Read Las esferas de sueños Online
Authors: Elaine Cunningham
¡Para lo que le había servido! El tesoro se había perdido. Aunque las mercancías habían sido trasladadas a Puerto Calavera, alguien las había robado antes de que Diloontier pudiera reclamarlas. O al menos, eso afirmaba el perfumista. Isabeau no descartaba que la hubiera engañado.
¿Qué haría? El botín había volado, apenas le quedaba dinero y un par de diligentes sabuesos le seguían la pista. Isabeau sabía por experiencia lo implacables que Arilyn y su apuesto compañero podían llegar a ser cuando emprendían una de sus pequeñas cruzadas. Mascullando, sacó a rastras de debajo de la cama un pequeño arcón de viaje y comenzó a meter en él de mala manera las prendas robadas.
—Te das mucha prisa en llevarte lo que no te pertenece —observó una fría voz masculina a su espalda.
Isabeau ahogó un grito y giró sobre sus talones, llevándose una mano a la garganta. Una figura alta y esbelta, que se ocultaba en las sombras, le sonreía con expresión gélida y divertida.
Tras unos instantes en los que el corazón le golpeó dolorosamente en el pecho, adoptó un ritmo superficial y acelerado. Un extraño mareo se apoderó de ella, y el suelo se inclinó como si se tratara de una alfombra voladora a punto de emprender el vuelo.
Tuvo que agarrarse a las colgaduras del lecho para no caer.
—¡Vos! —exclamó entrecortadamente—. ¡Erais vos quien me perseguía!
—Es evidente que te has llevado una sorpresa mayor de lo que sería razonable — dijo el intruso.
—¿Qué vais a hacer conmigo? —inquirió Isabeau con voz trémula.
La carcajada del hombre fue tan sonora como desdeñosa.
—Por favor. El papel de delicada doncella no te va. No pienso matarte.
—Entonces, ¿qué?
—Sólo avisarte, nada más. Olvida las esferas de sueños. No toleraré más interferencias.
Isabeau trató de distraer la atención de su persona.
—Haga lo que haga, sufriréis interferencias. Dos entrometidos les siguen ya la pista. Los conocéis: Arilyn, la semielfa, y lord Thann.
El hombre recibió la información en silencio y levantó una mano en la que sostenía una pequeña esfera reluciente.
—Si se cruzan en mi camino, morirán. Pero antes averiguaré qué modo de muerte temen más.
Isabeau se permitió la bravuconada de reírse con desdén. Era la forma de recuperar el valor.
—¿Y éste es el tan cacareado concepto de honor de la nobleza?
Con la rapidez de una serpiente que atacara, el hombre quiso golpearle en el rostro con la mano abierta. Pero Isabeau logró girar la cabeza, por lo que el bofetón apenas le rozó la mejilla. El intruso domeñó la cólera con visible esfuerzo.
—No me provoques —amenazó en voz baja, temblando de rabia—. Escúchame bien: no quiero volver a verte, pero es probable que me seas útil. En el sur, se está produciendo un cambio de opinión, por lo que tal vez seas bienvenida en tu patria. Te aconsejo que te dirijas allí lo antes posible.
Hubo un estallido de humo de penetrante olor seguido por un suave zumbido al mismo tiempo que el aire llenaba el vacío dejado por la desaparición de la oscura figura.
La repentina ráfaga de viento hizo ondear el pelo y el camisón de Isabeau en torno a su cuerpo antes de calmarse de pronto.
Isabeau se apartó de la cara un oscuro rizo y se dio cuenta de que las rodillas se le movían como álamos temblones. Se desplomó sobre la cama para reflexionar sobre el nuevo giro de la situación.
Tethyr, el país de sus antepasados. Era una sugerencia digna de tener en cuenta y que encajaba perfectamente con sus nuevas y elevadas ambiciones. No obstante, una cosa era decidir emprender viaje al lejano sur y otra muy distinta que pudiera hacerlo.
No tenía un protector, apenas dinero y escasas perspectivas de conseguir más antes de la llegada del invierno. Lo único que se le ocurría era regresar a Aguas Profundas y recuperar el botín perdido. Una vez que tuviera el tesoro en sus manos, podría regresar a su patria a lo grande.
Sí, estaba decidida. Se puso en pie con resolución y continuó metiendo en el arcón de viaje las prendas propiedad de alguna mujer Eltorchul. Las esferas de sueños serían suyas; ya sabía cómo conseguirlas.
Dejaría que la semielfa y su enamorado localizaran los juguetes mágicos. Ella los seguiría del mismo modo que el chacal del desierto sigue las huellas de una manada de leones. Por lo general, los chacales comen bien.
Para ella no contaba que tantas personas hubiesen muerto debido a esas esferas; algunas, asesinadas por ella misma. Eso no le pasaría a ella. Arilyn y Danilo se llevarían todos los palos y, cuando cayeran, Isabeau sabría qué hacer.
Acabó de empacar sus cosas tarareando una tonada. Los servidores que llevaron sus pertenencias a las cuadras y se las tendieron cuando ella montó comentaron con admiración el coraje y la resistencia de la joven.
