Las Aventuras del Capitán Hatteras (2 page)

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Authors: Julio Verne

Tags: #Aventuras

BOOK: Las Aventuras del Capitán Hatteras
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El Medico Aventurero

Shandon era un marino fogueado. Tenía experiencia en el mando de balleneros en los mares árticos. Al leer la carta que recibió se asombró con la sangre fría del hombre habituado a ver muchas cosas.

El reunía todas las condiciones requeridas; no tenía mujer, ni hijos, ni padres. Era todo lo independiente que puede ser un hombre, de manera que fue derecho a casa de los banqueros.

—Si está el dinero —se dijo—, todo irá bien.

Los banqueros lo recibieron con todas las consideraciones debidas a un hombre a quien esperan dieciséis mil libras.

Ese mismo día entró en tratos con los constructores de Birkenhead, y veinticuatro horas después la quilla del
Forward
se hallaba ya en construcción.

Shandon era un solterón de unos cuarenta años, robusto, enérgico y resuelto. Su carácter, difícil de llevar, hacía que los marinos no le quisieran, pero le tenían miedo.

El marinero se ocupó después en reclutar su tripulación, ateniéndose a las condiciones exigidas por el capitán.

Conocía a un joven valiente llamado James Wall. Tenía unos treinta años y había ya navegado por los mares del Norte. Shandon le ofreció la plaza de oficial tercero y él aceptó. Lo que quería era navegar y tenía mucho apego por su oficio. Shandon le contó las cosas tal como eran, lo mismo que a un tal Johnson, a quien nombró contramaestre.

—Aceptado —respondió Wall—; da lo mismo navegar por un lado o por otro. Además —agregó—, es preciso confesar que nunca se ha emprendido un viaje en tan buenas condiciones.

Shandon, Wall y Johnson desplegaron tanta actividad que a principios de diciembre tenían ya completa la tripulación, lo que no fue fácil. Muchos se sentían atraídos por la buena paga, pero los asustaba el porvenir de la expedición, y alguno hubo que, después de haberse alistado devolvió el dinero que había recibido a cuenta, disuadido por sus amigos de exponerse a los riesgos de semejante empresa. Todos querían descubrir el misterio del viaje y asediaban con sus preguntas a Shandon, quien los enviaba al contramaestre Johnson.

—¿Qué quieres que te diga? —respondía invariablemente éste—. Yo sé lo mismo que tú. Lo único que puedo asegurarte es que estarás en buena compañía.

Y la mayoría de las veces, quedaban convencidos.

—Comprenderás —añadía a veces el contramaestre— que me sobra dónde escoger. Una buena paga, como no la ha tenido nunca ningún marinero desde que hay marinos en el mundo, es para tentar al diablo.

—Es verdad —respondían los marineros— que la tentación es fuerte: ¡Bienestar para toda la vida!

—No te ocultaré —respondía Johnson— que la campaña será larga, penosa y llena de peligros. Conviene que cada cual sepa de antemano a lo que se compromete. Así, es que si no tienes mucho corazón, si no tienes el diablo en el cuerpo, y no cuentas con que hay cien probabilidades contra una de perder el pellejo, si algo te importa dejar tus huesos en un lugar con preferencia a otro, ándate por donde has venido, y déjale el lugar a otro más valiente que tú.

Shandon, tenía esperanzas de que en el último momento recibiría instrucciones precisas sobre el objeto del viaje, y que sería el capitán del barco.

Todos los tripulantes profesaban la religión protestante. En los largos viajes, la oración en común y la lectura de la Biblia, tienden a unir los ánimos y asentarlos en las horas de decaimiento. Shandon conocía por experiencia la utilidad de estas prácticas y su influencia sobre la moral de una tripulación.

Una vez reclutados los marineros, Shandon y sus dos ofíciales se ocuparon de las provisiones. Siguieron estrictamente las instrucciones del capitán, que detallaban la cantidad y la calidad hasta de los artículos más insignificantes.

Así la tripulación, provisiones y cargamento estaban listos en enero de 1860. Entretanto los trabajos del
Forward
avanzaban aceleradamente y el buque estaba ya a punto de concluirse.

El 23 de enero Shandon se encontraba inspeccionando las obras en los astilleros. La espesa niebla no impidió que viera a un hombre bajo, grueso, de cara fina y alegre y mirada amable, que se dirigió a él, le cogió las dos manos y las sacudió con vigor. Aquel hombrecillo parecía ser francés.

El personaje hablaba con vehemencia, y gesticulaba como un molino de viento. Sus ojos pequeños y su boca grande parecían válvulas de escape que le permitían desprenderse del exceso de energía. Hablaba, y hablaba tanto y tan alegremente, que Shandon no entendía palabra.

Pero el segundo del
Forward
no tardó en identificar a aquel hombrecillo a quien no había visto nunca. Una luz iluminó su espíritu, y, aprovechando el momento que necesitaba el otro para respirar, Shandon preguntó.

—¿El doctor Clawbonny?

