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Authors: Alfredo Bryce Echenique

Tags: #Relato, #Humor

La vida exagerada de Martín Romaña (46 page)

BOOK: La vida exagerada de Martín Romaña
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—Zapatero a tus zapatos —dije, para que se sintiese más cómodo.

—Eso ya no se lo cree ni Heidegger, viejo. Hasta la filosofía se ha ido a la mierda con esta primavera de autostopistas. ¿Has visto a Sartre? Anda como loco porque lo acepten de gochista; el tipo va a terminar tocando la puerta de una comisaría, a ver si lo meten preso, aunque sea un ratito, para que después lo saquen en póster como a Mao Tse-tung, que dicho sea de paso en su juventud escribió uno que otro buen poema… Se acabó la filosofía, Martín, y no porque no se hubiese acabado antes, sino porque atrévete a decirle a alguien en la calle que te interesa y te tiran al Sena. En fin, a partir de hoy, considérame un desempleado más. Yo me voy pa' Pigalle y no vuelvo más. Sí, hay que escoger entre eso o un saco de fumar bien acolchado por dentro y con solapas de seda y una pipa, por fuera, al pie de una chimenea, viendo para siempre nevar en los Alpes, hasta que haya nevado del todo en mis sienes plateadas. Esta última imagen, con tu perdón, porque quince años de estudios de griego, latín, alemán, francés, inglés e italiano, y otros tantos de historia, más
demasiados
de filosofía, en opinión de mi
ex
esposa, por supuesto, no logran borrar el huachafo profundo que todos los peruanos arrastramos en el alma. Grotescos en la risa, ridículos en las lágrimas, y generalmente maravillosos y más que sublimes un solo instante en toda nuestra vida… No me preguntes cuál, porque no lo sé, y no lo sé porque se trata precisamente del único instante de nuestra vida que pasa siempre completamente desapercibido, salvo honrosísimas excepciones, como la de aquel gol peruano que Navarrete le metió al Brasil, en el sudamericano del 53. Por lo demás, nada, mi querido Martín, nada para los peruanos o más bien sólo aquel proverbio salmantino: Lo que natura no da, Salamanca no lo presta, aunque la verdad es que uno no se puede fiar ni siquiera de eso. Fíjate que hace poco estuve en Salamanca, y a la entrada del moderno y flamante puente sobre el Tormes había un letrerito que decía:

CAMIONES DE MAS DE 20 TONELADAS

POR EL PUENTE ROMANO

—Perdona estas consideraciones tan depresivas, Martín, pero la verdad es que me muero de hambre.

—Servido, caballero, y cuidado porque están un poco calientes.

—Una servilleta, por favor.

—Voy a traerlas del wáter; son las únicas que tengo, pero te juro que no sacan ronchas.

—Soy yo el que te va a sacar ronchas con mi depresión y con mis manías de mierda. Perdóname, por favor, Martín.

Lo imperdonable de aquella tarde fue lo de madame Labru. Vieja monstruosa, ya la había notado yo demasiado sonriente, aunque jamás creí que su temor a dos inquilinos extranjeros, en mayo del 68, la llevaría hasta revivir una vieja e incumplida promesa. Pero, en efecto, el miedo a lo que decía la radio le hizo pensar que había llegado el momento de sobornarnos con el somier nuevo que nos prometió cuando alquilamos el departamento. Abrió la puerta como si fuera la de su casa, saludó respetuosamente a Carlos Salaverry, y me anunció que estaban subiendo toda una cama nueva, colchón incluido. Y de paso, muy cortés, me preguntó por madame Romaña. Casi le digo que madame Romaña detestaba que la llamaran madame Romaña porque era feminista, además de marxista-leninista, y que firmaba todo con su nombre de soltera, menos la cuenta bancaria, por supuesto. Bueno, una cosa es ser feminista y otra cosa es ser idiota. Y casi le digo también, aprovechando su terror, que madame Inés andaba cumpliendo con su deber de revolucionaria. No fue fácil callarse, pero la imaginación aún no había tomado el poder y a lo mejor no lo tomaba nunca, y mi experiencia de ex miembro de un grupo militante me había enseñado que no hay que ceder a las tentaciones, porque si esta hija de puta gana el match, mi pobre ex va a parar en chirona o sabe Dios dónde, aparte de que no se ha hablado de divorcio todavía, y también yo, en mi calidad de cónyuge, puedo terminar pagando el pato, cuando lo único que he hecho en todo mayo del 68 es comprometerme a alimentar a Carlos Salaverry, en vez de enseñarle que las manos de un intelectual mediotíntico no sólo sirven para romper platos.

