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Authors: Alberto Villoldo

Tags: #Autoayuda, Filosofía, Esoterismo

Las cuatro revelaciones (12 page)

BOOK: Las cuatro revelaciones
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Hemos creado grandes historias en torno al cáncer, el sida y otras enfermedades, pero no en torno a otras dolencias. Si el médico nos dice que tenemos un parásito, por ejemplo, la mayoría de nosotros no se pone a pensar en los millones de personas alrededor del mundo que mueren a causa de infecciones producidas por parásitos ni comienza a angustiarse con la idea de que va a morir. No hemos construido ninguna historia alrededor de esta enfermedad, aunque a menudo resulta ser fatal. Esto es en parte porque existe poco interés comercial o monetario en perpetuar estas historias. El tratamiento de las infecciones producidas por parásitos, aunque afectan a alrededor de dos mil millones de personas en todo el planeta, no es un gran negocio para las grandes compañías farmacéuticas, a diferencia del cáncer, el colesterol y las enfermedades cardíacas. Las historias de miedo ayudan a vender medicamentos.

Cuando no juzgas la enfermedad ni te dejas dominar por el miedo de que vas a morir, es más fácil que puedas percibirla desde un nivel más elevado y escribir una historia mítica. De modo que si tienes un parásito, podrás reconocerlo como la manifestación literal de la ira tóxica de otras personas que tú has interiorizado y personalizado. Alternativamente, podrías descubrir que te has desviado de tu camino y que estás viviendo una vida que es venenosa para ti.

Cuando practicamos el no juzgar, ya no padecemos enfermedades —tenemos oportunidades para la curación y el crecimiento—. Ya no sufrimos traumas pasados —tenemos acontecimientos que han moldeado nuestra personalidad—. No rechazamos los hechos —nos oponemos a la interpretación negativa de estos hechos y a la historia traumática que nos sentimos tentados a tejer en torno a ellos. Entonces creamos una historia de fuerza y compasión basada en estos hechos.

La revelación 1 se llama el camino del héroe porque los chamanes y curanderos más eficaces reconocen que ellos también han sido profundamente heridos en el pasado, y que a raíz de su curación han desarrollado una fuerte compasión por los que sufren. Con el tiempo, sus heridas se convirtieron en dones que les permitieron sentir más profundamente las cosas y mostrar más compasión por los demás. En otras palabras, ¿quién mejor para ayudar a un alcohólico que alguien que está en recuperación, que reconoce las mentiras que el alcohólico se dice a sí mismo y que conoce el coraje que hace falta para superar esta adicción? ¿Quién mejor para auxiliar a un hosco y colérico adolescente que un adulto cuya adolescencia estuvo marcada por la rebeldía, el resentimiento y la inseguridad, pero que ha conseguido curarse a sí mismo? Cuando alguien ya ha pasado por esas experiencias, es más fácil desprenderse de los juicios y las calificaciones, y centrarse en la curación.

LA PRÁCTICA DEL NO SUFRIR

La siguiente práctica es la del no sufrir, lo cual quiere decir no escribir historias sobre nuestro dolor. Aquí nos abrimos a la posibilidad de aprender directamente de la infinita sabiduría del universo —ya no necesitamos padecer las mismas desgracias una y otra vez—. Sin embargo, es imperativo que aprendamos nuestras lecciones o acabaremos perpetuando nuestra propia infelicidad. En Oriente, a esto se le llama romper el ciclo del karma y entrar en el
dharma
. Los laikas lo llaman practicar el «éxtasis».

El sufrimiento se produce cuando formas una historia en torno de los hechos. En algún momento, vas a perder a uno de tus padres, o a un ser querido o un empleo, y entonces podrás convertir este hecho en un relato tan dramático como desees. Por ejemplo, te puedes decir a ti mismo: «Ahora que ya no tengo madre, nadie va a cuidar de mí». Esto se convertirá en algo enorme, y los otros te verán siempre como «la persona que ha perdido a su madre».

A menudo decidimos lo importante que nuestra historia debería ser guiándonos por la opinión de los demás, de la misma forma que cuando un niño pequeño se cae, mira inmediatamente a su madre, como preguntando: «¿Cómo de grave ha sido esta caída? ¿De qué forma debo comportarme?». Luego crea una historia que se ajuste a la intensidad de la reacción de su madre. De la misma manera, nos rodeamos de amigos que se compadecen de nosotros; sin embargo, al hacer esto, les permitimos colaborar con nuestra historia de víctima, e incluso agrandarla. Puede que nos digan que no deberíamos estar irritados con nuestra situación; ¡deberíamos sentirnos furiosos! O puede que reconozcan que tenemos todo el derecho de sentirnos fatal o profundamente resentidos. En cualquier caso, con su aliento, creamos una historia dramática en que la gente se aprovecha de nosotros, no nos comprende y nos maltrata.

