La voz de los muertos (42 page)

Read La voz de los muertos Online

Authors: Orson Scott Card

Tags: #ciencia ficción

BOOK: La voz de los muertos
12.74Mb size Format: txt, pdf, ePub

—Desconectar el ansible, o hacerlo creer, sería un acto de rebelión. De guerra —dijo Bosquinha rudamente, pero Ender pudo ver que la idea le atraía, aunque se resistiera a ella con todas sus fuerzas —. Diría, sin embargo, que si fuéramos lo bastante locos para decidir ir a la guerra, lo que el Portavoz nos ofrece es una clara ventaja. Necesitaríamos todas las ventajas posibles… si estuviéramos tan locos como para rebelamos.

—No tenemos nada que ganar con la rebelión —dijo el obispo —, y todo que perder. Lamento la tragedia que seria enviar a Miro y Ouanda para que los juzguen en otro mundo, especialmente porque son muy jóvenes. Pero la corte sin duda lo tendrá en cuenta y les tratará con piedad. Y accediendo a las órdenes del comité, evitaremos muchos sufrimientos a la comunidad.

—¿No cree que tener que evacuar este mundo les causará también sufrimiento? —preguntó Ender.

—Sí. Pero se quebrantó una ley, y debe cumplirse el castigo.

—¿Y si la ley está basada en un absurdo y el castigo está en desproporción con el pecado?

—No podemos ser jueces de eso.

—Somos los jueces de eso. Si acatamos las órdenes del Congreso, estaremos diciendo que la ley es buena y que el castigo es justo. Y puede que al final de esta reunión se decida exactamente eso. Pero hay otras cosas que deben saber antes de tomar una decisión. Yo puedo decirles algunas, y sólo Ela y Novinha pueden decir otras. No deberían decidir hasta que supieran todo lo que sabemos.

—Me alegra saber todo lo posible —dijo el obispo —. Por supuesto, la decisión final es de Bosquinha, no mía…

—La decisión final les pertenece a todos ustedes, los líderes civiles, religiosos e intelectuales de Lusitania. Si alguno de ustedes vota en contra de la rebelión, entonces la rebelión es imposible. Sin el apoyo de la Iglesia, Bosquinha no puede gobernar. Sin el apoyo civil, la Iglesia no tiene poder.

—Nosotros no tenemos poder —dijo Dom Cristão —. Sólo opiniones.

—Todos los adultos de Lusitania acuden a vosotros en busca de sabiduría y consejo.

—Olvida un cuarto poder —dijo el obispo —. Usted mismo.

—Soy un framling aquí.

—Un framling extraordinario. En cuatro días ha capturado el alma de esta gente de una manera que temía y anuncié. Ahora nos aconseja una rebelión que podría costarnos todo cuanto somos y tenemos. Es tan peligroso como Satán. Y sin embargo aquí está, recurriendo a nuestra autoridad como si no fuera libre de coger su lanzadera y marcharse cuando la nave regrese a Trondheim con nuestros dos jóvenes criminales a bordo.

—Recurro a su autoridad porque no quiero ser un framling aquí. Quiero ser su ciudadano, su estudiante, su feligrés.

—¿Como Portavoz de los Muertos? —preguntó el obispo.

—Como Andrew Wiggin. Tengo algunas habilidades que podrían ser útiles. Particularmente si se rebelan. Y tengo otro trabajo que hacer que no podrá hacerse si los humanos se retiran de Lusitania.

—No dudamos de su sinceridad, pero debe perdonamos si dudamos en compartirla con un ciudadano que es un recién llegado.

Ender asintió. El obispo no podía decir más hasta que supiera más.

—Déjeme decirles lo que sé. Hoy, esta tarde, fui al bosque con Miro y Ouanda.

—¡Usted! ¡También quebrantó la ley! —El obispo casi se levantó de la silla.

Bosquinha se adelantó, haciendo gestos para calmar la ira del obispo.

—La intrusión en nuestros ficheros comenzó antes. La Orden del Congreso posiblemente no puede estar referida a su infracción.

