Read Las esferas de sueños Online
Authors: Elaine Cunningham
—¡Oh, qué historia más jugosa! ¡Belinda Gundwynd, nada menos! Con ese aspecto tan remilgado da la impresión de que ni un collar de hielo se le fundiría en el pecho. Flirtear con un mozo de cuadra ya sería un escándalo, pero si encima es elfo...
No os imagináis hasta qué punto la nobleza de Aguas Profundas odia esa idea.
—Me lo imagino perfectamente —repuso Elaith.
El elfo pensó en los cinco asesinos tren y en la familia noble que los había contratado para matarlos. Pronto se vengaría de ellos y les devolvería el golpe.
Proseguiría con sus negocios en Puerto Calavera y en Aguas Profundas sin que nadie osara oponerse a él, pues quienes tuvieran razones para intentarlo estarían demasiado ocupados luchando. Una vez que el polvo de la batalla se hubiera asentado, era muy probable que esa gente ya no estuviera en posición de desafiarlo durante mucho, mucho tiempo.
Tal vez era una medida exagerada, aunque al elfo le parecía que ya había esperado demasiado para vengarse.
El baile de disfraces se prolongó hasta el alba. Los invitados de Galinda Raventree brindaron por el nuevo día y después se dispersaron con la intención de pasarse la mayor parte del mismo entre sábanas. Danilo y Arilyn también se despidieron. Tras cambiarse los disfraces por ropa más sencilla, se encaminaron a El Pasado Curioso para asegurarse de que Bronwyn estaba bien.
La joven comerciante no se mostró nada contenta con el resultado de su viaje.
—Conseguí una de las esferas de cristal que estáis buscando. Mizzen ya había vendido el resto. No obstante, le compré una gema muy curiosa.
Les habló del rubí y de sus sospechas de que poseía algún tipo de poder mágico.
Arilyn, que hasta entonces escuchaba sin excesivo entusiasmo, de pronto se enderezó.
—¿Esa gema era más o menos del tamaño de una alubia seca, perfectamente redonda y con diminutas caras que confluyen en una superficie plana?
—Sí. ¿La conoces?
La semielfa se levantó y comenzó a caminar de un lado al otro.
—¡Todos los elfos la conocen! ¿Has oído hablar de las gemas kiira?
—Son una especie de gemas de memoria, ¿verdad? —contestó Bronwyn lentamente—. Son objetos mágicos de tiempos antiguos, piedras preciosas que pertenecen a una familia y se van pasando de generación en generación. Según la leyenda, guardan la sabiduría de todos los antepasados.
—No es ninguna leyenda, sino una historia real —afirmó Arilyn con rotundidad— . Mucho tiempo atrás uno de los poseedores de una kiira se volvió malvado, y la gema de la familia de algún modo se pervirtió para reflejar la maldad de su dueño. El rubí se convirtió en un ladrón de recuerdos ajenos. La Mhaorkiira, que es como comúnmente se la conoce, se perdió hace siglos. Han sido muchos los aventureros que se han pasado años buscándola. Allí donde aparece causa problemas y, por lo general, su poder pervierte a quien la posee.
—Y esa gema ahora está en manos de unos bandidos —dijo Danilo en tono ultrajado—. Seguramente, esos sinvergüenzas la venderán como si fuese un rubí normal, sin comprender qué tienen entre manos.
—Eso ya ha ocurrido —le informó Bronwyn—. He seguido el rastro del rubí hasta un perista de Aguas Profundas. Le costó, pero al final me describió a la mujer que se lo había vendido.
Bronwyn les dio una concisa descripción: joven, hermosa, curvilínea, pelo cobrizo, vestida pulcramente, pero con prendas de poca calidad.
—¿Se os ocurre quién puede ser?
Arilyn y Danilo intercambiaron una atribulada mirada.
—Lamentablemente, se parece mucho a una joven a la que hemos conocido hace poco —admitió el joven—. Me ocuparé de ello enseguida. Sobre la gema, supongo que ya no la tiene el perista, pues si no se la habrías comprado. ¿Te dijo quién la había adquirido?
—No hubo manera de que me lo revelara, pero adivino que Elaith Craulnober tuvo algo que ver. Durante el viaje, mencionó esa piedra preciosa y tiene un talento especial para intimidar a los demás.
Sobrevino un largo silencio, preñado de inquietud.
—¿Puedo hacer alguna cosa más? —preguntó, finalmente, Bronwyn.
Arilyn negó con la cabeza y se levantó.
—Mantente al margen de este asunto. Es un milagro que Elaith no te haya matado. No lo provoques, especialmente ahora.
La semielfa abandonó la tienda con paso rápido y decidido con rumbo hacia la Torre de Báculo Oscuro.
—¿Adónde vas? —inquirió Danilo en el tono precavido de alguien que ya conoce la respuesta y no le gusta.
—Mencionaste que Khelben tiene sangre elfa, y no conozco a nadie que sepa más sobre objetos mágicos que él. Así pues, debería saber algo acerca de las piedras kiira.
Vamos a hablar con él.
—¿Expresamente? —masculló Dan.
