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Authors: Lauren Weisberger

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La última noche en Los Ángeles (12 page)

BOOK: La última noche en Los Ángeles
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Brooke se esforzó por concentrarse en la buena noticia de Julian y recordar que no tenía nada que ver con ella.

—¡Oh, Julian, es increíble! Ese hotel aparece constantemente en todas las revistas:
Last Night, US Weekly
, ¡todas! Kate Hudson dio una fiesta hace poco en los bungalows. Jennifer López y Mark Anthony se encontraron accidentalmente con Ben Affleck en la piscina y dicen que Mark perdió los papeles. ¡Si fue allí donde Belushi murió de sobredosis, por Dios santo! ¡Es un lugar absolutamente legendario!

—¿Y a que no adivinas qué más? —preguntó Julian, al tiempo que se sentaba en la cama, a su lado, y le acariciaba uno de los muslos cubiertos de encaje.

—¿Qué?

—El bellezón que tengo por mujer se viene conmigo, siempre que prometa llevarse en la maleta este body de encaje —dijo, inclinándose para besarla.

—¡Para! —chilló ella.

—Sólo si ella quiere, claro está.

—¿Es broma?

—Nada de eso. Acabo de hablar con Samara, mi nueva «encargada de relaciones públicas». —Arqueó una ceja y le sonrió—. Me dijo que no hay problema, si pagamos nosotros tu billete de avión. Leo prefería que viajara yo solo, para que no tuviera distracciones, pero le dije que no puedo hacer algo tan importante sin tenerte a ti a mi lado. ¿Qué me contestas?

Brooke decidió no prestar atención a la parte de Leo.

—¡Que me parece increíblemente fantástico! —exclamó, mientras le rodeaba el cuello con sus brazos—. ¡Que no veo la hora de hacerte arrumacos en el bar del hotel y de pasarnos la noche de fiesta en los bungalows!

—¿Será así de verdad? —preguntó Julian, empujándola sobre las almohadas y tendiéndose encima de ella, todavía completamente vestido.

—¡Claro que sí! Por lo que he leído, podemos esperarnos piscinas llenas de champán, montañas de cocaína, más famosos engañando a sus parejas que en un burdel de lujo y suficiente material para llenar diez revistas de cotilleos en una hora. ¡Ah, y también orgías! Nunca he leído nada de eso, pero seguro que las montan. ¡En medio del restaurante, probablemente!

Walter
dio un salto en la cama, levantó la barbilla y se puso a aullar.

—¿A que te he impresionado,
Walter
? —preguntó Julian, mientras le besaba el cuello a Brooke.

Walter
le respondió con un aullido y Brooke se echó a reír.

Julian metió el dedo en la copa de champán, lo apoyó en los labios de Brooke y volvió a besarla.

—¿Qué te parece si practicamos un poco? —preguntó.

Brooke le devolvió el beso y le quitó la camisa, mientras sentía que se le inflamaba el corazón por las posibilidades que se abrían ante ellos.

—Creo que es la mejor idea que he oído en mucho, muchísimo tiempo.

• • •

—¿Le sirvo otra Coca-Cola Light? —preguntó el camarero vestido con bermudas, junto a la tumbona de Brooke, tapándole el sol. Al sol se estaba bastante bien, y aunque veintipocos grados no eran una temperatura para ponerse el biquini, era evidente que los otros huéspedes del hotel que habían bajado a la piscina no pensaban lo mismo.

Contempló la media docena de personas que bebían cócteles de aspecto delicioso alrededor de la piscina y, recordando que pese a ser la tarde de un martes, ella estaba más o menos de vacaciones, respondió:

—Prefiero un Bloody Mary, gracias. Con mucha pimienta y dos troncos de apio.