—Quebranté la ley porque los cerdis me estaban llamando. En realidad, deseaban verme. Habían visto aterrizar la lanzadera. Sabían que estaba aquí. Y, para bien o para mal, habían leído la Reina Colmena y el Hegemón.

—¿Le dieron a los cerdis ese libro? —preguntó el obispo.

—También les dieron el Nuevo Testamento. Pero seguro que no se sorprenderá si le digo que los cerdis descubrieron que tienen mucho en común con la reina colmena. Déjenme contarles lo que dijeron. Me suplicaron que convenza a los Cien Mundos de que acaben con la ley que les mantiene aislados. Verán, los cerdis no piensan en la verja en los mismos términos que nosotros. Nosotros la vemos como un medio de proteger su cultura de la influencia humana y la corrupción. Ellos la ven como un medio de apartarles de todos los secretos maravillosos que conocemos. Imaginan que nuestras naves van de estrella en estrella, colonizándolas, ocupándolas. Y dentro de cinco o diez mil años, cuando por fin aprendan lo que rehusamos enseñarles, saldrán al espacio para descubrir que todos los mundos están ocupados. No habrá lugar para ellos en ninguno. Piensan que nuestra verja es una forma de asesinar especies. Les hacemos estar en Lusitania como animales en un zoo, mientras que nosotros salimos y tomamos el resto del universo.

—Eso es una tontería —dijo Dom Cristão. No es nuestra intención…

—¿No? —replicó Ender —. ¿Por qué nos mostramos tan ansiosos de que no reciban ninguna influencia de nuestra cultura? No es sólo en interés de la ciencia. No es sólo un buen procedimiento xenológico. Recuerden, por favor, que nuestro descubrimiento del ansible, del vuelo interestelar, del control parcial de la gravedad, incluso del arma que usamos para destruir a los insectores… todo fue el resultado directo de nuestro contacto con los insectores. Aprendimos la mayor parte de la tecnología gracias a las máquinas que dejaron después de su primera incursión en el sistema solar terrestre. Empezamos a usar esas máquinas mucho antes de entenderlas. Alguna de ellas, como el impulso filótico, ni siquiera las entendemos ahora. Estamos en el espacio precisamente por causa del impacto recibido a través de una cultura devastadoramente superior. Y, sin embargo, en sólo unas cuantas generaciones, tomamos las máquinas de los insectores, les sobrepasamos y les destruimos. Eso es lo que significa nuestra verja… tememos que los cerdis nos hagan lo mismo. Y ellos saben lo que significa. Lo saben y lo odian.

—No les tenemos miedo —dijo el obispo —. Son… salvajes, por el amor de Dios…

—Es así cómo también veíamos a los insectores —dijo Ender —. Pero para Pipo, Libo, Ouanda y Miro nunca han sido salvajes. Son diferentes de nosotros, sí, mucho más diferentes que los framlings. Pero siguen siendo personas. Son ramen, no varelse. Así que cuando Libo vio que los cerdis corrían peligro de morir de hambre, que se preparaban para ir a la guerra a fin de reducir la población, no actuó como científico. No se dedicó a observar su guerra y a tomar notas de la muerte y del sufrimiento. Actuó como cristiano. Cogió el amaranto experimental que Novinha había rehusado para el uso humano, porque se había adaptado demasiado a la bioquímica lusitana, y enseñó a los cerdis a plantarlo, a recolectarlo y a prepararlo como alimento. No tengo ninguna duda de que el incremento en la población cerdi y los campos de amaranto son lo que ha visto el Congreso Estelar. No una violación premeditada de la ley, sino un acto de compasión y amor.

—¿Cómo puede llamar a una desobediencia semejante un acto cristiano? —preguntó el obispo.

—¿Quién de entre vosotros, cuando su hijo le pide pan le ofrecerá una piedra?

—El diablo puede citar las escrituras para servir a su propio propósito.

—No soy el diablo, ni lo son los cerdis. Sus bebés morían de hambre, y Libo les dio comida y les salvó la vida.

