Las intermitencias de la muerte (5 page)

BOOK: Las intermitencias de la muerte
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A lo lejos, en una ladera, se distinguían las luces de una aldea. Por el pisar de la mula se notaba que la tierra era blanda, debería ser fácil de cavar. Este sitio me parece bueno, dijo por fin el hombre, el árbol nos servirá de señal cuando vengamos a traerles unas flores. La madre del niño dejó caer la pala y la azada y, suavemente, puso al hijo en el suelo.

Después, las dos hermanas, con mil cautelas para que no resbalara, recibieron el cuerpo del padre y, sin esperar la ayuda del hombre que ya desmontaba la mula, lo colocaron al lado del nieto. La madre del niño sollozaba, repetía monótonamente, Mi hijo, mi padre, y la hermana vino y la abrazó, llorando también y diciendo, Es mejor así, es mejor así, la vida de estos infelices ya no era vida. Se arrodillaron ambas en el suelo condoliéndose por los muertos que habían venido a engañar a la muerte. El hombre ya manejaba la azada, cavaba, retiraba con la pala la tierra suelta, y luego volvía a cavar. Debajo la tierra era más dura, más compacta, algo pedregosa, sólo al cabo de media hora de trabajo continuo la cavidad alcanzó profundidad suficiente. No había ataúd ni mortaja, los cuerpos descansarían sobre la pura tierra, sólo con las ropas que traían puestas. Uniendo las fuerzas, el hombre y las dos mujeres, él dentro de la sepultura, ellas fuera, una a cada lado, bajaron lentamente el cuerpo del viejo, ellas sosteniéndolo por los brazos abiertos en cruz, él amparándolo hasta que tocó el fondo. Las mujeres no paraban de llorar, el hombre tenía los ojos secos, pero todo él temblaba, como atacado por una fiebre violenta. Todavía faltaba lo peor. Entre lágrimas y sollozos, el niño fue descendido, colocado junto al abuelo, pero allí no estaba bien, un bultito pequeño, insignificante, una vida sin importancia, dejada de lado como si no perteneciera a la familia. Entonces el hombre se inclinó, tomó al niño del suelo, lo puso sobre el pecho del abuelo, después le cruzó los brazos sobre el cuerpecito minúsculo, ahora sí, ya están acomodados, preparados para su descanso, podemos comenzar a lanzarles la tierra por encima, con cuidado, poco a poco, para que todavía puedan mirarnos algún tiempo más, para que puedan despedirse de nosotros, oigamos lo que están diciendo, adiós hijas mías, adiós yerno, adiós tíos, adiós madre.

Cuando la sepultura estuvo llena, el hombre aplanó y alisó la tierra para que no se notara, si alguien pasase por ahí, que había personas enterradas. Colocó una piedra a la cabecera y otra más pequeña a los pies, a continuación esparció sobre la tumba las hierbas que había cortado antes con la azada, otras plantas, vivas, en pocos días tomarán el lugar de estas que, marchitas, muertas, resecas, entrarán en el ciclo alimentario de la misma tierra de que habían brotado. El hombre midió a pasos largos la distancia entre el árbol y la tumba, fueron doce, después se colocó en el hombro la pala y la azada, Vamos, dijo. La luna había desaparecido, el cielo estaba otra vez cubierto. Comenzó a llover cuando acababan de enganchar la mula al carromato.