Una chica alta y esbelta, que a juzgar por su sorprendente figura tenía que ser modelo, se metió con elegancia en el agua. Brooke la observó mientras nadaba de lado, en una especie de gracioso estilo perrito, con mucho cuidado para no mojarse el pelo. Después, la desconocida llamó en español a su acompañante. Sin levantar la vista del ordenador portátil, el hombre le contestó en francés. La chica hizo un mohín, el hombre gruñó y, antes de que pasaran treinta segundos, le llevó hasta el borde de la piscina sus enormes gafas Chanel. Brooke habría podido jurar que la chica se lo agradeció en ruso.

Sonó el móvil.

—¿Sí? —dijo Brooke en voz baja, aunque nadie parecía prestarle atención.

—¿Rookie? ¿Cómo va todo por ahí?

—Hola, papá. No voy a mentirte. ¡Esto es fabuloso!

—¿Ya ha tocado Julian?

—Acaba de marcharse con Leo; supongo que pronto llegarán a Burbank. No creo que la grabación empiece antes de las cinco o las cinco y media. Por lo que he oído, la tarde será bastante larga, así que los estoy esperando en el hotel.

El camarero volvió con su Bloody Mary, en un vaso tan alto y delgado como las mujeres que había visto hasta ese momento en Los Ángeles. Lo depositó en la mesita junto a su tumbona y dejó también un plato con cosas para picar separadas en tres compartimentos: aceitunas, frutos secos variados y chips de hortalizas asadas. Brooke le habría dado un beso.

—¿Cómo es el hotel? Bastante ostentoso, imagino.

Brooke bebió un sorbito primero y después dio un buen trago. «¡Mmm, qué bueno!»

—Sí, bastante. Deberías ver a la gente sentada alrededor de la piscina. Todos son guapísimos.

—¿Sabes que Jim Morrison intentó saltar del techo de ese hotel? ¿Y que los miembros de Led Zeppelin atravesaron el vestíbulo montados en moto? Por lo que he leído, es el lugar perfecto para los músicos con peor comportamiento.

—¿De dónde sacas la información, papá? —rió Brooke—. ¿De Google?

—¡Por favor, Brooke! Me insultas si crees que…

—¿De la Wikipedia?

Se hizo un silencio.

—Quizá.

Hablaron unos minutos más, mientras Brooke contemplaba a la preciosa criatura de la piscina, que se puso a chillar como una niña cuando su novio saltó al agua e intentó salpicarla. Su padre quería contarle todos los detalles de la nada sorpresiva fiesta sorpresa que Cynthia le estaba preparando desde hacía meses para su cumpleaños, ya que al parecer estaba empeñada en celebrar sus sesenta y cinco años, por ser además la edad de su jubilación, pero Brooke no conseguía prestarle atención. Después de todo, la niña-mujer acababa de salir del agua y evidentemente Brooke no era la única que había notado que su biquini blanco se volvía del todo transparente cuando estaba mojado. Se echó un vistazo a la sudadera de felpa y se preguntó qué tendría que hacer para estar alguna vez así de guapa en biquini, aunque sólo fuera durante una hora. Metió para dentro la barriga y siguió mirando.

El segundo Bloody Mary le entró con tanta facilidad como el primero, y pronto estuvo tan achispada y feliz que casi no reconoció a Benicio del Toro cuando salió de un bungalow junto a la piscina y se dejó caer en una tumbona justo delante de ella. Por desgracia, no se quitó los vaqueros ni la camiseta, pero Brooke se conformó con mirarlo todo lo que quiso detrás de las gafas de sol. El área de la piscina en sí misma no tenía nada de particular (Brooke las había visto mucho más espectaculares en casas normales de gente acomodada), pero tenía un encanto sobrio y tranquilo que resultaba difícil de describir. Aunque estaba a sólo cien o doscientos metros de Sunset Boulevard, el lugar parecía escondido, como si fuera un claro abierto en una enmarañada jungla de árboles gigantes, rodeado por los cuatro costados de plantas en tiestos inmensos y sombrillas de rayas blancas y negras.

