La voz de los muertos (43 page)

Read La voz de los muertos Online

Authors: Orson Scott Card

Tags: #ciencia ficción

BOOK: La voz de los muertos
12.92Mb size Format: txt, pdf, ePub

Bosquinha sacudió la cabeza.

—¿Cree que nadie dirá: «Los lusitanos, sólo con visitar un planeta pueden destruirlo. Tienen una nave, tienen una conocida propensión a la rebeldía, tienen a los cerdis asesinos. Su existencia es una amenaza»?

—¿Quién diría eso? —preguntó el obispo.

—En el Vaticano, nadie —respondió Ender —. Pero al Congreso no le interesa salvar almas.

—Y tal vez tengan razón —dijo el obispo —. Usted mismo ha dicho que los cerdis ansían poder volar. Y allá donde vayan, sin embargo, tendremos este mismo efecto. Incluso en los mundos no habitados, ¿no es verdad? ¿Qué harán, duplicar infinitamente este paisaje… bosques de una sola especie de árboles, praderas de una única hierba, con sólo una cabra para pastar y sólo la xingadora para surcar el aire?

—Tal vez algún día podamos encontrar un medio de controlar a la Descolada —dijo Ela.

—No podemos arriesgar nuestro futuro por una posibilidad tan pequeña.

—Por eso tenemos que rebelamos —dijo Ender —. Porque el Congreso pensará exactamente eso. Lo mismo que hicieron hace tres mil años, en el Genocidio. Todo el mundo condena al Genocida porque destruyó una especie alienígena cuyas intenciones resultaron ser inofensivas. Pero cuando parecía que los insectores estaban determinados a destruir a la raza humana, los líderes de la humanidad no tuvieron más alternativa que pelear con todas sus fuerzas. Les estamos presentando el mismo dilema. Ya temen a los cerdis. Y en cuanto comprendan lo que es la Descolada, todo intento de proteger a los cerdis acabará. Por bien de la supervivencia de la humanidad, nos destruirán. Probablemente no a todo el planeta. Como usted ha dicho, ya no quedan Enders hoy en día. Pero ciertamente aniquilarán Milagro y destruirán todo rastro del contacto humano. Incluidos los cerdis que nos conocen. Entonces vigilarán el planeta para evitar que los cerdis salgan de su estado primitivo. Si supieran lo que ellos saben, ¿no harían ustedes lo mismo?

—¿Un Portavoz de los Muertos dice esto? —preguntó Dom Cristão.

—Estaba usted allí —dijo el obispo —. Estaba usted allí la primera vez, ¿verdad? Cuando los insectores fueron destruidos.

—La última vez no teníamos forma de hablar con los insectores, ningún medio de saber que eran ramen y no varelse. Esta vez estamos aquí. Sabemos que no saldremos a destruir otros mundos. Sabemos que nos quedaremos aquí en Lusitania hasta que podamos salir con seguridad, cuando la Descolada esté neutralizada. Esta vez, podemos conservar la vida de los ramen, para que quien escriba la historia de los cerdis no tenga que ser un Portavoz de los Muertos.

El secretario abrió la puerta y Ouanda entró corriendo. —Obispo —dijo —. Alcaldesa. Tienen que venir. Novinha…

—¿Qué pasa? —preguntó el obispo.

—Ouanda, tengo que arrestarte —dijo Bosquinha.

—Arrésteme más tarde. Es Miro. Ha saltado la verja.

—No puede hacer eso —dijo Novinha —. Podría matarle… —entonces, llena de horror, advirtió lo que había dicho —. Llévame con él.

—Buscad a Navio —dijo Dona Cristá.

—No comprenden —continuó Ouanda —. No podemos llegar hasta él. Está al otro lado de la verja.

—¿Entonces qué podemos hacer? preguntó Bosquinha.

—Desconectarla.

Bosquinha miró a los otros, indefensa.

—No puedo hacer eso. El Comité la controla ahora. Por ansible. Nunca la desconectaran.

—Entonces Miro ya está muerto —dijo Ouanda.

—No —dijo Novinha.

