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Authors: Craig Russell

Tags: #Intriga, #Policíaco

La venganza de la valquiria (24 page)

BOOK: La venganza de la valquiria
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—¿Ninguna disputa o cuenta pendiente que usted conozca?

—Nada para incitar a alguien a hacerle esto a Jake. —Sarah Westland se detuvo unos instantes, con los ojos vidriosos.

—Usted habló con él por teléfono la noche del concierto. ¿No le contó nada fuera de lo normal? ¿Algo que le hubiera pasado, alguien que lo hubiese dejado preocupado?

—No, solo hablamos del concierto. De los niños. De algunas cosas que teníamos que organizar a su regreso.

Sarah Westland había respondido con franqueza, pero parecía haber algo más en su expresión. Fabel decidió volver a abordar más tarde aquella llamada.

—¿Qué sabe de la organización a la que el señor Westland prestaba su apoyo? Sabinas Sin Fronteras.

—Jake estaba comprometido con muchas organizaciones benéficas, señor Fabel. Yo le ayudaba a gestionar las donaciones y demás. Abarcaban un amplio abanico de problemas, pero él se sentía especialmente cercano a tres de ellas: una organización británica para las víctimas de ataques sexuales, otra que atendía a los hijos de las mujeres violadas en Bosnia y, desde luego, trabajaba estrechamente con las responsables de Sabinas aquí en Hamburgo.

—¿Petra Meissner? —preguntó Fabel.

Sarah Westland lo miró con hastío.

—Sí, Petra Meissner. Trabajaban estrechamente. Tanto que la prensa inglesa empezó a especular sobre una relación entre ambos, lo cual, supongo, es el motivo de que haya sacado usted su nombre a colación. No soy ninguna ingenua, señor Fabel. Sé muy bien que hubo otras mujeres, que Jake tenía aventuras. Pero eran… —buscó la palabra exacta—… insignificantes. A pesar de su fama de mujeriego, Jake nunca entendió realmente a las mujeres. Nunca me entendió a mí. Esto implicaba que sus relaciones eran bastante sencillas: nos clasificaba según ciertas categorías y Petra Meissner caía en la de relación de trabajo, sin más. Jake nunca habría tonteado con una persona relacionada con algo tan importante para él. Y era importante de verdad: si vino aquí fue por Sabinas Sin Fronteras y nada más. Toda su gira alemana fue organizada con el fin de costear este concierto de Hamburgo.

—¿Y cómo se explica? Quiero decir, ¿por qué era algo tan importante para el señor Westland?

—¿Ustedes tienen leyes que regulen el derecho de los niños adoptados a conocer su origen biológico?

—Sí. —Fabel frunció el ceño, desconcertado por el brusco cambio de tercio—. Sí. Los hijos adoptados tienen ese derecho.

—En Gran Bretaña es diferente. Solo adquieres ese derecho al llegar a la mayoría de edad, o sea, a los dieciséis años. ¿Sabía que Jake era adoptado?

—Sí, lo sabía.

—Mantenía una relación muy estrecha con sus padres adoptivos, sobre todo con su madre. Jake sentía que habría sido casi como insultarlos ponerse a buscar a sus padres biológicos, así que se abstuvo. Hasta que murieron. Su madre falleció hace tres años y Jake dedicó de repente tres meses de su vida a localizar a su madre biológica. Pero cuando lo consiguió, le dijeron que ella no deseaba verlo. Era una mujer de setenta años y vivía en Manchester. De origen galés. —Sarah Westland soltó una breve risotada—. Jake se quedó alucinado al descubrir que era medio galés. Siempre se había considerado inglés al cien por cien. En todo caso, aunque ella dejó bien claro que no quería saber nada de él, Jake insistió. Ella se negó a ponerse al teléfono y jamás respondió a sus cartas. Él me dijo que lo entendía, que le constaba que a principios de los años cincuenta un hijo ilegítimo era un estigma terrible. Pero se moría de ganas de conocerla, así que fue a su casa sin más ni más y llamó a la puerta.

