Read Las amenazas de nuestro mundo Online

Authors: Isaac Asimov

Tags: #Ciencia, Ensayo

Las amenazas de nuestro mundo (48 page)

BOOK: Las amenazas de nuestro mundo
4.11Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Por último, en las repetidas crisis en Oriente Medio, en las que los Estados Unidos y la Unión Soviética se han situado en bandos opuestos, ninguna de los dos superpoderes ha intentado intervenir directamente. De hecho, no se ha permitido que las guerras del estado-cliente continuaran hasta el punto de que uno u otro lado se viera forzado a una intervención directa.

En resumen, desde que las armas nucleares han surgido en escena, hace ya casi cuatro décadas, nunca (excepto por las protoexplosiones en Hiroshima y Nagasaki) han sido utilizadas en la guerra y los dos superpoderes han tenido extremo cuidado en evitar su uso.

Si esta actitud continúa, no seremos destruidos por una guerra nuclear, pero, ¿continuará? Después de todo, existe una proliferación nuclear. Además de Estados Unidos y la Unión Soviética, Gran Bretaña, Francia, China y la India han fabricado armas atómicas. A este grupo podrían añadirse otros, y quizá sea inevitable que así ocurra. ¿Podría un poder menor iniciar una guerra nuclear?

Si suponemos que los gobernantes de los poderes menores tienen también sentido común, es difícil creer que lo hagan. Poseer bombas atómicas es una cosa; poseer un arsenal lo suficientemente importante para evitar una aniquilación rápida y segura por parte de uno u otro de los superpoderes, es otra muy distinta. De hecho, es probable que cualquiera de los poderes menores que hiciera el menor gesto indicativo de su intención de utilizar una bomba nuclear, tendría inmediatamente en contra a ambos superpoderes.

Sin embargo, ¿hasta cuándo podemos confiar en el sentido común de los líderes mundiales? En el pasado, las naciones han estado regidas por personalidades psicópatas, y cabe, incluso, que un gobernante normalmente sensato, en un arrebato de ira y desesperación, no se muestre del todo racional. Es fácil imaginar a alguien, como Adolfo Hitler, ordenando un holocausto nuclear si la única alternativa que le quedaba era la destrucción de su propio poder, aunque también podemos imaginar que sus subordinados se negaran a cumplir sus órdenes. En honor a la verdad, algunas de las órdenes que Hitler dio durante los últimos meses de su mandato
no
fueron cumplidas por sus generales y administradores.

No obstante, hoy día hay algunos gobernantes cuyo fanatismo pudiera impulsarles a apretar el botón nuclear, si lo tuvieran a su disposición. La cuestión es que no disponen de él, y sospecho que el mundo en general los tolera precisamente porque no tienen ese poder.

¿Es que sería posible que, aunque todos los líderes políticos y militares conservaran su sano juicio, el arsenal nuclear escapara de su control y se iniciara una guerra atómica por la decisión demencial causada por el pánico de un subordinado? O, peor todavía, ¿podría iniciarse a través de una serie de pequeñas decisiones, cada una de ellas como única respuesta posible al movimiento del enemigo, hasta que, finalmente, se desencadenara una guerra atómica sin que nadie lo haya deseado y todos confiaran desesperadamente en que no estallaría? (La Primera Guerra Mundial tuvo lugar en condiciones semejantes.)

Y lo peor, ¿sería posible que las condiciones de vida mundiales estén tan deterioradas que una guerra nuclear sea la única alternativa preferible a no hacer nada?

No existe duda alguna de que la única manera segura de evitar una guerra atómica, consiste en destruir todas las armas nucleares. Es posible que el mundo llegue a esa decisión antes de que se produzca una guerra nuclear de proporciones catastróficas.

QUINTA PARTE
CATÁSTROFES DE QUINTA CLASE
XIV. EL AGOTAMIENTO DE LOS RECURSOS
Artículos renovables

En los dos capítulos precedentes hemos decidido que la única catástrofe de cuarta clase que puede afectarnos es una guerra mundial termonuclear, suficientemente intensa y prolongada para destruir toda la vida humana, o dejando unos restos ínfimos de humanidad cuyas extraordinarias condiciones de miseria sólo puedan presagiar su probable extinción.

Si esto sucediera, es posible que también otras formas de vida pudieran extinguirse, pero quizá los insectos, la vegetación, los microorganismos, etc., consigan sobrevivir y repoblar el mundo e impulsar un nuevo florecimiento del que renacería como planeta habitable hasta el momento (suponiendo que llegue) en que evolucione una especie inteligente más sana.

Hemos dicho que son pocas las posibilidades de que se recurra algún día a una guerra atómica intensa y prolongada. A pesar de ello, el desencadenamiento de una violencia en menor grado bastaría también para destruir la civilización, aunque la Humanidad sobreviviera. Ésa sería una catástrofe de quinta clase, la menos decisiva entre las expuestas en este libro, pero suficientemente drástica.