Tras ella, otra figura entró en la habitación. Pequeña, cubierta de pelo. Ninguno de ellos, excepto Ender, había visto antes a un cerdi en carne y hueso, pero supieron de inmediato qué era la criatura.

—Discúlpenme —dijo el cerdi —. ¿Significa esto que tenemos que plantarle ahora?

Nadie se molestó en preguntar cómo había cruzado la verja. Estaban demasiado atareados comprendiendo lo que quería decir con aquello de plantar a Miro.

—¡No! —gritó Novinha.

Mandachuva la miró sorprendido.

—¿No?

—Creo que no deberíais de plantar a ningún humano más —dijo Ender.

Mandachuva se quedó absolutamente quieto.

—¿Qué quiere decir? —dijo Ouanda —. Le está trastornando.

—Espero que se trastorne aún más antes de que acabe el día —dijo Ender —. Vamos, Ouanda, llévanos con Miro.

—¿Para qué, si no podemos cruzar la verja?

—preguntó Bosquinha.

—Llamen a Navio —dijo Ender.

—Iré a por él —se ofreció Dona Cristá —. Olvidas que nadie puede llamar a nadie.

—He preguntado para qué servirá —insistió Bosquinha.

—Ya lo dije antes —respondió Ender —. Si deciden rebelarse, podemos cortar la conexión del ansible. Y entonces podremos desconectar la verja.

—¿Intenta usar la situación de Miro para forzar mi mano? —preguntó el obispo.

—Sí. Es una de sus ovejas, ¿no? Así que deje a las otras noventa y nueve, pastor, y venga con nosotros a salvar a la que se ha perdido.

—¿Qué sucede? —preguntó Mandachuva.

—Llévanos a la cerca —le dijo Ender —. Rápido, por favor.

Bajaron corriendo las escaleras hacia la catedral. Ender podía oír al obispo tras él, gruñendo algo acerca de cómo pervertir las escrituras para servir fines privados.

Atravesaron el pasillo central de la catedral siguiendo a Mandachuva. Ender advirtió que el obispo se detuvo junto al altar y observó a la pequeña criatura peluda. Fuera, alcanzó su paso.

—Dígame una cosa, Portavoz. Si la verja se viene abajo, si nos rebelamos contra el Congreso Estelar, ¿acabarían todas las reglas referidas al contacto con los cerdis?

—Eso espero, que no haya más barreras innaturales entre ellos y nosotros.

—Entonces —dijo el obispo —, podríamos predicarles el Evangelio a los Pequeños, ¿no? Ya no habría ninguna regla en contra.

—Eso es. Puede que no se conviertan, pero ya no habría ninguna regla en contra.

—Tengo que pensar en esto —dijo el obispo —. Pero tal vez, mi querido infiel, su rebelión abra la puerta de la conversión a una gran nación. Tal vez, después de todo, Dios le haya guiado hasta aquí.

Cuando el obispo, Dom Cristão y Ender llegaron a la verja, Mandachuva y las mujeres ya llevaban allí un rato. Ender pudo ver por la manera en que Ela se interponía entre su madre y la verja, y por la forma en que Novinha se cubría la cara con las manos, que ya había intentado escalar la verja para llegar junto a su hijo. Estaba llorando y le gritaba.

—¡Miro! Miro, ¿cómo has podido hacer esto, cómo has podido escalar…?

Ela, mientras tanto, trataba de hablarle, de calmarla.

Al otro lado de la verja, cuatro cerdis observaban, sorprendidos.

Ouanda temblaba de miedo por la vida de Miro, pero tuvo suficiente presencia de ánimo para decirle a Ender lo que sabía que él no podría ver por sí mismo.

—Ése es Cuencos, y los otros son Flecha, Humano y Come-hojas. Come-hojas está intentando convencer a los otros para que le planten. Creo que sé lo que significa, pero no hay problema. Humano y Mandachuva les han convencido de que no lo hagan.

—Pero eso no nos ayuda en nada —dijo Ender —. ¿Por qué hizo Miro algo tan estúpido?