—¿Qué ocurrió?

—Ella le escupió. Esa mujer de clase media, de setenta años, elegantemente vestida, le escupió en la cara. Luego le cerró la puerta en las narices. Recuerdo que me dijo que se quedó allí plantado, en aquel pulcro jardín de un barrio residencial, con la saliva resbalándole por la cara. Aquello le afectó mucho. Contrató a un detective privado. Cuando el detective le pasó su informe, Jake se quedó destrozado. Él se había hecho toda una fantasía, ¿entiende? Que había sido concebido a raíz de un acto de amor prohibido en una época cruel y despiadada. Tenía razón en lo de la época era cruel y despiadada, pero resultó que había sido concebido a causa de una violación. Su madre biológica había sido atacada en un parque por un desconocido. Era solo una adolescente. La policía nunca atrapó al agresor y, no nos engañemos, en esa época la víctima de una violación era tan sospechosa como el violador. Como el aborto estaba descartado, tuvo que sobrellevar todo el embarazo y entregar a Jake en cuanto nació.

—¿Así que no llegó a hablar con su madre biológica?

—No.

—¿Por eso prestaba tanto apoyo a las organizaciones contra la violación?

—Jake nunca lo superó. De entrada, la idea de que su madre lo hubiera rechazado de un modo absoluto e irreconciliable le enloquecía. Luego, cuanto más pensaba en ello, más le obsesionaba la idea de que al menos la mitad de su ADN fuera de un pervertido violador. Comprendió que ella le había escupido porque no había visto allí a su hijo, sino al hijo del pervertido que la había violado. Entonces empezó a identificarse con todos esos niños bosnios no deseados que fueron el producto de una violación. Y con las víctimas de la violación. Jake parecía sentirse vinculado a ellos. A mí siempre me daba la sensación de que identificaba a cada víctima con su madre biológica.

—Ya veo.

—Era un asunto que la prensa nunca logró destapar. Aunque tampoco es que pusiera tanto interés como antes…

Se vieron interrumpidos por unos golpes en la puerta. Martina Schilmann abrió desde fuera para dar paso a una camarera de uniforme, que fue a dejar en la mesita una bandeja con una cafetera y dos tazas.

—¿Qué hay de las inversiones de su marido? —dijo Fabel cuando la camarera se hubo retirado. Sirvió una taza de café para Sarah Westland y otra para él—. Parece que les sacaba mucho partido y que tenía algunas aquí, según creo.

—Sí, unas cuantas. Especialmente en Hamburgo. Jake era curioso en este sentido. Veía cosas, en la gente y en los lugares, que los demás no veían. Supongo que por eso eran tan rentables sus inversiones.

—¿Y por qué especialmente en Hamburgo?

Sarah Westland soltó una risa seca.

—Como estaba en el mundo de la música, Hamburgo venía a ser la Meca para Jake, por los Beatles y toda esa historia. Pero recuerdo que había venido aquí de negocios. En un viaje de reconocimiento, supongo. Decía que Hamburgo era el lugar donde había que invertir, que los hamburgueses y las hamburguesas (¿se dice así?) eran empresarios natos, gente dotada para los negocios. Y no paraba de hablar de la liga no sé cuántos…

—¿La Liga Hanseática?

—Sí. Decía que ustedes aún conservaban el tino comercial de esa época. Todo estaba relacionado con Extremo Oriente, según él. Con China e India. Decía que Hamburgo iba a convertirse en el gran socio comercial europeo de Oriente. ¿Es cierto lo que decía sobre ustedes?

—Bastante. —Fabel sonrió—. Hay un chiste que dice que el negociante medio alemán vendería a su madre, pero que un político de Hamburgo lo haría además sin gastos de envío.

—Hum… —Sarah Westland no pareció verle la gracia. Quizá no era momento para chistes, por otro lado.

