La Yihad Butleriana (42 page)

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Authors: Kevin J. Anderson Brian Herbert

Tags: #Ciencia Ficción

BOOK: La Yihad Butleriana
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—¡No me quedaré aquí mientras los demás obtienen la gloria! —rugió Ajax.

—Jerjes, tú vendrás con nosotros —dijo Agamenón—. Ajax, te quedarás aquí para vigilar el ritmo de los trabajos con Dante. Hazlo en memoria de Barbarroja.

Tanto Jerjes como Ajax protestaron, pero Agamenón era el líder, e impuso el control que había ejercido durante siglos. —¿Podrás convencer a Omnius de que nos dé permiso, amor mío? —preguntó Juno.

—Los hrethgir de Giedi Prime no solo mataron a nuestro amigo, sino que también aniquilaron a la nueva encarnación de Omnius antes de que fuera actualizada. Hace mucho tiempo, cuando Barbarroja alteró la programación original de la red, introdujo algo en la mente del ordenador, suficiente para que comprendiera la naturaleza de la conquista. Apuesto a que él también sentirá nuestra necesidad de venganza.

Los titanes meditaron sobre este comentario en silencio.

—Iremos a Rossak y le prenderemos fuego —dijo Agamenón.

62

En la guerra, hay incontables factores imposibles de predecir, y que no dependen de la calidad del mando militar. En el calor de la batalla surgen héroes, en ocasiones de los orígenes más improbables.

V
ORIAN
A
TREIDES
,
Momentos decisivos de la historia

Era un soldado, no un político. Xavier Harkonnen sabía de tácticas y estrategias militares, había pensado dedicar su vida al servicio de la milicia salusana y la Armada de la Liga. Pero ahora no tenía otra alternativa que hablar ante los representantes de la liga reunidos en el Parlamento.

Después de la victoria agridulce en Giedi Prime, era preciso decir algunas cosas.

Habían reparado y apuntalado el antiguo edificio del Parlamento, mientras que los restos de andamios y muros provisionales indicaban los puntos en que continuaban las obras. Aún se veían grietas y retoques apresurados en la plazpiedra, las columnas y los murales. Cicatrices de guerra, medallas de honor.

Poco antes de la intervención del joven oficial, el virrey Butler había asistido junto con su esposa a unas honras fúnebres en memoria de Serena y los camaradas caídos en Giedi Prime.

—Murió haciendo exactamente lo que se exigía a sí misma, y a nosotros —dijo el virrey—. Una luz se ha apagado en nuestras vidas.

En el año transcurrido desde el ataque cimek contra Salusa, el pueblo había padecido muchos funerales y demasiado dolor. Pero Serena, la joven y apasionada representante, siempre había insistido en que la liga servía al pueblo y ayudaba a los necesitados.

Al lado del virrey, Livia Butler llevaba el hábito de meditación que utilizaba en la Ciudad de la Introspección. Ya había visto morir a su único hijo varón Fredo por causa de una enfermedad de la sangre. Ahora, las máquinas pensantes habían asesinado a su hija mayor. Ya solo le quedaba la etérea Octa.

Los representantes de los planetas de la liga guardaban silencio y compartían la tristeza. Pese a su juventud, Serena Butler había dejado una fuerte impresión por su idealismo e impetuosidad. Después del panegírico oficial, muchos oradores se turnaron en el podio para alabar su generosidad.

Xavier escuchó los tributos. Los representantes le miraban con compasión. Pensó en la vida que Serena y él habían deseado compartir.

Por ella, Xavier no se pondría a llorar en público. Si la raza humana lloraba por los caídos, quedaría paralizada en un estado de dolor permanente. Sus labios temblaron, y su visión se nubló, pero obligó a ser fuerte. Era su deber. Aunque con el corazón destrozado, la mente de Xavier no cesaba de pensar con furia en el enemigo, y en los traidores humanos que luchaban al lado de los robots.

Su recuerdo de Serena sería fuente constante de energía e inspiración. Aun muerta, le arrastraría a cumbres que nunca habría alcanzado sin ella. Todavía guardaba el collar de diamantes negros que proyectaba su último mensaje, su valiente llamada a las armas a ayudar a Giedi Prime. La adorable Serena cuidaría de él siempre, como en este momento, cuando estaba a punto de reagrupar los recursos y poderío militar de las masas enfurecidas.

Xavier, pálido y tembloroso, entró en la cúpula de proyección, seguido por el virrey Butler. Ambos vestían mantos y capas plateadas y azules, con cintas negras en la cabeza en honor de su ser querido caído en combate.

Había llegado el momento de seguir cuidando de la humanidad. Después de sus recientes victorias militares, necesitaba pocas presentaciones.

—Somos seres humanos, y siempre hemos luchado por nuestros derechos y nuestra dignidad. Formamos la Liga de Nobles para que los hombres libres pudieran oponerse a los titanes, y después a las máquinas pensantes. Solo gracias a estar unidos hemos podido detener la racha de conquistas de nuestros enemigos. —Escudriñó a los representantes sentados en la abarrotada sala—. Pero a veces, la liga es nuestro peor enemigo.

