La última noche en Los Ángeles (9 page)

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Authors: Lauren Weisberger

Tags: #Chic-lit

BOOK: La última noche en Los Ángeles
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—¿Vino tinto, blanco o algo más fuerte? —preguntó Trent, apareciendo mágicamente junto a ellas. Era uno de los pocos hombres vestidos con traje formal y parecía incómodo. Probablemente era la primera vez que salía del hospital en varias semanas.

—¡Hola! —exclamó Brooke, mientras le pasaba un brazo por el cuello—. Recuerdas a Nola, ¿verdad?

Trent sonrió.

—Claro que sí. —Se volvió hacia Nola y le dio un beso en la mejilla. Algo en su tono parecía decir: «Claro que recuerdo haberte conocido, porque aquella noche te fuiste a casa con mi amigo, como por casualidad, y él quedó muy impresionado con tu buena disposición y tu creatividad en el dormitorio». Pero Trent era demasiado discreto para hacer bromas al respecto, incluso después de tantos años.

Nola no lo era tanto:

—¿Cómo está Liam? ¡Dios, qué divertido era! —dijo, con una gran sonrisa—. ¡Y cuando digo divertido, lo digo muy en serio!

Trent y Nola intercambiaron miradas cargadas de intención y se echaron a reír.

Brooke levantó una mano.

—Muy bien, entonces. ¡Felicidades por el compromiso, Trent! ¿Cuándo conoceremos a la afortunada?

No se atrevía a referirse a Fern por su nombre
[1]
, porque no confiaba en ser capaz de reprimir la risa. ¿Qué clase de nombre era ése?

—Teniendo en cuenta que casi nunca estamos fuera del hospital al mismo tiempo, posiblemente no la conoceréis hasta el día de la boda.

El hombre que atendía la barra se acercó a Trent, que se volvió hacia las chicas.

—Vino tinto, por favor —dijeron ellas al unísono, y el camarero les sirvió un cabernet de California.

Trent les pasó sus copas y en seguida se bebió la suya en dos rápidos tragos. Después, miró a Brooke con expresión azorada.

—No suelo salir mucho.

Nola dijo que se iba a dar una vuelta por la sala y Brooke sonrió a Trent.

—Cuéntamelo todo. ¿Dónde será la boda?

—Bueno, Fern es de Tennessee y tiene una familia enorme, así que probablemente la celebraremos en casa de sus padres. En febrero, creo.

—¡Vaya, qué rapidez! ¡Una noticia estupenda!

—Así es. La única manera de que nos asignen el mismo hospital para hacer la residencia es que nos casemos.

—Entonces ¿vais a seguir los dos en gastroenterología?

—Sí, ésa es la idea. Mis intereses van más por el lado del despistaje y las pruebas diagnósticas (las técnicas están avanzando una barbaridad), pero Fern es un tipo de persona más proclive a la enfermedad de Crohn o al trastorno celíaco. —Trent hizo una pausa y pareció reflexionar sobre lo que acababa de decir, antes de proseguir con una amplia sonrisa—. Es una chica estupenda. Te va a encantar, de verdad.

—¡Hola, viejo! —exclamó Julian, dándole una palmada en la espalda—. ¡Claro que nos encantará! ¿Cómo no nos va a encantar, si va a casarse contigo? ¡Qué locura!

Julian se inclinó y le dio un beso a Brooke en los labios. Los labios de Julian tenían un sabor delicioso, como de chocolate a la menta, y con sólo verlo, ella se tranquilizó.

Trent se echó a reír.

—¡Más locura es que el antisocial de mi primo lleve cinco años casado! Y sin embargo, así es.

Acababan de brindar (Julian sólo con agua) y estaban a punto de profundizar un poco más en el tema de Fern, cuando uno de los tipos más apuestos que Brooke había visto en su vida apareció como por arte de magia a su lado. Medía por lo menos quince centímetros más que ella, lo que de inmediato hizo que se sintiera pequeña y frágil como una niña. Por enésima vez, deseó que Julian fuera tan alto como el hombre misterioso, pero en seguida se obligó a desechar la idea. ¿Qué derecho tenía ella a pensar así? Probablemente Julian habría deseado que ella se pareciera un poco más a Nola. El tipo le pasó un brazo por los hombros; lo tenía tan cerca que podía oler su colonia: masculina, sutil y muy cara. Brooke se sonrojó.

—Tú debes de ser su mujer —dijo, inclinándose para plantarle un beso en lo alto de la cabeza, un gesto que resultó extrañamente íntimo y a la vez impersonal. Su voz no era ni mucho menos tan grave como ella habría esperado en alguien de su altura y de su evidente estado de forma.

—Leo, me gustaría presentarte a Brooke —dijo Julian—. Brooke, éste es Leo, mi nuevo representante.

