Authors: John Scalzi
—Corta la conexión de tu CerebroAmigo con la
Modesto
—
dijo Fiona—. Pueden usarla para localizarnos. Díselo a tus soldados. Verbalmente.
Alan se acercó.
—Tenemos un par de heridos ahí atrás —comunicó, señalando a nuestros soldados—, pero ninguno grave. ¿Cuál es el plan?
—He enfilado hacia Coral y he apagado los motores —dijo Fiona—. Probablemente estarán buscando rastros de impulsión y transmisiones de CerebroAmigo para disparar sobre ellos sus misiles, así que mientras parezcamos muertos, puede que nos dejen en paz el tiempo suficiente como para que lleguemos a la atmósfera.
—¿Puede? —preguntó Alan.
—Si tienes un plan mejor, soy toda oídos —replicó Fiona.
—No tengo ni idea de lo que está sucediendo —contestó Alan—, así que me alegra seguir con tu plan.
—¿Qué demonios ha pasado? —dijo Fiona—. Nos alcanzaron cuando salíamos del salto. Es imposible que supieran por dónde íbamos a aparecer.
—Tal vez tan sólo estábamos en el lugar inadecuado en el momento inoportuno —respondió Alan.
—No lo creo —intervine yo, y señalé por la ventana—. Mira.
Señalé un crucero de batalla raey que chispeaba al lanzar sus misiles. En ese momento, por la parte de estribor apareció un crucero de las FDC. Unos cuantos segundos después, los misiles previamente lanzados impactaron en la nave de la FDC alcanzándola de lleno.
—La madre que los parió —dijo Fiona.
—Saben exactamente por dónde van a aparecer nuestras naves antes de que lo hagan —señaló Alan—. Es una emboscada.
—¿Cómo coño lo hacen? —preguntó Fiona—. ¿Qué carajo está pasando?
—¿Alan? —dije yo—. Tú eres el físico.
Alan contempló el crucero de las FDC dañado, ahora escorado y alcanzado por otra andanada.
—Ni idea, John. Todo esto es nuevo para mí.
—Esto apesta —dijo Fiona.
—Tranquilizaos —ordené—. Tenemos problemas y perder los nervios no va a ayudar.
—Si tienes un plan mejor, soy toda oídos —repitió Fiona.
—¿Puedo acceder a mi CerebroAmigo si no intento contactar con la
Modesto
?
—Claro —dijo Fiona—. Mientras ninguna transmisión salga de la lanzadera, adelante.
Accedí a Gilipollas y convoqué un mapa geográfico de Coral.
—Bien —dije—. Creo que podemos decir que el ataque a las instalaciones mineras de Coral queda cancelado por hoy. De la
Modesto
hemos logrado escapar los suficientes como para llevar a cabo un ataque realista, y no creo que todos vayamos a llegar a la superficie de una pieza. Ni todos los pilotos van a ser tan rápidos como tú, Fiona.
Fiona asintió, y pude ver que se relajaba un poco. La alabanza es siempre cosa buena, sobre todo en una crisis.
—Muy bien, aquí está el nuevo plan —dije, y le transmití el mapa a Fiona y Alan—. Las fuerzas raey están concentradas en los arrecifes de coral y en las ciudades coloniales, ahí en esa costa. Así que iremos
aquí —
señalé el grueso centro del mayor continente de Coral—, nos esconderemos en esta cordillera y esperaremos la segunda oleada.
—
Si
es que vienen —dijo Alan—. Una nave robot tendrá que llegar a Fénix. Se enterarán de que los raey saben que venimos. En ese caso, tal vez no vengan.
—Oh, vendrán —contesté—. Puede que no lo hagan cuando queremos, pero eso es todo. Tenemos que estar preparados para esperarlos. La buena noticia es que Coral es amistosa con los humanos. Podemos vivir del terreno cuanto necesitemos.
—No estoy de humor para dedicarme a colonizar —dijo Alan.
