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Authors: Elaine Cunningham

Las esferas de sueños (5 page)

BOOK: Las esferas de sueños
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Unos pocos se fijaron expresivamente en la espada que le colgaba de la cadera.

Ella era la única persona armada en todo el salón. Desde luego, la hoja de luna era un objeto de valor incalculable, mucho más valiosa que las gemas que adornaban a buena parte de los invitados, pero seguía siendo un arma. Por si ello no bastara, seguramente muchos de los presentes habían oído rumores de la reputación de asesina de la semielfa, por lo que consideraban que presentarse en el baile con una espada no era un desliz sino una amenaza.

Sin prestar atención a las miradas, Arilyn se acercó a Danilo. Sus dedos rozaron la mano extendida del aristócrata y la simbólica rosa que sostenía. A continuación, retrocedió un paso para admirar el hechizo que evidentemente Dan había preparado para rendirle tributo.

Con el brazo extendido, sujetando la rosa, el joven entonó unos versos. Cuando retiró la mano, la flor azul se mantuvo suspendida en el aire. Salmodiando, se sacó de la bolsa que llevaba al cinto una pizca de polvo oscuro que despedía un inconfundible olor a corral, lo esparció por el suelo por debajo de la rosa y rápidamente dulcificó el pujante hechizo con otra capa de polvo que olía a prados y lluvia en verano. A ello le siguió una ráfaga de prestos y elegantes movimientos, acompañados por una canción en lengua elfa.

El poder —en forma de brillante luz verde— empezó a acumularse alrededor del bardo hechicero. Los espectadores mantuvieron un silencio expectante mientras la verde aura comenzaba a expandirse y los rodeaba también a ellos. Las risas y las conversaciones cesaron en todo el salón. Los invitados aguardaban los efectos del encantamiento. Sus rostros mostraban muy diversos grados de curiosidad, asombro o, en el caso de aquellos que conocían la reputación de Danilo como mago, temor.

El hechizo acabó en una nota aguda y vibrante. Algunos de los espectadores aplaudieron con entusiasmo por la música, aunque la mayor parte de ellos se limitó a contemplar con la boca abierta la transformación que sucedía delante de sus ojos.

La rosa azul crecía no a un ritmo natural, sino a la misma velocidad inquietante a la que un troll desmembrado era capaz de regenerarse o a la que una hidra generaba dos nuevas cabezas para reemplazar la que un guerrero le acabara de cercenar con un hacha.

Pero a diferencia de tales monstruos, la rosa élfica no dejó de crecer al alcanzar su tamaño natural.

Su tallo se alargó hasta convertirse en un troncho del que brotaban renuevos, que a

su vez se elevaban rápidamente hacia el techo, mientras que las raíces se deslizaban por el liso suelo de mármol. Las hojas susurraban al desplegarse y los capullos estallaban literalmente al abrirse, como diminutas botellas de vino espumoso que un duendecillo invisible decantara. En cuestión de segundos, docenas, veintenas y centenares de exóticas rosas azules cubrían el mágico rosal.

O, mejor dicho, el monstruoso rosal. Los tallos se alzaban ya a medio camino del techo abovedado y empezaban a caer por su propio peso. No obstante, ello no frenaba el crecimiento. Arilyn empezó a inquietarse, torció el gesto y buscó la empuñadura de la espada.

Ramas que se alzaban gentilmente describían un lento e indolente arco hacia el exterior y luego descendían en picado hacia el suelo de mármol.

Los murmullos de asombro cesaron bruscamente para ser reemplazados, un instante más tarde, por gritos de alarma. Las numerosas ramas del rosal se abalanzaban hacia los invitados del baile como las afiladas garras de un centenar de halcones que atacaran.

Los gritos reclamaban a Khelben Arunsun, pariente de la familia Thann y el mago más poderoso de Aguas Profundas. Pero el archimago no se hallaba en el salón. Entre el creciente clamor, se distinguían las frenéticas salmodias de un puñado de magos de segunda clase, que trataban de contener la magia desatada. Lo único que lograron fue cambiar el tono azul élfico por otro más mundano, pero el arbusto continuaba imparable.

Todo ello ocurrió en menos de lo que se tarda en contarlo. En los segundos iniciales, Danilo se quedó completamente inmóvil, incapaz de reaccionar, en el centro de esa vorágine de verdor, sin que ni ramas ni espinas le causaran el menor daño. Pero enseguida se dio cuenta de que Arilyn no tendría tanta suerte. Su compañera había sido testigo en demasiadas ocasiones de sus toscos hechizos y temía que esa noche la semielfa no se diera cuenta de que el peligro era muy real. Arilyn se mantenía alerta, pero no huyó ante el vertiginoso avance de las espinas. Danilo pensó rápidamente.


¡Elegard aquilar!
—exclamó con la esperanza de que el antiguo grito de guerra de los elfos hiciera reaccionar a Arilyn.

Como esperaba, los ojos azul zafiro de la semielfa adoptaron la mirada fija, serena y desapasionada de un guerrero. La hoja de luna abandonó la vaina con un siseo, presta para hacer frente al ataque del rosal. La semielfa alzó la espada a tiempo de frustrar la primera arremetida de las hojas, y enseguida adoptó el ágil ritmo de lucha de alguien avezado.