Buda vino a enseñarnos que aunque el sufrimiento es parte de la condición humana, no es necesario. Esto no quiere decir que el dolor no exista —el dolor es inevitable porque todos tenemos un sistema nervioso que siente el fuego y la pérdida—. Como les suelo decir a mis alumnos, si quieres comprender la diferencia entre el dolor y el sufrimiento, prueba lo siguiente: cuando te estés dando una agradable ducha caliente, gira la llave hacia la posición de frío, pero hazlo en dos etapas. Primero, coloca la mano sobre el grifo y nota cómo tu cuerpo se estremece en anticipación a lo que va a suceder —esto es
sufrimiento
—. Luego, cuando gires de golpe la llave hacia la posición de frío, lo que vas a experimentar es
dolor
. Como puedes ver, el sufrimiento y la angustia suceden cuando te pones a pensar en lo fría que va a estar el agua y lo mucho que te va a doler cuando la sientas golpeándote la piel.

Cuando un dentista administra un anestésico local, puede extraerte un diente y no vas a sentir el menor dolor. Sin embargo, sí sentirás una sensación de tracción o presión. Deberíamos ser capaces de relajarnos totalmente, conscientes de que no sentimos ningún dolor, pero nuestra mente comienza a pensar en la experiencia en cuestión: «Ése es el sonido del taladro, y ¡realmente me está sacando un diente!». Nos ponemos nerviosos y nos sentimos incómodos porque estamos creando una historia en torno a un dolor que ni siquiera estamos sintiendo.

Cuando practicas el no sufrir, aceptas los hechos de la vida y las lecciones que han venido a enseñarte. Si estos hechos son dolorosos, naturalmente vas a sentir ese dolor, pero no lo intensificas agravando la historia y diciéndote a ti mismo: «Esto es devastador. No puedo soportar el sufrimiento de vivir sin mi pareja. Es demasiado grande. Me va a destruir».

Después de haber perdido a un ser querido, es natural que tus sentimientos de tristeza se activen de vez en cuando. Puedes experimentar esa pena y escribir un relato heroico en que el dolor sea una parte importante de tu curación, o una historia que te confirme como víctima y te condene a un sufrimiento aún mayor. Puedes pensar: «Yo lo amaba tanto… Él me dio tantas cosas buenas, y le estoy agradecido por eso. Fue maravilloso tener ese tipo de relación con otro ser humano, y me gustaría tener otra así algún día». O puedes seguir diciéndote a ti mismo: «No puedo creer que haya muerto. Es tan injusto… Nunca lo superaré». Como ya sabes, cada historia es una profecía que se cumple a sí misma. La primera promueve la curación, y la segunda, el sufrimiento. Una vez renuncies a aferrarte al sufrimiento, podrás dejar de aprender tus lecciones a través de traumas, conflictos y mala suerte — y serás capaz de comenzar a aprender directamente del conocimiento en sí.

LA PRÁCTICA DEL DESAPEGO

Para practicar el desapego, abandonamos los roles que hemos asumido y las etiquetas que nos definen. Aunque las nuevas historias puedan ser mucho más interesantes y productivas que las antiguas, nuestro objetivo consiste en dejar de identificarse con cualquier tipo de historia. Entonces nos convertimos en autoreferenciales —es decir, ya no necesitamos una fábula para definirnos o para descubrir quiénes somos—. Incluso los relatos arquetípicos de los dioses y las diosas de antaño ya no se aplican a nosotros, porque a fin de cuentas sus leyendas también son trágicas. Cuando nos despojemos de todas nuestras historias, con sus roles limitados e identidades restrictivas, y nos convirtamos en un misterio para nosotros mismos, estaremos practicando el desapego.

Durante muchos años, mi identidad en el mundo ha sido la de «chamán-curandero-antropólogo». Esta identidad es un dispositivo práctico para que el mundo me pueda percibir, pero no revela quién soy realmente —yo soy mucho más que esa identidad—. Como escribió Walt Whitman: «Muy bien, pues, me contradigo (soy amplio, contengo multitudes)». Hace algunos años, me identifiqué con la caracterización de mí mismo que aparecía en mis primeros libros, la de explorador. En una reseña literaria, el
New York Times
incluso se había referido a mí como el «Indiana Jones de la antropología». Me identifiqué tanto con este personaje que se convirtió en algo limitante y unidimensional.

Cuando cumplí cuarenta años, el encasillamiento en el papel de joven antropólogo se convirtió en algo ridículo, y el intrépido aventurero que había en mí estaba bastante agotado. Al rechazar esta definición de mí mismo, pude abrirme a otros aspectos de mi ser. Descubrí que aunque siempre estaré aprendiendo, también soy un maestro, y hoy en día enseño a otros las prácticas chamánicas y el arte de curar. Las aventuras que emprendo hoy en día pertenecen al espíritu y ya no transcurren en las selvas del Amazonas.

El mundo nos asigna a todos unas prácticas etiquetas para describir cómo se nos percibe principalmente:
madre trabajadora, activista social, alcohólico en recuperación, vicepresidente, asistente, etcétera
. El problema comienza cuando creemos que la etiqueta abarca todo lo que somos y dicta cómo debemos ser. Pensamos que debemos tener una cierta serie de intereses, creencias y comportamientos si vamos a ser Indiana Jones, y nos sentimos confusos, avergonzados o frustrados cuando vemos que pensamos, sentimos o actuamos de una manera completamente distinta.

