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Authors: Alberto Villoldo

Tags: #Autoayuda, Filosofía, Esoterismo

Las cuatro revelaciones (9 page)

BOOK: Las cuatro revelaciones
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Primero, en cada trozo de papel, escribe el nombre de un personaje que interpretes en tu vida. Asegúrate de que se vean al menos veinte roles, incluyendo
madre, padre, proveedor, enfermera, curandero, alcohólico en recuperación, amante, amigo, poeta, persona que está intentando dejar de fumar
y cualquier otro que consideres adecuado. Luego enrolla cada pedazo de papel alrededor del palillo de dientes y usa tu aliento para «insuflarle» tu intención de liberarte de ese rol. A continuación, acerca el palillo de dientes al fuego y contempla cómo se quema. Sujeta cada palillo con los dedos todo el tiempo que puedas sin llegar a quemarte. Mientras arde, imagina que te estás liberando de ese rol, hasta que ya no seas ni madre, ni hijo, ni hombre, ni mujer. Al hacerlo así, estarás desenredando las cuerdas energéticas que te mantienen atado a ese personaje.

Realicé este ejercicio cuando mi hijo estaba entrando en la adolescencia, y uno de los personajes que quemé fue el de padre. Mientras el palillo ardía, me dije a mí mismo: «Estoy colocando en el fuego a la persona que espero que seas, hijo mío, de modo que puedas convertirte en quien estás destinado a ser». Desde entonces, nuestra relación ha sido siempre de amigos, aunque sabe que siempre podrá contar conmigo.

NUEVAS Y MEJORES HISTORIAS

La mejor razón para despojarte de tus historias, como una serpiente que muda de piel, es que nunca podrás curarte a ti mismo dentro de una de ellas. Lo único que puedes hacer es resignarte a aceptar la suerte que te ha deparado el guión, y luego condenarte al sufrimiento que forma parte del drama. Tu vieja madre nunca dejará de ser una persona retorcida, y tus desagradecidos hijos seguirán ignorándote. Pero cuando construyes una historia épica para ti mismo, la curación y la transformación suceden en el nivel del colibrí, y fluyen hacia abajo para moldear tu mundo psicológico y físico.

Si vas a inventar relatos sobre tu recorrido vital, más vale que sean grandiosos y nobles. Es mejor verte a ti misma como una valiente viajera que consiguió escapar por poco de una situación difícil y que aprendió a confiar en su instinto que como la víctima de una traición, la mujer que lo perdió todo y que ya no se siente capaz de confiar en los hombres.

Ninguna de tus historias es verdadera —son sólo guiones que has creado—
. No son tu vida porque te mantienen viviendo en el pasado, atrapado en el papel de hijo incomprendido, artista poco valorado o víctima de una enfermedad crónica. Incluso los nuevos relatos llenos de poder que aprenderás a crear y que usarás para reemplazar a las antiguas y opresivas historias no serán más que meros mapas. Te ayudarán a navegar a través de la vida y a escalar la montaña, pero no son la montaña en sí.

Cuando asimiles la primera revelación y sigas las cuatro prácticas, abandonarás gradualmente tu identificación con el ego y te resultará más fácil desprenderte de tus historias. En lugar de buscar un propósito y un significado en el nivel literal, lo encontrarás en el nivel mítico, donde las historias son épicas y sagradas. Cuando esto ocurra, tu antigua identidad morirá y te convertirás en un misterio para ti mismo. Ya no te harás la pregunta: «¿Quién soy?», sino que querrás saber: «¿
Qué soy
?», y descubrirás que estás hecho de la materia de las estrellas, que eres Dios apareciendo bajo la forma de ti mismo. Eres mucho mayor que tus historias, y tienes infinidad de cosas por descubrir acerca de tu potencial.

Por ejemplo, una mujer que conozco se enteró de que cuando era un bebé, su madre (que se sentía abrumada por la carga de tener que criar a dos niños pequeños) a veces la había alimentado metiéndole el biberón en la boca, en lugar de tomarla en brazos y dárselo. No entendí por qué este hecho había cambiado la percepción de esta mujer respecto a su madre: el día anterior, no conocía esa información, y hoy sí. Su madre era la misma persona que el día anterior; sin embargo, la mujer estaba convencida de que ese descubrimiento revelaba que se la había herido de cierta forma, y se sentía deprimida y engañada. Deseaba no haber descubierto ese hecho sobre su madre. Aunque no tenía ninguna evidencia de haber sufrido a causa de ese trato, inmediatamente creó una historia en que su fría y abusiva madre la había maltratado.

Cuando nos despojamos de historias negativas y poco originales como «mi madre era egoísta y me descuidó», podemos amar y aceptar a nuestra madre tal como es. Podemos dejar de desear que nuestro pasado haya sido distinto, obsesionándonos con lo que podría haber ocurrido si papá y mamá hubiesen sido los padres que nos habría gustado tener. Podemos apreciar las cosas que fueron capaces de darnos en lugar de centrarnos en lo que no nos dieron. Nuestra nueva y más positiva historia sobre un padre ausente podría ser el relato de un niño que aprendió el valor de la independencia. Podemos desechar la vieja historia sobre lo críticos y crueles que eran nuestros abuelos y crear una nueva sobre cómo nos enseñaron que cuando uno es demasiado crítico, acaba haciendo sufrir a los demás y a uno mismo. En este nuevo relato, podemos celebrar el hecho de que se nos ha enseñado a valorar la tolerancia.

