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Authors: Isaac Asimov

Tags: #Ciencia, Ensayo

Las amenazas de nuestro mundo (50 page)

BOOK: Las amenazas de nuestro mundo
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Esos elementos están allí. La cuestión es cómo conseguir extraerlos.

Podríamos también trasladarnos fuera de la Tierra. Aunque no hace muchos años la idea de extraer minerales de la Luna (o de los asteroides) hubiera parecido propia únicamente de las historias de ciencia-ficción, en la actualidad hay muchas personas que opinan no es impracticable. Si los fenicios viajaron hasta las islas del Estaño en busca de metales escasos, nosotros podemos ir hasta la Luna. Probablemente, la tarea de extraer minerales de la Luna no sería más difícil para nosotros que lo fue para los fenicios el extraer minerales de las Casitérides.

Por último, habiendo repasado toda la lista de las nuevas fuentes de suministro, hasta podríamos decir que en realidad no necesitamos de ninguna de ellas. Los ochenta y un elementos que poseen variedades estables del átomo son indestructibles en circunstancias normales. Los seres humanos no las consumen, simplemente las transportan de un lugar a otro.

Los procesos geológicos, en un trabajo de miles de millones de años, han concentrado un determinado elemento, incluyendo, naturalmente, los diversos metales, en esta o aquella región. Lo que los seres humanos están haciendo, con rapidez creciente, es extraer los metales y otros elementos deseados de esas regiones en donde se concentran, y distribuirlos más ampliamente, de manera más uniforme, y más débilmente, y los mezclan unos con otros.

Pero los metales continúan estando presentes, aunque se hallan esparcidos, desgastados y combinados con otros materiales. En verdad, los cementerios de desperdicios de la Humanidad constituyen un gran depósito de los diversos elementos que ha estado utilizando, en una forma u otra, y desechado. Con las técnicas adecuadas, podrían recuperarse y ser utilizados de nuevo.

Por tanto, en teoría no podemos agotar enteramente los diversos elementos, o, en un sentido más amplio, ninguna sustancia, ya que todas las sustancias que no son elementos están formadas por elementos.

Pero no es únicamente la amenaza de un agotamiento exhaustivo la que pesa sobre los recursos que estamos utilizando, incluso aquellos recursos vitales de los que depende toda la vida, incluyendo la vida humana. Aunque esos recursos no se agoten por completo, y quizá nunca lleguen a gastarse, nuestras actividades pueden convertirlos en inútiles. Podremos disponer todavía de esos recursos, pero no nos servirán para nada.

Contaminación

En realidad, los objetos materiales no se desgastan por entero; lo que se hace simplemente es reordenar los átomos. Lo que se utiliza se convierte en algo diferente, de modo que para cada consunción existe una producción equilibrada.

Si consumimos oxígeno, producimos dióxido de carbono. Si consumimos alimentos y agua, producimos sudor, orina y heces. Por lo general, no podemos aprovechar los productos que desechamos. No podemos respirar con provecho el dióxido de carbono ni comer o beber desperdicios.

Afortunadamente, el mundo de la vida es una unidad ecológica y lo que para nosotros son productos de desecho, resulta materia útil para otros organismos. El dióxido de carbono es esencial para el funcionamiento de las plantas verdes, y en el proceso de su utilización las plantas producen y expelen oxígeno. Los desechos que nosotros producimos pueden ser, y son, descompuestos y utilizados por una gran variedad de microorganismos, y los residuos pueden ser aprovechados por las plantas, de manera que mediante este proceso el agua se purifica y se producen alimentos. Lo que la vida desecha la vida reproduce de nuevo, en un vasto ciclo, una y otra vez. Podríamos llamarlo proceso de «reciclaje».

Eso es un hecho, incluso en ciertos aspectos del mundo de la tecnología humana. Por ejemplo, si los seres humanos queman madera, no hacen sino lo que el rayo lleva a cabo en la Naturaleza. La quema de madera por manos humanas entra en el ciclo de la quema de madera por el rayo. Durante centenares de miles de años que el ser humano ha utilizado el fuego, ese uso fue insignificante comparado con el fuego del rayo, de modo que la actividad humana de ninguna manera podía desequilibrar el ciclo.

Examinemos también la utilización de utensilios de piedra. Significa un cambio constante de rocas grandes que se convierten en pequeñas. Una roca demasiado grande se divide en fragmentos utilizables, y cada uno de esos fragmentos puede dividirse todavía en piezas más pequeñas, astilladas, laminadas o desmenuzadas al darle la forma de una herramienta. Con el tiempo, esa herramienta perderá su utilidad al usarse en piezas más pequeñas que embotarán su filo o alterarán su forma.