En muchas tradiciones espirituales, para convertirte en monje o en monja tienes que despojarte de tu bonita ropa, afeitarte la cabeza, y usar un atuendo simple y barato que impida que seas percibido como una persona importante. Estás obligado a encontrar tus puntos de referencia interna en lugar de externamente. Nadie sabe quiénes eran tus padres, lo que has logrado en esta vida o lo que tus amigos piensan de ti. Vas más allá del ego o de la personalidad, y descubres un yo que no puede definirse fácilmente. Abandonas tu apego al mundo material y psicológico —incluso al mundo espiritual, si sigues de verdad el dogma— y tu punto de referencia ya no es tu ego, sino tu divinidad. Te desprendes de las etiquetas que has creado para ti mismo o que has dejado que otros creen para ti.

El desapego requiere no sólo que te desprendas de tus roles y tus historias, sino también de la parte de ti mismo que se identifica con estos dramas. Cuando dejes de asociar tu ego a la pequeña identidad de esposo, niño, estudiante, maestro, etcétera, podrás desprenderte de las nociones preconcebidas sobre quién eres, y dejarás de preocuparte de si tus acciones agradan o desagradan a los demás. Dejas de necesitar la aprobación del resto y ya no te angustias cuando no la recibes. Eres libre para ser quienquiera que desees ser.

LA PRÁCTICA DE LA BELLEZA

La práctica de la belleza consiste en percibir la hermosura incluso cuando existe fealdad. Por ejemplo, en lugar de pensar que nuestro compañero de trabajo es un quejica insoportable, podemos percibirlo desde el nivel del colibrí y reconocer que es un símbolo perfecto de nuestra necesidad de aprender a cómo no personalizar la infelicidad de los otros. Cuando se acerque a nuestro cubículo para decirnos que nos hemos olvidado un pequeño detalle en el informe, insistiendo que el documento es un desastre y que tenemos que reescribirlo, reconocemos que es nuestro maestro. Y aunque nuestras mentes siempre nos dirán: «Menudo imbécil», recordamos lo que se supone que debíamos aprender: no reaccionar de forma exagerada a la crítica, no ponerse a la defensiva, permanecer centrado en lugar de angustiarnos porque alguien se sienta furioso —y ya no deberíamos necesitar a un imbécil para que nos lo enseñe—. Entonces podemos sonreír y llenar ese momento con algo de belleza… y después de eso, ¡podemos analizar por qué nos encontramos en la misma clase que los que son lentos para aprender!

«Belleza delante de mí, belleza detrás de mí, belleza a mi alrededor» —estas palabras pertenecen a una oración navajo de gratitud, y las pronuncia una persona que sólo ve belleza en este mundo—. En otras palabras, debemos percibir lo que es hermoso en los lugares más inesperados, y llevar belleza hasta donde hay fealdad. Por ejemplo, recientemente fui a una exposición y vi unos cuadros de un artista que estaba fascinado por los callejones oscuros. Sus lienzos de lugares que generalmente asociamos con el miedo, el peligro, la suciedad y la soledad estaban llenos de energía y colorido. Cuando pintaba, era evidente que estaba practicando la belleza.

En lugar de buscar la fealdad y la pobreza, percibe la belleza que te rodea. Pon flores en tu casa. Dile una palabra amable a un colega. Levántale el ánimo a un amigo. Cuando llegas al aeropuerto y compruebas que todos los vuelos que van a tu destino han sido cancelados debido al mal tiempo, lo que significa que vas a pasar el día de Acción de Gracias allí, puedes indignarte o puedes elevar tu nivel de percepción y percibir la belleza del momento. La gente con la que vas a estar en el aeropuerto, con la que te vas a quejar de tu suerte y reírte de lo que ha pasado va a ayudarte a pasar un día de Acción de Gracias memorable, si te abres a esa posibilidad. De modo que percibe la belleza en cualquier situación, y encuentra el regalo que te ha hecho el Espíritu. Cuando intentas percibir la belleza que hay a tu alrededor, ella te va a buscar y te va a encontrar incluso en los lugares más inesperados… y estarás en camino de convertirte en un héroe.

Revelación 2

El camino del guerrero luminoso

Ser un guerrero luminoso es descubrir el poder de la ausencia de miedo.

Durante la época de la conquista, había un grupo de guerreros laikas que eran temidos por los españoles. Según la leyenda, era imposible matar a estos guerreros —incluso cuando los conquistadores les disparaban de cerca con sus mosquetes, las balas no encontraban el blanco.

Los guerreros laikas eran los samuráis de América, y creían que si el miedo habita en tu interior, es como si ya estuvieras muerto. La bala que temes te encontrará. Sin embargo, si te conviertes en un guerrero luminoso, podrás participar en la batalla y evitar la derrota. No tendrás enemigos que te odien y deseen matarte; sólo adversarios, que, por razones que no tienen nada que ver contigo, podrán estar apuntándote con sus armas.

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