Las palabras y las cosas (47 page)

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Authors: Michel Foucault

BOOK: Las palabras y las cosas
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Es posible establecer así que, en ciertas lenguas como las semíticas, las raíces son bisilábicas (en general, de tres letras); que en otras (las indogermánicas) son regularmente monosilábicas; algunas están constituidas de una sola y única vocal (i es la radical de los verbos que quieren decir
ir, u
la de los que significan sonar); pero la mayor parte del tiempo la raíz, en estas lenguas, admite cuando menos una consonante y una vocal: la consonante puede ser terminal o inicial; en el primer caso, la vocal es necesariamente inicial; en el otro, puede suceder que vaya seguida de una segunda consonante que le sirva de apoyo (como en la raíz
ma, mad
, que da en latín
metiri
, en alemán,
messen).
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Puede suceder también que estas raíces monosilábicas sean duplicadas, como
do
se duplica en el sánscrito
dadami
y el griego
didómi
, o
sta
en
tishtami
e
istémi.
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Por último y sobre todo, la naturaleza de la raíz y su papel constitutivo en el lenguaje son concebidos de un modo absolutamente nuevo: en el siglo XVIII, la raíz era un nombre rudimentario que designaba, en su origen, una cosa concreta, una representación inmediata, un objeto que se daba a la vista o a cualquiera de los sentidos. El lenguaje se construía a partir del juego de esas caracterizaciones nominales: la derivación extendía su alcance; la abstracción daba nacimiento a los adjetivos; y bastaba entonces con añadir a éstos el otro elemento irreductible, la gran función monótona del verbo ser, para que se constituyese la categoría de palabras conjugables —especie de reducción en una forma verbal del ser y del epíteto. Bopp admite también que los verbos son mixtos obtenidos por la coagulación del verbo con una raíz. Pero su análisis difiere en muchos puntos esenciales del esquema clásico: no se trata de la adición virtual, subyacente e invisible, de la función atributiva y del sentido preposicional que se presta al verbo ser; se trata primero de una unión material entre una radical y las formas del verbo
ser
: el
as
sánscrito se encuentra de nuevo en la sigma del aoristo griego, en el
er
del pluscuamperfecto o del futuro anterior latino; el
bhv
sánscrito se encuentra de nuevo en la
b
del futuro y del imperfecto latinos. Además, esta adjunción del verbo ser permite esencialmente el atribuir a la radical un tiempo y una persona (la desinencia constituida por la radical del verbo ser aporta por lo demás la del pronombre personal, como en
script-s-i).
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En consecuencia, no es la adjunción de
ser
la que transforma un epíteto en verbo; la radical misma tiene una significación verbal a la que agregan las desinencias derivadas de la conjugación de
ser
sólo las modificaciones de persona y de tiempo. Las raíces de los verbos no designan pues en su origen "cosas", sino acciones, procesos, deseos, voluntades; y son ellas las que, al recibir ciertas desinencias surgidas del verbo ser y de los pronombres personales, se hacen susceptibles de conjugación, en tanto que, al recibir otros sufijos, ellos mismos modificables, se convertirían en nombres susceptibles de declinación. Es necesario sustituir la bipolaridad nombres-verbo ser que caracterizaba al análisis clásico por una disposición más compleja: raíces de significación verbal que pueden recibir desinencias de tipos diferentes y dar nacimiento así a verbos conjugables o a sustantivos. Los verbos (y los pronombres personales) se convierten así en el elemento primordial del lenguaje —el elemento a partir del cual se ha podido desarrollar aquél. "El verbo y los pronombres personales parecen ser las verdaderas palancas del lenguaje."
