La voz de los muertos (46 page)

Read La voz de los muertos Online

Authors: Orson Scott Card

Tags: #ciencia ficción

BOOK: La voz de los muertos
12.98Mb size Format: txt, pdf, ePub

Miro gimió suavemente. Pero no era un sonido de dolor. Era como si intentara hablar y no pudiera.

—¿Puedes mover la mandíbula, Miro? —preguntó Quim.

Lentamente, la boca de Miro se abrió y se cerró.

Olhado colocó la mano un metro por encima de su cabeza y la movió.

—¿Puedes hacer que tus ojos sigan el movimiento de mi mano?

Miro gimió de nuevo.

—Cierra la boca para decir no, y ábrela para decir que sí —sugirió Quim.

Miro cerró la boca y pronunció un murmullo.

Novinha no pudo dejar de sentir, a pesar de sus palabras de ánimo, que aquello era lo más terrible que le había ocurrido a uno de sus hijos.

Cuando Lauro perdió los ojos y se convirtió en Olhado (odiaba el mote, pero ahora ella misma lo usaba), pensó que nada peor podría suceder.

Pero Miro, tan paralizado e indefenso, que ni siquiera notaba el contacto de su mano… no podía soportarlo.

Había sentido un tipo de pena cuando Pipo murió, y otro cuando murió Libo, y un pesar terrible por la muerte de Marcão.

Incluso recordaba el doloroso vacío que sintió mientras contemplaba cómo enterraban a su padre y a su madre.

Pero no había dolor peor que ver sufrir a un hijo sin poderle ayudar.

Se levantó para marcharse. Por su bien, lloraría en silencio, y en otra habitación.

—Mm. Mm. Mm.

—No quiere que te vayas —dijo Quim.

—Me quedaré si quieres, pero deberías dormir. Navio dice que cuanto más duermas…

—Mm. Mm. Mm.

—Tampoco quiere dormir —dijo Quim. Novinha reprimió su respuesta inmediata, replicarle a Quim que podía oír sus respuestas perfectamente bien ella sola. Pero no era momento para pelearse. Además, era Quim quien había ideado el sistema que Miro usaba para comunicarse. Tenía derecho a sentirse orgulloso, de pretender que era la voz de Miro. Era su modo de afirmar que era parte de la familia. Que no renunciaba a ella por lo que había aprendido en la praça hoy. Era su forma de perdonarla, así que se calló.

—Tal vez quiera decirnos algo —sugirió Olhado.

—Mm.

—¿O hacernos una pregunta?

—Ma. Aa.

—Magnífico —dijo Quim —. Si no puede mover las manos, no puede escribir.

—Sem problema —dijo Olhado. Puede ver. Si le llevamos junto al terminal, puedo hacer que vea las letras y que diga solamente sí cuando vea la letra que quiere.

—Eso nos llevará una eternidad —dijo Quim.

—¿Quieres intentarlo, Miro? —preguntó Novinha.

Quería. Entre los tres le llevaron a la habitación principal y le acostaron en la cama que había allí. Olhado orientó el terminal para que Miro pudiera ver todas las letras del alfabeto cuando las mostrara en la pantalla. Escribió un corto programa que hacía que cada letra se encendiera por turnos durante una fracción de segundo. Tuvo que hacer algunos intentos para ajustar la velocidad y hacer que fuera lo suficientemente lenta para que Miro pudiera emitir un sonido que significara esta letra, antes de que la luz se moviera hacia la siguiente.

Miro, a su vez, consiguió que las cosas fueran más rápidas abreviando deliberadamente sus palabras. C-E—R.

—Los cerdis —dijo Olhado.

—Sí —intervino Novinha —. ¿Por qué cruzabas la verja para ir con los cerdis?

—¡Mmmmm!

—Está preguntando él, Madre —dijo Quim —. No quiere contestar ninguna pregunta.

—Aa.

—¿Quieres saber qué ha pasado con los cerdis que estaban contigo cuando cruzaste la verja? Han regresado al bosque. Con Ouanda, Ela y el Portavoz de los Muertos.

Le refirió rápidamente la reunión en las habitaciones del obispo, lo que habían sabido de los cerdis y todo lo que habían decidido hacer.