Algunas de las ramas con espinas se introdujeron entre la multitud de invitados en retirada, les desgarraron los brillantes vestidos y se enredaron en sus sueltas melenas.

Del todo aterrados, los caballeros y las damas nobles dieron media vuelta y corrieron desesperadamente hacia las puertas, todos a una: elegantes danzarinas tropezaban con sus diáfanos vestidos y caían al suelo; gentiles caballeros saltaban por encima de los cuerpos caídos de las damas, buscando sólo su seguridad. También los músicos abandonaron sus puestos, excepto un gaitero muy bromista, que se arrancó con las quejumbrosas notas de
Mi amada es como una rosa andante.

Mientras todo eso pasaba, la espada élfica de Arilyn danzaba y cercenaba. A su alrededor, se amontonaban las ramas cortadas, que por desgracia impedían que avanzara y atacara la fuente del hechizo; el rosal, por supuesto, no a Danilo, o al menos, eso esperaba él.

Claro estaba que no las tenía todas consigo. A medida que Arilyn avanzaba hacia él, abriéndose paso entre ramas y espinas a tajos, la mirada de sus ojos azules fue haciéndose más grave y furiosa.

Danilo no la culpaba. Aunque era célebre por sus chapuceros hechizos, nunca hasta entonces Arilyn había sido la víctima de una de sus diabluras. El noble se estremeció cuando una rama del rosal salvó la guardia de la semielfa y se le enganchó en la falda del vestido. El terciopelo color zafiro cedió y se desgarró sonoramente del muslo al tobillo, dejando tras de sí una estela de sangre en la pierna desnuda.

Instintivamente, Danilo buscó con una mano la espada que solía llevar, y ya se movía hacia la semielfa con ánimo de ayudarla cuando recordó que iba desarmado.

—Quieto —le ordenó Arilyn, y atacó a fondo.

La hoja de luna rehiló tan alta y cercana que Danilo sintió una leve ráfaga de viento en la cara.

Retrocedió un paso y empezó a moverse en círculo, buscando algún modo de salvar la verdeante barrera que lo separaba de Arilyn. De pronto, el arbusto dejó de avanzar. Las inmóviles ramas, que parecían prepararse para seguir elevándose, comenzaron a brillar con luz verde, varias de las que yacían cortadas en el suelo desaparecieron y también el arbusto se desvaneció, excepto por la solitaria rosa azul medio abierta tirada en el suelo de mármol.

Por el rabillo del ojo, el joven vio que los invitados regresaban cautelosamente al salón con rostros animados por una expresión que era mezcla de fatiga y curiosidad. Sin embargo, toda la atención del bardo estaba fija en la mujer despeinada y de expresión adusta que tenía ante él. Pese a su labia, en esos momentos era incapaz de pronunciar una sola palabra para justificarse.

—Una actuación memorable. Una vez más, debería añadir —dijo una voz femenina cultivada, muy familiar además, que le hablaba al lado.

Sin necesidad de volverse y seguir la gélida mirada de ojos azules de quien había intervenido, Danilo supo que el irónico comentario de su madre incluía tanto su chapucero hechizo como la reacción de Arilyn.

También la semielfa lo entendió así. La mirada de Arilyn se posó fugazmente en Danilo con irónico reconocimiento del hecho y luego se fijó en la espada que aún empuñaba. Tras envainarla de nuevo, se dirigió a su anfitriona.

—Os pido disculpas por este alboroto. Una vez más, debería añadir. Si me excusáis, lady Thann —dijo señalando la desgarrada falda—, creo que será mejor que me cambie de ropa.

Cassandra Thann miró a la semielfa con elegante desagrado.

—Sí, en eso estamos de acuerdo. —La pausa que siguió a estas palabras pareció gritar «aunque en nada más»—. Suzanne os conducirá a una habitación de invitados donde encontraréis el guardarropa adecuado. Elegid lo que queráis.

Era una orden apenas disfrazada de cortés ofrecimiento. Arilyn aceptó con un seco asenso y, de inmediato, se volvió para seguir a la doncella, que se había adelantado rápidamente para cumplir las órdenes de su ama.

Danilo cogió a Arilyn de un brazo cuando ella se abría paso a su lado.

—Hablaremos de esto más tarde —le susurró para que nadie más lo oyera.

—De eso, estoy segura —murmuró la semielfa a su vez, mirándole a los ojos y alzando una ceja negra como el ébano—. Puedes apostar tu...

En ese instante, se reemprendió el baile, y la música ahogó el final de la frase. No obstante, Danilo podía imaginar perfectamente cómo acababa.

El joven contempló cómo Arilyn se alejaba a grandes zancadas, como de costumbre, pues la esbelta columna de terciopelo ya no la estorbaba. Suspiró y volvió para encararse con la matriarca Thann: la segunda de las dos mujeres más temibles que conocía.