Púchica que me estaba dando un colerón espantoso. Se me va Inés, y justo el día en que se me va Inés viene la hija de puta esta a llevarse nuestra hondonada, mi único recuerdo, el tierno lugar al que llegábamos siempre, sí, siempre, aun en aquellos últimos días en los que, orgullosamente, pero en mi caso era puro truco porque bien que sabía del resbaloncito posterior, cada uno se acostaba en el extremo más extremo y más opuesto, hasta equilibrio terminábamos haciendo sobre los lejanísimos bordes de la cama. Mas luego, con las horas y el sueño, empezaba el resbaloncito, y allá en el fondo yo volvía a sentir los muslos, los senos, las nalgas de Inés, y empezaba el más delicioso acomodo, para mí en todo caso, aunque modestia aparte, también algo de sabroso tenía que encontrar ella allá abajo, porque enseguida venía el más delicioso desacomodo rítmico, fruto del acomodo previo, fruto este a su vez del haberse ido resbalando cada uno desde el extremo más opuesto, y ya de ahí, de ahí de nuestra hondonada, no nos sacaba nadie sino Karl Marx, pero eso a la mañana siguiente, pues es justo reconocer que el viejo aguafiestas, o se fue apiadando poco a poco de mí, o tenía algo de
voyeur
, pero en todo caso en la oscuridad se estaba siempre quietecito, y sólo se acercaba a joder, joder en el sentido de arruinarnos la vida, con la llegada del día.

Ni hablar pues de que se llevaran mi hondonada, y ni hablar tampoco de explicarle al monstruo por qué a mí nadie me quita lo que es mío, mío, mío. Mire, señora, le dije, ya no necesitamos una cama nueva porque mi esposa se ha acostumbrado a ésta; tiene incluso una pequeña lesión en la columna y el médico le ha aconsejado un somier así, medio desfondado.

—Eso no puede ser verdad, señor Romaña; un médico jamás puede aconsejar semejante cosa, ya que la otra persona puede terminar también con una lesión en la columna. En este caso, usted. Se recomienda en todo caso una cama más blanda, y precisamente la que yo les he comprado es muy blanda.

—Hija de puta —dije, bajito, y aprovechando que el monstruo no entendía ni papa de castellano. Miré a Carlos, pero éste se cagaba en cualquier idea de solidaridad conmigo, y seguía dándole a los tallarines, en vez de ayudarme. Bueno, qué sabía el pobre de la hondonada, es cierto.

—¡El noticiero de las cinco! —gritó de pronto el monstruo, mirando su reloj—. ¡Ya vengo, ya vengo, bajo a escucharlo y subo!

También yo encendí la radio y empecé a escuchar, mientras dos tipos que Inés habría odiado por estar trabajando en esos días, aparecieron con la cama nueva. La toqué, no bien la pusieron en el suelo, y traté de hundir mi mano con fuerza en el nuevo somier: ni la más remota esperanza de una hondonada, en años. Ah, pero no era blanda, qué va, era el somier más duro del mundo, y el más barato; barato, duro y sin hondonada. Ni hablar, madame Labru no me la hace esta vez. Pero la radio me jugó una mala pasada, maldito informativo de las cinco: una buena noticia patronal y una triste noticia sindical hicieron que el monstruo reapareciera jadeante con la subidita, y dispuesta a exigirme, con el otro tono ahora, que me quedara con la cama nueva, qué me creía yo, ella no había gastado su dinero por gusto, esa cama era suya y la otra ya estaba entregada en parte de pago.

—De acuerdo —dije, tras haber comprendido muy bien que se habían alterado las relaciones de fuerzas—. ¿Cuánto cuesta la cama vieja? Yo se la compro a estos señores.