También este proceso es natural, puesto que la acción del viento, el agua y los cambios de temperatura sirven para que gradualmente la roca se disgregue y se convierta en arena. La acción geológica puede conglomerar de nuevo pequeños fragmentos de piedra. Este ciclo de grandes pedazos de roca convertidos en pequeños, y revertiendo más tarde nuevamente a su tamaño mayor, requiere un período muy dilatado de tiempo. Por tanto, según las normas humanas, los pequeños fragmentos de roca inútiles son productos inevitablemente desperdiciados en la manufactura de herramientas, y no reciclables.

Cualquier cosa inútil y no reciclable, producto de la actividad humana, se ha designado últimamente con el término «contaminación». Los pequeños fragmentos de piedra eran inútiles, despreciados y molestos. Sin embargo, corno contaminación eran relativamente benignos. Podrían ser apartados a un lado sin dificultad y no perjudicaban. Sin embargo, también los productos de desecho que son reciclados eficazmente por la Naturaleza pueden llegar a representar una contaminación, siempre que dentro de una zona restringida y con poco tiempo, excedan de la capacidad del ciclo. Por ejemplo, cuando los seres humanos quemaban madera, producían cenizas. Éstas, al igual que las piedras pequeñas, podían apartarse y no molestaban, o molestaban muy poco. La combustión producía también unos vapores, en su mayor parte dióxido de carbono y vapor de agua, que por sí mismos no perjudicaban. Entre los vapores había cantidades menores de otros gases irritantes para los ojos y la garganta, partículas de carbón sin quemar que ensuciaban de hollín las superficies, y otras partículas diminutas perjudiciales. Los vapores más esos constituyentes menores creaban un humo visible.

Al aire libre, ese humo se dispersaba rápidamente en concentraciones demasiado pequeñas para resultar molestas. Hemos de tener en cuenta que existen en nuestra atmósfera 5.100.000.000.000.000 toneladas métricas de gases y el humo de todos los fuegos de la Humanidad primitiva (incluyendo también el de los incendios forestales producidos por el rayo) quedaban diluidos en la insignificancia cuando se dispersaban en ese inmenso depósito. Una vez dispersados, los procesos naturales reciclaban las sustancias contenidas en el humo y retornaban las materias primas utilizables por las plantas para convertirse de nuevo en madera.

¿Qué sucedía, sin embargo, cuando se mantenía un fuego en una habitación, para proporcionar luz, calor, cocinar y dar seguridad? Dentro de esa habitación se acumulaba el humo en alta concentración, sucia, maloliente y activamente irritante, mucho antes de que el proceso de reciclaje pudiera ni tan siquiera iniciarse. El resultado era insoportable, y el humo de un fuego de leña fue, con toda seguridad, el primer ejemplo de un problema de contaminación producido por la tecnología humana.

Podían darse diversas respuestas. En primer lugar, se podía suprimir totalmente el fuego, lo que era probablemente inimaginable incluso en la Edad de Piedra. En segundo término, podía utilizarse el fuego sólo al aire libre, lo que hubiera causado muchas molestias a los seres humanos por diferentes motivos. Tercero, se podía avanzar algo más en la tecnología para contrarrestar el problema de la contaminación, es decir, podían proyectarse el equivalente de una chimenea (probablemente un simple agujero en el techo, para empezar). La tercera alternativa fue la solución escogida.

Naturalmente, es probable que cada avance tecnológico correctivo produzca nuevos problemas por sí mismo, y el proceso puede resultar interminable. Cabe entonces preguntarse en qué punto exacto del proceso de la tecnología ésta presenta un efecto al margen incorregible. Por ejemplo, ¿podría la contaminación hacerse tan extensa que cualquier corrección estuviera más allá de nuestras posibilidades, y, por tanto, arruinara nuestra civilización en una catástrofe de quinta clase (o incluso destruir la vida en una catástrofe de cuarta clase)?

Los viejos fuegos de leña han incrementado su número al aumentar la población. Con el avance de la tecnología, se han añadido nuevos fuegos, quema de grasas, carbón, petróleo y gas, y el total de fuego que se consume aumenta constantemente cada año.

Todos los fuegos, de una u otra manera, requieren una chimenea, y el humo de todos ellos es descargado a la atmósfera. En estos momentos, esto significa que aproximadamente quinientos millones de toneladas de contaminantes en forma de gases irritantes y partículas sólidas están siendo descargadas en el aire cada año. La atmósfera, en su conjunto, durante las últimas décadas se ha estado ensuciando perceptiblemente a medida que la tecnología comienza a sobrecargar el ciclo.

Como es natural, esa contaminación es mucho peor en las zonas pobladas, sobre todo en las industrializadas, en donde actualmente tenemos un problema de smog (smoke más fog)
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. De vez en cuando, una capa de inversión (una capa superior de aire frío que aprisiona una capa inferior de aire más caliente durante varios días de una vez), impide la dispersión de los contaminantes y el aire se vuelve peligroso sobre una zona determinada. En 1948, en Donora, Pensilvania, se registró un smog criminal que mató a veintinueve personas como consecuencia directa. Esto ha sucedido también en diferentes ocasiones, en Londres y en otros lugares. Y aunque a veces no cause la muerte directa, siempre queda una incidencia a largo plazo de enfermedades pulmonares en las zonas polucionadas, que pueden producir hasta cáncer pulmonar.