No obstante, no protestó y se apresuró a lanzar el hechizo menor que les permitió atravesar la piedra negra sólida de la muralla y otro que los condujo al interior de la torre del archimago.
Khelben estaba en casa, enseñando a tres aprendices. Tras dejar a los estudiantes al cuidado de Laerel, condujo a los visitantes a su estudio privado, donde escuchó su historia con grave atención.
—Lo que me preocupa es lo siguiente: ¿es posible que la Mhaorkiira y las esferas de sueños estén relacionadas?
—Es muy posible —convino con ella el mago, y durante un largo instante guardó silencio—. Por ello, es esencial que no os metáis en este asunto.
—No veo cómo. Si la kiira está en poder de Elaith, deberíamos avisarlo del peligro que corre —protestó Danilo.
—Lo sabe —declaró Khelben rotundamente—. La Mhaorkiira es una gema legendaria. El hecho de que esté relacionada con las esferas de sueños significa que el precio por usar una de esas esferas es extraordinariamente elevado.
»Y eso no es todo. Debes comprender que esa kiira, en particular, posee el poder de pervertir a su poseedor y volverlo malvado. Me atrevería a decir que tu amigo elfo ya había emprendido ese camino por voluntad propia.
—Estoy de acuerdo —dijo Arilyn—. La Mhaorkiira es increíblemente peligrosa en manos de Elaith. Podría distorsionar y destruir el poco honor elfo que le queda. —Se
volvió hacia Danilo con una expresión de gravedad en el rostro—. El compromiso de la amistad elfa no es nada en comparación con el poder de esa gema. No sé a qué juega Elaith, pero sí sé que no te agradecerá que te entrometas. Te daré el mismo consejo que he dado a Bronwyn: mantente alejado de él. Deja que nos ocupemos los que no confiamos en él en absoluto.
Danilo vaciló antes de rendirse ante el peso de la evidencia.
—Haré lo que dices —declaró con profundo pesar.
Al salir de la Torre de Báculo Oscuro, Danilo se encaminó a una pequeña taberna en la que solía reunirse con los arpistas que antaño tenía bajo su mando. Héctor estaba allí, a la hora acordada, con una expresión se satisfacción en su cara estrecha y pecosa.
—Todo ha ido bien, supongo —le dijo Danilo mientras tomaba asiento en el reservado de madera frente a su camarada.
El hombrecillo asintió.
—Aún no he visto a mi hermana, aunque no me preocupa. Cynthia me dijo que, en caso necesario, se quedaría allí toda la noche y también la mañana siguiente para convencer a quien fuera de que la muchacha no había salido de su alcoba.
—¿Dejaste a nuestra protegida sana y salva en la casa del pomar?
—Sí, y ya se ha ido. No obstante, no le gustó demasiado el campo. Por lo que me han dicho, no dejó de quejarse. Nuestro hombre le proporcionó caballo y arreos, y ella se marchó sola. —Héctor se encogió de hombros—. Para ser sincero, se alegraron de perderla de vista. No vi razón para oponerme a que se marchara sola. Supuse que, una vez fuera de la ciudad, estaría segura.
No parecía un comportamiento propio de la muchacha afectuosa y alegre que Danilo había conocido. Un profundo sentimiento de inquietud se apoderó de él.
—Esa mujer. Descríbemela.
Héctor lanzó una breve carcajada forzada.
—Primero prométeme que no repetirás ni ante mi esposa, ni mi madre, ni mi confesor el lenguaje que voy a utilizar.
—Si su carácter es tan pésimo, céntrate en el físico.
—Eso será fácil, pero te pido asimismo discreción. ¡Que Dios me ayude, vaya físico! La única cosa que he visto tan alta y orgullosa con menos que la sostenga es el puente de la Luna en Luna Plateada. Es hermosa de cara, aunque cuesta alzar la mirada hasta su rostro; ojos del color de la cerveza negra de invierno en una jarra transparente y pelo negro como el cuervo.
Danilo se puso de pie tan bruscamente que volcó el banco de madera.
—¡Maldita sea, Héctor! ¡Te llevaste a la mujer equivocada!
Por el rostro del joven arpista cruzó una expresión tan horrorizada y angustiada que Danilo hubiera deseado quedarse para explicarle la situación y asegurarle que ese error no había sido culpa suya. Eso tendría que esperar.
Salió precipitadamente de la taberna y cabalgó hasta el distrito de los muelles como alma que lleva el diablo. Al llegar frente a El Pescador Borracho desmontó de un salto y ni siquiera ató el caballo. Atravesó corriendo la taberna hacia la escalera.
El vigilante, un semiogro, le gritó que se detuviera y lo siguió hacia arriba, pero la punta de la espada de Arilyn lo frenó. Plantada en lo alto de la escalera bloqueaba el paso al semiogro, al que mantenía a prudente distancia con la reluciente espada. Exhibía una expresión sombría y determinada, con los labios pálidos y apretados.
—La hoja de luna me ha conducido hasta aquí —explicó a Danilo—, pero el aviso llegó demasiado tarde. Prepárate.
