Las esferas de sueños (45 page)

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Authors: Elaine Cunningham

BOOK: Las esferas de sueños
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Dan suspiró y se hundió más en el camastro.

—Ya no estoy tan seguro de nuestra amistad. ¿Es casualidad que me atacaran justo al salir de su casa, después de que le echara en cara su posible participación en la muerte de Lilly? No quiero pensar mal de Regnet, pero ya no sé en quién confiar.

Elaith se quedó en silencio.

—Vi salir a Myrna Cassalanter —dijo por fin—. Parecía furiosa y es una mujer de recursos.

—La verdad es que nos amenazó a Regnet y a mí. Es posible que fuese ella quien me enviase a esos matones, aunque hasta el momento Myrna se ha limitado a asesinar reputaciones.

—¿Quién sabe? Quizá su objetivo era tu reputación, pero resultó que el blanco era tan pequeño que falló —insinuó Elaith en tono de broma.

—¿Ése es el modo de hablar a un amigo de los elfos? —replicó Danilo irónicamente.

Elaith pensó en la Mhaorkiira Hadryad. Aunque estaba muy bien escondida, casi sentía su calor, así como su persuasiva magia perversa. Elaith respondió desde el corazón.

—Hago lo que puedo.

En opinión de Arilyn, había pasado mucho más tiempo en compañía de la nobleza

comerciante de Aguas Profundas de lo que ninguna persona en su sano juicio podría soportar. No obstante, allí estaba, frente a la verja ennegrecida por la magia de la mansión Eltorchul.

Existía una conexión entre Isabeau y el robo de las esferas de sueños, si bien Arilyn ignoraba cuál era exactamente. La misma Isabeau había admitido que había tenido una relación con Oth. Errya Eltorchul había dejado caer que su hermano había hecho ciertos negocios con Elaith Craulnober. Tal vez diría algo más que le diera la clave para comenzar a ordenar las piezas del rompecabezas.

No obstante, lady Errya no recibía visitas. El criado la miró con evidente desdén cuando Arilyn admitió que no poseía tarjeta de visita. A continuación, revisó lentamente el registro de invitados, alzando la vista de vez en cuando como para subrayar que la semielfa no se incluía entre las personas a las que la familia esperaba o deseaba recibir.

Tras varios minutos de esa guisa, a Arilyn se le acabó la paciencia, apartó al sirviente de un empujón y recorrió los pasillos en busca de la dama. El criado le pisaba los talones y le imploraba frenéticamente que entrara en razón.

—Eso es todo, Orwell —dijo una fría voz femenina—. Ya me encargo yo.

El criado hizo una profunda reverencia y se escabulló, feliz de librarse de la responsabilidad. Ambas mujeres se quedaron mirando una a la otra en silencio.

—¿Qué quieres? —preguntó Errya Eltorchul al fin.

—Información.

La noble hizo un pequeño gesto de desdén.

—¿No tienes ningún sentido de la propiedad? ¿A quién se le ocurre irrumpir de este modo para interrogar a una familia que está de luto?

—Bueno, eso me viene de perlas para mi primera pregunta: ¿por qué nadie se ha enterado de la muerte de Oth?

—Eso no es asunto tuyo —le espetó Errya.

—Las criaturas que mataron a Oth me han seguido y atacado. Así pues, creo que sí es asunto mío. —Recordó las palabras de Errya sobre la muerte de la primera lady Dezlentyr y añadió—: Y tampoco soy la primera persona de sangre elfa que ha sido atacada.

Una sonrisa fría y taimada apareció en la bella faz de la noble dama.

—Perdona si no me echo a llorar.

—¿Por qué?

—Nada bueno resulta de mezclarse con elfos. ¡Tú eres la prueba de ello!

Arilyn hizo caso omiso del insulto.

—No obstante, tu hermano tenía negocios con Elaith Craulnober.

—¿Ah, sí? —Errya desvió la mirada.

