—Admito sin rubor que mi corazón se llenó de sombría desesperación, pero mientras el salvaje dragón intentaba matar a nuestros campeones, éste, cuyo nombre no puedo pronunciar, hundió su espada en el ojo de la odiosa bestia. —La sala retumbó con el estrépito de fervorosos aplausos—. Gimiendo de dolor, el dragón se tambaleó y cayó hacia atrás. Nuestros campeones aprovecharon la oportunidad para incorporarse y se desató una colosal batalla.
Belgarath pasó a describir con lujo de detalles al menos diez veces más estocadas de las que Zakath y Garion habían asestado al dragón.
—Si hubiera usado la espada tantas veces, se me habrían caído los brazos —murmuró Zakath.
—No tiene importancia —respondió Garion—. Se está divirtiendo en grande.
—Por fin —concluyó Belgarath—, incapaz de soportar un minuto más aquel feroz castigo, el dragón, que nunca antes había conocido el miedo, se giró y huyó cobardemente del campo de batalla, para pasar, como ya ha dicho Su Majestad, sobre esta hermosa ciudad en dirección a su oculta guarida, donde, según creo, el temor que ha pasado esta noche lo habrá escarmentado más que las heridas recibidas. Majestad, pienso que esta criatura nunca regresará a vuestro reino, pues por estúpida que sea, no volverá por propia voluntad al sitio donde le han infligido semejante daño. Y eso, Majestad, es exactamente lo que ha ocurrido.
—¡Magistral! —exclamó el rey con alegría mientras la corte estallaba en un estruendoso aplauso.
Belgarath se volvió, saludó e indicó con un gesto a Garion y a Zakath que lo imitaran, haciendo gala de gran generosidad al permitirles compartir los halagos.
Los nobles de la corte, varios de ellos con lágrimas en los ojos, se acercaron a felicitar a los tres hombres, a Garion y Zakath por su heroísmo y a Belgarath por su magnífica descripción de la batalla. Garion notó que Naradas estaba junto al rey, con los ojos blancos llenos de odio.
—Preparaos —advirtió Garion a sus amigos—. Naradas está planeando algo.
Cuando el alboroto se calmó, el grolim de los ojos blancos se acercó al frente de la plataforma.
—Yo también deseo unir mi voz en la alabanza de estos poderosos héroes y de su brillante consejero. Este reino jamás había visto un trío igual. Sin embargo, creo que es necesario extremar la prudencia. Mucho me temo que el maestro Garath, recién llegado del escenario de esa magnífica e inenarrable lucha y comprensiblemente enfervorizado por lo que allí ha presenciado, podría haber sido demasiado optimista en su juicio sobre las intenciones del dragón. Sin duda, la mayoría de las criaturas huirían para siempre de un sitio donde hubieran sufrido semejantes daños, pero esta despreciable bestia no es una criatura normal. ¿No es más probable que, por lo que sabemos de ella, la consuman la ira y la sed de venganza? Si ahora estos poderosos caballeros se marcharan, nuestro hermoso y amado reino quedaría indefenso ante el peligro de vengativas depredaciones por parte de una criatura carcomida por el odio.
—Sabía que iba a decir algo así —gruñó Zakath.
—La prudencia me obliga, por lo tanto —continuó Naradas— a aconsejar a Su Majestad y a los miembros de esta corte a meditar con cuidado y no tomar ninguna decisión apresurada en lo referente a los planes de estos caballeros. Hemos visto que tal vez sean los dos únicos hombres capaces de enfrentarse al monstruo con posibilidades de éxito. ¿De qué otros caballeros de este reino podríamos decir lo mismo con similar grado de certeza?
—Lo que decís podría ser verdad, maestro Erezel —replicó el rey con sorprendente frialdad—, pero sería una grosería de mi parte retenerlos aquí en vista de la noble naturaleza de la misión en que están comprometidos. Ya los hemos demorado demasiado tiempo y nos han rendido suficientes servicios. Exigirles más sería un signo de extrema ingratitud. Por consiguiente, declaro que mañana será un día de celebración y agradecimiento en todo el reino, que culminará con un gran banquete en honor a estos poderosos campeones, a modo de triste despedida. He notado que el sol ya ha salido y sin duda nuestros campeones estarán cansados por los rigores del torneo de ayer y por su lucha con el perverso dragón. Este día, por lo tanto, será un día de preparativos y mañana lo será de júbilo y gratitud. Retirémonos entonces a nuestras camas a descansar para poder enfrentarnos luego con mayor energía a nuestras múltiples actividades.
—Creí que no iba a sugerirlo nunca —dijo Zakath mientras los tres salían de la abarrotada sala del trono—. Podría dormirme de pie ahora mismo.
—Por favor, no lo hagas —dijo Garion—. Llevas armadura y provocarías un terrible estrépito al caer al suelo. Estoy tan cansado como tú y no quisiera que me despertaras.
—Al menos tú tienes con quién dormir.
—Sí, y si cuentas al cachorrillo, tengo dos acompañantes en la cama. Sin embargo, he notado que los cachorros sienten un irritante interés por los dedos de los pies de las personas. —Zakath rió—. Abuelo —prosiguió Garion—, hasta ahora el rey había aceptado servilmente todas las sugerencias de Naradas. ¿Has usado algún truco para que dejara de hacerlo?