Si escribiésemos historias así para nuestras vidas, podríamos prescindir de la mayor parte de la psicoterapia.

LOS TRES PERSONAJES ARQUETÍPICOS DE NUESTRAS HISTORIAS

Para comenzar a convertir tus heridas en fuentes de poder y compasión, necesitas reconocer las historias que te cuentas a ti mismo sobre quién eres. Puede que no seas consciente de lo profundamente que crees estas historias, o que te pongas a la defensiva e insistas en que tienes derecho a aferrarte a tu verdad —que has sido victimizado, mal comprendido, abandonado, traicionado, han abusado de ti, etcétera—. Pero si eres capaz de liberarte de tu historia y de tus limitadas definiciones de ti mismo, puedes cambiar la trayectoria de tu vida, reinventarte a ti mismo, y crear un viaje mucho más enriquecedor para ti, tu familia y la humanidad como un todo.

Siempre que contamos una historia sobre nuestra experiencia o la de otros, le asignamos a los personajes tres papeles que forman un opresivo
triángulo coartador de poder
. Estos personajes son la
víctima
, el
verdugo
y el
salvador
. En el mundo de los indígenas americanos, son el indio, el conquistador y el sacerdote. En cualquier dinámica, el indio representa a la víctima, que es oprimida por el conquistador (el verdugo). El sacerdote ejerce como el noble salvador que intenta ayudar al pobre indio con la promesa de una vida después de la muerte.

Cuando vives dentro del guión de tu historia, creas lo que se conoce como
vínculo traumático
con los actores principales de tu relato, porque te conectas con ellos desde tu yo herido. En tus propias historias, siempre estás interpretando uno de estos papeles, aunque irás cambiando de personajes a medida que el relato avance.

Por ejemplo, conozco a una trabajadora social que ayuda a las supervivientes de la violencia doméstica. Solía considerarlas víctimas, y trabajaba horas extras para proteger a estas mujeres de los hombres que abusaban de ellas. Su comportamiento tenía algunas consecuencias muy positivas porque, en muchos casos, impidió que sus protegidas sufrieran más abusos. Sin embargo, tuvo que pagar un alto precio por ese éxito: como se había identificado con su papel de salvadora, se sintió herida y victimizada cuando algunas de sus clientes comenzaron a resentirse de la actitud paternalista que tenía hacia ellas. Y ella destinaba tanta ira a los abusadores que comenzó a convertirse en un verdugo ella misma, decidida a ver sufrir a estos hombres, en lugar de reconocer que ellos también necesitaban curarse, y podían muy bien haber sido víctimas de la violencia doméstica cuando eran niños. Sin saberlo, la trabajadora social se había visto atrapada en el triángulo coartador de poder.

En cualquier situación, la curación de todos es más probable cuando alguien es capaz de desprenderse de su personaje y salirse de su historia. El problema radica en que gastamos tanta energía interpretando estos dramas que no vemos nuestro objetivo y somos incapaces de crecer. No estamos aquí para interpretar siempre la parte no cicatrizada de nuestro relato y para definirnos a nosotros mismos por aquello que hicimos en el pasado. No tenemos que estar siempre rescatando noblemente a víctimas, sintiéndonos heridos cuando ellas comienzan a sentirse resentidas con nosotros, y luego atacándolas cuando hemos pasado al papel de verdugo. Sí, es maravilloso ayudar a los demás, pero cuando lo hacemos para curar la parte no cicatrizada de nosotros mismos, nos quedamos atrapados en este dramático triángulo e impedimos que se produzca una verdadera curación para todos.

Finalmente, mi amiga trabajadora social tomó conciencia de haber quedado atrapada en la interpretación de los papeles de salvadora y justiciera. Comenzó a ver a los maltratadores como seres humanos en su propio viaje de curación, y fue capaz de liberarse de su necesidad de verlos a todos sufriendo su castigo.

Cuando te apeas de tu historia, te desprendes de los juicios hacia los demás. Por ejemplo, cuando digo: «siento que no me comprendes», te estoy contando mi interpretación de tu comportamiento y sugiriendo que estás haciendo algo incorrecto conmigo. Éste es un juicio disfrazado de sentimiento. Fuera de la historia, te podría contar en cambio lo que necesito, como por ejemplo ser respetado y escuchado. Ya no necesitas mantener a otra persona interpretando el papel creado por tu relato —desaparece tu culpa y la de los demás, y puedes practicar el perdón.

NUESTROS MITOS E HISTORIAS CULTURALES

Cuando reconoces la narrativa en la que estás atrapado, puedes decidir desprenderte de ella. Pero primero tienes que reconocer la historia. Por eso los mitos arquetípicos —esos relatos de héroes y dioses— son tan valiosos. Podemos ver en ellos nuestros propios recorridos, además de las lecciones que debemos aprender para poder trascenderlos.