—Eso dijiste tú cuando vinimos a informar de su muerte. Me gustaría saber más.

Errya sacudió la cabeza, con lo que sus tirabuzones rojo fuego revolotearon, indignados.

—Pues pregúntaselo a él. Al elfo, claro, no a Oth —agregó apresuradamente.

A Arilyn le pareció un comentario más bien extraño.

—Sí, tal vez lo haga —replicó.

Nuevamente la noble dama esbozó una taimada sonrisa.

—Si te das prisa, lo encontrarás en el castillo. Y a Danilo también, por cierto.

—¿El castillo? —repitió Arilyn sin comprender adónde quería ir a parar Errya.

El castillo de Aguas Profundas era un enorme edificio que alojaba a los vigilantes de la ciudad, el cuartel principal de la guardia, así como sus barracones, la armería, despachos para los administradores urbanos y otras dependencias para toda una serie de funciones prácticas, entre las que se incluía...

—La cárcel —concluyó en voz alta, comprendiendo la chispa de perverso placer en los ojos verdes de Errya.

Una sensación de enfado y frustración se apoderó de la semielfa al darse cuenta de que Danilo había desoído su advertencia de mantenerse lejos del traicionero elfo.

—¿Ambos, Elaith y Danilo? Puesto que sabes tanto, por qué no me cuentas qué ha pasado.

—¿Acaso no me he expresado con suficiente claridad? —contestó la dama con falsa dulzura—. Eso es lo que pasa por asociarse con la gente equivocada. Ahora, si me disculpas, creo que esta entrevista ya ha durado demasiado. No tengo ningún interés en tentar a la caprichosa Beshaba —dijo refiriéndose a la diosa de la mala suerte.

Desde luego, a Arilyn no se le escapó la hostilidad de la mujer, aunque su atención estaba puesta en el contenido de su bolsa. Mientras salía de la mansión Eltorchul iba calculando mentalmente las monedas para comprobar si tenía suficiente para pagar por los daños y perjuicios de los dos arrestados. ¡De no ser así, tenía muy claro a quién iba a dejar que languideciera en la celda!

Al final, resultó que no fue necesario hacer esa elección. Elaith apenas había permanecido encerrado en el castillo una hora, aunque, pese a los ruegos de Danilo y sus intentos de persuasión, se había negado en redondo a informar a Monroe —su mayordomo— de la situación en la que se encontraba.

—Aquí estarás mucho más seguro —fue todo lo que el elfo le dijo.

A juzgar por la severa expresión que se pintaba en el rostro de Arilyn, Danilo se sintió inclinado a darle la razón. La semielfa avanzaba a un paso tan rápido que Danilo apenas podía seguirla.

—Considéralo una nueva experiencia —sugirió el joven bardo—. ¿Cuántas veces has tenido que pagar la fianza a alguien encerrado en las celdas del castillo?

—Demasiadas —masculló Arilyn—. No obstante, te voy a dar la oportunidad de devolverme el favor. Myrna Cassalanter no saca a la luz lo mejor de mí. Casi espero que se atreva a atacarme con un atizador.

Danilo se rió entre dientes y enlazó a la semielfa por la cintura. Siguieron abrazados hasta llegar a la mansión de Myrna.

La doncella los invitó a pasar y dejó caer la bandeja al mismo tiempo que lanzaba un grito. Su ama estaba de rodillas en el suelo y se aferraba la garganta con ambas manos. Tenía el rostro azul y, pese a sus frenéticos esfuerzos, no lograba pronunciar ni palabra.

Arilyn se sacó de la bolsa la pequeña ampolla que siempre llevaba encima para tales contingencias, la destapó con los dientes, escupió el tapón de corcho y, a continuación, cogió a Myrna por el mentón y le inclinó la cabeza hacia atrás, hasta verter el líquido en su garganta.

Lentamente, la noble comenzó a respirar con normalidad. Su tez adoptó un enfermizo tinte verdoso y corrió al lavabo.

