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Authors: Alfred Bester

Las Estrellas mi destino (7 page)

BOOK: Las Estrellas mi destino
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Había un intruso en el complejo, alguien que no llevaba una contraseña de identificación o de visitante. El campo del radar del sistema de protección lo había detectado y había hecho sonar la alarma. Por entre su irritado rugido, Presteign podía escuchar una multitud de suaves chasquidos mientras los guardianes del astillero jaunteaban desde su cuartel para tomar posiciones alrededor de los kilómetros del campo de concreto. Su propia Guardia Jaunteadora cerró filas a su alrededor, alerta y en guardia.

Una voz comenzó a sonar por los altavoces, coordinando la defensa.

—Desconocido en el astillero. Desconocido en el astillero, en el punto E de Edward Nueve, E de Edward Nueve, moviéndose hacia el oeste a pie.

—¡Alguien debe haber entrado! —gritó el Ujier Mayor.

—Ya me he dado cuenta —respondió con calma Presteign.

—Debe de ser alguien de fuera si es que no jaunteaba por el interior.

—Eso también me lo he imaginado.

—El desconocido se acerca a D de David Cinco, D de David Cinco. Sigue a pie. Alerta D de David Cinco.

—¡Por Dios! ¿Qué es lo que pretende hacer? —exclamó el Ujier Mayor.

—Ya conoce usted mi regla, señor —le dijo fríamente Presteign—. Ningún asociado del clan de Presteign puede tomar el nombre de la Divinidad en vano. Su comportamiento es incorrecto.

—El desconocido se acerca ahora a C de Charley Cinco, se acerca ahora a C de Charley Cinco.

El Ujier Mayor tocó el brazo de Presteign.

—Viene en esta dirección, Presteign. Por favor, ¿quiere resguardarse?

—No.

—Presteign, ya han intentado asesinarle antes. En tres ocasiones. Si...

—¿Cómo puedo subir a ese estrado?

—¡Presteign!

—Ayúdeme.

Ayudado por el Ujier Mayor, que seguía protestando histéricamente, Presteign subió al estrado para contemplar el poder del clan de los Presteign actuando contra el peligro. Allá abajo podía ver a trabajadores ataviados con monos blancos surgiendo como hormigas de los pozos para contemplar la acción. Iban apareciendo guardas cuando jaunteaban de sectores distantes moviéndose hacia el punto focal de la acción.

—El desconocido se mueve hacia el sur en dirección a B de Baker Tres, B de Baker Tres.

Presteign contempló el pozo B—3. Apareció una figura, corriendo rápidamente hacia el pozo, zigzagueando, esquivando, siempre adelante. Era un hombre gigantesco ataviado con el azul de los hospitales, un manojo rebelde de pelo negro y un rostro contorsionado que parecía, a la distancia, estar pintado con colores vívidos. Sus ropas parpadeaban como olas de calor mientras el campo de inducción protector del sistema de defensa lo chamuscaba.

—B de Baker Tres, alerta. B de Baker Tres, a por él.

Se oyeron gritos y un distante tableteo de disparos, el aullido neumático de los rifles telescópicos. Media docena de trabajadores de blanco saltaron a por el intruso. Los derrumbó como a alfeñiques y continuó recto hacia B—3, en el que se veía la proa del Vorga. Era un rayo cayendo a través de los trabajadores y guardias, juntándolos, apartándolos, adelantando implacablemente.

Repentinamente se detuvo, buscó en el interior de su chaqueta llameante, y sacó un recipiente negro. Con el gesto convulsivo de un animal preso de espasmos mortales, mordió el extremo del recipiente y lo lanzó, en un perfecto arco alto, hacia el Vorga. Al siguiente instante lo derribaron.

—Explosivo. Pónganse a cubierto. Explosivo. Pónganse a cubierto. A cubierto.

—¡Presteign! —aulló el Ujier Mayor.