—Haga usted lo que quiera, si ellos aceptan, pero que conste que yo no voy a guardar la nueva en mi departamento. No hay sitio.

—Aquí tampoco hay sitio —subí el tono de voz, mirándola con odio—, pero yo sí la voy a guardar. Me quedo con las dos camas y así estos señores no tendrán que cargar más en un día en que nadie trabaja en París.

—No te metas en asuntos ajenos, Martín —intervino inesperadamente Carlos—; tal vez los señores no pertenecen a ningún sindicato, o tal vez desean simple y llanamente mantener abierta su tienda.

Juré que no volvería a cocinarle tallarines ni nada, en el resto de mis días, por mí que se muera de hambre el tipo. Pero la vida es así y uno es así y Carlos Salaverry era así, un perfecto anfitrión, le era imposible no tratar bien a unos señores que se habían molestado en subir la cama hasta el noveno piso. Total que no bien vi que había terminado su plato, le dije que quedaban más tallarines en la olla, puedo calentártelos, si quieres, Carlos.

—Mil gracias, Martín, pero en realidad lo que necesitamos es cambiar de servilletas, porque la verdad es que…

No juré nada más, por las razones ya expuestas, e incluso terminé dándole las gracias, al cabo de un rato, porque en efecto su frase de perfecto anfitrión, de hombre incapaz hasta de llevar a alguien en su auto por temor a no compartir las mismas ideas, les cayó muy bien a los tipos que trajeron la cama nueva. Sonrientes y amables me vendieron mi vieja cama por un precio más bajo que el que ellos le habían ofrecido al monstruo, al aceptarla en parte de pago, en vista de que ahora podían deducir los gastos de transporte del monto total. Y fue así como me quedé con ambas camas, como puse la nueva en la terraza y acto seguido casi me mata el monstruo porque le podía llover encima, y como acepté serenamente dejar mi hondonada en la terraza, bien protegida, eso sí, porque la verdad es que dormir en ella sin Inés era más o menos como esa que contaba mi padre, la del avaro que todos los domingos llevaba a sus hijos a ver tomar helados. Además, Carlos Salaverry iba a dormir en casa, y una cama nueva y realmente impecable era la única manera de que no se me enronchara también por ese motivo. Pobre Carlos, varias noches lo dejé solo mientras me batía con Sandra en su pocilga andina. Pero de todas maneras, aquella primera noche de nuestra mutua y compartida soltería, cumplí con acompañarlo al mundo de los bajos fondos, allá por Pigalle. Increíble, también ahí había cada latinoamericano…

YO ME VOY PA' PIGALLE Y NO VUELVO MÁS

Carlos Salaverry se enronchó con las tres botellas de vino que nos soplamos antes de partir. No fumaba, nunca bebía, pero ahora de lo que se trataba era de irse a la mierda lo más pronto posible, y la verdad es que lo estaba consiguiendo porque el trago se le había trepado muy rápidamente y unas mechas de pelo le caían sobre la frente, cosa increíble en un hombre tan pulcro y ordenado como él, mientras buscaba afanosamente las llaves del automóvil en todos sus bolsillos, diciéndome al mismo tiempo que con un poco de suerte el viejo de mierda y su manguera estarían aún en el jardincito de la esquina, ahí se las va a ver conmigo, viejo hijo de puta, le pego, carajo. Por fin encontró las llaves, arrancó el carro, no encontró al viejo en la esquina pero igual lo granputeó, y emprendió rumbo hacia los bajos fondos, deteniéndose cada vez que alguien le hacía la clásica seña del autostop, para luego acelerar a fondo en el instante en que la persona se nos acercaba. Traté de abrir la ventanilla, para refrescarlo un poco, pero muy cortésmente me pidió que la mantuviera cerrada hasta que nos alejáramos del Barrio Latino. Los gases lacrimógenos, me explicó, todo el barrio se llena de gases por la noche y ese tipo de roncha sí que es insoportable, aparte de que me quedo ciego. Bueno, ciego parecía estarlo ya por la forma en que manejaba, nos ve un policía y nos jodemos, pensaba yo, pero él como si nada, zigzagueando y preguntándome a cada rato si no se me había ocurrido traer una botella de vino para el camino, porque era realmente agradable estarse yendo a la mierda, mañana mismo me compro ropa como la tuya, Martín, con temo y corbata nadie se va a dar cuenta de que me estoy yendo al carajo, decídete, Martín, vete tú también a la mierda, qué esposa ni qué hijos ni qué ocho cuartos, nos educaron para ser virreyes de la India y mira cómo nos ha agarrado de golpe el futuro. Mi querido Martín, no bien se me acabe la gasolina me vuelvo autostopista en la zona de Pigalle, qué Barrio Latino ni mariconadas, eso está bien para juegos de estudiantitos, ¿te acuerdas de ese tango?…