—¡Y mire lo que le hicieron!

—Sí, miremos lo que le hicieron. Le mataron. Exactamente como matan a sus ciudadanos más honorables. ¿No les dice eso nada?

—Nos dice que son peligrosos y no tienen conciencia.

—Nos dice que la muerte significa algo completamente diferente para ellos. Si de verdad creyera que alguien es perfecto de corazón, obispo, tan digno, que vivir otro día sólo podría hacer que fuera menos perfecto, ¿no sería entonces bueno que muriera y le llevaran directamente al cielo?

—Se burla de nosotros. Usted no cree en el cielo.

—¡Pero ustedes sí! ¿Qué hay de los mártires, obispo Peregrino? ¿No se marcharon alegremente al cielo?

—Por supuesto. Pero los hombres que les mataron eran bestias. Matar a los santos no les santificó. Condenó sus almas al infierno para toda la eternidad.

—Pero ¿y si los muertos no van al cielo? ¿Y si los muertos adquieren una nueva vida delante de tus ojos? ¿Y si cuando muere un cerdi y dejan que su cuerpo yazca allí donde murió, echa raíces y se convierte en algo más? ¿Y si se convierte en un árbol que vive cincuenta o cien o quinientos años más?

—¿De qué está hablando? —preguntó el obispo.

—¿Nos está diciendo que los cerdis se metamorfosean de alguna manera de animal a planta? —preguntó Dom Cristão. La biología básica nos dice que eso es improbable.

—Es prácticamente imposible —dijo Ender —. Por eso hay sólo unas pocas especies en Lusitania que sobrevivieron a la Descolada. Porque sólo unas pocas pudieron hacer la transformación. Cuando los cerdis matan a uno de los suyos, se transforma en un árbol. Y el árbol conserva al menos parte de su inteligencia, porque hoy he visto a los cerdis cantarle a un árbol y, sin que una sola herramienta lo tocara, el árbol se desarraigó, cayó y se partió hasta formar exactamente las cosas que los cerdis necesitaban. No fue un sueño. Miro, Ouanda y yo lo vimos con nuestros propios ojos, y oímos la canción, y tocamos la madera y rezamos por el alma del muerto.

—¿Qué tiene esto que ver con nuestra decisión? —demandó Bosquinha —. Así que los bosques están compuestos de cerdis muertos. Eso es asunto de científicos.

—Les estoy diciendo que cuando los cerdis mataron a Pipo y a Libo pensaban que les estaban ayudando a transformarse en el próximo estado de su existencia. No eran bestias, sino ramen, dando el mayor honor a los hombres que les habían servido tan bien.

—Otra transformación moral, ¿no es eso? —preguntó el obispo —. Lo mismo que hizo en su alocución, haciéndonos ver a Marcos Ribeira una y otra vez, cada vez bajo una nueva luz. ¿Ahora quiere hacernos pensar que los cerdis son nobles? Muy bien, lo son. Pero no me rebelaré contra el Congreso, con todo el dolor que una cosa así causaría, sólo para que nuestros científicos puedan enseñar a los cerdis cómo construir frigoríficos.

—Por favor —dijo Novinha.

La miraron expectantes.

—¿Dijo usted que han leído todos nuestros ficheros?

—Sí —respondió Bosquinha.

—Entonces saben todo lo que tengo en mis archivos. Sobre la Descolada.

—Si.

Novinha se cruzó de brazos.

—No habrá ninguna evacuación.

—Eso pensaba yo —dijo Ender —. Por eso le pedí a Ela que te trajera aquí.

—¿Por qué no habrá evacuación? —pregunto Bosquinha.

—Por la Descolada.

—Tonterías —dijo el obispo —. Tus padres encontraron una cura.

—No la curaron —dijo Novinha —. La controlaron. Impidieron que se volviera activa.

—Eso es —dijo Bosquinha —. Por eso ponemos el aditivo en el agua. El Colador.

—Todos los seres humanos de Lusitania, excepto tal vez el Portavoz, que quizá no la haya contraído, es portador de la Descolada.