Los asistentes respetaban demasiado a este héroe para discutir, y Xavier se apresuró a continuar.

—Mientras alabamos de boquilla nuestra alianza, los planetas de la liga siguen siendo egocéntricos e independientes. Cuando un planeta acosado pide ayuda, la liga discute durante meses antes de decidir nuestra respuesta…, ¡hasta que es demasiado tarde! Eso ocurrió en Giedi Prime. Tan solo la temeridad de Serena nos obligó a actuar a toda velocidad. Sabía muy bien lo que hacía, y lo pagó con su vida.

Cuando algunos representantes empezaron a murmurar, Xavier se encrespó y les obligó a callar con voz atronadora.

—La Liga de Nobles ha de formar una coalición más fuerte bajo un liderazgo modernizado. Para luchar con eficacia contra una supermente electrónica altamente organizada, necesitamos un gobierno de humanos unido, en lugar de esta estructura poco rígida.

Agitaba las manos mientras hablaba.

—Como predicaba Serena Butler, hemos de hacer todos los esfuerzos por ganarnos la colaboración de los Planetas No Aliados, con el fin de fortalecer nuestro marco defensivo y añadir una zona de amortiguación a nuestro territorio protegido.

El virrey se acercó al joven y añadió, con voz transida de emoción:

—Ese fue siempre el sueño de mi hija. Ahora, hemos de convertirlo en nuestro.

Varios nobles vacilantes se levantaron en señal de respetuosa disensión.

—Reunir tantos planetas bajo un gobierno fuerte —dijo un hombre delgado de Kirana III—, sobre todo de tipo militar, me recuerda la Era de los Titanes.

—¡No queremos más imperios! —gritó un noble de Hagal. Xavier alzó la voz.

—¿Acaso no es mejor un imperio que la extinción? ¡Mientras vosotros os preocupáis por matices políticos, Omnius va conquistando sistemas estelares!

—Durante siglos —dijo otro representante—, la Liga de Nobles y los Planetas Sincronizados se han mantenido mutuamente a raya, en un precario equilibrio. Omnius nunca ha traspasado las fronteras del Imperio Antiguo. Siempre dimos por sentado que las máquinas pensantes no lo consideraban eficaz ni digno de valor. ¿Por qué va a cambiar eso ahora?

—¡Por el motivo que sea, ya ha cambiado! Las máquinas pensantes parecen decididas al genocidio. —Xavier apretó los puños. No había esperado tener que discutir por esto, cuando las pruebas eran palpables—. ¿Hemos de parapetarnos tras nuestras defensas de papel y reaccionar tan solo cuando Omnius nos pone a prueba? ¿Como hicimos en Salusa hace un año, como hicimos en Giedi Prime?

En un melodramático estallido, alzó el atril y lo lanzó a través del cristal de la cúpula. La primera fila de nobles huyó de la lluvia de fragmentos de cristal. Estupefactos representantes gritaron que el comportamiento de Xavier era inaceptable. Otros llamaron a los guardias de seguridad para que expulsaran de la sala al oficial.

Xavier pasó a través del cristal roto y gritó sin necesidad de amplificador.

—¡Bien! ¡Ese es el tipo de espíritu que quiero ver! La liga ha estado postrada durante demasiado tiempo. He hablado con otros comandantes de la Armada, y la mayoría estamos de acuerdo. Hemos de cambiar nuestra táctica y sorprender a las máquinas. Deberíamos gastar el dinero que fuera necesario, acaparar la imaginación de todos nuestros científicos y desarrollar nuevas armas, armas capaces de destruir a Omnius, no solo de protegernos en casa. Un día, creo que hemos de pasar a la ofensiva. Es la única manera de ganar este conflicto.

Poco a poco, los congregados comprendieron que Xavier había provocado a propósito una reacción. Con una bota pulida, apartó fragmentos rotos del estrado.

—La experiencia es nuestro mejor maestro. Las máquinas podrían atacar Salusa de nuevo en cualquier momento, Poritrin, Rossak, Hagal, Ginaz, Kirana III, Seneca, Colonia Vertree o Relicon… ¿He de continuar? Ninguno de nuestros planetas se encuentra a salvo. —Alzó un dedo admonitorio—. Pero si volvemos las tornas, podemos expulsar a los agresores con movimientos atrevidos e inesperados. —Hizo una pausa—. ¿Tenemos los redaños de hacerlo? ¿Somos capaces de desarrollar las armas necesarias? El tiempo de la complacencia ha pasado.

En la posterior discusión, Zufa Cenva ofreció más ataques telépatas contra los cimeks. Muchas hechiceras ya se habían presentado voluntarias, dijo. Lord Niko Bludd se jactó de los continuos trabajos de Tio Holtzman, que pronto pensaba poner a prueba un nuevo
resonador de aleación
. Otros representantes de la liga ofrecieron sugerencias, objetivos, formas de fortalecer su posición.

