura en sí misma, pero su experiencia con la Corona de Plata le había mostrado lo contrario: había aprobado el examen de poder y había demostrado que podría renunciar si era necesario. Era un instrumento, no una parte fundamental de su identidad.

—¿Ve aquellas huellas, señor? —dijo Byeli, interrumpiendo la reflexión de Albrecht. Señaló un par de huellas de animal que cruzaban su camino.

—Sí, una liebre. Y bien grande —dijo Albrecht, echando un vistazo al brillo de la nieve—. ¿Y?

—No es una simple liebre. Sus huellas marcan el límite entre la fortaleza y el mundo exterior. Es el espíritu al que llamamos Amigo Tenaz. Ayuda a los celadores a mantener el territorio.

—¿Sí? Entonces, cuando crucemos por encima de las huellas, ¿este espíritu sabrá que estamos aquí?

—Exacto. Por supuesto, los defensores Garou ya lo saben, gracias al aullido de vigilancia que escuchamos antes. Esto es simplemente otra línea de defensa.

Albrecht asintió y pasó por encima de las huellas. Se detuvo y escuchó y miró a su alrededor con un brillo extraño y desenfocado en los ojos. Invocó una estratagema que le habían enseñado los espíritus y miró dentro de la Umbra, el reflejo espiritual del mundo material que queda justo detrás de la barrera llamada la Celosía. La Celosía era delgada y débil en esta tierra prístina y permitía un fácil acceso a su visión.

Sorprendentemente, el bosque parecía el mismo que el del mundo material. Eso era una buena señal; significaba que había una buena armonía entre los dos, que los espíritus y sus homólogos materiales (árboles, animales e incluso las piedras) estaban prosperando. Albrecht frunció el ceño cuando miró más de cerca. Las cosas estaban realmente vivas, pero había signos de ceniza en varios lugares, como si en el pasado reciente hubiera habido incendios en algún momento y el bosque no hubiera regenerado todavía el suelo quemado.

Sus ojos siguieron las huellas pero no vio ninguna señal de movimiento ni tuvo ninguna sensación de que un espíritu les vigilase, aparte del tembleque que uno tiene cuando mira en la Umbra. Las cosas siempre te vigilaban, pero no siempre eran animadas o sensibles siquiera.

Parpadeó y volvió a mirar a Byeli, que esperaba pacientemente en el camino, detrás de él.

—Es extraño; veo signos de incendios en la Umbra, pero no aquí en el mundo físico.

Byeli asintió.

—Fuego Zmei. Los dragones lucharon al borde de la fortaleza y destruyeron gran parte del paisaje espiritual. Aquí hay unos pocos árboles muertos y bosquecillos como prueba, pero están apartados del camino que recorremos.

Albrecht asintió y silbó. Uno de los guerreros Garou de la comitiva se acercó trotando. Era alto pero bastante delgado y llevaba un cuchillo grande de plata en una vistosa funda al costado.

—Señor —dijo, al tiempo que inclinaba la cabeza.

—Llamadorada —dijo Albrecht poniendo la mano en el hombro del guerrero— quiero que tú y Cortezabedul exploréis el camino que tenemos delante. Avanzad unos cincuenta pasos. No os salgáis del alcance de un grito. El de un garganta humana, no el de los lobos, aunque vosotros dos mejor vais a cuatro patas.

—¡Sí, señor! —dijo Llamadorada, cambiando ya de forma; pasó de humano a un lobo de piel blanca y amarilla, su ropa desapareció, pero el cuchillo siguió en su funda, ahora atado a su espalda. Ladró una orden en la lengua de los lobos al grupo que tenía detrás y una guerrera de pelo blanco y gris cambió a la forma lobuna. Avanzó trotando, evidentemente feliz por volver a su forma de nacimiento y Llamadorada y ella pasaron corriendo al lado de Albrecht, levantando la nieve mientras bajaban a toda prisa por el camino.

Albrecht comenzó a andar de nuevo. La fila de guerreros le siguió, con los caballos y el trineo en el centro, custodiados por delante y por detrás.

—Eh, Byeli —dijo Albrecht.

—¿Sí, señor?

—Esa ciudad en la que está tu clan, Zagorsk. ¿Todos los monasterios de Rusia se parecen a ese? ¿Con esas cúpulas en forma de cebolla que recuerdan a Disney?

—No entiendo…

—Sí, hombre, con esos materiales de colores tan brillantes. Azul cielo con estrellas doradas, hojas doradas, diseños rojos y blancos y todo eso.

—Ah, creo que ya entiendo lo que quiere decir. La mayor parte de la gente piensa que los rusos son tristes y aburridos. Todo el que mire al monasterio de la Trinidad dirá lo contrario. Sí, es colorido. Pero no, no todos los monasterios son como este. De hecho muchos son desoladores y grises.

—Solo era curiosidad. Tengo que admitir que en cuanto lo vi, me imaginé que era el tipo de lugar que le gustaría al Pájaro de Fuego. Muchos colores. Un monacato apasionado.

—Visitamos el monasterio de vez en cuando, como hacen muchos turistas. Nuestra propia morada, estoy seguro de que usted estará de acuerdo, es mucho más humilde y pasa inadvertida.

—Si puedes llamar humildes a unas catacumbas. Me encantó cuando retirasteis el techo de noche para ver la luna y las estrellas.

—Solo se hace durante los rituales. La mayor parte del tiempo permanece cerrado. Hacemos nuestras tareas a la luz de las velas.

—Tienes que admitir que eso es bien extraño en un clan Pájaro de Fuego. Después de todo es una de las familias de Helios.