4

Los actores del dramático lance que acaba de ser descrito con desusada minucia en un relato que hasta ahora había preferido ofrecer al lector curioso, por decirlo así, una visión panorámica de los hechos, fueron, cuando su inopinada entrada en escena, clasificados como campesinos pobres. El error, resultado de una impresión precipitada del narrador, de un examen que no pasó de superficial, deberá, por respeto a la verdad, ser inmediatamente rectificado. Una familia campesina pobre, pobre de verdad, nunca llegaría a ser propietaria de un carromato ni tendría posibles para sustentar un animal de tanto alimento como es la mula. Se trataba, sí, de una familia de pequeños agricultores, gente acomodada en la modestia del medio en que vivían, personas con educación e instrucción escolar suficiente para poder mantener entre sí diálogos no sólo gramaticalmente correctos, sino también con eso que algunos, a falta de mejor expresión, suelen llamar contenido, otros sustancia, otros, más pegados a la tierra, seso. Si así no fuera, nunca jamás la tía soltera habría sido capaz de poner en pie aquella tan hermosa frase antes comentada, Qué dirán los vecinos cuando descubran que ya no están aquí aquellos que, sin morir, a la muerte estaban. Corregido a tiempo el lapso, restituida la verdad en su lugar, veamos qué dicen los vecinos. A pesar de las precauciones adoptadas, alguien vio el carromato y se extrañó de la salida de esos tres a tales horas. Precisamente ésa fue la pregunta que se hizo el vecino vigilante, Adonde irán esos tres a semejante hora, repetida a la mañana siguiente, con un pequeño cambio, al yerno del viejo agricultor, Adonde ibais a esa hora de la noche. El interpelado respondió que tenían que resolver un asunto, pero el vecino no se dio por satisfecho, Un asunto a medianoche, en carromato, con tu mujer y tu cuñada, qué cosa tan rara, dijo, Será raro, pero es así, Y de dónde veníais cuando el cielo comenzaba a clarear, Eso no te importa, Tienes razón, perdona, realmente no es de mi incumbencia, pero en todo caso sí puedo preguntarte cómo se encuentra tu suegro, Igual, Y tu sobrino pequeño, También, Ah, me alegra que los dos mejoren, Gracias, Hasta luego, Hasta luego. El vecino dio unos pasos, se detuvo, volvió atrás, Me pareció ver algo en el carromato, me pareció que tu hermana llevaba un niño en los brazos, y, si era así, entonces lo más probable es que el bulto tumbado que me pareció ver, cubierto con una manta, fuese tu suegro, sobre todo teniendo en cuenta, Teniendo en cuenta qué, Teniendo en cuenta que cuando regresasteis el carromato venía vacío y tu hermana no traía ningún niño en los brazos, Por lo visto, no duermes de noche, Tengo un sueño delicado, me despierto con facilidad, Te despertaste cuando nos fuimos, te despertaste cuando regresamos, eso se llama coincidencia, Así es, Y quieres que te diga lo que ha pasado, Si quieres, Ven conmigo. Entraron en la casa, el vecino saludó a las tres mujeres, No quiero molestar, dijo perturbado, y esperó. Serás la primera persona que lo sepa, dijo el yerno, y no tendrás que guardar el secreto porque no te lo vamos a pedir, No me digas nada más que lo que quieras decir, Mi suegro y mi sobrino han muerto esta noche, los llevamos al otro lado de la frontera, donde la muerte mantiene su actividad, Los habéis matado, exclamó el vecino, En cierto modo, sí, ya que ellos no pudieron ir por sus propios pies, en cierto modo, no, porque lo hicimos por orden de mi suegro, y en cuanto al niño, pobrecito, no tenía querer ni vida que vivir, quedaron enterrados bajo un fresno, puede decirse que abrazados el uno al otro.

El vecino se llevó las manos a la cabeza, Y ahora, Ahora vas y lo cuentas por toda la aldea, seremos detenidos por la policía, probablemente juzgados y condenados por lo que no hemos hecho, Sí lo habéis hecho, Un metro antes de la frontera estaban vivos, un metro después ya estaban muertos, dime tú cuándo los matamos, y cómo, Si no los hubieseis llevado, Sí, estarían aquí, esperando la muerte que no llega. Silenciosas, serenas, las tres mujeres miraban al vecino. Me voy, dijo, realmente pensaba que algo había sucedido, pero nunca pude imaginar que era esto, Tengo algo que pedirte, dijo el yerno, Qué, Que me acompañes a la policía, así no tendrás que ir de puerta en puerta, por ahí, contándole a la gente los terribles crímenes que hemos cometido, fíjate, parricidio, infanticidio, Dios santo, qué monstruos viven en esta casa, No lo contaría de esa manera, Ya lo sé, acompáñame, Cuándo, Ahora mismo, el hierro tiene que ser golpeado cuando está caliente, Vamos.