Xavier, aliviado e inspirado, paseó la vista a su alrededor. Les había avergonzado hasta obligarles a proclamar a gritos su belicoso apoyo, y de momento, las voces de los disidentes no se oían.

Resbalaron lágrimas sobre su rostro, y notó un sabor salado en los labios. Purgado de emociones y energías, observó que el virrey Butler le estaba mirando con orgullo, como si fuera su hijo.

Estoy asumiendo la misión de Serena
, comprendió Xavier,
haciendo lo que ella habría hecho.

63

Como para equilibrar el dolor y el sufrimiento, la guerra también ha sido la cuna de algunos de nuestros mayores sueños y logros.

T
IO
H
OLTZMAN
, discurso de aceptación
de la Medalla del Valor de Poritrin

Tio Holtzman se lanzó al vacío con su nueva idea, de modo que Norma Cenva se sintió como una hoja a merced del viento. Con su generador de resonancia de aleación, el inventor pretendía demostrarle quién era el genio.

Aunque dudaba de que la idea funcionara, Norma no podía demostrar la razón de su inseguridad con pruebas matemáticas. El instinto le hablaba como una voz importuna, pero ella callaba sus preocupaciones. Después de la agria reacción de Holtzman a sus reservas iniciales, no había vuelto a pedir su opinión.

Norma esperaba estar equivocada. Al fin y al cabo, era humana y lejos de ser perfecta.

Mientras el sabio se afanaba en el laboratorio de demostraciones (un edificio del tamaño de un teatro asentado sobre un risco antiguo), Norma esperaba sin hacer nada. Hasta su más inocente contribución le ponía nervioso, como si concediera más crédito a sus dudas de lo que admitía en voz alta.

Norma se hallaba en el puente que comunicaba las diversas secciones del risco, y se agarró a la barandilla. Mientras escuchaba la brisa que susurraba entre los cables, miró el tráfico fluvial. Oyó a Holtzman dentro del laboratorio, gritando a los esclavos mientras erigían un voluminoso generador que producía un campo de resonancia, cuyo propósito era desmantelar y fundir una forma metálica. El sabio, una presencia imperiosa con su manto blanco púrpura, llevaba las cadenas de su cargo alrededor del cuello, así como diversas medallas que documentaban sus premios y logros científicos. Holtzman fulminaba con la mirada a sus trabajadores, paseaba de un lado a otro, vigilaba cada detalle.

Lord Bludd y un puñado de nobles de Poritrin vendrían a presenciar el experimento, de modo que Norma comprendía la angustia de Holtzman. Ella jamás habría preparado una presentación tan extravagante de un aparato que aún no había sido puesto a prueba, pero el científico no mostraba ni la sombra de una duda.

—Ayúdame aquí, Norma, por favor —llamó Holtzman en tono exasperado. Norma corrió hacia el recinto. El sabio señalo con desagrado a sus esclavos.

—No entienden nada. Ya se lo he dicho. Supervísalos, para que pueda evaluar la calibración.

En el centro de la cámara acorazada, el personal de Holtzman había colocado un maniquí metálico con las facciones de un robot de combate. Norma nunca había visto una máquina pensante auténtica, pero sí muchas imágenes almacenadas. Contempló el simulacro. Ese era el enemigo contra el que se dirigían todos sus esfuerzos.

Miró a su mentor con más compasión, al comprender su desesperación. Holtzman estaba obligado moralmente a perseguir cualquier idea, a descubrir cualquier método de continuar este noble combate. Era un experto en energías proyectadas, campos de distorsión y armas que no fueran proyectiles. Confió en que su generador de resonancia de aleación funcionara.

Antes de que los esclavos terminaran de conectar los aparatos, se oyó un estrépito ante el edificio principal. Habían aparecido barcazas ceremoniales sobre los picos, donde los balcones de Holtzman dominaban el río. La guardia de honor se erguía en la nave capitana con lord Bludd, además de cinco senadores y un historiador de la corte vestido de negro. Holtzman abandonó su actividad.

—Norma, acaba esto, por favor.

Sin volverse a mirarla, corrió por el puente para recibir a sus prestigiosos visitantes.

Norma animó a los esclavos a que se dieran prisa, mientras ajustaba los calibrados y sintonizaba el aparato según las especificaciones del inventor. La luz se filtraba a través de las claraboyas e iluminaba al simulacro de robot. Vigas metálicas reforzadas se cruzaban en el techo, sujetando poleas y cabrestantes que se habían utilizado para izar el generador de resonancia.

Hoscos esclavos zenshiítas hormigueaban por todas partes con su vestimenta tradicional, monos de trabajo grises adornados con franjas rojas y blancas. Muchos propietarios de esclavos no permitían que sus cautivos exhibieran signos de individualidad, pero a Holtzman le importaba un rábano. Solo deseaba que los esclavos cumplieran su cometido sin quejarse.

Cuando terminaron su trabajo, los esclavos retrocedieron hacia la pared, con la vista apartada. Un hombre de barba negra y ojos tenebrosos les habló en un idioma desconocido para Norma. Momentos después, un sonriente Holtzman entró con sus invitados en zona de demostración.

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