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Los análisis de Bopp deberían tener una importancia capital no sólo para la descomposición interna de una lengua, sino también para definir lo que el lenguaje puede ser en su esencia. Ya no es un sistema de representaciones que tiene el poder de recortar y recompensar otras representaciones; designa en sus raíces las acciones, los estados, las voluntades más constantes; más que lo que se ve, originalmente quiere decir lo que se hace o se padece; y si termina por mostrar las cosas con el dedo es en la medida en que son el resultado, el objeto o el instrumento de esta acción; los nombres no recortan así el cuadro complejo de una representación; recortan, detienen y congelan el proceso de una acción. El lenguaje "se enraiza" no por el lado de las cosas percibidas, sino por el lado del sujeto en su actividad. Y es posible, entonces, que haya surgido del querer y de la fuerza, más que de esta memoria que duplica la representación. Se habla porque se actúa, no porque al reconocer se conozca. Al igual que la acción, el lenguaje expresa una voluntad profunda. Lo que tiene dos consecuencias. La primera resulta paradójica para una mirada apresurada: se trata de que, en el momento en que se constituye la filología por el descubrimiento de una dimensión de la gramática pura, se pasa a atribuir al lenguaje profundos poderes de expresión (Humboldt no es solamente un contemporáneo de Bopp; conocía su obra con todo detalle) : en tanto que en la época clásica, la función expresiva del lenguaje sólo se requería en el punto de partida y únicamente para explicar que un sonido hubiera podido representar una cosa, en el siglo XIX, el lenguaje va a tener, todo a lo largo de su curso y de sus formas más complejas, un valor expresivo irreductible; ninguna arbitrariedad, ninguna convención gramatical pueden borrarlo, pues, si el lenguaje expresa algo no es en la medida en que imite o duplique las cosas, sino en la medida en que manifiesta y traduce el querer fundamental de los que hablan. La segunda consecuencia es que el lenguaje no está ya ligado a las civilizaciones por el nivel de conocimientos que hayan alcanzado (la finura de la red representativa, la multiplicidad de lazos que pueden establecerse entre los elementos), sino por el espíritu del pueblo que las ha hecho nacer, las anima y puede reconocerse en ellas. Así como el organismo vivo manifiesta por su coherencia las funciones que lo mantienen en vida, el lenguaje, y en toda la arquitectura de su gramática, hace visible la voluntad fundamental que mantiene vivo a un pueblo y le da el poder de hablar un lenguaje que sólo le pertenece a él. De golpe, las condiciones de la historicidad del lenguaje han cambiado; las mutaciones ya no vienen de lo alto (del grupo escogido de sabios, del pequeño grupo de mercaderes y viajeros, de los ejércitos victoriosos, de la aristocracia de invasión), sino que nacen oscuramente abajo, pues el lenguaje no es un instrumento o un producto —un
ergon
, como decía Humboldt—, sino una actividad incesante —una
energeia. Lo
que habla en una lengua y no cesa de hablar en un murmullo que no se entiende pero del cual proviene, sin embargo, todo el fulgor, es el pueblo. Grimm creía sorprender tal murmullo al escuchar el
altdeutsches Meistergesang
y Raynouard al transcribir las
Poésies originales des troubadours
. El lenguaje no está ya ligado al conocimiento de las cosas, sino a la libertad de los hombres: "El lenguaje es humano: debe su origen y sus progresos a nuestra libertad plena; es nuestra historia, nuestra herencia".
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En el momento en que se definen las leyes internas de la gramática, se anuda un parentesco profundo entre el lenguaje y el libre destino de los hombres. Todo a lo largo del siglo XIX, la filología tendrá profundas resonancias políticas.