—Mandachuva me lo explicó por el camino. Los cerdis mastican capim, que tiene efecto anestésico. Pueden escalar la verja cuando quieren. Aparentemente lo han estado haciendo durante años. Pensaban que los humanos no lo hacíamos por obediencia a la ley. Ahora saben que el capim no tiene el mismo efecto sobre nosotros.

Ender se acercó a la verja.

—Humano —llamó.

El cerdi dio un paso adelante.

—Hay una posibilidad de que podamos desconectar la verja. Pero si lo hacemos, estaremos en guerra con todos los humanos de los demás mundos. ¿Lo comprendes? Los humanos de Lusitania y

los cerdis, juntos, en guerra contra todos los demás humanos.

—Oh —dijo Humano.

—¿Ganaremos? —preguntó Flecha.

—Puede que sí —contestó Ender —. O puede que no.

—¿Nos entregarás a la reina colmena? —preguntó Humano.

—Primero tengo que ver a las esposas.

Los cerdis se envararon.

—¿De qué están hablando? —preguntó el obispo —.

—Tengo que ver a las esposas porque tenemos que hacer un tratado. Un acuerdo. Un grupo de leyes entre nosotros. ¿Me comprendes? Los humanos no pueden vivir según vuestras leyes, y vosotros no podéis vivir según las nuestras, pero si queremos vivir en paz, sin verja entre nosotros, y si voy a dejar a la reina colmena viviendo con vosotros para ayudaros y enseñaros, entonces tenéis que hacer algunas promesas, y mantenerlas. ¿Comprendes?

—Comprendo —dijo Humano —. Pero no sabes lo que pides, tratar con las esposas. No son listas de la forma en que lo son los hermanos.

—Ellas toman todas las decisiones, ¿no?

—Claro. Son las guardianas de las madres, ¿no? Pero te advierto, es peligroso hablar con las esposas. Especialmente para ti, porque te honran tanto.

—Si se derriba la verja, tendré que hablar con las esposas. Si no puedo hablar con ellas, entonces la verja permanece en pie, y Miro morirá, y tendremos que obedecer la orden del Congreso que dice que todos los humanos de Lusitania tendrán que marcharse.

Ender no dijo que los humanos bien podrían acabar muertos. Decía siempre la verdad, pero no tenía por qué decirla siempre toda.

—Te llevaré con las esposas —dijo Humano.

Come-hojas se acercó a él y pasó su mano sobre el vientre de Humano.

—Te pusieron un nombre adecuado —dijo —. Eres humano, no uno de nosotros.

Come-hojas hizo ademán de echar a correr, pero Flecha y Cuencos le detuvieron.

—Te llevaré —dijo Humano —. Ahora, detén la verja y salva la vida de Miro.

Ender se volvió hacia el obispo.

—No es mi decisión —dijo éste —. Es de Bosquinha.

—He jurado fidelidad al Congreso Estelar, pero cometeré perjurio ahora mismo por salvar la vida de mi gente. Digo que es hora de derribar la verja y de intentar conseguir lo mejor de nuestra rebelión.

—Si podemos predicar a los cerdis… —dijo el obispo.

—Se lo preguntaré cuando me reúna con las esposas —dijo Ender —. No puedo prometer mas.

—¡Obispo! —exclamó Novinha —. ¡Pipo y Libo ya han muerto al otro lado de esa verja!

—Derribadla —dijo el obispo —. No quiero ver cómo esta colonia termina sin haber iniciado siquiera el trabajo de Dios —sonrió sombríamente —. Pero será mejor que santifiquen a Os Venerados pronto. Nos hará falta su ayuda.

—Jane —murmuró Ender.

—Por eso te amo —dijo Jane —. Puedes hacer cualquier cosa siempre y cuando yo lo revuelva todo del modo adecuado.

—Corta el ansible y desconecta la verja, por favor.

—Hecho.

Ender corrió hacia la cerca y se encaramó a ella. Con la ayuda de los cerdis subió a Miro y dejó que su cuerpo rígido cayera en brazos del obispo, la alcaldesa, Dom Cristão y Novinha. Navio venía corriendo por la colina detrás de Dona Cristá. Harían todo lo posible por ayudar a Miro.

Ouanda escaló también la cerca.

—Vuélvete —le dijo Ender —. Ya le tenemos.