Habría podido pasar toda la tarde junto a la piscina, bebiendo Bloody Marys; pero cuando el sol bajó un poco y el aire se volvió más fresco, recogió el libro y el iPod y se encaminó a su habitación. Una vuelta rápida por el vestíbulo, mientras se dirigía al ascensor, le permitió descubrir a una LeAnn Rimes en vaqueros, que tomaba una copa con una elegante mujer mayor. Brooke tuvo que hacer un gran esfuerzo para no sacar la BlackBerry y mandarle una foto a Nola.

Cuando llegó a su habitación (una suite de un dormitorio en el edificio principal, con maravillosas vistas de las colinas), se llevó la agradable sorpresa de encontrar una enorme cesta, con una tarjeta que decía: «¡Bienvenido, Julian! Tus amigos de Sony». Dentro de la cesta había una botella de Veuve Clicquot y otra de tequila Patrón, una caja de diminutas trufas de chocolate pintadas de colores, una selección de barritas energéticas, botellas de Vitaminwater como para abastecer a una tienda y una docena de cupcakes de Sprinkles. Hizo una foto de la cesta sobre la mesa de la salita, se la envió a Julian con el mensaje «¡Se ve que te quieren!», y en seguida pasó al ataque y devoró una cupcake en menos de diez segundos.

Al cabo de un rato, la despertó el teléfono de la habitación.

—¿Brooke? ¿Estás viva? —sonó la voz de Julian por el aparato inalámbrico.

—Estoy viva —consiguió articular ella, mientras miraba a su alrededor para situarse y se sorprendía al descubrir que estaba entre las sábanas, en ropa interior y con la habitación a oscuras. Había migas de cupcake dispersas por la almohada.

—Llevo por lo menos media hora llamándote al móvil. ¿Dónde estás? ¿Estás bien?

Brooke se sentó de golpe en la cama y miró el reloj: las siete y media. ¡Había dormido casi tres horas!

—Ha debido de ser el segundo Bloody Mary —masculló para sus adentros, pero Julian la oyó y se echó a reír.

—¿Te dejo sola una tarde y te emborrachas?

—¡No ha sido eso! Pero dime, ¿cómo ha ido la grabación? ¿Ha salido bien?

En la breve pausa que siguió, Brooke vio en un destello mental todas las cosas que potencialmente habían podido fallar, pero Julian volvió a reír. O quizá fue algo más que una risa. Parecía borracho de felicidad.

—¡Rook, ha sido increíble! ¡Clavé la actuación! ¡Absolutamente! ¡Y los músicos que me acompañaron lo hicieron mucho mejor de lo que esperaba, a pesar de que habían ensayado muy poco! —Sobre el fondo de otras voces que se oían en el coche, Julian bajó la suya hasta convertirla en un susurro—. Jay vino hacia mí cuando terminó la canción, me pasó un brazo por los hombros, me señaló la cámara y dijo que había estado maravilloso y que no le importaría que volviera todas las noches.

—¿De verdad?

—¡En serio! El público aplaudió muchísimo y después, cuando terminó la grabación y nos encontramos detrás del plató, ¡Jay incluso me dio las gracias y me dijo que estaba ansioso por escuchar el álbum completo!

—Julian, ¡eso es fantástico! ¡Enhorabuena! ¡Esto es muy grande!

—Ya lo sé. Ahora estoy tranquilo. Escucha, llegaremos al hotel dentro de unos veinte minutos. ¿Qué te parece si nos encontramos en el patio para tomar una copa?

La sola idea de beber más alcohol hizo que le doliera aún más la cabeza (¿cuándo había sido la última vez que tuvo resaca a la hora de la cena?); aun así, consiguió sentarse con la espalda erguida.

—Tengo que cambiarme. Bajaré a encontrarme contigo en cuanto esté lista —dijo, pero Julian ya había colgado.