Después de sacarlo todo, hasta quedar tan seca como el Anauroch, se secó las lágrimas que le caían a raudales. La expresión con la que miró a sus salvadores tenía muy poco de gratitud y mucho de enemistad.

—¿Ahora te dedicas a limpiar lo que tu amigo ensucia? —preguntó a Dan con un graznido.

Él y Arilyn intercambiaron una mirada de perplejidad.

—No entiendo —se defendió el joven bardo.

—Elaith me ha envenenado. ¡Estoy segura! Últimamente hemos hecho negocios juntos —admitió Myrna con una voz que se hacía más fuerte por momentos—. Algunos legales, y otros, menos. Parte de la información me la pagaba con moneda elfa —añadió

tratando de defenderse.

—¿Qué razón podría tener para querer envenenarte? —se interesó Danilo.

La mujer resopló.

—Eres un necio. No tienes ni idea de lo que ocurre a tu alrededor.

El rostro de Arilyn se ensombreció y pareció que iba a decir algo, pero Danilo la silenció con un sutil gesto de advertencia.

Las palabras de la chismosa se asemejaban demasiado a lo que él mismo pensaba, y no le gustaba. Necesitaba oír lo que la mujer tenía que decir. Se sacó una pequeña bolsa de oro y la dejó sobre la mesa.

—Sigue —dijo en tono imperturbable.

Pero, por una vez, el oro no tuvo efecto en Myrna. La mujer cogió la bolsa y se la arrojó a Danilo.

—De mil amores —replicó en tono vengativo—. Lady Cassandra hizo bien en mantenerte alejado de los negocios familiares. ¡Siempre pendiente del archimago y perdiendo el tiempo con los arpistas! ¿Qué harías tú, arpista, si supieras que los días en los que la familia Thann se dedicaba al comercio ilegal no han quedado atrás, ni mucho menos? ¿Cumplirías con tu deber? —se mofó.

—Cuidado con los rumores que repites —intervino Arilyn suavemente.

—¿Rumores? —Myrna se echó a reír desdeñosamente—. La mitad de los bardos de Aguas Profundas hablan de él como un arpista. Y en cuanto a su familia..., él me cree. ¡Lo veo en su cara!

El aludido lo admitió.

—No son sólo los Thann. El tráfico de mercancías entre Aguas Profundas y Puerto Calavera es intenso. Es obvio que alguien supervisa las operaciones, alguien que cuenta con los recursos y el poder para imponer el orden en lo que de otro modo sería un caos anárquico.

—¡Bravo! —aplaudió Myrna en son de burla—. ¡Acabas de darte cuenta de que tu clan no es todopoderoso! Desde luego que no son sólo los Thann; en total son siete familias, cada una de ellas con intereses claramente definidos, que protegen con ferocidad. No pienso nombrarlas, aunque estoy segura de que al menos adivinaréis el nombre de dos de ellas.

—¡Eltorchul! —exclamó Arilyn, viendo la muerte de Oth con otra luz.

—¿Esos vendedores de pócimas y hojalateros? ¡Ni hablar! —Myrna ladeó su encendida cabeza mientras se lo imaginaba—. Bueno, la verdad es que tampoco descarto la posibilidad. La batalla que actualmente se está librando puede abrir la puerta a nuevas caras, siempre y cuando esas caras no tengan orejas puntiagudas —agregó cruelmente.

Danilo comenzó a seguir su razonamiento.

—Elaith Craulnober posee muchos negocios en la ciudad, tanto en Aguas Profundas como en Puerto Calavera.

—¡Bravo de nuevo! Se está volviendo demasiado ambicioso y poderoso. Por ello, las familias han decidido expulsarlo.

—No obstante, tú tratas con él —apuntó Arilyn.

Myrna sonrió con coqueta timidez.

—¿Quién dice que yo no ayude a derrocarlo?

Se hizo un largo silencio. Arilyn se inclinó y recogió la ampolla vacía.