—Desconectar la verja para salvarte, Miro, fue una decisión que significa rebelarse contra el Congreso. ¿Comprendes? Las reglas del Comité se han acabado. La verja no es más que un puñado de alambres inútiles. La puerta permanecerá abierta.

Los ojos de Miro se llenaron de lágrimas.

—¿Eso es lo que querías saber? —preguntó Novinha —. Deberías dormir.

No, dijo. No, no, no, no.

—Espera a que sus ojos se aclaren —dijo Quim —. Y busquemos más palabras.

D-I—G-A—F-A—L.

—Diga ao Falante pelos Mortos —dijo Olhado.

—¿Qué tenemos que decir al Portavoz? —preguntó Quim.

—Mejor que duermas ahora y nos lo digas más tarde. No volverá hasta dentro de unas horas. Está negociando una serie de normas para gobernar las relaciones entre los cerdis y nosotros. Para evitar que maten más humanos de la forma en que mataron a Pipo y a Li… a tu padre.

Pero Miro se negó a dormir. Continuó deletreando el mensaje a medida que terminal iba mostrando letras. Los tres juntos consiguieron dilucidar lo que quería que le dijeran al Portavoz. Y comprendieron que quería que lo hicieran ahora, antes de que las negociaciones terminaran.

Así que Novinha dejó a Dom Cristão y Dona Cristã a cargo de la casa y los niños. Cuando salía, se detuvo junto a su hijo mayor. El esfuerzo le había agotado; tenía los ojos cerrados y su respiración era acompasada. Le tocó la mano, la apretó; sabía que él no podía sentir su contacto, pero era a sí misma a quien consolaba, no a él.

Miro abrió los ojos. Y ella sintió que sus dedos, muy tenuemente, apretaban los suyos.

—Lo he sentido —le susurró —. Te pondrás bien.

Él cerró los ojos anegados de lágrimas. Ella se levantó y caminó a ciegas hacia la puerta.

—Tengo algo en un ojo —le dijo a Olhado —. Guíame unos cuantos minutos hasta que pueda ver.

Quim estaba ya en la verja.

—¡La puerta está demasiado lejos! —gritó —. ¿Sabes escalar, Madre?

Pudo hacerlo, aunque no fue fácil.

—No hay duda, Bosquinha va a tener que dejarnos instalar otra puerta aquí.

Era tarde, pasada la medianoche, y tanto Ouanda como Ela comenzaban a sentir sueño. Ender, no. Había estado negociando con Gritona durante horas, y la química de su cuerpo había respondido. Incluso si pudiera irse ahora a casa, tardaría horas antes de poder conciliar el sueño.

Ahora sabía mucho más sobre lo que los cerdis querían y necesitaban. El bosque era su hogar, su nación; era toda la definición de propiedad que habían necesitado durante toda su existencia. Ahora, sin embargo, los campos de amaranto habían hecho que vieran la pradera como tierra útil que necesitaban controlar. Sin embargo, tenían pocos conocimientos de cómo medir la tierra. ¿Cuántas hectáreas necesitaban para cultivar? ¿Cuánta tierra podían usar los humanos? Ya que los propios cerdis apenas comprendían sus necesidades, a Ender le costaba trabajo averiguarlo.

Aún más difícil que el concepto de ley y gobierno. Las esposas mandaban; para los cerdis, eso era simple. Pero Ender, por fin, había conseguido hacerles comprender que los humanos hacían sus leyes de forma distinta, y que las leyes humanas se aplicaban a problemas humanos. Para hacerles comprender esto, Ender tuvo que explicarles las pautas de apareamiento de los humanos. Le hizo gracia ver la forma en que Gritona se escandalizaba ante el concepto de que los adultos se apareaban, y de que los hombres tuvieran la misma voz que las mujeres en la creación de las leyes. La idea de familia y amistades separados de la tribu era «ceguera ante los hermanos» para ella. Estaba bien que Humano se sintiera orgulloso de las muchas veces que su padre se había apareado, pero en lo que concernía a las esposas, elegían a los padres únicamente sobre la base de lo que era bueno para la tribu. La tribu el individuo… ésas eran las únicas entidades que las esposas respetaban.