—Si va a ver a las esposas, voy con usted. Necesita mi ayuda.

Ender no tenía respuesta para eso. Ella se dejó caer y corrió a su lado.

Navio se arrodilló junto al cuerpo de Miro.

—¿Escaló la verja? —dijo —. No hay nada en los libros al respecto. No es posible. Nadie puede soportar tanto dolor para hacer pasar la cabeza a través del campo.

—¿Vivirá? —demandó Bosquinha.

—¿Cómo puedo saberlo? —respondió Navio. Impacientemente, le arrancó las ropas a Miro y empezó a conectarle sensores —. Nadie cubría esta especialidad en la facultad de medicina.

Ender advirtió que la verja se sacudía de nuevo. Ela estaba escalándola.

—No necesito tu ayuda —le dijo Ender.

—Ya es hora de que alguien que sepa algo de xenobiología vaya a ver qué es lo que pasa —replicó ella.

—Quédate y cuida a tu hermano —dijo Ouanda.

Ela la miró desafiante.

—También es hermano tuyo. Ahora vayamos a asegurarnos de que, si muere, no sea en vano.

Los tres siguieron al bosque a Humano y a los otros cerdis.

Bosquinha y el obispo les observaron partir.

—Cuando me desperté esta mañana —comentó Bosquinha —, no esperaba convertirme en una rebelde antes de acostarme.

—Ni yo había imaginado que el Portavoz sería nuestro embajador ante los cerdis —dijo el obispo.

—La cuestión es si alguna vez seremos perdonados por esto —dijo Dom Cristão.

—¿Cree que hemos cometido un error?

—En absoluto. Creo que hemos dado un paso hacia algo realmente grandioso. Pero la humanidad casi nunca perdona la grandeza auténtica.

—Afortunadamente —dijo el obispo —, la humanidad no es el juez que cuenta. Y ahora recemos por este muchacho, ya que la ciencia médica ha alcanzado obviamente los límites de su competencia.

Las Esposas

Descubre cómo se ha corrido la voz de que la Flota de Evacuación va armada con el Pequeño Doctor. Esto es MÁXIMA PRIORIDAD. Luego, averigua quién es ese que se hace llamar Demóstenes. Llamar a la Flota de Evacuación un Segundo Genocidio es definitivamente y de acuerdo con el Código una violación de las leyes de traición, y si la ASC no puede encontrar esta voz y ponerle freno, no imagino ningún buen motivo para que la ASC continúe existiendo.

Mientras tanto, continúa tu evaluación de los archivos conseguidos en Lusitania. Es completamente irracional que se rebelen sólo porque queremos arrestar a dos xenólogos errantes. No había nada en los antecedentes de la alcaldesa que sugiriera esta reacción. Si hay alguna posibilidad de que estalle una revolución, quiero averiguar quiénes podrían ser sus líderes.

Pyotr, sé que lo estás haciendo lo mejor que puedes. Yo también. Y todo el mundo. También, probablemente, los habitantes de Lusitania. Pero mi responsabilidad es la seguridad e integridad de los Cien Mundos. Tengo cien veces la responsabilidad de Peter el Hegemón y una décima parte de su poder. Por no mencionar el hecho de que estoy lejos de ser el genio que él fue. No hay duda de que tú y todos los demás seríais más felices si Peter estuviera aún disponible. Me temo que para cuando todo esto acabe, necesitemos otro Ender. Nadie quiere el Genocidio, pero si sucede, quiero asegurarme de que son los otros los que desaparecen. Cuando se llega a la guerra, el humano es humano y el alienígena es alienígena. Toda la historia de los ramen se convierte en humo cuando hablamos de supervivencia. ¿Te satisface eso? ¿Me crees cuando te digo que no estoy siendo blanda? Procura no serlo tú tampoco. Procura ofrecerme resultados, rápido. Ahora. Besos, Bawa.

Other books

What's Your Status? by Finn, Katie
The Double Cross by Clare O'Donohue
Dead in the Water by Peter Tickler
The Corpse on the Dike by Janwillem Van De Wetering
Yes Please by Amy Poehler
Paradise Court by Jenny Oldfield