—No es permanente. Y es mejor que la alternativa.
—Buen argumento —asintió Alan.
Me volví hacia Fiona.
—¿Qué necesitas para llevarnos a donde vamos de una sola pieza?
—Una oración —contestó ella—. Ahora tenemos ventaja porque parecemos chatarra flotante, pero todo lo que golpee la atmósfera y sea más grande que un cuerpo humano va a ser localizado por las fuerzas raey. En cuanto empecemos a maniobrar, repararán en nuestra existencia.
—¿Cuánto tiempo podemos estar aquí arriba? —pregunté.
—No mucho —dijo Fiona—. No hay comida, ni agua, e incluso con nuestros cuerpos nuevos y mejorados, somos un par de docenas y nos quedaremos sin aire fresco muy rápido.
—¿Cuánto tiempo después de que lleguemos a la atmósfera para que tengas que empezar a pilotar?
—Poco —contestó—. Si empezamos a dar vueltas, no podré recuperar el control. Caeremos hasta morir.
—Haz lo que puedas —dije. Ella asintió—. Muy bien, Alan. Es hora de alertar a la tropa del cambio de plan.
—Allá vamos —avisó Fiona, y conectó los impulsores. La fuerza de la aceleración me clavó en el asiento del copiloto. Ya no caíamos hacia la superficie de Coral, sino que apuntábamos directamente a ella.
—Vienen curvas —dijo Fiona mientras nos zambullíamos en la atmósfera. La lanzadera se sacudió como una maraca.
El tablero de instrumentos hizo sonar una alarma.
—Escaneo activo —dije—. Nos están siguiendo.
—Lo tengo —confirmó Fiona, dando un bandazo—. Entraremos en unas cuantas nubes altas dentro de unos pocos segundos. Puede que nos ayuden a confundirlos.
—¿Lo hacen alguna vez? —pregunté.
—No —respondió Fiona, y se lanzó hacia ellas de todas formas.
Salimos de las nubes varios kilómetros al este y nos detectaron otra vez.
—Continúan siguiéndonos —alerté—. Aparato a trescientos cincuenta kilómetros y acercándose.
—Voy a aproximarme lo máximo posible al suelo antes de que nos alcancen —dijo Fiona—. No podemos esquivarlos. Lo mejor que podemos hacer es acercarnos al suelo y esperar que algunos de sus misiles alcancen las copas de los árboles y no a nosotros.
—Eso no es muy alentador —comenté.
—Hoy no estoy para alentar a nadie —respondió ella—. Agarraos.
Nos zambullimos.
El aparato raey nos alcanzó al momento.
—Misiles —dije. Fiona viró a la izquierda y se acercó a tierra. Un misil nos pasó por encima y se perdió; otro chocó con la cima de una colina cuando la remontábamos.
—¡Perfecto! —exclamé, y luego estuve a punto de morderme la lengua cuando un tercer misil detonó directamente debajo de nosotros, haciendo que la lanzadera perdiera el control. Un cuarto misil alcanzó y desgarró el costado de la lanzadera: en medio del rugido del aire pude oír gritar a algunos de mis hombres.
—¡Nos caemos! —gritó Fiona, y pugnó por enderezar la lanzadera. Se dirigía a un pequeño lago a velocidad endiablada—. Vamos a chocar contra el agua. Lo siento.
—Lo has hecho muy bien —dije, y entonces el morro de la lanzadera golpeó la superficie del lago.
Sonidos aplastantes y de ruptura cuando el morro de la lanzadera se lanzó en picado, separando el compartimiento del piloto del testo del aparato. Un breve registro de mi escuadrón y el de Alan mientras su compartimiento sale volando: una foto fija de bocas abiertas, gritos silenciosos en medio de todo el otro ruido, el rugido que sobrevuela el estrépito de la lanzadera que ya se hace pedazos mientras gira sobre el agua. Los tensos e imposibles giros mientras el morro desparrama metal e instrumentos. El agudo dolor de algo que golpea mi mandíbula y se la lleva. Borboteos mientras trato de gritar, gris SangreSabia escapa de la herida con fuerza centrífuga. Una mirada involuntaria hacia Fiona, cuya cabeza y brazo derecho están en algún lugar detrás de nosotros.