Finalmente, comprendieron que las leyes humanas debían aplicarse dentro de los límites de los asentamientos humanos, y que las leyes cerdis debían regir dentro de las tribus cerdis. Dónde tenían que colocarse esos límites era un asunto completamente diferente. Ahora, después de tres horas, finalmente habían accedido a una sola cosa: la ley cerdi se aplicaba en el bosque, y todos los humanos que entraran al bosque estaban sujetos a ella. La ley humana se aplicaba dentro de la verja, y todos los cerdis que fueran allí quedarían sujetos al gobierno humano. Todo el resto del planeta se dividiría más tarde. Era un triunfo muy pequeño, pero al menos era un principio de acuerdo.

—Debes comprender —le dijo Ender —que los humanos necesitarán gran cantidad de tierra. Pero esto es sólo el principio del problema. Queréis que la reina colmena os enseñe a extraer minerales, a fundir metales y a hacer herramientas. Pero ella también necesitará tierras. En muy poco tiempo será mucho más fuerte que los humanos o los Pequeños.

Cada uno de sus insectores, explicó, era completamente obediente e infinitamente trabajador. Rápidamente sobrepasarían a los humanos en su poder y productividad. Una vez fuera restaurada a la vida habría que tenerla en cuenta.

—Raíz dice que se puede confiar en ella —dijo Humano y, traduciendo a Gritona, añadió: El árbol madre también le concede su confianza.

—¿Le daréis vuestra tierra? —insistió Ender.

—El mundo es grande. Puede usar los bosques de otras tribus. Igual que vosotros. Os los damos libremente.

Ender miró a Ouanda y Ela.

—Eso está muy bien —dijo Ela —, ¿pero son vuestros esos bosques?

—Definitivamente no —contestó Ouanda —. Incluso tienen guerras con las otras tribus.

—Les mataremos por vosotros si os crean problemas —ofreció Humano —. Ahora somos muy fuertes. Trescientos veinte bebés. Dentro de diez años ninguna tribu podrá enfrentarse a nosotros.

—Humano —dijo Ender —, dile a Gritona que estamos tratando con esta tribu ahora. Trataremos con las demás tribus más tarde.

Humano tradujo rápidamente, y pronto obtuvo la respuesta de Gritona.

—No, no, no, no y no.

—¿A qué se opone?

—No trataréis con nuestros enemigos. Habéis venido a nosotros. Si tratáis con ellos, entonces también vosotros sois enemigos.

En ese momento aparecieron las luces en el bosque tras ellos, y Flecha y Come-hojas condujeron a Novinha, Quim y Olhado al calvero de las esposas.

—Miro nos envió —explicó Olhado.

—¿Cómo está? —preguntó Ouanda.

—Paralizado —se apresuró a decir Quim evitando a Novinha el esfuerzo de explicarlo.

—Nossa Senhora —susurró Ouanda.

—Pero es temporal en gran parte —dijo Novinha —. Antes de que me marchara, le apreté la mano. La sintió y me devolvió el apretón. Sólo un poco, pero las conexiones nerviosas no están muertas. No todas, al menos.

—Disculpadme, pero podréis tener esa conversación en Milagro —dijo Ender —. Tengo otro asunto que atender aquí.

—Lo siento —se excusó Novinha —. Miro nos dio un mensaje. No puede hablar, pero nos lo dio letra a letra, y nosotros rellenamos los huecos. Los cerdis están planeando una guerra, aprovechándose de los conocimientos que han aprendido de nosotros. Con flechas y su superioridad numérica… serían irresistibles. Tal como yo lo entendí, Miro cree que su interés bélico no se centra sólo en un deseo de conquistar territorio. Es una oportunidad para mezclar genes. Exogamia masculina. La tribu ganadora consigue el uso de los árboles que crecen de los cuerpos de los guerreros muertos.

Ender miró a Humano, Come-hojas y Flecha.

—Es cierto —dijo Flecha —. Naturalmente que es cierto. Ahora somos la tribu más sabia. Todos nosotros seremos mejores padres que ninguno de los otros cerdis.

—Ya veo.

—Por eso Miro quiso que viniéramos ahora, esta noche —dijo Novinha —. Cuando las negociaciones aún no han acabado. Eso tiene que terminar.

Humano se puso en pie y comenzó a dar saltos arriba y abajo como si quisiera echar a volar.

—No traduciré eso —dijo.