—Y pensar que he malgastado un buen antídoto...

El rostro de la dama se tornó lívido.

—Escucha bien lo que voy a decirte: no te librarás. ¿Crees que a las familias les gusta que Dan se relacione con Khelben Arunsun? ¿O con los arpistas? ¿O con una

semielfa?

»Ya he dicho demasiado y, sin duda, pagaré por ello —añadió haciendo esfuerzos para calmarse—. Pero es la verdad. Si queréis mi opinión, y mucha gente de esta ciudad me la pide, ambos habéis caído en aguas profundas y bravas, y ninguno de los dos logrará alcanzar a nado la orilla.

17

Por un acuerdo tácito, Danilo y Arilyn buscaron la soledad del jardín elfo del joven. No hablaron hasta llegar al borde del estanque y, durante mucho tiempo, contemplaron la superficie de las aguas como si se tratara de una bola de cristal que les mostrara los pasos que debían seguir.

Danilo no estaba de humor para hablar. Aún no se había recuperado de la última revelación, que explicaba en gran parte el misterio que rodeaba los recientes acontecimientos, si bien dejaba algunas partes a oscuras.

—Myrna Cassalanter es una mujer vengativa —declaró, al fin, Arilyn.

—Eso no voy a negártelo, pero me atrevo a decir que, pese a su rencor, no mentía.

¿No estás de acuerdo?

—No del todo. Dudo de que Elaith realmente tratara de envenenarla.

Danilo la miró, sorprendido.

—¿No me digas?

—Los elfos raramente usan veneno. Por retorcidos que sean los métodos de Elaith, es un elfo.

—¿Retorcidos?

Arilyn le contó sus sospechas de que Elaith hubiera asesinado al agente de Puerto Calavera para conseguir las esferas de sueños que habían desaparecido.

—Las marcas de una espada elfa eran inconfundibles. Uno de los hombres fue disuelto. Elaith entiende de magia y posee una vasta colección de armas mágicas. Es el tipo de cosa que haría.

—Pero Myrna afirmó que Elaith le pagaba en moneda elfa.

—¿Y qué? Eso me lleva a pensar que a Elaith le están tendiendo una trampa. No es tan estúpido.

—No, no lo es, y por eso, es tan peligroso. No creo que acepte mansamente tal tratamiento. Es posible que algunos de los recientes sucesos sean su venganza contra las familias nobles.

Ambos se quedaron pensativos. Simón Ilzimmer había sido acusado de la muerte de una cortesana. Y el cómputo de muertes no acababa ahí: Belinda Gundwynd y su enamorado elfo, Oth Eltorchul.

Y Lilly.

—Y ése es el elfo que he jurado defender —murmuró Danilo—. Una vez me pidió que demostrara su inocencia. Tengo que llegar al fondo de esto, sin importar lo que encuentre. Al menos, eso se lo debo por el honor que me otorgó.

Arilyn asintió y echó a andar hacia la verja.

—Será mejor que nos pongamos en marcha.

Isabeau esperó hasta que Arilyn y Danilo se hubieron perdido de vista antes de subir majestuosamente la escalinata que conducía a la puerta de la mansión de Myrna.

Se comportaba como una visitante habitual de la casa.

Halló a Myrna pálida, pero inusualmente calmada. La razón, según le explicó la dama, era su nueva diversión, y mostró a Isabeau una caja de madera llena de pequeñas esferas de cristal.

Isabeau lo sabía todo sobre ellas —mucho más de lo que esa necia podía sospechar—, pero tragándose su desdén, escuchó a Myrna cantar las alabanzas de esos

objetos mágicos que le permitían vivir fantasías.

Por su parte, ella pensaba ganarse a pulso la suya.

Las esferas de sueños no eran el camino. Lo veía con una claridad meridiana. Si ya se habían introducido en los hogares de los más ricos y poderosos de Aguas Profundas, tenía pocas posibilidades de recuperar una cantidad suficiente para sacar provecho.

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