—¡El mismo en persona! ¡Más de un cuarto de hora lo he estado buscando! ¡Cinco minutos más y me vuelvo loco! ¿Conque usted es el comandante Ricardo? ¿Conque existe realmente? ¿No es un mito? ¡Su mano, su mano! ¡Es la mano de Ricardo Shandon! ¡Sí, hay un comandante y hay un bergantín
Forward
!

—Sí, doctor, yo soy Shandon, y hay un bergantín
Forward
que partirá.

—Es lo lógico —respondió el doctor—. Estoy muy contento. Hacía mucho tiempo que esperaba esta coyuntura, y deseaba emprender el viaje que voy a llevar a cabo.

—Permítame… —dijo Shandon.

—Con usted —repuso Clawbonny, sin cuidarse de lo que le decía su interlocutor— estamos seguros de ir lejos y de no retroceder nunca.

—Pero… —repuso Shandon.

El doctor seguía con su torrente de palabras.

—Porque usted es un valiente marino, comandante.

—Pero no se trata ahora de eso —dijo Shandon impaciente.

—¿De qué se trata, entonces?

—¡Diablos! ¡Si usted no me deja hablar! Dígame, doctor, ¿quién lo ha inducido a tomar parte en la expedición del
Forward
?

—¿Quién? Una carta, una carta de un bravo capitán. Sin decir más, el doctor entregó a Shandon una carta escrita en los siguientes términos:

Inverness, 27 de enero de 1860.

Al doctor Clawbonny.

Liverpool.

Si quiere embarcarse en el
Forward
para una larga expedición, puede presentarse al comandante Ricardo Shandon, quien ha recibido ya las instrucciones respectivas.

El capitán del
Forward
.

K.Z.

—Recibí la carta esta mañana, y ya estoy aquí dispuesto a pasar a bordo del
Forward
.

—Pero al menos, doctor —repuso Shandon—, usted sabe cuál es el objeto de este viaje…

—No sé nada; pero ¿qué importa? Dicen que soy un sabio, pero se equivocan; yo no sé nada. Pero se me ofrece completar, o, por mejor decir, rehacer mis conocimientos en medicina, en cirugía, en historia, en geografía, en botánica, en mineralogía, en geodesia, en química en física, en mecánica, en hidrografía, y yo acepto el ofrecimiento sin hacerme de rogar.

—Entonces —repuso Shandon—, ¿tampoco sabe usted adónde va el
Forward
?

—Sí, comandante; va adonde hay que aprender, y qué descubrir, va donde se encuentran otras costumbres, otras comarcas, otros pueblos, para estudiarlos en el ejercicio de sus funciones; va, en una palabra, adonde yo no he ido nunca.

—¡Precise más!… —exclamó Shandon.

—¿Precisar? —replicó el doctor—. Yo he oído que iba hacia los mares árticos.

—Al menos —preguntó Shandon—, ¿conoce al capitán?

—No lo conozco; pero, sé que es un valiente.

Clawbonny quedó especialmente encargado de la instalación de la farmacia a bordo. Era un buen médico, aunque había practicado poco. Doctor a los veinticinco años, fue un verdadero sabio a los cuarenta. Conocido en toda la ciudad, fue miembro influyente de la Sociedad Literaria y Filosófica de Liverpool. Su pequeña fortuna le permitía entregar consejos profesionales gratuitos. Era un hablador eterno, pero tenía siempre el corazón en la mano dispuesto a darlo a todo el mundo.

Cuando se divulgó por la ciudad el rumor de su embarque en el
Forward
, sus amigos hicieron lo posible para que desistiera de su propósito, con lo que sólo consiguieron lo contrario. El doctor era un tipo porfiado.

Desde aquel día crecieron las conjeturas, los rumores y los chismes, lo que no impidió que el
Forward
fuera botado al agua el 5 de febrero de 1860. Dos meses después, estaba listo para partir.

Como lo anunciaba la carta del capitán el 15 de marzo, un perro danés fue enviado por el tren de Edimburgo a Liverpool. El animal parecía huraño, algo siniestro, y miraba de una manera singular. El nombre de
Forward
se leía en su collar de cobre. El comandante lo trasladó a bordo ese mismo día, y en una carta que dirigió a Liorna con las iniciales indicadas acusó su recibo.

Así, pues, exceptuando al capitán, la tripulación estaba completa. Se componía de la siguiente manera:

1. K.Z, capitán; 2. Ricardo Shandon, comandante; 3. James Wall, tercer oficial; 4. El doctor Clawbonny; 5. Johnson, contramaestre; 6. Simpson, arponero; 7. Bell, carpintero; 8. Brunton, primer maquinista; 9. Plever, segundo maquinista; 10. Strong (negro), cocinero; 11. Foker,
icemaster
; 12. Wolsten, armero; 13. Bolton, marinero; 14. Garry, marinero; 15. Clifton, marinero; 16. Gripper, marinero; 17. Pen, marinero; 18. Warren, fogonero.

El Perro de a Bordo

El 5 de abril llegó por fin el día de la partida. La presencia del doctor a bordo tranquilizaba un poco los ánimos. Donde se proponía ir el sabio, se lo podía seguir sin recelo. Sin embargo, Shandon, temiendo que la deserción dejara algunos vacíos a bordo, deseaba hallarse en alta mar lo antes posible.