Por consiguiente, ¿es posible que nuestra tecnología nos proporcione una atmósfera irrespirable en un próximo futuro?

La amenaza está presente, pero la Humanidad no se encuentra desamparada. Durante las primeras décadas de la revolución industrial, las ciudades yacían bajo espesas nubes de humo, producto de la combustión del carbón bituminoso. Un cambio al carbón de antracita, que producía menos humo, mejoró notablemente ciudades como Birmingham, en Gran Bretaña, y Pittsburgh, en Estados Unidos
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.

Existen otras medidas correctoras. Uno de los peligros del humo reside en los compuestos de nitrógeno y azufre que se forman. Para empezar, si se extraen los componentes de nitrógeno y azufre del combustible, o si se precipitan los óxidos fuera del humo antes de que éste sea descargado a la atmósfera, se suprimirán algunos de los peligros de la contaminación del aire. Idealmente, los vapores del combustible deberían estar compuestos por dióxido de carbono y agua. Y nada más. Es posible que podamos lograr este ideal
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.

De repente, podrían presentarse nuevas variedades de contaminación del aire. Una de ellas, cuyo peligro potencial fue reconocido a mediados de la década de 1970, puede surgir con el uso de los carbonos clorofluorados, como el freón. De fácil licuación y completamente no tóxicos, se han estado empleando desde la década de 1930 como refrigerantes (alternadamente en forma de vapor o líquido), para sustituir gases mucho más tóxicos y peligrosos como el amoníaco y el dióxido de azufre. Durante las dos últimas décadas se han venido utilizando como líquido en pulverizadores. Con este sistema, su contenido se convierte en vapor y se esparce en una fina pulverización.

Aunque estos gases no perjudican directamente la vida, en 1976 se presentaron pruebas de que si se desplazan hasta la atmósfera superior, pueden debilitar, e incluso destruir, la capa de ozono existente a unos 24 kilómetros (15 millas) por encima de la superficie terrestre. Esta capa de ozono (una forma activa del oxígeno con moléculas compuestas cada una por tres átomos de oxígeno y no por los dos átomos que forman las moléculas de oxígeno corriente) es opaca a la radiación ultravioleta. Protege la superficie terrestre del energético ultravioleta solar, que es peligroso para la vida. Es probable que sólo cuando los procesos de fotosíntesis de las plantas marinas verdes liberaron suficiente oxígeno para permitir la formación de una capa de ozono, la vida finalmente pudo colonizar la Tierra.

Si la capa de ozono queda muy debilitada por los carbonos clorofluorados, de modo que la radiación ultravioleta del Sol llegue hasta la superficie terrestre con mayor intensidad, aumentará la incidencia del cáncer de piel. Podría ser peor todavía: el efecto de los microorganismos sobre el suelo puede ser drástico, afectando de manera poderosa todo el equilibrio ecológico, manifestándose en forma actualmente imprevisible, pero, con toda seguridad, nada deseable.

Se está discutiendo todavía el efecto sobre la capa de ozono, pero ha disminuido ya el uso de los carbonos clorofluorados en botes pulverizadores, y seguramente habrá que encontrar algún sustitutivo para su utilización en acondicionadores de aire y frigoríficos.

No es sólo la atmósfera la que está expuesta a la contaminación. Está también el agua de la Tierra, o la «hidrosfera». El suministro de agua de la Tierra es enorme y la masa de la hidrosfera es aproximadamente doscientas setenta y cinco veces la de la atmósfera. El océano cubre un área de trescientos sesenta millones de kilómetros cuadrados (140 millones de millas cuadradas) o el 70 °/o de toda el área de la superficie terrestre. El área del océano es aproximadamente cuarenta veces la de los Estados Unidos.

La profundidad media del océano es de 3,7 kilómetros (2,3 millas), de manera que el volumen total del océano es de 1.330.000.000 kilómetros cúbicos (320 millones de millas cúbicas).

Comparemos estas cifras con las necesidades de la Humanidad. Si consideramos la utilización del agua para beber, higiene y lavado, y para usos industriales y agrícolas, el total del agua que se utiliza en el mundo es aproximadamente de 4.000 kilómetros cúbicos (960 millas cúbicas) por año, tan sólo 1/330.000 del volumen del océano.

Con estos datos parecería ridículo hablar de escasez de agua, a no ser por el hecho de que la mayor parte del agua del océano no es aprovechable para el hombre como fuente de agua directa. El océano transportará nuestros navíos, nos ofrecerá recreo y nos suministrará alimentos marinos, pero a causa de su contenido salino no podemos beber su agua. Tampoco podemos utilizarla para lavar, para la agricultura o para la industria. Necesitamos agua pura.

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