Dan esperaba las malas noticias, pero no esperaba el súbito sentimiento de dolor casi abrumador. Dejó que Arilyn se las compusiera sola con el semiogro y se deslizó
dentro de la silenciosa habitación. Durante un largo instante, contempló la escena que se desplegaba ante sus ojos.
Cynthia yacía despatarrada en el suelo. La menuda arpista llevaba las ropas raídas y remendadas de una moza de taberna. Le habían cortado la garganta hasta el hueso. La sangre formaba un gran charco bajo su cuerpo y había originado un riachuelo que confluía con otro, procedente de otra persona.
Lilly estaba tumbada de costado. Sus ojos abiertos miraban con calma el futuro que le esperaba y que ya nunca sería suyo.
Danilo hincó una rodilla y suavemente le cerró los ojos. Al pensar en el desperdicio de ese espíritu alegre, así como en el gozo que podrían haberse proporcionado con su mutua compañía, un sentimiento de pesadumbre lo desgarró por dentro.
Con ojos brillantes, empañados por las lágrimas, se quitó del dedo meñique el anillo de oro con el símbolo de los Thann grabado —el caballo y el cuervo— y lo depositó en la mano de Lilly. A continuación, se llevó a los labios esos dedos menudos y fríos.
Danilo no supo cuánto tiempo pasó al lado de su hermana. Estaba sumido en una bruma en la que el tiempo no tenía sentido. Vagamente fue consciente de que Arilyn explicaba la situación al semiogro con su voz suave y musical. Hamish, el semiogro, parecía haberse erigido en guardaespaldas de Lilly.
—Lo sabía —dijo el guardia de la taberna con una voz sospechosamente ronca—.
Era una chica excelente; demasiado buena para haber salido del arroyo. Qué lástima que no la sacarais de aquí antes.
Danilo se levantó para enfrentarse a la acusadora mirada del semiogro.
—Eso no pienso discutirlo. Permíteme que haga por ella lo poco que puede hacerse ya. Te agradecería, si es posible, que me prestaras los servicios de algún criado.
Pienso llevarla a su hogar —declaró con firmeza—, pero no tal como está ahora.
El semiogro hizo un gesto de asentimiento y gritó a alguien llamado Peg. Una muchacha delgada y de ojos oscuros se deslizó en el interior de la alcoba y comenzó a ocuparse de Lilly mostrando un cariño fraternal. Otros empleados de la taberna partieron para hacer diversos recados; todos ellos rechazaron el dinero que les ofrecía Danilo mientras reunían sus últimos regalos para su amiga fallecida.
Arilyn lo tomó por el brazo y lo condujo abajo, a la taberna. Con un gesto, Danilo rechazó la botella que el semiogro —el cual parecía ser al mismo tiempo el guardián y el propietario del establecimiento— mandó a su mesa. Ya era bastante difícil sobreponerse a la oscura bruma de dolor y pesar estando lúcido y alerta.
Su anfitrión no tenía tantas reservas. Sentado a una mesa llena de jarras vacías, el impresionante tabernero observaba con aire taciturno los posos de la última copa. Tenía el aspecto de alguien que sólo tuviera una luz y se le hubiera apagado.
Finalmente, Peg bajó y les pidió que la acompañaran. Lilly yacía en paz, ataviada con un sencillo vestido blanco que le había prestado otra de las chicas.
—Necesitamos un pañuelo, o tal vez flores —dijo la chica en un tono de voz apagado y aturdido, mirando las heridas en el cuello de Lilly.
Peg agradeció con una silenciosa inclinación de cabeza las monedas de plata que Danilo le depositó en la palma de la mano, tras lo cual salió de la alcoba con un infinito cansancio.
—La anchura y el espacio entre las garras indican que fueron tren —declaró Arilyn suavemente, señalando con la cabeza las cuatro marcas de zarpas.
La pregunta no formulada se cernía pesadamente en el aire. Ni uno ni otra tenía ganas de expresarla con palabras ni de considerar qué había impedido a los asesinos reptiles devorar a su víctima, como tenían por costumbre.
—Un mago de noble cuna, un elfo canalla, una semielfa y ahora Lilly. No comprendo qué tienen en común —murmuró Danilo.
Arilyn le mostró una pequeña esfera luminosa.
—La encontré en la alcoba de Lilly. Si fue ella quien vendió la kiira, el dinero que obtuvo por ella voló hace tiempo.
Rápidamente, Dan tomó la esfera de sueños y se la guardó en la bota.
—Será mejor que esto lo mantengamos en secreto. Descubriré al culpable, pero el zorro es más cauteloso cuando sabe que el sabueso ha encontrado el rastro. ¿Encontraste alguna otra pista?
La semielfa vaciló.
—Un pedazo de pergamino. Una especie de nota, supongo, aunque tan empapada que es imposible extenderla y mucho menos leerla. Seguramente, Lilly la cogió en el último instante y la emborronó con su propia sangre.
—¿Qué secreto quería proteger? —murmuró Danilo mientras contemplaba la faz sin vida de su hermana—. ¿Quién fue el destinatario de sus últimos pensamientos?