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Authors: David Eddings

Tags: #Fantástico

La vidente de Kell (22 page)

BOOK: La vidente de Kell
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—Sí, abuelo.

Garion se giró y volvió a donde Zakath lo esperaba con los caballos.

—Entraremos en segundo o tercer lugar —dijo Garion—. Según la tradición, los ganadores de los torneos anteriores luchan primero. De ese modo actuaremos con la debida modestia y mientras tanto tú podrás estudiar la forma de entrar a la palestra. —Miró a su alrededor—. Tendremos que entregar nuestras lanzas antes de que empiece el combate y entonces nos entregarán aquellas sin punta que están en ese armero. Yo me ocuparé de ellas en cuanto nos las entreguen.

—Eres un joven astuto, Garion. ¿Qué está haciendo Seda? Corre de un extremo al otro de las tribunas como un ratero en plena faena.

—En cuanto se enteró de lo que estábamos planeando, se fue a hacer unas apuestas.

Zakath soltó una carcajada.

—Ojalá lo hubiera sabido —dijo—. Le habría dado dinero para que apostara por mí.

—Luego habrías tenido dificultades para recuperarlo.

Su anfitrión, el barón Astellig, fue arrojado del caballo en el segundo pase.

—¿Estará bien? —preguntó Zakath, preocupado.

—Todavía se mueve —dijo Garion—. Es probable que se haya roto una pierna.

—Al menos no tendremos que luchar con él. Odio herir a los amigos. Aunque, por supuesto, no tengo muchos.

—Quizá tengas más de los que crees, Zakath.

Después del tercer pase de la primera cuadrilla, Zakath preguntó:

—¿Alguna vez has estudiado esgrima, Garion?

—Los alorns no usamos espadas livianas, Zakath. A excepción de los algarios.

—Ya lo sé, pero la teoría es similar. Si giras la muñeca o el codo en el último instante, puedes obligar a tu contrincante a desviar la lanza. Luego, cuando la lanza esté fuera de posición, afinas la puntería y le asestas un golpe en el escudo. Entonces estaría perdido, ¿no crees?

—Es muy poco ortodoxo —dijo Garion con tono dubitativo tras reflexionar unos instantes.

—La hechicería también lo es. ¿Crees que podría funcionar?

—Zakath, nos darán una lanza de cinco metros que pesa casi un kilo por metro. Habría que tener brazos de gorila para moverla con tanta rapidez.

—No lo creo. No es necesario moverla de delante atrás. Con un golpe bastará. ¿Puedo intentarlo?

—Ha sido idea tuya. Yo estaré aquí para recoger tus restos si no da resultado.

—Sabía que podía contar contigo —respondió Zakath con la voz cargada de un entusiasmo casi infantil.

—¡Oh, por todos los dioses! —murmuró Garion con desesperación.

—¿Te ocurre algo? —le preguntó Zakath.

—No, supongo que no. Adelante, si crees que debes hacerlo, inténtalo.

—¿Qué podría pasar? De todos modos no pueden hacerme daño, ¿verdad?

—No puedo asegurártelo. ¿Ves a aquel hombre? —añadió y señaló a un caballero que acababa de ser derribado y había caído de espaldas sobre el poste central de la palestra, entre trozos de armadura que saltaban en todas las direcciones.

—No está herido de gravedad, ¿verdad?

—Aún se mueve un poco, pero necesitará que un herrero lo saque de la armadura antes de que los médicos puedan ocuparse de él.

—Sigo creyendo que funcionará —dijo Zakath con obstinación.

—Si no fuera así, te prometo que te celebraremos un espléndido funeral. De acuerdo, ya es nuestro turno. Vayamos a buscar las lanzas.