—No me pasará nada —les aseguró Isabeau—. Estaré perfectamente.
Danilo sabía que estaba soñando, pero eso no era consuelo. Imágenes inconexas y surrealistas se sucedían sin orden ni concierto en un inquieto duermevela.
Un gatito blanco que jugaba en un patio. La súbita caída de la noche y la aparición
de un búho. Danilo trató de intervenir, pero resultó que no podía hablar ni moverse.
Una niña que corría tras una pelota en la calle, ajena al carruaje que iba a atropellarla. Una y otra vez, variaciones del mismo tema.
Sintió en la frente una mano fría. Sumido todavía en la confusión de esas imágenes de pesadilla, Danilo respondió a lo que interpretó como una amenaza agarrando una delgada muñeca y tirando de ella. Fue un alivio poder actuar al fin.
Instintivamente retorció el cuerpo del intruso y lo inmovilizó.
Una voz familiar pronunció su nombre. Despertó de la pesadilla y vio bajo él la cara de Arilyn. La semielfa lo miraba tranquilamente, lo cual aumentó su desconcierto por haber sido pillado tan fuera de sí.
—¿Tan poco valen mis guardias y mis cerrojos que entras como si nada? — preguntó.
—Probablemente, pero Monroe me ha dejado entrar —respondió ella suavemente.
—¡Ah! —Dan se apartó para permitir que se levantara—. Bueno, eso me tranquiliza, creo. —También él se levantó y apoyó ambas manos en la parte baja de la espalda para estirarse tras una noche en la que no había hallado reposo—. ¿Dónde has estado?
—Persiguiendo a Isabeau.
Danilo se detuvo en pleno estiramiento.
—Estará muerta, supongo.
—No.
—Has sido inusualmente tolerante, aunque en este caso no sé si lo apruebo.
—Recibirá lo que merece. Y apostaría que muy pronto —replicó Arilyn en tono convencido.
—¿Qué quiere decir eso?
—Isabeau afirma que ocupó el lugar de Lilly para evitar ser asesinada por Elaith Craulnober. Dan, antes de que niegues la posibilidad, recuerda que seguramente Elaith tiene la Mhaorkiira. Recuerda que tal vez Lilly fue quien la vendió.
Danilo se volvió hacia la ventana. Pronto amanecería, aunque unas nubes oscuras impedían contemplar el ocaso de la luna.
—Elaith fue tras Isabeau una vez y es posible que vuelva a hacerlo. Sin embargo, me niego a creer que Elaith asesinara a Lilly.
—Es una posibilidad.
—Lo sé —admitió Dan con un suspiro y se frotó vigorosamente el rostro con ambas manos, como si pretendiera ver más claramente—. ¡Maldición! Me he encariñado con ese rufián y creía de veras que haría honor a su promesa. No obstante, últimamente he descubierto que debo desconfiar de mi propio juicio sobre quienes me rodean. No sé qué pensar acerca de la muerte de Lilly, pero siento que con mi familia me encuentro en arenas movedizas.
—Y conmigo —añadió Arilyn suavemente.
—No. Tú sólo haces lo que debes.
—El resultado es el mismo: promesas incumplidas. Tienes que saber cómo están las cosas y en quién puedes confiar.
La semielfa se quedó en silencio. Durante largos minutos, pareció alterada, como si librara una batalla invisible.
—Habla con ella —soltó finalmente a bocajarro—. Con Lilly, me refiero. Busca un clérigo que invoque su espíritu. Averigua quién la asesinó y deja de torturarte con eso. Tanto si fue Elaith como otro, lo sabrás y podrás seguir adelante.
El joven bardo se quedó mirándola con perplejidad.
—Pero si los elfos no creéis en eso. Te pusiste como una fiera con la posible
resurrección de Oth.
—Admito que no me gusta, sin embargo es un asunto de tradiciones elfas; no, de principios. Ahora mismo tú lo necesitas.
Danilo se sintió conmovido. Arilyn olvidaba sus escrúpulos elfos a fin de que él lograra la paz de espíritu. Dulcemente le acarició una mejilla.
—Gracias —le dijo.
Arilyn se apartó y se dirigió resueltamente hacia la puerta.
—Vamos. Acabemos cuanto antes con esto.
—Tienes razón. Si nos entretenemos, corremos el riesgo de crear otro momento sentimental.
La semielfa le echó una mirada recelosa por encima del hombro, como si creyera que se estaba riendo de ella.
—Más tarde —dijo lacónicamente—. Es una promesa que pienso cumplir.
—En ese caso, yo te prometo que será una conversación muy breve —repuso Dan, tratando de comportarse con su habitual desenfado.
Se dirigieron a la Ciudad de los Muertos: un vasto jardín tapiado donde yacían muchas generaciones de habitantes de Aguas Profundas, desde humildes plebeyos hasta los legendarios héroes de tiempos muy remotos. La Ciudad de los Muertos estaba rodeada por altos muros y custodiada por guardias apostados junto a las verjas de hierro forjado. Su función era doble: evitar que los ladrones de tumbas saquearan los sepulcros e impedir que quienes estaban dentro salieran. En Aguas Profundas los muertos no siempre descansaban en paz.