—Puse un par de ideas en su cabeza —admitió Belgarath—. No me gusta hacer esas cosas, pero esta situación era especial.
Mientras caminaban por el pasillo, Naradas los alcanzó.
—Aún no has ganado, Belgarath —susurró.
—Es probable que no —admitió el anciano con aplomo—, pero tú tampoco, Naradas, y supongo que Zandramas, de quien sin duda habrás oído hablar, se enfadará bastante cuando se entere de tu fracaso. Quizá si empiezas a correr ahora consigas escapar de ella..., al menos por un tiempo.
—Esto no acaba aquí, Belgarath.
—Nunca pensé que fuera a hacerlo, muchacho —dijo Belgarath mientras palmeaba con desprecio una de las mejillas de Naradas—. Aprovecha a correr ahora —le aconsejó—, mientras conservas la salud. —Hizo una pausa—. A no ser que desees enfrentarte conmigo, aunque considerando tu limitado talento, yo te sugeriría que no lo hicieras. Sin embargo, eso depende de ti.
Naradas miró con asombro al hombre eterno y huyó de allí.
—Me encanta hacerle eso a la gente de su calaña —dijo Belgarath con presunción.
—Eres un anciano muy perverso, ¿no crees? —dijo Zakath.
—Nunca he pretendido ocultarlo, Zakath —sonrió Belgarath—. Ahora vayamos a hablar con Sadi. Naradas comienza a convertirse en un estorbo. Creo que ha llegado la hora de deshacernos de él.
—Eres capaz de hacer cualquier cosa, ¿verdad? —preguntó Zakath mientras continuaban caminando por el pasillo.
—¿Para concluir nuestro trabajo? Por supuesto.
—Y cuando yo interferí contigo en Rak Hagga, podrías haberte deshecho de mí, ¿no es cierto?
—Es probable.
—¿Y por qué no lo hiciste?
—Porque pensé que podría necesitarte más adelante y noté que eras más importante de lo que creían los demás.
—¿Hay algo más importante que ser emperador de la mitad del mundo?
—Eso es una tontería, Zakath —dijo Belgarath con desprecio—. Tu amigo es el Señor Supremo del Oeste y aún tiene dificultades para ponerse cada bota en el pie indicado.
—¡Eso no es cierto! —exclamó Garion con vehemencia.
—Será porque ahora cuentas con la ayuda de Ce'Nedra. Eso es lo que tú necesitas, Zakath, una esposa, alguien que te dé una apariencia presentable.
—Me temo que eso es imposible, Belgarath —suspiró Zakath.
—Ya lo veremos —dijo el hombre eterno.
En sus aposentos del palacio de Dal Perivor no los recibieron con la misma cordialidad que en la sala del trono.
—¡Viejo estúpido! —le gritó Polgara a Belgarath.
A partir de ese momento, la situación se deterioró con suma rapidez.
—¡Tú, idiota! —le gritó Ce'Nedra a Garion.
—Por favor, Ce'Nedra —dijo Polgara con suavidad—, primero déjame acabar a mí.
—Oh, por supuesto Polgara —asintió la reina de Riva con cortesía—. Lo siento. Tú has soportado muchos más años de afrentas que yo. Además, yo puedo pillar a éste a solas en la cama y decirle unas cuantas cosas.
—¿Y tú querías que me casara? —le preguntó Zakath a Belgarath.
—Tiene sus inconvenientes —respondió Belgarath con calma y luego miró alrededor—. Por lo que veo, las paredes siguen en pie, y no parece haber señales de explosiones. Tal vez aún queden esperanzas de que madures, Pol.
—¿Otra nota? —dijo ella casi gritando—. ¿Otra miserable nota?
—Teníamos prisa.
—¿Vosotros tres os enfrentasteis solos contra el dragón?
—Más o menos. La loba también estaba con nosotros.
—¿Has llevado un animal como protección?
—Resultó muy útil.
En ese momento, Polgara comenzó a maldecir en varias lenguas diferentes.
—Vaya, Pol —protestó él con suavidad—, ni siquiera sabes lo que significan esas palabras... Al menos, eso espero.
—No me subestimes, viejo. Esto aún no ha acabado. Muy bien, Ce'Nedra, es tu turno.
—Creo que preferiría tener una conversación con su Majestad en privado. De ese modo podré ser mucho más franca —dijo la menuda reina con voz implacable.
Garion se encogió, pero entonces, sorprendentemente, Cyradis tomó la palabra:
—Ha sido muy descortés de vuestra parte aventuraros a correr un peligro mortal sin consultarme, emperador de Mallorea.
Por lo visto, Belgarath había sido tan oscuro como de costumbre en su discusión con ella y había olvidado oportunamente mencionar lo que se proponían hacer.
—Os ruego que me perdonéis, sagrada vidente —se disculpó Zakath, usando de manera inconsciente las formas lingüísticas arcaicas—. La urgencia de la situación no dejaba tiempo para consultas.
