Come-hojas y Mandachuva soltaron sus cuchillos, tocaron suavemente a Humano en el vientre y dieron un paso atrás.
Humano tendió los cuchillos a Ender. Los dos estaban hechos de madera delgada. Ender no pudo imaginar ninguna herramienta que pudiera pulir la madera para convertirla al mismo tiempo en algo tan fino y agudo y a la vez tan fuerte. Pero, por supuesto, ninguna herramienta había pulido aquellos cuchillos. Habían salido perfectamente formados del corazón de un árbol viviente, dados como regalo para ayudar a un hermano a pasar a la tercera vida.
Una cosa era saber que Humano no moriría realmente y otra muy distinta creerlo. Al principio, Ender no cogió los cuchillos, sino que agarró a Humano por las muñecas.
—A ti no te parecerá la muerte, pero para mí… te conocí ayer, y hoy eres mi hermano con tanta seguridad como si Raíz también fuera mi padre. Y, sin embargo, cuando el sol salga por la mañana, no podré hablarte nunca más. Para mí es la muerte, Humano, lo sientas tú como lo sientas.
—Ven y siéntate a mi sombra —dijo Humano —, y contempla la luz del sol a través de mis hojas, y descansa tu espalda en mi tronco. Y haz también esto: añade otra historia a la Reina Colmena y el Hegemón. Llámala la Vida de Humano. Cuéntale a todos los humanos cómo fui concebido en la corteza del árbol de mi padre, y nací en la oscuridad, comiendo la carne de mi madre. Cuéntales cómo dejé detrás la vida de oscuridad y entré en la media luz de mi segunda vida, para aprender el lenguaje de las esposas y esforzarme luego para aprender todos los milagros que Libo, Miro y Ouanda vinieron a enseñarnos. Diles cómo el último día de mi segunda vida vino mi verdadero hermano del cielo y juntos hicimos la alianza para que los humanos y los cerdis sean sólo una tribu, no una tribu humana y una tribu cerdi, sino una tribu de ramen. Y luego cómo mi amigo me dio el tránsito a la tercera vida, a la plena luz, para que pudiera elevarme al cielo y dar vida a diez mil hijos antes de morir.
—Contaré tu historia.
—Entonces, verdaderamente, viviré para siempre.
Ender tomó los cuchillos. Humano se tumbó en el suelo.
—Olhado —dijo Novinha —. Quim. Volved a la puerta. Ela, tú también.
—Voy a ver esto, Madre —dijo Ela —. Soy una científica.
—Olvidas mis ojos —contestó Olhado —. Lo estoy grabando todo. Podremos mostrar a los humanos de todas partes que el tratado se firmó. Y podremos mostrar a los cerdis que el Portavoz firmó la alianza también a su manera.
—Yo tampoco me voy —dijo Quim —. Hasta la Santa Virgen se quedó al pie de la cruz.
—Podéis quedaros —dijo suavemente Novinha. Y también se quedó.
La boca de Humano estaba llena de capim, pero no masticó mucho.
—Mastica más —dijo Ender —, para que no sientas nada.
—Eso no está bien —intervino Mandachuva —. Éstos son los últimos momentos de su segunda vida. Es bueno sentir algunos de los dolores del cuerpo, para recordarlos cuando estés en la tercera vida, más allá del dolor.
Mandachuva y Come-hojas le enseñaron a Ender dónde y cómo cortar. Tenía que hacerse rápidamente, le dijeron, y sus manos señalaron los órganos que debían ir aquí o allá. Las manos de Ender eran rápidas y seguras, su cuerpo tranquilo, pero, a pesar de que apenas podía apartar los ojos de su sangriento trabajo, sabia que los ojos de Humano le observaban, llenos de gratitud y amor, de agonía y muerte.