Por un instante, Danilo lamentó el paso que estaba a punto de dar. Lo mínimo que Lilly merecía era paz y reposo.
—Merece justicia —declaró Arilyn con firmeza.
—¿Desde cuándo me lees los pensamientos? —inquirió Dan en tono socarrón.
—Leo tu cara. Hagamos lo que hemos venido a hacer.
Cabalgaron hasta la verja y ataron los caballos a la barra provista a tal efecto. Los guardias les franquearon la entrada. Arilyn y Danilo pasearon por ese cementerio tan semejante a un jardín, con enormes estatuas y pequeños mausoleos de mármol que transmitían serenidad. Algunos de ellos eran meras fachadas, pues la puerta conducía a otro espacio dimensional.
Danilo se detuvo frente a una estatua de un caballo blanco con un cuervo posado sobre su lomo, preparado para alzar el vuelo. Nunca el símbolo de los Thann le había parecido tan apropiado. Ambos animales formaban parte del viaje: el caballo representaba un compañero en el viaje de la vida, y si la leyenda tenía algo de verdad, el cuervo debía guiar el espíritu hacia el más allá.
—Aquí está Lilly.
Dan señaló con la cabeza el edificio pequeño y bajo que se alzaba justo detrás del emblema familiar.
Arilyn probó de abrir la puerta.
—Está cerrada. ¿Quieres que la fuerce?
—No es necesario.
Danilo colocó una mano sobre la cabeza del cuervo de mármol. El mausoleo de los Thann estaba protegido por la magia, y solamente los miembros de la familia podían entrar. La puerta se abrió silenciosamente hacia una sala que estaba vacía.
El joven tomó una antorcha del soporte situado junto al marco de la puerta, la encendió y se asomó adentro. En las puertas que bordeaban la sala se habían grabado los nombres de quienes reposaban allí. El nombre de Lilly no figuraba, como debería, entre los de sus parientes.
—Esto no es lo que acordamos —masculló—. Quedamos en que Lilly descansaría aquí, en la sala principal, mientras se le preparaba un lugar de reposo permanente. Tal vez lady Cassandra ha dispuesto que la entierren en la zona de los plebeyos o incluso en una fosa común. ¡Si es así, me va a oír!
Buscaron al encargado, un enano de aspecto más bien nervudo que descansaba tumbado en la hierba junto a una tumba en la que ardía una llama eterna. El fuego resultaba muy agradable en esa fría mañana, y el enano disfrutaba plenamente de él.
Estaba tumbado de espaldas, con las manos entrelazadas detrás de la cabeza y las botas apoyadas encima de una lápida.
Arilyn carraspeó. El enano se puso rápidamente de pie y se sacudió la tierra del fondillo de las polainas. De inmediato, tendió esa misma mano a Danilo.
—Mis condolencias por vuestra pérdida.
De tanto repetir esa misma frase se había convertido en una mera fórmula vacía de significado. Danilo estrechó brevemente la mano del enano.
—Justamente de pérdida se trata, en más de un sentido. No consigo localizar el cuerpo de mi hermana. Debería estar en el mausoleo familiar.
—¡Hmmm! ¿Qué familia es?
Dan respondió. El enano se rascó la barba mientras rumiaba.
—Llegas tarde, muchacho. Esa familia no se anda con contemplaciones con los sirvientes, ¿verdad? La ceremonia se celebró ayer.
Dan y Arilyn intercambiaron una mirada de extrañeza.
—Pero si tenía que ser mañana. ¿Dónde la han enterrado?
—En ningún sitio. El cuerpo ha sido quemado.
El enano lanzó un escupitajo al fuego eterno y admiró el chisporroteo que produjo como si ilustrara su comentario.
—Quiero saber quién es el responsable de este error —exigió Arilyn, totalmente indignada.
—No es ningún error. Cumplimos órdenes.
—¿De veras? ¿Quién de aquí tiene la autoridad para impartir tal orden? —inquirió Danilo fríamente.
—Lo ordenó una mujer que no es de aquí, ¡gracias al todopoderoso Clageddin por ello!
El enano alzó la nariz en un ángulo altanero para imitar su reciente némesis.
Danilo comenzó a tener un mal presentimiento.
—No estarás hablando de lady Cassandra Thann, ¿verdad?
—Ya veo que la conoces.
Involuntariamente, Dan sacudió la cabeza.
—No —dijo en tono asombrado, dándose cuenta de que decía la verdad—. No, me temo que no la conozco en absoluto.
Danilo halló a su madre en el jardín sumida en la lectura de un grueso tomo que descansaba en su regazo. Rápidamente, lanzó el hechizo que había preparado de camino a la mansión Thann; era un encantamiento fruto de su ira y alimentado por sus pesadillas.
La intención era cambiar las palabras que justamente leía lady Cassandra, transformando el erudito texto en los términos del acuerdo al que habían llegado el día anterior para hacerla sentir culpable. Pero en el mismo momento en que liberó el hechizo, Dan se dio cuenta de que la magia se le iba de las manos y comenzaba a dar vueltas sin ningún control.