El camarote del doctor Clawbonny estaba en el fondo de la popa, y ocupaba casi toda la toldilla. Al del desconocido capitán, no podía entrar más que él. Por órdenes suyas le habían enviado la llave a Lubeck, después de introducir en él varios instrumentos, muebles, libros, ropa y otros utensilios indicados en una nota.

Luego se había cerrado herméticamente.

Los marinos disponían de un vasto dormitorio, en el cual estaban con una comodidad que difícilmente hubieran encontrado en otro buque. Se cuidaba a los marineros como si fueran un cargamento de mucho precio. Una enorme estufa ocupaba el centro de la sala común.

El doctor Clawbonny estaba en la gloria. El más feliz de los animales —decía— sería un caracol que pudiera construirse un cascaron a su gusto; voy a ver si yo puedo convertirme en un caracol inteligente.

La verdad es que su camarote iba tomando muy buen aspecto. El doctor se daba un placer de sabio o de niño, poniendo en orden sus pertenencias. Sus libros, sus herbarios, sus papeleras, sus instrumentos de precisión, sus colección de aparatos de física, su colección de termómetros, barómetros, udómetros, lentes, compases, sextantes, cartas, planos, redomas, polvos y frascos de su muy completa farmacia de viaje, todo estaba clasificado con un orden digno del British Museum.

La caseta del gran perro danés estaba construida debajo de la ventana misma del camarote misterioso; pero su habitante prefería vagar por el entrepuente y la sentina. Parecía imposible domesticarlo, y nadie podía explicarse su carácter extraño. Se lo oía durante la noche, prorrumpir en tristísimos aullidos que resonaban de manera siniestra en las cavidades del buque.

¿Echaba de menos a su amo ausente? ¿Presentía instintivamente los peligros de aquel viaje? ¿Profetizaba riesgos cercanos? Eso es lo que los marineros creían, y algunos tomaban a aquel perro por un animal diabólico.

Un día Pen, que era un hombre brutal, quiso pegarle pero cayó con tan mala suerte, que se abrió el cráneo al golpearse contra un ángulo del cabrestante.

Clifton, el hombre más supersticioso de la tripulación, observó que aquel perro, cuando se hallaba en la cubierta, se paseaba siempre por el lado del viento.

El doctor Clawbonny, cuya salamería hubiera domesticado a un tigre, perdió tiempo y trabajo, empeñándose en suavizar el carácter del perro.

El animal no obedecía a ningún nombre. Así es que los tripulantes terminaron por llamarlo
Capitán
, porque parecía conocer las costumbres de a bordo. Sin duda era un perro que había navegado.

La superstición cundía y no faltaban los marinos que esperaban ver al perro tomar un día forma humana, y mandar las maniobras del buque con voz atronadora.

Shandon, sin participar de semejantes supersticiones, estaba inquieto, y la víspera de la partida, el 5 de abril por la tarde, conversaba sobre el tema con el doctor, con Wall y con el contramaestre Johnson.

Los cuatro saboreaban el décimo vaso de grog, que era el último sin duda, pues, según las órdenes de la carta de Aberdeen, ninguno de los hombres de la tripulación, desde el capitán al fogonero, hallarían a bordo ni vino, ni cerveza, ni licor alguno, salvo en caso de enfermedad y por orden del doctor.

La conversación no versaba más que sobre un solo tema: la partida. Si las instrucciones del capitán se realizaban al pie de la letra, Shandon debía recibir al día siguiente una carta con sus últimas órdenes.

—Si la carta —decía Shandon— no me indica el nombre del capitán, me dirá al menos cuál es el destino del buque. De otro modo ¿hacia dónde ir?

—Hacia el Norte, es claro —dijo el doctor— no cabe la menor duda.

—¿Y por qué no hacia el polo Sur? —terció Wall.

—¡El polo Sur! —exclamó el doctor—. ¡Jamás! ¿Tendría acaso el capitán la idea de exponer un bergantín a atravesar todo el Atlántico?

—¡Al Norte! —repuso Shandon—. Pero doctor, ¿a qué punto del Norte: al Spitzberg, a Groenlandia, al Labrador, a la bahía de Hudson? Aunque los caminos conduzcan todos al mismo punto, es decir, al banco inaccesible, son muy numerosos, y la elección ofrece dificultades. Yo no sabría por cuál decidirme.

—Pero ¿qué hará si no recibe carta? —preguntó el médico.

—Esperaré.

—¿No Partirá? —exclamó Clawbonny agitando su vaso con desesperación.

—No.

—Es lo más prudente —respondió tranquilamente el contramaestre Johnson, mientras el doctor daba vueltas alrededor de la mesa, porque no podía estar quieto en ninguna parte—. Sí, es lo más prudente. Sin embargo, esperar mucho puede no ser bueno. En primer lugar, la estación es buena, y soplando el Norte, debemos aprovechar el deshielo para franquear el estrecho de Davis. Además, la tripulación está cada día más vacilante. Los amigos de nuestros marineros les aconsejan abandonar el
Forward
, y su influencia puede ser causa de que se nos juegue una mala pasada.

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