La voz de los muertos (27 page)

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Authors: Orson Scott Card

Tags: #ciencia ficción

BOOK: La voz de los muertos
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Olhado no sabía qué hacer. ¿No era el Portavoz un adulto? ¿No había viajado de planeta en planeta? Sin embargo, no tenía ni la menor idea de cómo hacer algo con una computadora.

Además, cuando Olhado le preguntó, se mostró un poco evasivo.

—Olhado, sólo dime qué programa debo usar.

—No puedo creer que no sepa lo que es. He estado ejecutando datos y comparaciones desde que tenía nueve años. Todo el mundo aprende a hacerlo a esa edad.

—Olhado, ha pasado mucho tiempo desde que fui al colegio. Y tampoco era una escola baixa normal.

—¡Pero todo el mundo usa estos programas continuamente!

—Obviamente todo el mundo no. Yo, no. Si supiera cómo hacerlo, no tendría que contratarte, ¿no? Y ya que voy a pagarte en divisas, tu servicio será una contribución substancial a la economía lusitana.

—No sé de lo que me habla.

—Yo tampoco, Olhado. Pero eso me recuerda que no estoy seguro de cómo pagarte.

—Sólo transfiera dinero de su cuenta.

—¿Cómo se hace?

—Tiene que estar bromeando.

El Portavoz suspiró, se arrodilló ante Olhado y le cogió las manos.

—Olhado, te lo suplico, deja de sorprenderte y ayúdame. Tengo que hacer estas cosas, y no puedo hacerlas sin la ayuda de alguien que sepa usar los ordenadores.

—Sería robarle el dinero. Soy sólo un niño. Tengo doce años. Quim podría ayudarle mucho mejor que yo. Tiene quince y está metido hasta el cuello en este tipo de cosas. También sabe matemáticas.

—Pero Quim piensa que soy un infiel y todos los días reza para que me muera.

—No, eso fue antes de conocerle, pero será mejor que no le mencione a él que yo se lo he dicho.

—¿Cómo transfiero el dinero?

Olhado se volvió al terminal y llamó al banco.

—¿Cuál es su nombre auténtico?

—Andrew Wiggin —el Portavoz lo deletreó. El nombre sonaba en stark tal como era… tal vez el Portavoz era alguno de los afortunados que aprendieron stark en casa, en vez de tener que partirse la cabeza con él en el colegio.

—Vale, ¿cuál es su palabra clave?

—¿Palabra clave?

Olhado apoyó la cabeza contra el terminal, tapando parte de la pantalla.

—Por favor, no me diga que no conoce su palabra clave.

—Mira, Olhado, siempre he tenido un programa, un programa muy listo, que me ayudaba a hacer todas estas cosas. Todo lo que tenía que decirle era compra esto, y el programa se encargaba de las finanzas.

—No es posible. Es ilegal bloquear los sistemas públicos con un programa esclavo como ése. ¿Para eso sirve esa cosa que lleva en la oreja?

—Sí, y para mí no era ilegal.

—No tengo ojos, Portavoz, pero al menos eso no fue culpa mía. No sabe hacer nada —Sólo después de decirlo, Olhado se dio cuenta de que le hablaba al Portavoz tan bruscamente como si lo hiciera a otro niño.

—Imagino que la amabilidad es algo que enseñan al cumplir los trece años —dijo el Portavoz. Olhado le miró. Estaba sonriendo. Padre le habría gritado, y probablemente se habría marchado a golpear a Madre porque no le enseñaba modales a sus hijos. Pero claro, Olhado nunca le habría dicho nada parecido a Padre.

—Lo siento. Pero no puedo acceder a sus finanzas sin conocer la palabra clave. Tiene que tener alguna idea.

—Prueba con mi nombre.

Olhado lo intentó. No funciono.

—Prueba a escribir «Jane».

—Nada.

El Portavoz hizo una mueca.

—Prueba con «Ender».

—¿Ender? ¿El Genocida?