Una elegante chica asiática pasó junto a ellos en ese preciso instante, y Brooke y Julian se la quedaron mirando, mientras Leo le guiñaba un ojo. ¿Dónde demonios se habría metido Nola? Brooke necesitaba advertirle cuanto antes y tan a menudo como fuera posible de que el acceso a Leo le estaba vedado. No iba a ser fácil, porque era exactamente su tipo. Llevaba la camisa rosa abierta un botón más de lo que se habría atrevido la mayoría de los hombres, lo que revelaba su maravilloso bronceado: lo bastante moreno, pero sin la menor insinuación de cabina ni de aerosol. Los pantalones eran de talle bajo y estrechos al estilo europeo. Vestía como para llevar el pelo engominado con fijador fuerte pero, con mucho ingenio, dejaba que los densos mechones oscuros le flotaran libremente justo por encima de los ojos. El único defecto que Brooke consiguió detectar fue una cicatriz que le seccionaba la ceja derecha en una desnuda línea divisoria; sin embargo, la imperfección en realidad lo favorecía, porque erradicaba toda sombra de afeminado exceso en el cuidado de la imagen. No tenía ni un gramo de grasa en todo el cuerpo.

—Es un placer conocerte —dijo Brooke—. He oído hablar mucho de ti.

Pero él no pareció oírla.

—Muy bien, escucha —dijo, volviéndose hacia Julian—. Acabo de enterarme de que tu actuación está programada en último lugar. Ya ha habido una, ahora va otra y después sales tú.

Leo miraba insistentemente por encima del hombro de Julian mientras hablaba.

—¿Eso es bueno? —preguntó Brooke cortésmente.

Julian ya le había explicado que ninguno de los otros músicos programados para aquella noche eran verdadera competencia para él. Había un grupo de rythm and blues, del que todos decían que sonaba como unos Boyz II Men redivivos, y una cantante de country con un montón de tatuajes, el pelo recogido en dos coletas y un vestido lleno de volantes.

Brooke miró a Leo y vio que otra vez estaba mirando para otro lado. Le siguió la mirada y descubrió que el objeto de su atención era Nola, o más concretamente su trasero enfundado en la falda de tubo. Se prometió a sí misma amenazar a Nola con la deportación, o algo peor, si se le ocurría acercarse al representante de Julian.

Leo carraspeó un poco y bebió un trago de whisky.

—La chica ya ha actuado y era bastante buena; nada del otro jueves, pero cantaba decentemente. Creo que…

Lo interrumpió el sonido de unas voces que empezaban a armonizar. No había exactamente un escenario, sino una zona despejada delante del piano, donde cuatro afroamericanos de pie, todos ellos de poco más de veinte años, se inclinaban delante de un micrófono central. Por un momento, sonaron como un buen grupo universitario de cantantes
a capella
; pero entonces, tres de los músicos dieron un paso atrás y dejaron que el solista cantara sobre su infancia en Haití. El público hizo gestos de asentimiento y comentarios de admiración.

—Hola, nena. —Julian había rodeado al grupo para ponerse detrás de ella. Le besó la nuca y Brooke estuvo a punto de gemir en voz alta. Julian llevaba puesto su uniforme, intacto después de tantos años: camiseta blanca, Levi's y gorro de lana. No podía haber una vestimenta menos excepcional; sin embargo, para Brooke, era lo más sexy del mundo. El gorro era la firma de Julian, lo más parecido que tenía a un «estilo», pero sólo ella sabía que había algo más. El año anterior, se había quedado desolado al descubrirse en la coronilla la calva más diminuta de toda la historia de la pérdida del cabello. Brooke intentó convencerlo de que apenas se notaba, pero él se negó a escucharla. A decir verdad, era probable que la pequeña calva se hubiera extendido un poquito desde la primera vez que él se la había señalado, pero ella jamás lo habría admitido.

Nadie que viera los opulentos rizos oscuros que asomaban bajo el gorro habría imaginado lo que Julian intentaba disimular debajo, y para Brooke, eso no hacía más que aumentar su atractivo, al volverlo más vulnerable y humano. Se alegraba secretamente de ser la única que lo veía alguna vez sin el gorro, cuando él se lo quitaba en la seguridad del hogar y sacudía los rizos delante de ella. Si alguien le hubiera dicho unos años antes que la incipiente calvicie de su marido de treinta y dos años iba a ser para ella uno de sus rasgos más atractivos, se habría muerto de risa, pero así era.

—¿Cómo te sientes? ¿Estás nervioso? —preguntó Brooke, buscando en su cara una pista para saber cómo estaba sobrellevando la noche. Había pasado toda la semana hecho una piltrafa (casi no había comido, no había dormido nada y hasta había vomitado esa misma tarde), pero cuando Brooke intentaba hablar con él, lo único que hacía era «entortugarse». Habría querido acompañarlo hasta allí aquella noche, pero él había insistido en que fuera a cenar con Nola. Le había dicho que tenía que hablar un par de cosas con Leo, llegar pronto y asegurarse de que todo estuviera en orden. Las cosas habían debido de ir bien, porque parecía un poco más relajado.

—Estoy preparado —respondió, asintiendo con determinación—. Me siento bien.

Brooke le dio un beso en la mejilla, sabiendo que se estaría muriendo de nervios, pero ella estaba orgullosa de él por mantener el tipo.

—Estás guapísimo y se ve que estás preparado. ¡Vas a estar fantástico esta noche!

—¿Te parece?