Un golpe metálico cuando mi asiento se suelta del resto del compartimiento y resbalo de espaldas hacia un macizo rocoso, mi silla me hace girar perezosamente en sentido contrario a las agujas del reloj mientras rebota, rebota, rebota hacia la piedra. Un rápido y mareante cambio de impulso cuando mi pierna derecha golpea el macizo seguido por un estallido amarillo blancuzco de dolor absoluto cuando el fémur se rompe como un palillo. Mi pie derecho se propulsa directamente hacia donde solía estar mi mandíbula y me convierto quizás en la primera persona en la historia que se da una patada a sí misma en el paladar. Toco tierra en algún lugar donde las ramas aún están cayendo porque el compartimiento de pasajeros de la lanzadera acaba de aterrizar. Una de las ramas cae pesadamente sobre mi pecho y me rompe al menos tres costillas. Después de patearme a mí mismo el paladar, esto es extrañamente anodino.
Miro hacia arriba (no tengo más remedio) y veo a Alan sobre mí, colgando cabeza abajo, el extremo roto de una rama sujetando su torso tras habérsele clavado en el lugar donde debería estar su hígado. La SangreSabia gotea de su frente hasta mi cuello. Veo sus ojos agitarse, localizarme. Entonces recibo un mensaje en mi CerebroAmigo.
«Tienes un aspecto terrible», envía.
No puedo responder. Sólo puedo mirar.
«Espero poder ver las constelaciones allá donde voy», envía. Envía otra vez. Envía otra vez. Y ya no vuelve a enviar.
* * *
Parloteo. Unas ásperas manazas me agarran por el brazo. Gilipollas reconoce el parloteo y me envía una traducción.
—Este vive todavía.
—Déjalo. Morirá pronto. Y los verdes no son buenos para comer. Todavía no están maduros.
Un bufido, que Gilipollas traduce como [risas].
* * *
—Joder, ¿quieres ver esto? —dice alguien—. Este hijo de puta está vivo.
Otra voz. Familiar.
—Déjame ver.
Silencio. Otra vez la voz familiar.
—Quítale ese tronco de encima. Nos lo llevamos.
—Cristo, jefa —dice la primera voz—. Míralo. Lo mejor sería meterle una puñetera bala en el cerebro. Sería un acto piadoso.
—Nos dijeron que recogiéramos a los supervivientes —dice la voz familiar—. Y éste ha sobrevivido. Es el único.
—Si consideras que esto es sobrevivir…
—¿Has acabado?
—Sí, señora.
—Bien. Ahora mueve la maldita rama. Los raey se nos van a echar encima de un momento a otro.
Abrir los ojos es como intentar levantar puertas de metal. Lo que me permite hacerlo es el dolor insoportable que siento cuando me quitan la rama del torso. Mis ojos se abren y aspiro en el equivalente sin mandíbula de un grito.
—¡Cristo! —dice la primera voz, mientras aparta la enorme rama—. ¡Está consciente!
Una mano cálida acaricia lo que queda de mi cara.
—Eh —dice la voz familiar—. Eh. Ahora estás bien. Tranquilo. Ahora estás a salvo. Vamos a llevarte con nosotros. No hay problema. Estás bien.
Su rostro aparece ante mi campo de visión. La conozco. Estuve casado con ella.
Kathy ha venido a por mí.
Lloro. Sé que estoy muerto. No me importa.
Empiezo a resbalar.
—¿Has visto a este tipo antes? —oigo preguntar al otro.
—No seas estúpido —oigo decir a Kathy—. Por supuesto que no.
Me he ido.
A otro universo.