—Pruébalo.

Funcionó. Olhado no comprendía.

—¿Para qué tiene una palabra clave como ésa? Es como usar una palabrota como clave, sólo que el sistema no acepta ninguna palabrota.

—Tengo un sentido del humor algo retorcido —respondió el Portavoz —. Y mi programa esclavo, como lo llamas, es aún peor que yo.

Olhado se echo a reír.

—Vale. Un programa con sentido del humor.

El balance de la cuenta apareció en la pantalla. Olhado no había visto un número tan grande en su vida.

—Vale, así que el ordenador puede hacer chistes.

—¿Eso es todo el dinero que tengo?

—Tiene que haber un error.

—Bueno, he hecho muchos viajes a la velocidad de la luz. Algunas de mis inversiones deben de haber aumentado mientras lo hacía.

Los números eran reales. El Portavoz de los Muertos era más rico de lo que Olhado pensaba que pudiera ser nadie.

—Voy a decirle una cosa, en lugar de pagarme un salario, ¿por qué no me da un porcentaje de los intereses que esto acumule durante el tiempo que trabaje para usted? Digamos, la milésima parte del uno por ciento. En un par de semanas podré permitirme el lujo de comprar Lusitania y enviar terreno a otro planeta.

—No es tanto dinero.

—Portavoz, la única manera en que podría haber conseguido todo ese dinero de inversiones sería si tuviera mil años de edad.

—Hmmm —dijo el Portavoz.

Y por el aspecto de su cara, Olhado advirtió que había dicho algo gracioso.

—¿Tiene usted mil años?

—El tiempo es una cosa insustancial. Como dijo Shakespeare: «I wasted time, and now time doth waste me.» Malgasté el tiempo y ahora el tiempo me desgasta a mi.

—¿Qué es eso de «doth»?

—Es el equivalente a «does».

—¿Por qué cita a un tipo que no sabe ni hablar stark?

—Transfiere a tu cuenta lo que piensas que puede ser un salario justo por una semana de trabajo. Y empieza a hacer esas comparaciones de los archivos de trabajo de Libo y Pipo de las últimas semanas antes de sus respectivas muertes.

—Probablemente estarán protegidos.

—Usa mi palabra clave. Debería dejarnos entrar.

Olhado hizo la investigación. El Portavoz de los Muertos le observó todo el tiempo. De vez en cuando le hacía a Olhado alguna pregunta sobre lo que estaba haciendo. Por sus preguntas, Olhado pudo ver que el Portavoz sabía más de ordenadores que él mismo. Lo que desconocía eran los mandos concretos; estaba claro que sólo con mirar comprendía muchas cosas. Al final del día, cuando las investigaciones no descubrieron nada de particular, Olhado sólo tardó un minuto en averiguar por qué el Portavoz parecía tan satisfecho.

«No querías resultados —pensó Olhado —. Querías ver cómo hacía yo la investigación. Sé qué es lo que harás esta noche, Andrew Wiggin, Portavoz de los Muertos. Llevarás a cabo tus propias investigaciones en otros archivos. Puede que no tenga ojos, pero puedo ver más de lo que piensas. «Lo que es una tontería es que lo mantengas en secreto, Portavoz. ¿No ves que estoy de tu parte? No le diré a nadie cómo tu palabra clave te introduce en archivos privados. Incluso aunque quieras entrar en los ficheros de la alcaldesa, o en los del obispo. No hace falta que me guardes secretos. Sólo llevas aquí tres días, pero te conozco lo bastante para que me gustes, y haría cualquier cosa por ti mientras no lastime a mi familia. Y nunca harías nada que dañara a mi familia.»

Novinha descubrió los intentos del Portavoz por entrar en sus archivos casi inmediatamente a la mañana siguiente. Él se había comportado de modo arrogante en su intento, y lo que le molestaba era lo lejos que había llegado. Había accedido a algunos ficheros concretos, aunque el más importante, el registro de las simulaciones que Pipo había visto, permanecía aún cerrado. Su nombre estaba estampado en todos los directorios de acceso, incluso en aquellos que cualquier chiquillo podría haber cambiado o borrado.