Las lanzas tenían la punta cubierta con varias capas de lana de oveja sostenida firmemente con un trozo de lona. Sin embargo, Garion sabía que aquella bola acolchada de apariencia inofensiva podría arrojar a un hombre del caballo con terrible fuerza, pues no era el impacto de la lanza lo que producía fracturas de huesos, sino el contacto violento con el suelo. Cuando llegó el momento de hacer uso de su poder, Garion estaba un poco distraído y la mejor expresión que pudo hallar fue: «Que así sea».

Al principio, las cosas no salieron según sus planes. El primer contrincante cayó del caballo un metro antes de que la lanza de Garion pudiera alcanzarlo. Entonces el joven rey ajustó el aura de fuerza que rodeaba las lanzas. Luego Garion se sorprendió al descubrir que la técnica de Zakath resultaba infalible. Un simple e imperceptible giro de su antebrazo desviaba la lanza del contrincante, permitiendo que su propia lanza roma chocara directamente contra el escudo del caballero. El siguiente hombre voló por los aires, despedido a gran distancia de su caballo, y cayó en el suelo con el mismo estrépito que podría causar una herrería al derrumbarse. A continuación, ambos caballeros fueron retirados inconscientes del campo.

Fue un mal día para el orgullo de Perivor. Una vez que adquirieron experiencia con sus «perfeccionadas» armas, el rey de Riva y el emperador de Mallorea devastaron las filas de los caballeros, llenando los dispensarios de cuadrillas enteras de gimientes heridos. Fue mucho más que una simple derrota y pronto degeneró en una verdadera catástrofe. Por fin, a pesar de la característica impulsividad mimbrana, los caballeros de Perivor, cuando se dieron cuenta de que se encontraban ante un par de hombres invencibles, se reunieron a conferenciar y resolvieron rendirse.

—¡Qué pena! —dijo Zakath acongojado—. Justo cuando empezaba a divertirme.

Garion decidió hacer caso omiso de aquel comentario. Más tarde, cuando los dos se dirigían a la tribuna a ofrecer el tradicional saludo al rey, Naradas salió a su encuentro con una sonrisa hipócrita en los labios.

—Felicitaciones, caballeros —dijo—. Estáis dotados de gran destreza y extraordinaria habilidad. Merecéis los laureles del torneo. Supongo que habréis oído hablar del glorioso premio reservado a los campeones del torneo.

—No —dijo Garion con firmeza—, no sabemos nada al respecto.

—Habéis participado en el torneo para obtener el honor de enfrentaros a una importuna bestia que amenaza la paz de nuestro hermoso reino.

—¿Qué tipo de bestia? —preguntó Garion con desconfianza.

—Pues un dragón, por supuesto, caballero.

Capítulo 14

—¿Ha vuelto a engañarnos, ¿verdad? —gruñó Beldin después del torneo, cuando regresaban a sus aposentos—. Ojos Blancos comienza a ponerme nervioso. Creo que tomaré medidas al respecto.

—Harías demasiado ruido —dijo Belgarath—. La gente del lugar no es enteramente mimbrana. —Se volvió hacia Cyradis—. El uso de la hechicería produce cierto ruido —dijo.

—Sí —respondió ella—, lo sé.

—¿Tú puedes oírlo? —La vidente asintió en silencio—. ¿Y los demás dalasianos de la isla también?

—Sí, venerable Belgarath.

—¿Y qué hay de estos falsos mimbranos? Tienen sangre dalasiana. ¿Es probable que algunos también puedan oírlo?

—Así es.

—Abuelo —dijo Garion preocupado—, ¿eso significa que la mitad de los asistentes al torneo saben lo que hice con las lanzas?

—No. Con semejante multitud, no pueden haberte oído.

—No sabía que eso tuviera nada que ver.

—Por supuesto que sí.

—Bien —dijo Seda con firmeza—, yo no usaré hechicería y puedo aseguraros que no haré ningún ruido.

—Pero dejarás pruebas, Kheldar —señaló Sadi—, y puesto que somos los únicos extraños en el palacio, si encuentran a Naradas con una de tus dagas clavada en la espalda podrían empezar a hacer preguntas incómodas. ¿Por qué no me dejáis ocuparme de este asunto? Yo puedo hacer que todo parezca mucho más natural.