Sucedió bajo sus manos, tan rápidamente que durante los primeros instantes pudieron verlo crecer. Varios órganos grandes se encogieron cuando las raíces surgieron de ellos; los tendones se extendieron de un lugar a otro dentro del cuerpo; los ojos de Humano se ensancharon con la agonía final, y de su espina dorsal un tallo germinó hacia arriba, dos hojas, cuatro hojas…
Y entonces se detuvo. El cuerpo estaba muerto; su último espasmo de fuerza había ido dirigido a crear el árbol surgido de su espina dorsal. Ender había visto las raicillas y tendones atravesando el cuerpo. Los recuerdos, el alma de Humano había sido transferida a las células del árbol recién nacido. Estaba hecho. Su tercera vida había empezado. Y cuando el sol saliera por la mañana, dentro de poco ya, las hojas saborearían la luz por primera vez.
Los otros cerdis danzaban, contentos. Come-hojas y Mandachuva cogieron los cuchillos de las manos de Ender y los enterraron en el suelo a ambos lados de la cabeza de Humano. Ender no podía unirse a su celebración. Estaba cubierto de sangre y apestaba por el olor del cuerpo que había masacrado. Se arrastró, apartándose del cuerpo, hasta la cima de la colina, donde no tuviera que verle. Novinha le siguió. Todos estaban exhaustos, agotados por el trabajo y las emociones del día. No dijeron nada, no hicieron nada, sólo se tumbaron sobre el grueso capim, buscando alivio en el sueño, mientras los cerdis continuaban su danza y se internaban en el bosque.
Bosquinha y el obispo Peregrino se dirigieron a la puerta, poco antes de que saliera el sol, para ver regresar al Portavoz del bosque. Permanecieron allí diez minutos antes de ver movimiento cerca. Era un niño, que orinaba medio dormido sobre un matojo.
—¡Olhado! —llamó la alcaldesa.
El niño se dio la vuelta, saludó y luego se abrochó rápidamente los pantalones y empezó a despertar a los demás, que dormían entre la alta hierba. Bosquinha y el obispo abrieron la puerta y se acercaron a ellos.
—Es una tontería, pero éste es el momento en que nuestra rebelión parece más real —dijo Bosquinha —. Cuando atravieso por primera vez la verja.
—¿Por qué han pasado la noche a la intemperie? —se preguntó el obispo en voz alta —. La puerta estaba abierta, podrían haber vuelto a casa.
Bosquinha identificó rápidamente al grupo. Ouanda y Ela, tomadas del brazo como hermanas. Olhado y Quim. Novinha. Y allí, claro, el Portavoz, sentado, con Novinha detrás de él. Todos esperaron expectantes, sin decir nada. Hasta que Ender se levanto.
—Tenemos el tratado —dijo —. Es bueno.
Novinha mostró un paquete envuelto en hojas.
—Lo escribieron. Para que lo firmen ustedes.
Bosquinha tomó el bulto.
—Todos los ficheros fueron restaurados antes de la medianoche —dijo —. No sólo los que salvamos en su receptor de mensajes. Quienquiera que sea su amigo, Portavoz, es muy bueno.
—Amiga. Se llama Jane.
El obispo y Bosquinha pudieron ver ahora lo que había en el suelo, al pie de la colina donde el Portavoz había dormido. Ahora comprendieron las manchas oscuras de sus manos y brazos, y los salpicones en su cara.
—Preferiría no tener tratado a matar para conseguirlo —dijo Bosquinha.
—Espere antes de juzgar —repuso el obispo —. Creo que el trabajo de esta noche fue más de lo que ahora vemos ante nosotros.
—Muy sabio, padre Peregrino —dijo suavemente el Portavoz.
—Se lo explicaré si quieren —se ofreció Ouanda —. Ela y yo lo comprendimos tan bien como cualquiera.
—Fue como un sacramento —dijo Olhado.
Bosquinha miró a Novinha, sin comprender.
—¿Le dejaste mirar?
Olhado se palpó los ojos.
—Algún día, todos los cerdis lo verán a través de mis ojos.