—No, es una tradición. Dése cuenta que aquí arriba, pasamos muchos meses sin ver el sol. Las velas indican que cuidamos la llama de la que nuestro tótem se puede levantar.

—Pero el túmulo de la Luna Creciente, al que nos dirigimos, es todo exterior, ¿no?

—No del todo. El área ritual está a cielo abierto, pero el verdadero centro espiritual está… bueno ya lo verá usted mismo. No quiero estropearle la sorpresa.

Albrecht soltó una risita.

—De acuerdo. Puedo esperar. He esperado una semana entera y toda a pie. Puedo esperar un día o dos más.

Albrecht había llegado con una guarnición seleccionada cuidadosamente al clan Pájaro de Fuego, el hogar de Lord Byeli, o al menos a su hogar de adopción, porque era natural de las islas británicas. Se había quedado atrapado en Rusia por la Cortina de Oscuridad de Baba Yaga, e hizo del clan Pájaro de Fuego su nuevo hogar.

Lo extraño era que también había sido el clan de Arkady. De hecho, había sido su jefe una vez que regresó a Rusia, desterrado por Albrecht de los Estados Unidos. El problema era que no le había hablado a nadie de su exilio y les había hecho creer que era un héroe. Había seguido con ello todo el tiempo que pudo porque, el maldito, era un héroe. Cuando llegó la hora de la verdad, salió airoso. No era estúpido ni cobarde, solo estaba obsesionado consigo mismo hasta el punto de la arrogancia y no se dio cuenta de que aliarse con el Wyrm no significaba que pudiera controlarlo.

Albrecht se había entrevistado con el nuevo jefe del clan, Rustarivich, que estaba desesperado porque le vieran como un aliado del poderoso rey Colmillo Plateado. Tvarivich estaba consolidando Rusia bajo su gobierno y cada líder de los clanes cedía a sus peticiones. Pero Rustarivich quería cierto grado de autonomía y la única manera de conseguirlo era contar con aliados fuertes que pudieran equilibrar el poder de Tvarivich. Rustarivich no era en modo alguno desleal hacia Tvarivich ni se mostraba poco dispuesto a trabajar con ella; simplemente quería hacerlo a su manera, lo que irónicamente significaba ceder a la de Albrecht.

Aquello implicaba permitir que su equipo abriese puentes de luna para el clan Pájaro de Fuego siempre que quisieran y entrenamiento en los secretos espirituales para sus videntes durante la larga noche de la Cortina de Oscuridad. Y lo que es más, sus manadas Colmillo Plateado podían comprometerse con el Pájaro de Fuego si así lo deseaban y eso les aportaba poderes extraños en una parte del mundo en la que aquel tótem era prácticamente desconocido.

Luego, con el regalo de provisiones, los caballos y el trineo y los consejos de Byeli y Melenanocturna, Albrecht se dirigía al túmulo de la Luna Creciente, para entrevistarse con Tvarivich y crear pactos entre sus respectivos clanes. En un principio había dado por sentado que simplemente utilizarían un puente de luna para llegar desde Zagorsk hasta el corazón de los Urales, pero la Luna Creciente denegaba cualquier puente de luna que no se originase en clanes ya alineados con Tvarivich. En caso de emergencia, podría forzar el tema, pero todo esto trataba de diplomacia, no de conveniencia. Una vez que llegase a un acuerdo con Tvarivich, podría tener su puente de luna y no antes.

Al principio, se había puesto furioso y había descargado su ira contra unos cuantos árboles de las afueras de Zagorsk, que había derribado a golpes con su gran klaive. Aquel esfuerzo le agotó lo suficiente para hacer que al final se sentase, pensase en la situación y la aceptase. Todavía tenía ventaja y Tvarivich lo sabía. Sus tácticas eran medidas para mantener su dignidad y la ilusión del poder supremo, pero Albrecht no era quien defendía al túmulo más antiguo de las bestias Wyrm que acababan de salir del huevo. Ella le necesitaba y ese conocimiento era suficiente para hacer que se riese de las peticiones insultantes y las rudas bienvenidas.

El séquito de Albrecht caminó el resto del día y de la noche y solo paró para dejar que los caballos descansasen y comiesen. Hacia la medianoche, acamparon en un claro e hicieron turnos, unos durmiendo mientras otros montaban guardia. Albrecht se quedó despierto un rato, pensando en algunas de sus tácticas diplomáticas. No se le daba demasiado bien el tema de la sutileza, pero con su seriedad y reputación normalmente conseguía lo que quería… a la larga. Sabía que tenía que mostrarse firme y aguantar un montón de ofertas falsas y probablemente alejarse muchas veces (o amenazar con hacerlo) antes de que Tvarivich se diera cuenta por fin de que aquello de tirarse faroles no era su estilo. Al final, llegarían seguramente a algún tipo de acuerdo. Esperaba que, tras su legendaria máscara gélida de amarga ira, ella fuese tan razonable como le habían dicho Byeli y Melenanocturna. Realmente le había parecido que lo era cuando se habían encontrado el año anterior en el túmulo del margrave para abordar el asunto de Jo’cllath’mattric.

Escuchó unas órdenes bruscas procedentes de uno de sus guardias. Parecía Martillo Negro, el hombretón de Montana que se había unido a su clan unos veranos atrás. Después se oyó un suave ladrido de respuesta. Melenanocturna entró en el claro; su pelaje negro era una sombra en la nieve. Albrecht levantó el brazo y Martillo Negro bajó su martillo, el fetiche que llevaba y que le había hecho ganarse su nombre. Melenanocturna se dirigió hacia Albrecht y se sentó. Él se acercó al fuego y a la carne que aún colgaba de un palo por encima de la hoguera. Ella asintió agradecida, se levantó y empezó a comer directamente del palo.

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