No fueron condenados ni juzgados. Como un reguero de pólvora, la noticia corrió veloz por todo el país, los medios de comunicación vituperaron a los infames, las hermanas asesinas, el yerno instrumento del crimen, se lloraron lágrimas sobre el anciano y el inocente como si fueran el abuelo y el nieto que todos desearían haber tenido, por milésima vez los periódicos bienpensantes que actuaban como barómetros de la moralidad pública apuntaron el dedo hacia la imparable degradación de los valores tradicionales de la familia, fuente, causa y origen de todos los males en su opinión, y he aquí que cuarenta y ocho horas después comenzaron a llegar informaciones sobre prácticas idénticas que estaban sucediendo en todas las regiones fronterizas. Otros carromatos y otras mulas condujeron otros cuerpos inermes, falsas ambulancias dieron vueltas y vueltas por veredas abandonadas hasta llegar al lugar donde deberían descargarlos, en general sujetos durante el trayecto por los cinturones de seguridad o, en algún censurable caso, escondidos en los portaequipajes y cubiertos con una manta, coches de todas las marcas, modelos y precios transportaron hasta esta nueva guillotina cuyo filo, con perdón por la libérrima comparación, era la finísima línea fronteriza, invisible para ojos desnudos, a los infelices que la muerte, en el lado de aquí, había mantenido en situación de pena suspendida.

No todas las familias que procedieron así podían alegar en su defensa los motivos de algún modo respetables, aunque obviamente discutibles, presentados por nuestros conocidos y angustiados agricultores que, muy lejos de imaginar las consecuencias, dieron inicio al tráfico. Algunas en el expediente de ir a evacuar al padre o al abuelo en territorio extranjero vieron nada más que una manera limpia y eficaz, radical sería el término exacto, de verse libres de los auténticos pesos muertos que sus moribundos eran en casa. Los medios de comunicación que antes vituperaron enérgicamente a las hijas y al yerno del viejo enterrado con el nieto, incluyendo después en esa reprobación a la tía soltera, acusada de complicidad y connivencia, estigmatizaban ahora la crueldad y la falta de patriotismo de personas de apariencia decente que en esta circunstancia de gravísima crisis nacional dejaban caer la máscara hipócrita tras la cual escondían su verdadero carácter. Presionado por los gobiernos de los tres países limítrofes y por la oposición política interna, el jefe del gobierno condenó la inhumana acción, apeló al respeto por la vida y anunció que las fuerzas armadas tomarían de inmediato posiciones a lo largo de la frontera para impedir el paso de cualquier ciudadano en estado de disminución física terminal, ya fuera el intento por iniciativa propia, o determinado por arbitraria decisión de los parientes. En el fondo, en el fondo, pero de esto, claro está, no osó hablar el primer ministro, el gobierno no veía con tan malos ojos un éxodo que, en último análisis, servía el interés del país en la medida en que ayudaba a bajar una presión demográfica en aumento continuo desde hacía tres meses, aunque todavía lejos de alcanzar niveles inquietantes.

Tampoco dijo el jefe del gobierno que ese mismo día se había reunido discretamente con el ministro del interior con el objetivo de planear la colocación de vigilantes, o espías, en todas las localidades del país, ciudades, pueblos y aldeas, con la misión de comunicarle a las autoridades cualquier movimiento sospechoso de personas afines a pacientes en situación de muerte parada. La decisión de intervenir o de no intervenir sería ponderada caso por caso, puesto que no era objetivo del gobierno frenar del todo este brote migratorio de nuevo tipo, sino dar una satisfacción parcial ante las preocupaciones de los gobiernos de los países con fronteras comunes, lo suficiente para acallar durante algún tiempo las reclamaciones. No estamos aquí para hacer lo que ellos quieren, dijo con autoridad el primer ministro, Todavía quedan fuera del plan los pequeños caseríos, las heredades, las casas aisladas, notó el ministro del interior, A ésos vamos a dejarlos tranquilos, que hagan lo que entiendan, bien sabe, querido ministro, por experiencia, que es imposible colocar un policía al lado de cada persona.