Cuando se bebió el agua con gas, Brooke advirtió que tenía los nudillos blancos. Sabía que habría dado cualquier cosa por beber algo más fuerte, pero nunca bebía antes de las actuaciones.

—No «me parece». Estoy segura. Cuando te sientas al piano, no piensas más que en la música. Lo de esta noche no es diferente de las actuaciones en el Nick's. El público siempre te adora, cariño. Recuérdalo. Sé como eres siempre y aquí también te adorarán.

—Escucha a tu mujer —dijo Leo, volviendo de una breve charla con un grupo de gente que había detrás—. Olvida dónde estás y por qué has venido y haz lo de siempre. ¿Entendido?

Julian asintió con la cabeza, mientras movía nerviosamente un pie.

—Entendido.

Leo se dispuso a llevárselo al fondo del local.

—Vamos a prepararte.

Brooke se puso de puntillas y le dio a Julian un beso en los labios. Le apretó la mano y le dijo:

—Estaré aquí todo el tiempo, pero olvídate de nosotros. Tú sólo cierra los ojos y pon todo tu corazón en la música.

Él la miró con ojos agradecidos, pero no consiguió decirle nada. Leo se lo llevó y, antes de que Brooke pudiera acabarse el vino, uno de los tipos de prensa y publicidad anunció a Julian por el micrófono.

Brooke miró otra vez a su alrededor en busca de Nola y la divisó hablando con un grupo de gente junto a la barra. ¡Aquella chica conocía a todo el mundo! Feliz de que Trent estuviera a su lado, Brooke se dejó conducir hasta un pequeño espacio libre en un sofá, donde él le indicó que tomara asiento. Se instaló en un extremo del sofá de terciopelo y, con cierto nerviosismo, se recogió la melena en un nudo. Después se puso a buscar una goma en el bolso, pero no encontró ninguna.

—Espera —dijo la guapa chica asiática a la que Leo había guiñado el ojo un momento antes. La chica se quitó una goma marrón de la muñeca y se la dio a Brooke—. Toma ésta. Tengo muchísimas.

Brooke titubeó un minuto, pero la chica le sonrió.

—Cógela, de verdad. No hay nada peor que tener el pelo en la cara y no poder quitárselo. Aunque si yo tuviera un pelo como el tuyo, no me lo recogería nunca.

—Gracias —dijo Brooke, que aceptó la goma y la usó de inmediato para sujetarse la coleta. Iba a decir algo más, quizá algún comentario jocoso dirigido contra sí misma, acerca de lo poco que le deseaba a nadie la desgracia de ser pelirroja, pero justo en ese momento Julian se sentó al piano y ella pudo oír su voz, un poco vacilante, agradeciendo a todos su presencia.

La chica asiática bebió un trago del botellín de cerveza que tenía en la mano y preguntó:

—¿Lo has oído cantar alguna vez?

Brooke sólo pudo asentir con la cabeza, mientras rezaba para que la chica dejara de hablar. No quería perderse ni un segundo de la actuación, y lo que más le preocupaba era saber si los demás notarían el ligero titubeo en la voz de Julian.

—Porque si todavía no lo has hecho, te vas a quedar con la boca abierta. Es el cantante más sexy que he visto en mi vida.

Ese comentario llamó la atención de Brooke.

—¿Perdona? —preguntó, volviéndose hacia la chica.

—Julian Alter —dijo su interlocutora, señalando el piano con un gesto—. Lo he oído un par de veces en diferentes locales de la ciudad (tiene varias actuaciones fijas), y te aseguro que es increíblemente bueno. Hace que John Mayer parezca un aficionado.

Julian había empezado a tocar
Por lo perdido
, un tema lleno de sentimiento sobre un niño que ha perdido a su hermano mayor, y Brooke sintió que Trent la miraba. Él era probablemente la única persona en la sala, aparte de ella misma, que conocía la historia que había detrás de esa canción. Julian era hijo único, pero Brooke sabía que pensaba a menudo en un hermano fallecido a consecuencia del síndrome de muerte súbita antes de que él naciera. Los Alter nunca hablaban de James; pero Julian había pasado por una fase durante la cual se preguntaba, a veces de forma obsesiva, cómo habría sido James si hubiera vivido, y cómo habría cambiado su vida si hubiera tenido un hermano mayor.

Sus manos se movían por el teclado, desgranando las primeras notas evocadoras, que al final evolucionarían en un poderoso
crescendo
, pero Brooke no podía desviar la atención de la chica que tenía al lado. Hubiese querido darle un abrazo y un bofetón, todo al mismo tiempo. Le resultaba desconcertante que una chica tan atractiva proclamara lo sexy que era Julian (por mucho tiempo que llevaran juntos, no se acostumbraba a ese aspecto de su trabajo), pero era muy poco corriente oír una opinión totalmente sincera, expresada sin el filtro de la cortesía.

—¿En serio lo crees? —preguntó Brooke, que de pronto deseó desesperadamente que la chica asiática se lo confirmara.

—¡Claro que sí! Intenté convencer a mi jefe por lo menos una docena de veces, pero Sony lo fichó primero.

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