—No fue muerte —dijo Quim —, sino resurrección.
El obispo se acercó al cadáver torturado y tocó la semilla de árbol que crecía de la cavidad pectoral.
—Su nombre es Humano —dijo el Portavoz.
—Y también el suyo —dijo el obispo suavemente.
Se dio la vuelta y miró a aquellos miembros de su pequeño rebaño que habían llevado a la humanidad un paso adelante.
«¿Soy el pastor —se preguntó Peregrino —, o la más confusa e indefensa de las ovejas?»
—Venid todos. Venid conmigo a la catedral. Las campanas llamarán pronto a misa.
Los niños se reunieron y se prepararon para ir. Novinha, también, dio un paso adelante. Entonces se volvió y miró al Portavoz con una invitación muda en los ojos.
—Pronto —dijo él —. Un momento más.
Ella siguió también al obispo y subió la colina y entró en la catedral.
La misa apenas acababa de empezar cuando Peregrino vio que el Portavoz, al fondo de la catedral, se detenía un momento y buscaba con la mirada a Novinha y su familia. Dio unos pocos pasos y se colocó junto a ella, donde Marcão se había sentado en aquellas raras ocasiones en que toda la familia venía junta.
Los deberes del servicio recabaron su atención. Cuando, unos pocos segundos más tarde, Peregrino pudo volver a mirar de nuevo, vio que Grego estaba sentado junto al Portavoz. Pensó en los términos del tratado tal como las muchachas se lo habían explicado, en el significado de la muerte del cerdi llamado Humano, y antes de él, de las muertes de Pipo y Libo. Todo se aclaraba, todo se unía. El joven, Miro, paralizado en la cama, con su hermana Ouanda atendiéndole. Novinha, la oveja perdida, ahora encontrada. La verja, con su negra sombra proyectándose sobre la mente de todos los que habían vivido dentro de sus límites y ahora inofensiva, invisible, insubstancial.
Era el milagro del pan convertido en carne de Cristo en sus manos. ¡Qué repentinamente encontramos la carne de Cristo en nuestro interior, después de todo, cuando pensamos que sólo estamos hechos de barro!
La evolución no le dio a su madre canal para dar a luz, ni pechos. Por tanto, la pequeña criatura que un día se llamaría Humano no tuvo otro medio para salir del vientre que sus propios dientes. Él y sus hermanos devoraron el cuerpo de su madre. Como Humano era el más fuerte y vigoroso, comió más, y se hizo aún más fuerte. Humano vivió en completa oscuridad. Cuando su madre se acabó, no le quedó otra cosa que comer sino el dulce líquido que fluía en la superficie de su mundo. No sabia aún que la superficie vertical era el interior de un gran árbol hueco, y que el líquido que comía era la savia del árbol. No sabía tampoco que las criaturas cálidas, más grandes que él, eran cerdis mayores, casi dispuestos para abandonar la oscuridad del árbol, y que las criaturas más pequeñas eran cerdis más jóvenes, nacidos después de él. Todo lo que realmente le importaba era comer, moverse, ver la luz. De vez en cuando, con frecuencias que no podía comprender, una luz repentina inundaba la oscuridad. Empezaba siempre con un sonido cuya fuente no podía entender. Luego el árbol tiritaba un poco, dejaba de fluir la savia y toda la energía del árbol se concentraba en cambiar la forma del tronco y hacer una apertura que dejara entrar la luz. Cuando aparecía la luz, Humano se movía hacia ella. Cuando la luz desaparecía, Humano perdía el sentido de la dirección y vagaba errante en busca de líquido que comer.