Presteign lo apartó y contempló cómo el recipiente subía y luego bajaba hacia la proa del Vorga, girando y brillando a la fría luz del sol. Al borde del pozo fue cogido por el haz antigravitatorio y lanzado hacia arriba como por un puño invisible. Se alzó arriba y arriba, a medio centenar de metros, a un centenar, a medio millar. Entonces se vio un destello cegador, y un instante más tarde un estruendo titánico que reventó tímpanos y estremeció huesos y dientes.

Presteign se recobró y descendió del estrado hasta el podio de lanzamiento. Colocó su dedo en el botón de lanzamiento del Princesa de Presteign.

—Tráiganme a ese hombre, si aún está con vida —le dijo al Ujier Mayor. Apretó el botón—. Te pongo el nombre de... ¡el Poder de Presteign! —gritó triunfal.

Cuatro

La Cámara Estelar del Castillo Presteign era una sala ovalada con paneles de marfil moteados en oro, altos espejos y ventanas de vidrieras. Contenía un órgano de oro con un organista robot hecho por Tiffany, una biblioteca de estantes de oro con un bibliotecario androide sobre su escalera de biblioteca, una escribanía Luis XV con un secretario androide colocado ante una grabadora manual de perlas memorizadoras, y un bar con un camarero robot. Presteign habría preferido sirvientes humanos, pero al menos los androides y robots sabían guardar secretos.

—Siéntese, Capitán Yeovil —dijo cortésmente—. Éste es el señor Regis Sheffield, que me representa en este asunto. Aquel joven es el ayudante del señor Sheffield.

—Bunny es mi biblioteca legal portátil —gruñó Sheffield.

Presteign tocó un control. La instantánea que era la Cámara Estelar cobró vida; el organista tocó, el bibliotecario ordenó libros, el secretario grabó, el camarero agitó una coctelera. Era espectacular; y el impacto, cuidadosamente calculado por psicometristas industriales, establecía el control de Presteign y ponía a sus visitantes en desventaja.

—¿Habló usted de un hombre llamado Foyle, Capitán Yeovil? —preguntó Presteign.

El Capitán Peter Y'ang-Yeovil, de la Central de Inteligencia, era un descendiente directo del Maestro Mencio y pertenecía al núcleo especializado de las Fuerzas Armadas de los Planetas Interiores. Desde hacía doscientos años, las FA.P.I. habían confiado su trabajo de inteligencia a los chinos que, con una historia de cinco mil años de cultivada sutileza tras ellos, habían logrado maravillas. El Capitán Y'ang-Yeovil era miembro de la temida Sociedad de los Hombres de Papel, adepto de los Imagineros de Tiensin, Doctor en Superstición y fluente en la Lengua Secreta. No parecía chino.

Y'ang-Yeovil dudó, dándose perfecta cuenta de las presiones psicológicas que obraban en su contra. Examinó el rostro de basilisco ascético de Presteign; la expresión agresiva y dura de Sheffield; y al ansioso joven llamado Bunny, cuyas facciones de conejo tenían una indudable procedencia oriental. Era necesario que Yeovil restableciese su control o lograse un compromiso.

Inició la acción con un movimiento de flanqueo:

—¿Tenemos algún grado de parentesco dentro de los quince primeros grados de consanguineidad? —le preguntó a Bunny en el dialecto mandarín—. Pertenezco al linaje del Maestro Meng-Tse, al que los bárbaros llaman Mencio.

—Entonces somos enemigos hereditarios —le contestó Bunny en vacilante mandarín—. Porque el formidable antepasado de mi linaje fue depuesto de su cargo de gobernador de Shan-tung el 342 a. J.C. por el sucio cerdo Meng-Tse.

—Con toda cortesía le afeito sus mal formadas cejas —dijo Y'ang-Yeovil.

—Muy respetuosamente le arranco sus cariados dientes —rió Bunny.

—Por favor, caballeros —protestó Presteign.

—Estábamos reafirmando una enemistad hereditaria de tres mil años de antigüedad —le explicó Y'ang-Yeovil a Presteign, que parecía bastante molesto por la conversación y las risas que no comprendía. Intentó un golpe directo—: ¿Cuándo habrá acabado con Foyle? —preguntó.