Bien, no dejaría que eso interfiriera en su trabajo. «Se mete en mi casa, manipula a mis hijos, espía mis archivos, como si tuviera derecho…»

Y así sucesivamente, hasta que se dio cuenta de que mientras pensaba en los insultos que le dirigiría cuando le viera no hacía ningún trabajo.

«No pienses en él. Piensa en otra cosa.»

Miro y Ela riéndose anteanoche. Piensa en eso. Por supuesto, Miro había vuelto a su actitud normal por la mañana, y Ela, cuya alegría duró un poco volvió a estar tan preocupada y atareada, como de costumbre. Y Grego tal vez hubiera llorado y abrazado al hombre, como le había dicho Ela, pero por la mañana cogió las tijeras y cortó en pedacitos las ropas de su cama y en el colegio le dio un cabezazo en la ingle al Hermano Adonnai, provocando un brusco final de la clase y una seria entrevista con Dona Cristã. «Ahí tienes las manos curadoras del Portavoz. Puede que piense que puede entrar en mi casa y arreglar todo lo que cree que he hecho mal, pero encontrará que algunas heridas no se sanan tan fácilmente.»

Excepto que Dona Cristã también le había dicho que Quara le había hablado a la Hermana Bebei en clase, delante de todos los otros niños, nada menos, ¿y para qué? Para decirles que había conocido al escandaloso y terrible Falante pelos Mortos, y que su nombre era Andrew, y que era tan horrible como el obispo Peregrino había dicho, y tal vez incluso peor, porque torturó a Grego hasta hacerle llorar…

y por fin la Hermana Bebei se vio obligada a decirle que parara de hablar. Sacar a Quara de su profunda auto —absorción. Eso era algo.

Y Olhado, tan reservado, tan ordenado, estaba ahora excitado. Anoche no pudo dejar de hablar del Portavoz. «¿Sabíais que ni siquiera estaba enterado de lo que hay que hacer para transferir dinero? ¿Y me creeríais si os dijera cuál es la horrible palabra clave que usa…? Pensaba que los ordenadores rechazarían palabras así… no, no puedo decírosla, es un secreto. Prácticamente estuve enseñándole a hacer investigaciones, pero creo que entiende de ordenadores, no es un idiota ni nada parecido; dijo que solía tener un programa esclavo, por eso lleva esa joya en la oreja… Me dijo que podía cobrar lo que quisiera; no es que haya mucho que comprar, pero puedo ahorrar para cuando me independice… creo que es viejo de veras. Creo que habla stark como lengua nativa, no hay mucha gente en los Cien Mundos que haya crecido hablándolo, ¿creéis que es posible que haya nacido en la Tierra?»

Hasta que Quim finalmente le gritó que se callara y no hablara más de aquel servidor del diablo o le pediría al obispo que ejecutara un exorcismo porque Olhado estaba obviamente poseído, y cuando Olhado sólo sonrió y le hizo un guiño, Quim salió corriendo de la cocina y de la casa, y no regresó hasta que fue noche cerrada.

«El Portavoz podría vivir perfectamente en nuestra casa —pensó Novinha —, porque sigue influyendo en mi familia incluso cuando no está allí, y ahora está husmeando en mis ficheros y no lo permitiré.

»Excepto que, como de costumbre, es por mi culpa, porque yo soy quien le llamó para que viniera, soy la que le sacó del sitio al que llama hogar… dice que tenía una hermana allí… en Trondheim…

»Es culpa mía que esté aquí, en este pueblo miserable situado en el último rincón de los Cien Mundos, rodeado por una verja que no es capaz de evitar que los cerdis maten a todos los que amo…»

Y una vez más pensó en Miro, que se parecía tanto a su verdadero padre que no podía comprender por qué nadie la acusaba de adulterio, y le imaginó tendido en la colina como había estado Pipo. Pensó en los cerdis abriéndole con sus crueles cuchillos de madera.