Durante dos semanas el plan funcionó más o menos a la perfección, pero, a partir de ahí, unos cuantos vigilantes comenzaron a quejarse de que estaban recibiendo amenazas por teléfono, conminándolos, si querían vivir una vida tranquila, a hacer vista gorda al tráfico clandestino de pacientes terminales, e incluso a cerrar los ojos por completo si no querían aumentar con sus propios cuerpos la cantidad de personas de cuya observación habían sido encargados. No eran palabras vanas, como se vio cuando las familias de cuatro vigilantes fueron avisadas mediante llamadas anónimas de que deberían recogerlos en determinados lugares. Tal como se encontraban, o sea, no muertos, pero vivos tampoco. Ante la gravedad de la situación, el ministro del interior decidió mostrarle su poder al desconocido enemigo, ordenando, por un lado, que los espías intensificaran la acción investigadora y, por otro lado, cancelando el sistema a cuentagotas, éste sí, éste no, que venía siendo aplicado de acuerdo con la táctica del primer ministro. La respuesta fue inmediata, otros cuatro vigilantes sufrieron la triste suerte de los anteriores, pero, en este caso, sólo hubo una llamada telefónica, dirigida al ministerio del interior, que lo mismo podría entenderse que era una provocación o una acción determinada por la pura lógica, como quien dice, Nosotros existimos. El mensaje, sin embargo, no acababa aquí, traía anexa una propuesta constructiva, Establezcamos un acuerdo de caballeros, dijo la voz del otro lado, el ministerio manda que se retiren los vigilantes y nosotros nos encargamos de transportar directamente a los pacientes, Quiénes son ustedes, preguntó el director del servicio que atendió la llamada, Sólo un grupo de personas amantes del orden y de la disciplina, gente de gran competencia en su especialidad, que detesta la confusión y cumple siempre lo que promete, gente honesta, en definitiva, Y ese grupo tiene nombre, quiso saber el funcionario, Hay quien nos llama maphia, con ph, Por qué con ph, Para distinguirnos de la otra, de la clásica, El estado no hace acuerdos con mafias, En papeles con firmas reconocidas por notario, claro que no, Ni de ésos ni de otros, Cuál es su cargo, Soy director de servicio, O sea, alguien que no conoce nada de la vida real, Tengo mis responsabilidades, La única que nos interesa en este momento es que traslade la propuesta a quien le concierna, al ministro, si tiene acceso, No tengo acceso al ministro, pero esta conversación será inmediatamente conocida por la jerarquía, El gobierno tiene cuarenta y ocho horas para estudiar la propuesta, ni un minuto más, pero avise a su jerarquía de que habrá nueve vigilantes en coma si la respuesta no es la que esperamos, Así lo haré, Pasado mañana, a esta hora, volveré a llamarlo para conocer la decisión, La nota está tomada, Ha sido un placer hablar con usted, No puedo decirle lo mismo, Estoy seguro de que comenzará a cambiar de opinión cuando sepa que los vigilantes regresan sanos y salvos a sus casas, si todavía recuerda oraciones de su infancia, vaya rezando para que eso sea lo que ocurra, Comprendo, Sabía que lo entendería, Así es, Cuarenta y ocho horas, ni un minuto más, Con toda seguridad, no seré yo quien le atienda, Pues yo tengo toda la seguridad de que sí, Por qué, Porque el ministro no querrá hablar directamente conmigo, además, si las cosas salen mal será usted quien cargue con las culpas, recuerde que lo que proponemos es un acuerdo entre caballeros, Sí señor, Buenas tardes, Buenas tardes. El director del servicio retiró la cinta magnetofónica de la grabadora y fue a hablar con la jerarquía.

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