—¿Qué Foyle? —interrumpió Sheffield.

—¿Qué Foyle tienen?

—Hay trece personas con ese nombre asociadas con el clan Presteign.

—Un número interesante. ¿Sabían ustedes que soy Doctor en Superstición? Algún día les mostraré el Misterio del Espejo-y-la-Escucha. Me refiero al Foyle relacionado con un intento de atentado a la vida del señor Presteign esta mañana.

—Presteign —corrigió Presteign—. No soy «señor». Soy Presteign de Presteign.

—Se han realizado tres tentativas contra la vida de Presteign —dijo Sheffield—. Tendrá que ser más específico.

—¿Tres en esta mañana? Presteign debe haber estado atareado —Y'ang-Yeovil suspiró. Sheffield estaba demostrando ser un contrincante serio. El hombre de Inteligencia probó otra diversión—: Desearía que nuestro señor Presto hubiera sido más específico.

—¡Su señor Presto! —exclamó Presteign.

—Oh, sí. ¿No sabían que uno de los quinientos Prestos era agente nuestro? Es extraño. Creíamos que lo sabían y que lo mantenían con intención de confundirnos.

Presteign pareció anonadado. Y'ang-Yeovil cruzó las piernas y continuó charlando animadamente:

—Ésta es la debilidad básica de los procedimientos rutinarios en el espionaje: uno empieza con las finezas antes de que éstas sean necesarias.

—Está marcándose un farol —estalló Presteign—. Ninguno de nuestros Prestos podría tener conocimiento alguno acerca de Gulliver Foyle.

—Gracias —sonrió Y'ang-Yeovil—. Ése es el Foyle que yo busco. ¿Cuándo nos lo pasarán?

Sheffield dio un bufido a Presteign y volvió a Y'ang-Yeovil.

—¿Quién es ese «nos»? —preguntó.

—La Central de Inteligencia.

—¿Para qué lo quieren?

—¿Se quita usted la ropa o no para fornicar?

—Ésa es una pregunta realmente impertinente.

—También lo era la suya. ¿Cuándo nos pasarán a Foyle?

—Cuando nos den un buen motivo.

—¿A quién?

—A mí —Sheffield golpeó con un grueso dedo contra su palma—. Éste es un asunto civil que concierne a civiles. A menos que se haya relacionado con material de guerra, personal militar o la estrategia y táctica de una guerra en curso, la jurisdicción civil siempre tiene preferencia.

—Párrafo 333 de la Ley Terrestre 191 —murmuró Bunny.

—El Nomad transportaba material de guerra.

—El Nomad transportaba lingotes de platino a la Banca de Marte —cortó Presteign—. Si el dinero es ahora...

—Yo soy el que lleva esta discusión —interrumpió Sheffield. Se volvió hacia Y'ang-Yeovil—. Dígame de qué material de guerra se trataba.

Este ataque directo cogió desprevenido a Y'ang-Yeovil. Sabía que el meollo del asunto del Nomad era la presencia a bordo de la nave de ocho kilos de Piros, todo el que existía en el mundo, y que probablemente era irreemplazable ahora que su descubridor había desaparecido. Sabía que Sheffield sabía que los dos sabían esto. Había asumido que Sheffield preferiría no nombrar el Piros. Y, sin embargo, aquí estaba el reto a nombrar lo innombrable.

Decidió enfrentarse a la rudeza con la rudeza.

—De acuerdo, caballeros. Lo nombraré ahora: el Nomad transportaba ocho kilos de una sustancia denominada Piros.

Presteign tuvo un sobresalto. Sheffield lo hizo callar.

—¿Qué es el Piros?

—De acuerdo con nuestros informes...

—¿Del señor Presto de Presteign?