«Lo harán. No importa lo que yo haga. Lo harán. Incluso si no lo hacen, pronto llegará el día en que sea lo bastante mayor para casarse con Ouanda, y entonces tendré que decirle quién es realmente y por qué nunca se podrán casar, y él sabrá entonces que me merecía todo el dolor que Cão me produjo, que me golpeaba con la mano de Dios para castigarme por mis pecados.

»Incluso a mí —prosiguió Novinha —. Este Portavoz me ha obligado a pensar en las cosas que he conseguido ocultarme durante semanas, durante meses. ¿Cuánto hace que no paso una mañana pensando en mis hijos? Y con esperanza, nada menos. ¿Cuánto tiempo desde que me permití pensar en Pipo y Libo? ¿Cuánto desde que advertí que creo en Dios, al menos en el Dios vengativo y justiciero del Antiguo Testamento, que aniquilaba ciudades con una sonrisa porque no le rezaban…? Si Cristo cuenta para algo, no sé para qué.»

Así Novinha pasó el día, sin trabajar, mientras sus pensamientos rehusaban llevarle a ningún tipo de conclusión.

A media tarde, Quim se acercó a la puerta.

—Siento molestarte, Madre.

—No importa. No estoy haciendo nada, de todas formas.

—Sé que no te preocupa que Olhado esté relacionándose con ese bastardo satánico, pero pensé que deberías saber que Quara fue derecho a su casa después del colegio.

—¿Sí?

—¿Tampoco te preocupa eso, Madre? ¿Qué? ¿Estás planeando abrirle las sábanas y dejarle que tome por completo el sitio de Padre?

Novinha se puso en pie de un salto y avanzó hacia el niño, llena de fría cólera. Él retrocedió ante ella.

—Lo siento, Madre. Estaba tan furioso…

—En todos los años de matrimonio con tu padre, no le permití nunca que levantara una mano contra mis hijos. Pero si estuviera vivo, hoy le pediría que te diera una tunda.

—Podrías hacerlo —respondió Quim desafiante —, pero yo le mataría antes de que me pusiera la mano encima. ¡Puede que a ti te gustara que te pegase, pero a mi no me pegará nadie!

Ella no lo pensó, simplemente su mano reacciono y le cruzó la cara antes de que se diera cuenta de lo que sucedía.

No podía haberle hecho mucho daño. Pero, inmediatamente, el niño rompió a llorar, se dejó caer y quedó sentado en el suelo, de espaldas a Novinha.

—Lo siento, lo siento —murmuraba mientras el lloraba.

Ella se arrodilló junto a él y le abrazó desmañadamente. Advirtió que no lo había hecho desde que tenía la edad de Grego. «¿Cuándo decidí ser tan fría? ¿Y por qué, cuando volví a tocarle, tuvo que ser un bofetón en vez de un beso?»

—También me preocupa lo que está pasando, hijo.

—Lo está destrozando todo —dijo Quim —. Ha venido y lo está cambiando todo.

—Bueno, en realidad, Esteváo, las cosas no estaban tan bien ni eran tan maravillosas para que un cambio no sea bienvenido.

—No de esta forma. Confesión, penitencia y absolución, ése es el cambio que necesitamos.

Novinha envidió, y no por primera vez, la fe de Quim en el poder de los sacerdotes para lavar los pecados. «Eso es porque no has pecado nunca, hijo mío; es porque no sabes nada de la imposibilidad de la penitencia.»

—Creo que tendré que hablar con el Portavoz —dijo Novinha.

—¿Y llevarás a Quara de vuelta a casa?

—No lo sé. No puedo dejar de reconocer que ha hecho que vuelva a hablar. Y no es porque le guste. No ha dicho ni una palabra agradable sobre él.

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