—El aditivo no es caro —dijo el obispo —. Pero quizá puedan aislarnos. Pueden hacerlo.

—No hay ningún sitio suficientemente aislado —dijo Novinha —. La Descolada es infinitamente variable. Ataca cualquier clase de material genético. Se puede suministrar aditivo a los humanos. Pero ¿pueden dárselo a cada hoja de hierba? ¿A cada pájaro? ¿A cada pez? ¿A cada pedazo de plancton?

—¿Todos pueden contraerla? —preguntó Bosquinha —. No lo sabía.

—No se lo dije a nadie. Pero protegí a cada una de las plantas que he ido desarrollando. El amaranto, las patatas… todo. El desafío no estaba en hacer las proteínas utilizables, sino en que los organismos produjeran por ellos mismos sus propias defensas.

Bosquinha estaba anonadada.

—Entonces allá donde vayamos…

—Podemos disparar la completa destrucción de la biosfera.

—¿Y mantuviste esto en secreto? —preguntó Dom Cristão.

—No había necesidad de contarlo —Novinha se miró las manos —. Algo en la información había hecho que los cerdis mataran a Pipo. Lo mantuve en secreto para que nadie más lo supiera. Pero ahora, con lo que Ela ha aprendido en los últimos años, y con lo que el Portavoz ha dicho esta noche… ahora sé qué fue lo que vio Pipo. La Descolada no separa las moléculas genéticas y evita que se reformen o se dupliquen. También las incita a unirse con moléculas genéticas completamente extrañas. Ela hizo el trabajo contra mi voluntad. Todas las formas de vida nativas de Lusitania anidan en pares animal —planta. La cabra con el capim. Las culebras de agua con el grama. Las moscas con los juncos. La xingadora con las lianas de tropeça. Y los cerdis con los árboles del bosque.

—¿Quieres decir que unos se convierten en otros? —Dom Cristão sentía a la vez fascinación y repulsión.

—Tal vez los cerdis sean los únicos en transformarse en árboles a partir de un cadáver. Pero tal vez las cabras son fecundadas por el polen del capim. Tal vez las moscas lo hacen por los juncos. Tendría que haberlo estudiado todos estos anos.

—¿Y ahora en el Congreso saben todo esto? —preguntó Dom Cristão —. ¿De tus archivos?

—No exactamente. Pero lo sabrán dentro de los próximos veinte o treinta años. Antes de que otros framlings lleguen aquí lo sabrán.

—No soy científico —dijo el obispo —. Todos los demás parecen comprenderlo excepto yo. ¿Qué tiene esto que ver con la evacuación?

Bosquinha jugueteó con sus manos.

—No pueden evacuarnos de Lusitania. Allá donde vayamos llevaremos a la Descolada con nosotros, y ésta acabaría con todo. No hay suficientes xenobiólogos en los Cien Mundos que puedan salvar un solo planeta de la devastación. Cuando lleguemos allí, sabrán que no podemos marcharnos.

—Entonces, bien —dijo el obispo —. Eso resuelve nuestro problema. Si se lo decimos ahora, no se atreverán a enviar una flota para evacuarnos.

—No —dijo Ender —. Obispo, en cuanto sepan lo que pasaría con la Descolada, harán todo lo posible para que nadie abandone este planeta, nunca.

El obispo dio un paso atrás.

—¿Qué? ¿Piensa que harán estallar el planeta? Vamos, Portavoz, ya no quedan Enders en la raza humana. Lo peor que podrían hacer es mantenernos en cuarentena…

—En ese caso, ¿por qué tenemos que admitir su control? —dijo Dom Cristão —. Podríamos enviarles un mensaje informándoles de que no dejaremos el planeta por culpa de la Descolada y que no deben venir aquí, y eso es todo.

Other books

Musings From A Demented Mind by Ailes, Derek, Coon, James
Dragon House by John Shors
Battlemind by William H. Keith
My Dog's a Scaredy-Cat by Henry Winkler
Blackbird Fly by Erin Entrada Kelly