—Oh, eso fue un farol —rió Y'ang-Yeovil, y momentáneamente recuperó el control—. Según Inteligencia, el Piros fue preparado para Presteign por un hombre que luego desapareció. El Piros es un metal de Misch, pirofórico. Eso es todo lo que sabemos. Pero hemos tenido vagos informes acerca del mismo... informes increíbles de agentes veraces. Si tan sólo una fracción de lo que suponemos es cierta, el Piros podría suponer la diferencia entre una victoria y una derrota.

—Tonterías. Ningún material de guerra ha supuesto nunca una tal diferencia.

—¿No? Podría citarles la bomba fisible de 1945, o las instalaciones antigravitatorias G-Cero del 2002. O la pantalla total de radar de Talley en el 2194. El material puede ser a menudo el que resuelva una situación, especialmente cuando no existe posibilidad de que el enemigo lo tenga primero.

—No existe esa posibilidad ahora.

—Gracias por admitir la importancia del Piros.

—No admito nada; lo niego todo.

—La Central de Inteligencia está preparada a ofrecer un intercambio: hombre por hombre. El inventor del Piros por Gully Foyle.

—¿Lo tienen? —preguntó Sheffield—. Entonces, ¿para qué nos piden a Foyle?

—¡Porque tenemos un cadáver! —estalló Y'ang-Yeovil—. El mando de los Satélites Exteriores lo tuvo en Lasell durante seis meses, tratando de sacarle información. Lo rescatamos en una incursión que nos costó un 70 por ciento de bajas. Rescatamos un cadáver. Aún no sabemos si los Satélites Exteriores se están riendo de nuestras pérdidas en el intento de recapturar un cadáver. No sabemos cuánto lograron sacarle.

Presteign permaneció rígido durante todo esto. Sus inmisericordes dedos golpeaban lenta y sonoramente.

—Maldita sea —se irritó Y'ang-Yeovil—. ¿Acaso no puede reconocer una crisis, Sheffield? Estamos en un mal momento. ¿Qué demonios está haciendo ayudando a Presteign en este sucio asunto? Usted es el jefe del partido Liberal... el super-patriota de la Tierra. Usted es el archienemigo político de Presteign. Traiciónelo, so tonto, antes de que él nos traicione a todos.

—Capitán Yeovil —interrumpió Presteign con gélido veneno—, no puedo tolerar esas palabras.

—Queremos y necesitamos el Piros —continuó Y'ang-Yeovil—. Tenemos que investigar esos ocho kilos de Piros, redescubrir su síntesis, aprender a aplicarlo al esfuerzo militar... y todo eso antes de que los Satélites Exteriores nos ganen la partida, si es que no lo han hecho ya. Pero Presteign rehusa cooperar. ¿Por qué? Porque se opone al partido que está en el poder. Porque no quiere victorias militares para los liberales. Preferiría que perdiésemos la guerra si ello fuera conveniente para su política, porque sabe que los hombres ricos como él jamás pierden. Dese cuenta de lo que pasa, Sheffield. Ha sido contratado por un traidor. ¿Qué demonios está tratando de hacer?

Antes de que Sheffield pudiera contestar, se oyó una discreta llamada en la puerta de la Cámara Estelar e hicieron entrar a Saúl Dagenham. Hubo un tiempo en el que Dagenham era uno de los genios investigadores de los Planetas Interiores, un físico de inspirada intuición, memoria fotográfica, y un computador de la sexta generación por cerebro. Pero se había producido un accidente en Tycho Sands, y la explosión nuclear que debería haberlo matado no lo hizo. Sin embargo, lo había vuelto peligrosamente radiactivo; lo había dejado «caliente»; lo había transformado en el equivalente de un trasmisor tifoideo del siglo XXIV.

El gobierno de los Planetas Interiores le pagaba 25.000 créditos anuales para que tomase precauciones que esperaban cumpliese. Evitaba el contacto físico con cualquier persona por un tiempo superior a cinco minutos diarios. No podía ocupar otra habitación que no fuera la suya durante más de media hora al día. Ordenado y pagado por los Planetas Interiores para aislarse a sí mismo, Dagenham había abandonado la investigación y edificado el coloso que era los Correos Dagenham.

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