—Yo lo haré —dijo Come-hojas.

—¡Alto! —gritó Ender. Su voz sonó más fuerte de lo que la había oído nunca. Inmediatamente todo el mundo guardó silencio; el eco de su grito pareció extenderse entre los árboles —. Come-hojas, no tendré más intérprete que Humano.

—¿Quién eres para decirme que no hable a las esposas? Soy un cerdi, mientras que tú no eres nada.

—Humano, dile a Gritona que si deja que traduzca las palabras que los humanos hemos dicho entre nosotros, entonces será un espía. Y si deja que nos espíe, nos iremos a casa inmediatamente y no conseguiréis nada de nosotros. Me llevaré a la reina colmena a otro mundo donde restaurarla. ¿Me comprendes?

Por supuesto que comprendía. Ender también sabía que Humano estaba complacido. Come-hojas estaba intentando usurpar el papel de Humano y desacreditarle… junto con Ender. Cuando Humano terminó de traducir, Gritona le cantó a Come-hojas. Azorado, éste se retiró rápidamente al bosque para observar junto a los demás cerdis. Pero Humano no era ni mucho menos una marioneta. No mostró ningún signo de agradecimiento. Miró a Ender a los ojos

—Dijiste que no intentarías cambiarnos.

—Dije que no intentaría cambiaros más de lo necesario.

—¿Por qué es necesario esto? Es un asunto entre nosotros y los otros cerdis.

—Cuidado —advirtió Ouanda —. Está muy trastornado.

Antes de convencer a Gritona, Ender sabía que tenía que convencer a Humano.

Sois nuestros amigos entre los cerdis. Tenéis nuestra confianza y nuestro amor. Nunca haremos nada para dañaros, o para que otros cerdis tengan ventaja sobre vosotros. Pero no hemos venido sólo a vosotros. Representamos a toda la humanidad, y hemos venido a enseñar todo lo que podamos a todos los cerdis. No importa de qué tribu.

—No representáis a toda la humanidad. Estáis a punto de pelear contra todos los demás humanos. ¿Cómo puedes decir que nuestras guerras son malas y las vuestras son buenas?

Seguramente Pizarro, con su escasez de recursos, tuvo menos problemas con Atahualpa.

—Estamos intentando no pelear con los otros humanos. Y si llega el caso, no será nuestra guerra, ni intentaremos conseguir ventaja sobre ellos. Será vuestra guerra, y trataremos de conseguiros el derecho de viajar entre las estrellas —Ender extendió su mano abierta —. Hemos renunciado a nuestra humanidad para convertirnos en ramen con vosotros —cerró la mano y la convirtió en un puño —. Humano, cerdi y reina colmena serán uno en Lusitania. Todos los humanos. Todos los insectores. Todos los cerdis.

Humano se quedó sentado, en silencio, digiriendo esto.

—Portavoz —dijo finalmente —. Esto es muy duro. Hasta que los humanos llegasteis, los otros cerdis tenían que morir, y su tercera vida era ser esclavos nuestros en los bosques que mantenemos. Este bosque fue una vez un campo de batalla. Nuestros padres más antiguos son los héroes de esa batalla, y nuestras casas están hechas de los cobardes. Toda la vida nos preparamos para ganar batallas a nuestros enemigos, para que nuestras esposas puedan hacer un árbol madre en un nuevo bosque y seamos grandes y poderosos. En estos últimos diez años hemos aprendido a usar flechas para matar desde lejos. A usar cuencos y pieles de cabra para llevar el agua a las tierras secas. A usar amaranto y raíz de merdona para que podamos ser muchos y fuertes y llevemos comida lejos de los macios de nuestro bosque natal. Nos alegramos de esto porque significaba que seríamos siempre victoriosos en la guerra. Llevaríamos a nuestras esposas, nuestras pequeñas madres, nuestros héroes a cada rincón del gran mundo, y finalmente, algún día, a las estrellas. Este es nuestro sueño, Portavoz, y ahora me dices que quieres que lo perdamos como el viento se pierde en el cielo.

Other books

The Queen of the Big Time by Adriana Trigiani
Hiding in Plain Sight by Nuruddin Farah
Pressure Drop by Peter Abrahams
Accept This Dandelion by Brooke Williams