—Estás hablando de un asesinato a sangre fría, Sadi —lo acusó Durnik.

—Tu sensibilidad me conmueve, Durnik —respondió el eunuco—, pero Naradas ya nos ha engañado dos veces, y cada vez que lo hace, nos retrasa más. Tenemos que sacarlo del medio.

—Tiene razón, Durnik —señaló Belgarath.

—¿Zith? —le preguntó Velvet a Sadi.

—Nunca dejaría a su prole —respondió el eunuco sacudiendo la cabeza—, ni por el placer de morder a alguien. Sin embargo, conozco otros métodos igual de efectivos. Tal vez no sean tan rápidos, pero cumplirán su cometido.

—Zakath y yo aún tenemos que enfrentarnos con Zandramas —dijo Garion con tristeza—, y esta vez tendremos que hacerlo solos. Todo por ese estúpido torneo.

—No se trata de Zandramas —dijo Velvet—. Mientras vosotros os lucíais con vuestra brillante actuación, Ce'Nedra y yo conversamos con las jóvenes de la corte. Nos dijeron que esta temible bestia aparece de vez en cuando desde hace siglos, y las actividades de Zandramas comenzaron hace apenas una década, ¿verdad? Creo que el dragón contra el cual tendréis que luchar será el verdadero.

—No estoy tan segura, Liselle —replicó Polgara—. Zandramas puede asumir la forma de ese dragón cuantas veces quiera. Quizás el verdadero esté durmiendo en su madriguera, mientras Zandramas aterroriza a la población..., todo como parte del plan para obligarnos a luchar antes de llegar al lugar del encuentro.

—Sabré si es ella en cuanto vea al dragón —dijo Garion.

—¿Por qué? —preguntó Zakath.

—La primera vez que nos enfrentamos, le corté más de un metro de la cola. Si al dragón que encontremos le falta un trozo de cola, sabremos que es Zandramas.

—¿Es imprescindible que vayamos a la celebración de esta noche? —preguntó Beldin.

—Es lo que esperan de nosotros, tío —respondió tía Pol.

—Pero no tengo nada que ponerme, ¿sabes? —dijo con picardía, volviendo a usar la voz de Feldegast.

—Ya nos ocuparemos de eso —respondió ella con tono amenazador.

Los preparativos para la fiesta de aquella noche habían durado semanas enteras. Era el gran final del torneo e incluía bailes, en los que Zakath y Garion, todavía vestidos con armadura, no podían participar, un banquete, del que la prohibición de sacarse la visera les impedía disfrutar, y gran cantidad de floridos brindis por «los poderosos campeones que han traído gloria a nuestra remota isla con su sola presencia». Los nobles de la corte del rey Oldorin parecían competir entre sí para dedicar la alabanza más exagerada a Garion y Zakath.

—¿Cuánto tiempo durará esto? —le preguntó Zakath a Garion en un murmullo.

—Horas.

—Temía que dijeras algo así. Aquí vienen las damas.

Polgara, flanqueada por Ce'Nedra y Velvet, entró a la sala del trono como si fuera su dueña. Curiosamente —o tal vez no—, Cyradis no estaba con ellas. Polgara vestía una túnica de terciopelo azul con ribetes plateados y, como siempre que se vestía de aquel color, tenía un aspecto imponente. Ce'Nedra llevaba un vestido color crema, muy similar a su traje de novia, aunque sin las perlas que habían adornado aquél. Su espléndida cabellera cobriza caía sobre un hombro en una cascada de rizos. Velvet, por su parte, llevaba un vestido de raso color lavanda. Varios jóvenes caballeros de Perivor, aquellos que aún podían andar después del torneo, quedaron prendados de su belleza.

—Creo que ha llegado la hora de hacer unas enigmáticas presentaciones —le anunció Garion a Zakath en un murmullo.