—¿Puede conseguirme los detalles de las inversiones de su marido? —dijo Fabel—. ¿Podría enviármelos al Präsidium de policía? O haré que pasen a buscarlos.

—Puedo encargarlo. Pero gran parte de la información habrá que enviársela desde Inglaterra. Tardará un día o dos.

—Gracias por atenderme, señora Westland.

Fabel se puso de pie. Ella lo acompañó a la puerta y, mientras le daba la mano, observó su expresión.

—¿Quería preguntarme algo más?

—Es solo un detalle sobre la noche en que el señor Westland murió. Cuando le he preguntado si le dijo algo fuera de lo normal durante la conversación por teléfono que mantuvieron, usted me ha dicho que no. Pero no parecía muy convencida.

—No hubo nada fuera de lo normal —respondió ella—. Al menos en lo que dijo, en lo que hablamos. Solo que… parecía distraído. Distante. Le pregunté si pasaba algo y me dijo que estaba cansado.

—Eso explicaría que se hubiese negado a asistir a la fiesta prevista para después del concierto.

—Jake tal vez no me entendió nunca, pero yo sí lo entendía a él a la perfección. Nunca estaba demasiado cansado para una juerga. Yo conocía bien sus humores, pero aquel en concreto no supe dónde situarlo. Me inquietó.

»Una cosa más —añadió Sarah Westland cuando Fabel ya se iba—. Sé lo que piensa la gente, lo que dicen los periódicos sobre los motivos de Jake para estar en la Reeperbahn y sobre cómo encontró la muerte. No era ningún santo y, como le he dicho, no me hago ilusiones sobre su fidelidad. Pero estoy segura de una cosa. Jake no fue allí en busca de sexo. Fue por otro motivo. Para reunirse con alguien. Estoy convencida.

2

V
an a deportarme? —preguntó Vestergaard con una gélida sonrisa cuando Fabel se detuvo en la parada de taxis, frente a la terminal del aeropuerto Fuhlsbüttel de Hamburgo. Un agente uniformado de la policía federal se acercó con paso decidido al coche, pero Fabel lo detuvo en seco mostrando su placa oval de bronce de la policía criminal a través de la ventanilla.

—No, Karin. Es el vuelo de llegada lo que nos interesa ahora, no el vuelo de salida —dijo Fabel—. Quiero que reconstruyamos los pasos de Jespersen con la información que tenemos. Usted es danesa, como Jespersen, y nunca había venido a Hamburgo. Le he pedido que me acompañe para que me indique todo lo que se me podría pasar por alto. Muy bien, Jespersen baja del avión. Mientras recorre el pasillo de llegadas, hace dos llamadas. Una a su adjunto… —Fabel chasqueó los dedos con impaciencia ante su desmemoria.

—Harald Tolstrup —apuntó Vestergaard.

—Harald Tolstrup… quien le comunica que ya tiene reservado su hotel.

—También le dijo a Jens que yo deseaba hablar con él cuanto antes.

—¿Por qué?

—Muy sencillo. Quería saber qué demonios tramaba y asegurarme de que me mantenía informada de todos sus movimientos. Sabía de antemano que no iba a hacerlo, pero yo debía intentar sujetarlo con algún tipo de correa.

—De acuerdo. Luego me llama al Präsidium, pero yo estoy en una reunión y deja su número. Sale de la terminal y toma un taxi hacia la ciudad. No hemos localizado al taxista que lo llevó, pero dada la hora de llegada del vuelo y la hora en la que se registró en el hotel, puede afirmarse con bastante seguridad que se desplazó directamente hasta allí sin hacer ninguna parada. —Fabel volvió a encender el motor y se puso otra vez en marcha, de vuelta a la ciudad—. Imagínese que está en un taxi. Usted es Jespersen. Tiene la información o más bien el rumor que se le escapó a Vujačić hace seis años de que hay una asesina a sueldo radicada en Hamburgo. Tiene el nombre de un detective alemán anotado en su bloc: el mío. También cuenta con otros retazos de información, como el nombre «Olaf», aunque por ahora solo podemos especular acerca de su importancia. También hay una serie de datos dispersos sobre la Stasi de Alemania del Este y especialmente sobre un oficial… ¿Cómo era el nombre?