—Oh, estás despierto —me dijo alguien cuando abrí los ojos—. Escucha, no intentes hablar. Estás metido en una solución. Tienes un tubo respiratorio en el cuello. Y te falta la mandíbula.
Miré alrededor. Estaba flotando en un baño de líquido, denso, cálido y transparente; más allá podía ver objetos, pero no logré enfocar ninguno de ellos. Como me habían dicho, un tubo respiratorio salía de un panel situado a un lado de la bañera hacia mi cuello; traté de seguirlo hasta mi cuerpo, pero mi campo de visión quedaba bloqueado por un aparato que rodeaba la mitad inferior de mi cabeza. Traté de tocarlo, pero no pude mover los brazos. Eso me preocupó.
—No te preocupes por eso —dijo la voz—. Hemos desconectado tu capacidad de moverte. Cuando estés fuera del baño, volveremos a conectarte. Un par de días más. Sigues teniendo acceso a tu CerebroAmigo, por cierto. Si quieres comunicarte, úsalo. Así es como te estamos hablando ahora mismo.
«Dónde coño estoy —envié—. Y qué me ha pasado.»
—Estás en el Centro Médico de Brenneman, sobre Fénix —dijo la voz—. La mejor atención del universo. En cuidados intensivos. Soy el doctor Fiorina, y llevo cuidándote desde que llegaste. En cuanto a lo que te ha pasado, bueno, veamos. Primero, ahora estás en buena forma. Así que no te preocupes. Una vez dicho eso, perdiste la mandíbula, la lengua, la mayor parte de la mejilla derecha y la oreja. Tu pierna derecha se desgajó a la altura del fémur; la izquierda sufrió múltiples fracturas y tu pie izquierdo perdió tres dedos y el talón…, creemos que fueron devorados. La buena noticia es que tu espina dorsal se rompió por debajo de la caja torácica, así que probablemente no sentiste mucho. Hablando de costillas, se te rompieron seis, una de las cuales perforó tu vejiga, y sufriste una hemorragia interna general. Por no mencionar un puñado de infecciones generales y específicas por haber tenido las heridas abiertas durante días.
«Creí que estaba muerto —envié—. O muriéndome, al menos…»
—Como ya no corres riesgo de morirte, creo que podemos decirte que según todos los datos,
deberías
estar muerto —dijo el doctor Fiorina—. Si fueras un humano sin modificar, lo estarías. Da las gracias a tu SangreSabia por mantenerte vivo: se coaguló antes de que pudieras desangrarte y mantuvo tus infecciones a raya. Estuviste a esto, eso sí. Si no te hubieran encontrado, probablemente habrías muerto al poco rato. Cuando te llevaron a la
Gavilán
te metieron en un tubo de urgencias para traerte aquí. No pudieron hacer mucho por ti en la nave. Necesitabas cuidados especializados.
«Vi a mi esposa —envié—. Fue ella la que me rescató…»
—¿Tu esposa es soldado?
«Lleva años muerta…»
—Oh —dijo el doctor Fiorina—. Bueno, estabas muy mal. Las alucinaciones no son extrañas en ese estado. El túnel brillante, los parientes muertos y todo lo demás. Escucha, cabo, tu cuerpo aún necesita un montón de trabajo, y es más fácil hacerlo si estás dormido. No tienes que hacer más que flotar. Voy a volver a ponerte en modulo sueño durante un rato. La próxima vez que despiertes, estarás fuera del baño, y habrás recuperado suficiente mandíbula como para mantener una conversación real. ¿De acuerdo?
«¿Qué le pasó a mi escuadrón? —envié—. Nos estrellamos…»
—Ahora duerme —dijo el doctor—. Podremos seguir hablando cuando salgas del baño.
Empecé a elaborar una respuesta verdaderamente irritada pero me asaltó una oleada de fatiga. Perdí el conocimiento antes de poder pensar lo rápidamente que lo estaba perdiendo.
* * *
—Eh, mirad quién ha vuelto —dijo una voz nueva—. El hombre demasiado idiota para morir.