Hasta que un día, cuando casi todas las demás criaturas eran más pequeñas que él, llegó la luz y él fue tan fuerte y rápido que alcanzó la apertura antes de que se cerrara. Arqueó su cuerpo sobre la curva de la madera del árbol y, por primera vez, sintió la rugosidad de la corteza exterior bajo su suave vientre. Apenas advirtió este nuevo dolor, porque la luz le deslumbraba. No estaba sólo en un lugar, sino en todas partes, y no era gris, sino de vivas tonalidades amarillas y verdes. Su éxtasis duró muchos segundos. Entonces volvió a sentir hambre y aquí, en el exterior del árbol, la savia sólo fluía en las fisuras de la corteza, donde era difícil de alcanzar, y todas las criaturas que había eran más grandes que él, así que no las podía apartar para abrirse camino, sino que eran ellas quienes le hacían a un lado y le alejaban de los sitios donde era fácil comer. Esto era algo nuevo, un mundo nuevo, una vida nueva, y tuvo miedo.
Más tarde, cuando aprendió el lenguaje, recordaría el viaje de la oscuridad a la luz, y lo llamaría el tránsito de la primera vida a la segunda, de la vida de oscuridad a la vida de la media luz.
Portavoz de los Muertos,
La Vida de Humano,
1:1:5.
Miro decidió irse de Lusitania, tomar la nave del Portavoz y marcharse a Trondheim después de todo. Tal vez durante su juicio pudiera persuadir a los Cien Mundos de no ir a la guerra contra Lusitania. En el peor de los casos podría convertirse en un mártir, sacudir el corazón de la gente, ser recordado, contar para algo. Lo que le pasara sería mejor que quedarse aquí.
Se recuperó rápidamente durante los primeros días. Ganó control y sensación en los brazos y en las piernas. Lo suficiente para dar algunos pasos vacilantes, como un viejo. Lo suficiente para mover brazos y piernas. Lo suficiente para acabar con la humillación de que su madre tuviera que lavarle. Pero luego sus progresos se detuvieron.
—Ya está —dijo Navio —. Hemos alcanzado el nivel de daño permanente. Tienes suerte, Miro, puedes andar, puedes hablar, eres un hombre completo. No estás más limitado que, digamos, un hombre sano que tenga cien años. Preferiría decirte que tu cuerpo volverá a ser como antes de escalar la verja, que tendrás el vigor y el control de un hombre de veinte años. Pero me alegro de no tener que decirte que tendrás que permanecer postrado toda la vida, lleno de sondas y pañales, incapaz de hacer nada más que escuchar música suave y preguntarte dónde ha ido a parar tu cuerpo.
«Así que estoy agradecido —pensó Miro —. Mientras mis dedos se conviertan en muñones inservibles, y oiga mi propia voz pastosa e ininteligible, incapaz de modular adecuadamente, me alegraré de ser como un hombre de cien años, de que pueda esperar ansiosamente vivir otros ochenta años como centenario.»
En cuanto estuvo claro que no necesitaba atención constante, la familia se dispersó y volvió a sus negocios. Vivían una época demasiado excitante
para que se quedaran en casa con su hermano, hijo o amigo impedido. Él lo comprendía perfectamente. No quería que se quedaran con él. Quería ir con ellos. Su trabajo no había terminado. Ahora, por fin, todas las verjas, todas las reglas habían desaparecido. Ahora podía formular a los cerdis todas las preguntas que le habían dejado perplejo durante tanto tiempo.
Al principio, intentó trabajar a través de Ouanda. Ella iba a verle cada mañana y cada tarde y hacía sus informes en el terminal de la casa de los Ribeira. Él leía sus informes, le preguntaba, escuchaba sus historias. Y ella memorizaba seriamente todas las preguntas que él quería que les hiciera a los cerdis. Después de unos pocos días, sin embargo, él advirtió que por la tarde ella tenía las respuestas a las preguntas de Miro. Pero no había continuación, ninguna exploración del significado. La atención real de ella estaba centrada en su propio trabajo. Y Miro dejó de encargarle preguntas. Se quedaba tumbado y le decía que estaba más interesado en lo que ella hacía, que sus exploraciones eran las más importantes.