Al igual que nos aferramos a historias personales que coartan nuestro poder, también aceptamos grandes mitos culturales que atañen a nuestra necesidad de desempeñar el papel de víctima, de salvador o de verdugo. Los psicólogos dicen que interpretamos estos papeles en nuestra vida cotidiana. Revivimos los relatos de hombres y mujeres que han triunfado sobre la adversidad, que han fracasado a causa de un defecto fatal en su carácter o que han sido recompensados por sus sacrificios. Vemos que estamos sufriendo como Job o haciendo un esfuerzo hercúleo.

Incluso quienes no son conscientes de las historias arquetípicas se identifican inconscientemente con ellas. Por ejemplo, hace algunos años hubo gente que se quejó públicamente de toda la cobertura mediática que había recibido la trágica y repentina muerte de la princesa Diana, y de cómo esta muerte había eclipsado a la de la Madre Teresa, una mujer que se había convertido en el símbolo mismo del sacrificio personal y que había muerto en la misma semana. Se preguntaba cómo era posible que nos centráramos tanto en la problemática vida de esta joven princesa cuando el mundo había perdido a alguien que con seguridad iba a ser canonizada rápidamente por la Iglesia católica.

La respuesta es que los medios de comunicación respondieron al hecho de que más gente se identificaba con la princesa Diana que con la Madre Teresa. En la vida real, ambas mujeres eran personas complicadas, como lo somos todos, pero nos identificamos con la leyenda sobre sus vidas que más se adapta a nuestros propósitos. Queríamos ver a la Madre Teresa como una salvadora sobrehumana cuyas acciones eran tan extraordinarias que era imposible estar a su altura. De esta forma, podíamos sentirnos inspirados por ella sin experimentar ninguna presión por seguir su ejemplo de sacrificio, compasión y amor, un ejemplo que parecía demasiado grandioso para que lo pudiésemos entender (aunque la propia Madre Teresa dijo: «Dios nos ha creado para que hagamos pequeñas cosas con gran amor»).

La princesa Diana, en cambio, parecía demasiado humana: creía inocentemente en su marido, y él la traicionó; era generosa, sensata y compasiva, pero su suegra no tenía buena opinión de ella, y cayó en la desesperación, la bulimia y la depresión. Sin embargo, dejó de ser una víctima y se convirtió en una maravillosa madre y una incansable defensora de los menos afortunados, como las víctimas de las minas antipersona y los enfermos de sida.

Mucha gente aspira a ser tan resistente como Diana. Los hechos de su vida (y de su muerte) eran menos importantes para la mayoría que el gran mito redentor de una mujer que reivindicó su poder, dejó de ser una víctima y nunca se convirtió en una persona amargada o egoísta. El mito creado a su alrededor era sentido más íntimamente que el creado alrededor de la Madre Teresa. Por lo tanto, para muchos, su fallecimiento fue sentido de manera más personal.

Cuando vemos historias en los medios de comunicación, nos contemplamos a nosotros mismos. Nos identificamos con los personajes de las películas, con las celebridades que manejan cuidadosamente su imagen pública, con la gente común que aparece en los
reality shows
. En realidad no queremos saber si la estrella de rock o el actor de televisión que aparecen en el documental
Where Are They Now?
están amargados porque sus días de gloria han quedado atrás. Queremos que participen en nuestra creencia compartida de que cuando los poderosos caen, se reinventan a sí mismos, descubren un nuevo propósito y son más felices de lo que jamás hubieran creído posible.

Aunque generalmente no somos conscientes de ello, estos mitos reciclados se han convertido en algo adictivo. La historia de la princesa Diana es una versión del mito griego de Psique y su búsqueda de la crema de belleza de Perséfone (es decir, de la felicidad), una búsqueda que la lleva a bajar a los infiernos. La historia de Donald Trump es una versión del mito de sir Percival y la búsqueda del Santo Grial, junto a su incapacidad para seguir la admonición de no seducir nunca a una bella doncella o ser seducido por ella.

El problema es que estos antiguos mitos culturales ya no son productivos o provechosos para el mundo de hoy. Más bien, nos mantienen atrapados en nuestros papeles de víctimas, de salvadores, en nuestra arrogancia moral o en ilusiones sobre nosotros mismos que nos da miedo examinar porque tememos ser expuestos como farsantes o fracasados. Cuando somos incapaces de resurgir de nuestras propias cenizas, nos desesperamos.

Nuestro viaje curativo no puede progresar si no desechamos estos viejos mitos y resistimos la tentación de revivir las mismas viejas historias que venimos escuchando durante milenios. Tenemos que apartarnos de todo lo que pensamos que deberíamos hacer para ser amados y aceptados por los demás. Entonces nos convertiremos en el actor en lugar de en el reactor, en el creador de mitos en lugar de en el perpetuador de ellos. Llevaremos lo sagrado a cada momento y transformaremos nuestras experiencias en algo épico.

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