Hoy un juramento,

mañana una traición,

mores de estudiante,

flores de un día son…

&hellip
; oño
ñoooy&hellip
; Nosotros ya estamos curtidos, hermanón, hay que escoger un buen barrio para irse a la mierda y te juro que anoche he detectado cosas allá por Pigalle, algo que me huele a verdadero bajo fondo, lugares con el alma sucia y las uñas inmaculadas, purgatorios que se cagan en el cielo y siguen igualitos toda la vida, porque no me vengas con que a Humphrey Bogart o a Robert Mitchum los puede afectar una primavera rebelde, a mí con cuentos… Las leyes del hampa, las de la verdadera hombría, las del coraje ante la adversidad, las del proxeneta y la puta, las del matón y un amigo flaco, ¿dónde están escritas esas leyes, Martín? Nadie, nadie las ha escrito, y sin embargo son las únicas que duran y perduran, las únicas que… Mira, Martín, allá hay un sitio abierto para comprar vino, baja y compra todas las botellas que puedas y pide del más barato para que nos haga más daño… Te tengo que mostrar un lugar que descubrí anoche, se llama Valparaíso, inenarrable, compadre, ahí no hay hijas ni esposas que valgan, perdona, Martín, no me refería a Inés, me refería a… Bueno, pero qué chucha, Inés también, hermanón, espérate a que lleguemos al Valparaíso, ¿vas a mear?, espérame que bajo yo también y te acompaño, ningún peruano mea solo, compadre, meemos ese árbol de mierda, carajo…

Compré todo el vino barato que pude, y por fin llegamos al inenarrable Valparaíso de Carlos. Ése es el sitio, me dijo, pidiéndome por favor que le estacionara el carro porque a él ya le resultaba imposible con tanto vino. La verdad es que a mí también me resultó casi imposible, nos habíamos tomado un par de botellas más y yo hacía años que no manejaba un automóvil. Bueno, Carlos, le pregunté, ¿y qué hay en el Valparaíso? Ya veremos, Martín, porque para serte sincero anoche sólo estuve aguaitando desde afuera, no, no creas que no me atreví a entrar, lo que pasa es que aún no había decidido irme a la mierda del todo, hay que inspeccionar el lugar antes, di mis vueltas y pasé varias veces por delante, hay putas, eso te lo garantizo, putas como en nuestra infame adolescencia, y hay gente con cara de no haberse enterado de que estamos en medio de una revolución, eso es lo fantástico, la vida sigue para ellos porque en el mundo de lo prohibido no te vas a estar preocupando por quítame esta paja, qué va, mira, Martín, te aseguro que entramos al Valparaíso y que al mismo tiempo estaremos saliendo de la historia, una sensación cojonuda, Martín, es como si se te hubieran subido delicioso los tragos, como fumar opio, hermanón, vamos, vamos, compadre, entremos, anímate, dos huevones que se están yendo a la mierda merecen respeto en cualquier parte del mundo, es sólo cuestión de pagar la cuenta aunque nos cobren diez veces más de lo debido… Me cago de miedo, Martín, ¿entramos? Entremos, le dije, porque yo también me estoy cagando de miedo de que salga alguien a preguntarnos qué mierda queremos, a quién buscamos, qué hacemos de mirones aquí, y por qué no entramos o no nos largamos de una vez por todas.

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