Cassandra Thann era hermana de Khelben Arunsun, o al menos eso pensaba la

mayor parte de Aguas Profundas, y además madre de nueve hijos, que a su vez la habían convertido en abuela de una pequeña manada de nietos y nietas. Probablemente, había cumplido ya más de sesenta inviernos. No obstante, a pesar de las arrugas de desaprobación que surcaban su frente en esos momentos, apenas parecía diez años mayor que su benjamín. Su melena, primorosamente peinada, era tan espesa y rubia como la de su hijo menor, y conservaba una figura juvenil y estilizada. La edad no había conseguido desdibujar las finas y angulosas líneas de mejillas y mandíbula. Corrían rumores de que lady Cassandra debía su belleza a pociones de longevidad, pero Danilo no les daba crédito. Era mucho más probable que los años no osaran pasarle factura.

—Una fiesta magnífica —comentó el joven despreocupadamente, y unió las manos a la espalda para contemplar a los danzantes—. No se dejan amedrentar, ¿eh?

—Podemos dar gracias de eso —replicó Cassandra con un tono cortante que no chocaba con su plácida expresión—. Esa ridícula broma tuya ha estado a punto de poner fin a la fiesta.

Danilo observó cómo Myrna Cassalanter, una mujer joven con pelo de un brillante tono rojizo teñido con alheña y mirada de matahombres, se acercaba a su viejo amigo Regnet Amcathra. Corrían rumores, muy probablemente iniciados por la misma Myrna, de que el clan Cassalanter esperaba una boda entre ella y el joven vástago del acaudalado clan Amcathra. Tal como Dan sabía, Regnet pensaba de manera muy distinta. La cara del pobre Regnet mostraba una expresión de pánico, apenas velado por la cortesía, mientras conducía a Myrna a la pista de baile. Al parecer, esa noche estaba siendo dura para muchos.

—El baile hubiera acabado antes de tiempo; ¡qué desastre! —murmuró el joven Thann.

—Este año insististe en acudir —le recordó lady Cassandra. La mirada de la mujer siguió el camino seguido por Arilyn fuera del salón, tras lo cual se posó con toda su intensidad en Dan—. Espero que no prepares ningún anuncio.

El comentario lo desconcertó. Por un segundo, se preguntó cómo su madre había averiguado lo que Arilyn y él pensaban hacer cuatro años antes, pero al reflexionar un poco cayó en la cuenta de que el comentario de lady Cassandra se debía más a la tradición que a la adivinación. Los festivales de la cosecha y de primavera solían aprovecharse para anunciar compromisos. No obstante, las palabras de su madre le irritaron.

—¿Y qué si lo hubiera? —la desafió.

—¡Ah! —Cassandra sonrió levemente con una expresión mezcla de alivio y satisfacción que sacó de quicio a su hijo—. Ya pensaba yo que los rumores sobre tu...

relación... con esa semielfa eran exagerados.

Danilo reaccionó con una perplejidad totalmente sincera.

—Hace más de seis años que Arilyn y yo somos pareja y, dejando de lado la debacle del Baile de la Gema de hace cuatro años, hasta ahora no te habías opuesto. ¿A qué se debe este cambio de actitud?

—¿De veras quieres saberlo? Como mercenaria era muy competente, y cuando una contrata a gente de ese tipo es inevitable soportar las molestias de que estalle una batalla. En el baile de hace cuatro años, nada realmente grave sucedió. Pero lo de este año es muy distinto. ¿Crees que no sé que las jóvenes suspiran por tu jardín élfico? Un hombre no se gasta una fortuna en zafiros y rosas azules por una simple mercenaria.

—Arilyn nunca ha sido una simple mercenaria.

Cassandra lanzó un suspiro entre dientes.

—Entonces, es verdad. Danilo, ya es hora de que tengas en cuenta tu posición. Ya no eres un muchacho para malgastar tu tiempo con tonterías y mujerzuelas.

El joven tuvo que hacer acopio de toda su fuerza de voluntad para sofocar la ira que brotaba en él como una llamarada.

—Cuidado con lo que dices, madre —dijo suavemente—. Hay palabras que no estoy dispuesto a tolerar ni siquiera de ti.

—Mejor que las oigas de mí que de otro. Esa semielfa no es digna de tu amor, y no hay nada más que decir.

Danilo observó largamente a los bailarines antes de calmarse lo suficiente para responder.

—No estoy de acuerdo, pero la discusión acaba aquí antes de que nos digamos cosas que no tengan remedio. Con todos mis respetos, madre, si fueses hombre te haría pagar caro lo que has dicho.

—¡Y si tú fueses hombre, no estaríamos teniendo esta discusión! —exclamó lady Cassandra. Pero su furia se calmó tan rápidamente como se había inflamado—. Hijo mío, debo ser franca.

—Para variar —murmuró Danilo.

Cassandra fingió no haberlo oído. Aceptó una copa de vino de un camarero que pasaba con una bandeja y la empleó para hacer un amplio gesto que englobaba a la brillante concurrencia.

—Mira a tu alrededor —dijo—. ¿Te has fijado en que no hay elfos entre la nobleza de Aguas Profundas?

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