Supongamos ahora que la guerra, y también esa violencia en menor grado, se convierten en cosa del pasado. Quizá no podamos tener muchas esperanzas al respecto, pero tampoco es imposible. Supongamos que la Humanidad decide que la guerra es un suicidio y no tiene ningún sentido; que el sistema para zanjar disputas, para corregir las injusticias que provocan luchas de guerrillas y terrorismo, sin recurrir a la guerra, ha de ser una acción común racional, una acción eficaz para desarmar y contener a los intransigentes insatisfechos con la situación racional (según la define el sentido común de la Humanidad). Supongamos, además, que la colaboración internacional es tan estrecha, que se traduce en una forma de gobierno mundial federalizada que puede llevar a cabo una acción común cuando se trata de grandes problemas y grandes proyectos.

Esto puede parecer extraordinariamente idealista, un sueño de cuento de hadas, pero, supongamos que se haga realidad. La cuestión, en este caso, es como sigue: garantizada la paz y la colaboración en el mundo, ¿estamos seguros para siempre? ¿Continuaremos mejorando nuestra tecnología hasta que sepamos cómo evitar la próxima era glacial, dentro de 100.000 años y controlar la temperatura de la Tierra a nuestra conveniencia? ¿Seguiremos por aquel entonces mejorando nuestra tecnología a medida que salgamos al espacio y seamos totalmente independientes tanto de la Tierra como del Sol, de modo que podamos marcharnos sencillamente cuando llegue el momento en que el Sol se convierta en gigante rojo dentro de siete mil millones de años a partir de ahora (suponiendo que no nos hayamos ido mucho antes)? ¿Continuaremos después mejorando nuestra tecnología hasta que sepamos cómo sobrevivir en un Universo en contracción o la entropía en su punto máximo sobreviviendo incluso al Universo? O ¿existirán todavía peligros horribles, próximos y cercanos, o por completo inevitables, incluso en un mundo totalmente pacífico?

Puede existir. Consideremos, por ejemplo, el asunto del avance de nuestra tecnología. En el desarrollo de este libro he dado como seguro que la tecnología puede avanzar, y avanzará, indefinidamente mientras posea la oportunidad; no existen límites naturales, puesto que el saber no tiene límites y puede ampliarse indefinidamente. Pero, ¿no tendrá esa tecnología algún precio? ¿No habrá unas condiciones que debamos cumplir? Si así fuese, ¿qué sucedería si, de repente, somos incapaces de pagar el precio? ¿O de cumplir las condiciones?

El éxito de la tecnología depende de la explotación de diversos recursos extraídos de nuestro medio ambiente, y cada avance tecnológico supone un aumento en la proporción de esa explotación, al parecer. En este caso, ¿cuánto tiempo durarán esos recursos?

Contando con la presencia de la radiación solar durante los próximos miles de millones de años, muchos de los recursos de la Tierra son renovables indefinidamente. Las plantas verdes utilizan la energía solar para convertir el agua y el dióxido de carbono en la propia sustancia de su tejido, descargando en la atmósfera el oxígeno sobrante. Los animales dependen del mundo vegetal para su alimento, que combinan con oxígeno para formar el agua y el dióxido de carbono.

Este ciclo de alimento y oxígeno (al que pueden añadirse algunos minerales esenciales para la vida) continuará mientras exista la luz del Sol, en potencia por lo menos, y, desde el punto de vista humano, tanto el alimento que comemos como el oxígeno que respiramos son indefinidamente renovables.

También algunos aspectos del mundo inanimado son renovables por tiempo ilimitado. El aguas fresca, de consumo constante y precipitándose sin descanso hacia el mar, queda renovada por la evaporación de los océanos por medio del calor solar y por la precipitación en forma de lluvia. El viento durará mientras la Tierra reciba calor desigual del Sol, las mareas tendrán su flujo y reflujo mientras la Tierra describa su órbita con respecto a la Luna y el Sol, y así sucesivamente.

Todas las formas de vida que no son humanas se mantienen a través de los recursos renovables. Los organismos individuales pueden morir a causa de carestías temporales y localizadas de comida o agua, a causa de temperaturas extremas, o por la presencia y actividad de depredadores, o, simplemente, por la vejez. Especies completas pueden morir por un cambio genético, o por no poder soportar cambios menores en su ambiente, o por ser sustituidas por otras especies con más capacidad de supervivencia en uno u otro sentido. Sin embargo, la vida continúa porque, gracias al ciclo interminable de los recursos renovables, la Tierra continúa siendo habitable.

Únicamente la vida civilizada de los seres humanos depende de los recursos no renovables, y, por consiguiente, tan sólo los seres humanos corren el riesgo de haber creado un tipo de vida en el que algo que se ha convertido en esencial, puede, de manera más o menos repentina, dejar de estar presente. Esta desaparición puede representar un desequilibrio suficiente para terminar con la civilización humana. En este caso la Tierra podría ser habitable y adecuada para la vida, pero no apta para una tecnología avanzada.

Sin duda alguna, en los medios de la tecnología debieron intervenir recursos renovables. Las primeras herramientas debieron de ser aquellas que tenían a mano. La rama caída de un árbol puede ser utilizada como garrote, al igual que el hueso de la extremidad de un animal grande. Estos recursos son ciertamente renovables. Siempre hemos podido contar con nuevas ramas y con nuevos huesos.