—Drescher. Y Jens había estado investigando sobre Gennady Frolov, el ruso.

—Muy bien. Así que usted ha llegado a Hamburgo. ¿Qué hace ahora?

—Bueno, sé a dónde voy. Tengo una reserva en un hotel y le he dado al taxista la dirección.

—Sí —dijo Fabel enfáticamente—. Sabe a dónde va, cierto. Pero se lo acaba de confirmar Tolstrup por teléfono.

—O sea que quien va a matarme esa noche no sabe aún dónde me alojo.

—Exacto. Lo siguieron. Alguien lo siguió desde el aeropuerto. —Fabel pulsó el botón del teléfono manos libres del coche. Respondió Werner Meyer—. Werner, que alguien contacte con el jefe de seguridad de Fuhlsbüttel. A ver si consigues la grabación de la cámara de seguridad de la parada de taxis que hay frente al vestíbulo de llegadas, desde media hora antes hasta media hora después de que Jens Jespersen llegara. Utiliza el registro de llamadas para comprobar a qué hora intentó hablar conmigo en la brigada de homicidios. Con eso precisaremos el momento en que abandonó el aeropuerto.

—De acuerdo,
Chef
—dijo Werner—. ¿Qué buscamos?

—A Jespersen subiéndose a un taxi. Quiero el número de matrícula para localizar al taxista; pero todavía me interesa más detectar cualquier indicio de que alguien saliera tras él.

—Me pongo a ello,
Chef
. ¿Qué le digo a la dama de hielo nórdica si se presenta y pregunta por usted?

—Está sentada justo a mi lado, idiota —dijo Fabel—. Y tengo el altavoz puesto. Date por afortunado de que no hable alemán.

Werner se echó a reír al otro lado de la línea.

—No importa en qué idioma hable. Las mujeres nunca me entienden. Voy a ocuparme de esa cámara de seguridad. ¿Cuándo vuelven?

—Dame un par de horas. Después del almuerzo.

Fabel miró a Vestergaard para ver si había algún indicio de que hubiera captado la burla de Werner. Ninguno.

—Bueno —dijo—. Sigamos con Jespersen. ¿Adónde va ahora?

Ella frunció el ceño.

—A algún sitio donde pueda sacar información de la Stasi.

—No es la ciudad indicada. Berlín habría sido la mejor elección para eso: la comisión federal que se ocupa de los archivos y la información sobre la Stasi tiene su sede central allí. Hay oficinas en otras ciudades, pero todas de Alemania del Este. ¿Tenía planes de viajar a otra parte?

—No que yo sepa.

—Lo cual no quiere decir que no pensara hacer una escapada a Berlín. Hay una conexión de alta velocidad desde Hamburgo. Habría podido ir y volver en un solo día.

Fabel siguió conduciendo por la ciudad y se detuvo finalmente frente al hotel de Vestergaard en Alter Wall.

—Muy bien —dijo—. Jespersen también se alojó aquí. Se registró en el hotel y salió. ¿Por qué?

—Para pasar el rato. Para ver la ciudad quizá.

—O para encontrarse con alguien de quien no sabemos nada.

—Puede. O simplemente estaba buscando un sitio donde almorzar. Era muy regular en sus hábitos alimentarios.

—Supongamos que sale a almorzar. Lugares cercanos donde comer… —Fabel reflexionó y meneó la cabeza—. En el centro de Hamburgo hay centenares. Si hubiese algún modo de estrechar el círculo…

—¿Tan importante es saber dónde comió?

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