Con la excusa de mantener el anonimato, las damas habían permanecido en sus aposentos desde su llegada. Garion se unió a ellas y las escoltó hasta el trono.

—Majestad —le dijo al rey Oldorin con una pequeña reverencia—, aunque, a causa de nuestra necesidad de discreción no podré revelaros sus lugares de origen, sería una descortesía por mi parte, tanto hacia vos como hacia las damas, no presentarlas. Por lo tanto, tengo el honor de presentaros a su excelencia la duquesa de Erat.

Era una revelación bastante prudente, pues en aquel confín del mundo nadie sabría donde estaba Erat.

Polgara hizo una elegante reverencia.

—Majestad —saludó con su voz modulada.

El rey se apresuró a incorporarse.

—Excelencia —respondió con una solemne reverencia—, vuestra presencia ilumina mi modesto palacio.

—Majestad —continuó Garion—, su Alteza la princesa Xera. —Ce'Nedra lo miró fijamente—. Tu verdadero nombre es demasiado conocido —le dijo en un murmullo.

Ce'Nedra recuperó la compostura de inmediato.

—Majestad —dijo con una reverencia tan elegante como la de Polgara.

Después de todo, una joven educada en un palacio tenía que haber aprendido algo.

—Alteza —respondió el rey—. Vuestra belleza me deja sin habla.

—¿No es encantador? —murmuró Ce'Nedra.

—Y por fin, Majestad —concluyó Garion—, la margravina de Turia —dijo inventándose el nombre en ese mismo momento.

—Majestad —saludó Velvet con una pequeña reverencia, y cuando se incorporó su sonrisa marcaba claramente los dos hoyuelos de su rostro.

—Mi señora —balbuceó el rey con otra reverencia—, vuestra sonrisa ha paralizado mi corazón. —Luego miró alrededor con cierta perplejidad—. Creo recordar que había otra dama entre vuestros acompañantes, caballero —le dijo a Garion.

—Una pobre joven ciega, Majestad —intervino Polgara—, que se ha unido a nosotros desde hace muy poco. Mucho me temo que una persona acostumbrada a vivir en perpetua oscuridad no podría disfrutar de los entretenimientos de la corte. Ella está bajo la protección de un hombre corpulento de nuestro grupo, un fiel criado de la familia que la ha guiado y protegido desde el triste momento en que la luz del día abandonó para siempre sus ojos.

Dos grandes lágrimas de compasión se deslizaron por las mejillas del rey. No cabía duda que los arendianos, incluso aquellos que habían emigrado a otras tierras, eran muy sentimentales.

En ese momento llegaron los demás compañeros de Garion y el joven se alegró de que la visera del casco ocultara su sonrisa. La cara de Beldin tenía un aspecto más lúgubre que una nube de tormenta. Se había lavado y peinado la barba y el pelo, y llevaba una túnica azul similar a la blanca de Belgarath. Garion prosiguió con presentaciones tan falsas como las anteriores.

—Y éste, Majestad —concluyó— es el maestro Feldegast, un bufón de gran talento cuyas curiosas bromas alivian el cansancio de nuestros largos viajes.

Beldin lo miró con una mueca de disgusto y luego saludó al rey con una reverencia.

—Ah, Majestad. Me siento abrumado por el esplendor de vuestra ciudad y por vuestro magnífico palacio. No tienen nada que envidiar a Tol Honeth, Mal Zeth e incluso Melcena, donde he estado en el transcurso de mis viajes, demostrando mis asombrosos talentos.

—Maestro Feldegast —dijo el rey con una amplia sonrisa—, en un mundo tan lleno de dolor, los hombres como vos son pocos y preciados.

—Ah, ¿no es maravilloso que lo reconozcáis, Majestad?

Luego, una vez cumplidas las formalidades, Garion y los demás se unieron al resto de los invitados. Entonces una mujer se acercó a Garion y a Zakath con expresión decidida.

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