—Bien dicho —murmuró Velvet—. Al final, conseguiremos convertirlo en un auténtico caballero.
Zakath levantó su visera y le sonrió con expresión sorprendentemente infantil.
—De todos modos debéis saber que estoy furiosa con vos a causa de vuestra precipitada e irracional imprudencia —continuó Cyradis con firmeza.
—Me avergüenzo sobremanera de haberos ofendido, sagrada vidente, y espero que alberguéis en vuestro corazón la benevolencia necesaria para perdonar mi error.
—¡Oh! —suspiró Velvet—. Lo hace muy bien. ¿Has tomado nota, Kheldar?
—¿Yo? —preguntó Seda, sorprendido.
—Sí, tú.
Ocurrían demasiadas cosas al mismo tiempo y Garion estaba agotado.
—Durnik —dijo con voz plañidera—, ¿podrías ayudarme a quitarme esto? —añadió golpeando los nudillos contra el peto de la armadura.
—Si tú quieres.
Incluso la voz de Durnik expresaba frialdad.
—¿Es imprescindible que duerma con nosotros? —protestó Garion a media mañana.
—Me da calor —respondió Ce'Nedra con brusquedad—, y no puede decirse lo mismo de otros. Además, él llena el vacío de mi corazón..., aunque sólo en parte, claro.
El pequeño cachorrillo, escondido entre las mantas, estaba lamiendo con entusiasmo los dedos de los pies de Garion. Luego, como parecía inevitable, comenzó a mordisquearlos.
Durmieron durante gran parte del día y se levantaron a media tarde. Luego, con la excusa de que estaban muy cansados, enviaron un criado a ver al rey, pidiendo que los disculpara por no asistir a las festividades de la noche.
—¿No crees que es un buen momento para pedirle el mapa? —preguntó Beldin.
—No —respondió Belgarath—. Naradas está cada vez más desesperado. Sabe que Zandramas es muy vengativa y hará cualquier cosa para que ese mapa no llegue a nuestras manos. Todavía tiene una gran influencia sobre el rey e inventará todo tipo de excusas para detenernos. ¿Por qué no esperamos un poco? Así se preguntará qué tramamos y aumentará su confusión hasta que Sadi tenga la oportunidad de proporcionarle un buen descanso.
El eunuco saludó con una reverencia burlona.
—Hay otra posibilidad, Belgarath —ofreció Seda—. Yo podría husmear un poco por el palacio y reunir información. Si logro localizar el mapa, solucionaremos el problema con un simple robo.
—¿Y si te pillan? —preguntó Durnik.
—Por favor, Durnik —dijo Seda, ofendido— no me insultes.
—Es una idea viable —admitió Velvet—. Seda es capaz de robarle la dentadura a un hombre aunque éste tenga la boca cerrada.
—Es mejor no correr riesgos —dijo Polgara—. Naradas es un grolim y podría haber puesto trampas alrededor de ese mapa. Nos conoce a todos, o al menos conoce nuestra reputación, y estoy segura de que ha oído hablar de las especialidades de Seda.
—¿Pero ¿es imprescindible matar a Naradas? —preguntó Eriond con tristeza.
—Creo que no tenemos otra opción, Eriond —dijo Garion—. Mientras siga vivo, no dejará de interponerse en nuestro camino. —Hizo una mueca de preocupación—. Quizá me equivoque, pero Zandramas se muestra muy reacia a dejar la elección en manos de Cyradis. Si consigue que no nos presentemos, habrá ganado la batalla.
—Vuestra intuición encierra algo de verdad, Belgarion —dijo Cyradis—. Zandramas ha hecho todo lo posible para obstaculizar mi tarea. —Esbozó una pequeña sonrisa—. Os aseguro que me ha causado graves disgustos, y cuando deba elegir entre ella y vos, podría sentirme tentada a vengarme de ella.
—Nunca creí que fuera a oír semejantes palabras de boca de una vidente —dijo Beldin—. ¿Por fin has decidido dar el brazo a torcer, Cyradis?
—Mi querido y honorable Beldin —respondió ella con una sonrisa afectuosa—, nuestra neutralidad no es producto del capricho, sino del deber..., un deber que nos fue asignado incluso antes de que vos nacierais.
Puesto que habían dormido casi todo el día, siguieron conversando hasta bien entrada la noche. A la mañana siguiente, Garion se despertó descansado y se preparó para enfrentarse a las festividades del día.
Los nobles de la corte del rey Oldorin habían dedicado todo el día anterior, y tal vez incluso la noche, a preparar sus discursos; largos, almibarados y tediosos discursos en honor a los «heroicos campeones». Protegido tras la visera cerrada, Garion no pudo evitar dormirse en varias ocasiones, vencido por el aburrimiento más que por el cansancio. De repente, oyó un pequeño chasquido en un costado de su armadura.
—¡Auch! —dijo Ce'Nedra mientras se restregaba un codo.
—¿Qué ocurre, cariño?
—¿Es necesario que vayas vestido con esa lata?
—Sí, pero si sabes que llevo armadura, ¿por qué me das un codazo en las costillas?
—Supongo que es la costumbre. Mantente despierto, Garion.