No le fue fácil salir de entre las sábanas suaves y tibias, pero tres ibuprofenos y unos minutos bajo la ducha de efecto lluvia la hicieron sentirse mucho mejor. Se puso rápidamente unos pantalones pitillo que eran casi unos leggings, una blusa de seda sin mangas y un blazer; pero cuando se fijó un poco mejor, notó que los pantalones le hacían un trasero horroroso. Ya le había costado ponérselos, pero quitárselos fue un infierno. Estuvo a punto de darse un rodillazo en la cara, tratando de arrancárselos dolorosamente de las piernas, centímetro a centímetro. Por mucho que ondulara la barriga y agitara las piernas, los malditos pantalones apenas se movían. ¿A que la señorita Biquini Blanco nunca tenía que sufrir semejante indignidad? Al final, arrojó los pantalones al otro extremo de la habitación, disgustada. Lo único que quedaba en la maleta era un vestido de verano. Hacía demasiado frío para ponérselo, pero tendría que apañarse con él, combinado con el blazer, un foulard de algodón y unas botas planas.

—No está del todo mal —se dijo, mientras se miraba por última vez al espejo. El pelo se le había secado prácticamente por sí solo e incluso ella misma tuvo que admitir que tenía un aspecto fantástico, sobre todo para el poco trabajo que le exigía. Se puso un poco de rímel y unos toques del colorete líquido brillante que Nola le había puesto en las manos unas semanas antes, insistiéndole educadamente en que lo usara. Agarró el móvil y el bolso, y salió corriendo. Se puso el brillo de labios en el ascensor y se remangó el blazer mientras atravesaba el vestíbulo. Le dio al pelo una sacudida final y se sintió realmente fresca y bonita cuando al fin vio a Julian rodeado de una comitiva en una de las mesas centrales del patio.

—¡Brooke! —gritó él, mientras se ponía en pie y agitaba un brazo.

Ella distinguió su sonrisa a quince metros de distancia y, corriendo hacia él, olvidó hasta el último gramo de timidez.

—¡Enhorabuena! —exclamó, echándole los brazos al cuello.

—Gracias, nena —le murmuró él al oído, y después, un poco más fuerte—. Ven a saludar. Creo que todavía no conoces a todos.

—¡Hola! —canturreó ella, saludando a toda la mesa con un vago movimiento de la mano—. Yo soy Brooke.

El grupo estaba reunido en torno a una sencilla mesa de madera, instalada al abrigo casi privado de varios árboles en flor. En el patio lleno de plantas exuberantes, había pequeñas áreas para sentarse y en todas ellas había gente bronceada que charlaba y reía, pero aun así el ambiente general resultaba tranquilo y distendido. Pequeñas antorchas ardían en la oscuridad y unos cirios diminutos dulcificaban en las mesas las facciones de todos. Los vasos de cóctel tintineaban y una música suave salía de los altavoces escondidos entre los árboles. Haciendo un esfuerzo, incluso se podía distinguir, a lo lejos, el ruido blanco constante del tráfico por Sunset Boulevard. Aunque nunca había estado en la Toscana, Brooke imaginó que así debía de ser exactamente un restaurante rural en pleno Chianti.

Brooke sintió la mano de Julian en la espalda, que la empujaba suavemente hacia la silla que acababa de separar de la mesa. Perdida en la mágica visión del patio con su iluminación nocturna, había estado a punto de olvidar para qué había bajado. Tras un rápido vistazo a su alrededor, reconoció a Leo, que asombrosamente parecía irritado; a una mujer de treinta y tantos años (o quizá de cuarenta y tantos con bótox muy bien aplicado), de preciosa piel morena y melena negra como ala de cuervo, que debía de ser Samara, la nueva relaciones públicas de Julian, y a un tipo cuya cara le resultaba familiar pero que al principio no consiguió situar.

«¡Oh, Dios mío! ¡No es posible!»

—Ya conoces a Leo —estaba diciendo Julian, mientras Leo la saludaba con una sonrisita de suficiencia—. Y aquí tienes a la adorable Samara. Todos me habían dicho que era la mejor, pero ahora puedo confirmarlo sin lugar a dudas.

BOOK: La última noche en Los Ángeles
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