Cuando los seres humanos comenzaron a arrojar piedras, tampoco cambió la situación. Las piedras no son renovables en el sentido de que se formen nuevas en un tiempo que resulta muy breve comparándolo con el de la actividad humana, pero las piedras no se consumen al ser arrojadas. La piedra que se ha arrojado puede recogerse y ser lanzada de nuevo. La situación cambió ligeramente cuando las piedras fueron trabajadas para darles forma, talladas, rascadas o picadas, para crear un filo o una punta y ser utilizadas como cuchillos, hachas, lanzas o puntas de flecha.

Por último, algo que no sólo no es renovable, sino que, además, es consumible. Cuando las piedras puntiagudas o afiladas se embotan, pueden afilarse una o dos veces más, pero pronto serán demasiado pequeñas para ser útiles a su propósito. Por lo general, las piedras nuevas han de afilarse. Y aunque las piedras siempre están presentes, las grandes rocas se convierten en pequeñas de las cuales sólo se aprovecha una parte. Además, algunas rocas sirven mejor como herramientas cortantes que otras. Por consiguiente, los seres humanos tuvieron que empezar la búsqueda de pedernal con una avidez muy parecida a la empleada en la búsqueda del alimento.

Sin embargo, existía una diferencia. El nuevo alimento crecía constantemente, ya que incluso las peores sequías o carestías tenían un fin. Sin embargo, cuando se consumía un depósito de pedernal, se agotaba para siempre sin posibilidad de renovación.

Mientras la piedra fue el principal recurso inanimado de la Humanidad (Edad de Piedra), no hubo el temor de que se agotara por completo: la cifra de seres humanos que existían era demasiado pequeña para hacer mella en el suministro.

Y lo mismo sucedía con otras variedades de mineral: la arcilla para la loza, el ocre para la pintura, el mármol o la piedra caliza para la construcción, la arena para el cristal, y así sucesivamente.

El auténtico cambio llegó con el uso de los metales.

Los metales

La propia palabra «metal» se deriva de un vocablo griego que significa «buscar, procurar». Los metales que en nuestros días se utilizan para fabricar herramientas y en la construcción, representan tan sólo una sexta parte del peso de las rocas que componen la corteza terrestre, y la casi totalidad de esa sexta parte no es aparente, ya que la mayor parte de los metales existen en combinación con silicona y oxígeno, o con carbón y oxígeno, o con sulfuro y oxígeno, o únicamente con sulfuro, formando «menas» cuya apariencia y propiedades son muy parecidas a las rocas.

Son pocos los metales que no formen parte de un compuesto y existan en forma de pepitas. Entre los últimos figuran el cobre, la plata y el oro, a los que podemos añadir pequeñas cantidades de hierro meteórico Tales metales libres son muy raros.

El oro representa únicamente un 1/200.000.000 de la corteza terrestre, siendo uno de los metales más raros, pero, por presentarse casi por completo en forma de pepitas de color amarillo sorprendente y bello, fue, probablemente, el primer metal que se descubrió. Era pesado, bastante brillante para servir de adorno, y suficientemente blando para ser batido dándole formas interesantes. Y con la cualidad superior de su permanencia, pues no se oxidaba ni deterioraba.

Los seres humanos debieron de comenzar a trabajar el oro ya en el año 4500 a. de JC. El oro, y en menor grado la plata y el cobre, eran apreciados a causa de su belleza y rareza y se convirtieron en un medio adecuado de intercambio y una manera fácil de acumular riqueza. Aproximadamente el año 640 a, de JC, los lidios del Asia Menor inventaron la moneda, fragmentos de una aleación de plata y oro de un peso determinado, estampados con un sello gubernamental que garantizaba su autenticidad.

Por lo general, la gente ha confundido la conveniencia del oro como un medio de intercambio de valor intrínseco, y nada ha sido buscado con tanto empeño o ha producido tanto gozo al conseguirse. Sin embargo, el oro no tiene en absoluto una utilización a gran escala.

El encuentro de una nueva cantidad de oro aumenta el suministro mundial y, como consecuencia, le hace perder algo de su valor principal: la rareza.

En consecuencia, cuando España se apoderó del oro acumulado por los aztecas y los incas, no fue más rica por ello. La abundancia de oro en Europa hizo disminuir su valor, lo que significaba que los precios de todos los restantes productos aumentaban continuamente en relación con el precio del oro, y se produjo inflación. España, con una economía débil, y obligada a adquirir un gran número de productos del extranjero, se encontró con que debía entregar cada vez más oro para adquirir una cantidad menor de mercancías.

BOOK: Las amenazas de nuestro mundo
4.11Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Other books

Immortal Twilight by James Axler
More Than Neighbors by Isabel Keats
The Untold by Courtney Collins
Return to Paradise by Pittacus Lore
Desperately Seeking Suzanna by Elizabeth Michels
Dog-Gone Mystery by Gertrude Chandler Warner
Experiencing God Day By Day by Richard Blackaby