4. El análisis de las raíces ha hecho posible una nueva definición de
los sistemas de parentesco
entre las lenguas. Es éste el cuarto gran segmento teórico que caracteriza la aparición de la filología. Esta definición supone de antemano que las lenguas se agrupan en conjuntos discontinuos los unos en relación con los otros. La gramática general excluía la comparación en la medida en que admitía en todas las lenguas, fueran las que fueran, dos órdenes de continuidad: el primero, vertical, le permitía disponer todo el grupo de raíces más primitivas que, mediante algunas transformaciones, conectaba cada lenguaje con las articulaciones iniciales; el segundo, horizontal, ponía en comunicación todas las lenguas en la universalidad de la representación: todas tenían que analizar, descomponer y recomponer representaciones que, dentro de unos límites bastante amplios, eran las mismas para todo el género humano. De manera que no era posible comparar las lenguas a no ser de manera indirecta y como por un camino triangular; se podía analizar la forma en que tal o cual lengua había tratado y modificado el equipo común de raíces primitivas; también podía compararse la manera en que dos lenguas recortaban y religaban las mismas representaciones. Ahora bien, lo que se hizo posible a partir de Grimm y de Bopp es la comparación directa y lateral de dos o más lenguas. Comparación directa dado que no es ya necesario pasar por las representaciones puras o la raíz absolutamente primitiva: basta con estudiar las modificaciones de la radical, el sistema de las flexiones, la serie de las desinencias; pero comparación lateral que no se remonta a los elementos comunes a todas las lenguas ni al fondo representativo del que abrevan: no es, pues, posible remitir una lengua a la forma o a los principios que hacen posibles todas las otras; es necesario agruparlas de acuerdo con su proximidad formal: "La semejanza se encuentra no sólo en el gran número de raíces comunes, sino que también se extiende hasta la estructura interior de las lenguas y hasta la gramática".
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Ahora bien, estas estructuras gramaticales que es posible comparar directamente entre sí ofrecen dos caracteres particulares. Primero, el no existir más que en sistemas: es posible un cierto número de flexiones con las radicales monosilábicas; el peso de las desinencias puede tener efectos cuyo número y naturaleza son determinables; los modos de afijación responden a algunos modelos perfectamente fijos; en tanto que en las lenguas de radicales polisilábicas todas las modificaciones y composiciones obedecen a otras leyes. Entre dos sistemas como éstos (el uno característico de las lenguas indoeuropeas, el otro de las lenguas semíticas) no se encuentra ni tipo intermedio ni formas de transición. De una a otra familia hay discontinuidad. Pero, por otra parte, los sistemas gramaticales al prescribir un cierto número de leyes de evolución y de mutación permiten fijar, hasta cierto punto, el índice de envejecimiento de una lengua; para que tal forma aparezca a partir
de
una cierta radical, han sido necesarias tales y cuales transformaciones. En la época clásica, cuando dos lenguas se asemejaban era necesario o bien remitir a ambas a la lengua absolutamente primitiva o bien admitir que la una provenía de la otra (pero el criterio era externo, la lengua más derivada era simplemente la que había aparecido en fecha más reciente en la historia) o bien admitir aún cambios (debidos a acontecimientos extralingüísticos: invasión, comercio, migración). Ahora, cuando dos lenguas presentan sistemas análogos debe poderse decidir si la una se deriva de la otra o si las dos han surgido de una tercera, a partir de la cual han desarrollado cada una de ellas sistemas diferentes por una parte, pero por la otra también análogos. Así, a propósito del sánscrito y del griego, se abandonaron sucesivamente la hipótesis de Coeurdoux que creía encontrar huellas de la lengua primitiva y la de Anquetil que suponía una mezcla en la época del reino de Bactriana; y Bopp pudo refutar también a Schlegel para quien "la lengua india era la más antigua y las otras [latín, griego, lenguas germánicas y persas] eran más modernas y se derivaban de la primera".
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Mostró que entre el sánscrito, el latín y el griego, y las lenguas germánicas había una relación "fraternal", pues el sánscrito no era la lengua madre de las otras, sino más bien su hermana mayor, la más cercana a una lengua que habría sido el origen de toda esta familia.

Vemos que la historicidad se ha introducido en el dominio de las lenguas como en el de los seres vivos. Para que pueda pensarse en una evolución —que no sea sólo un recorrido de continuidades ontológicas—, ha sido necesario que se rompiera el plano ininterrumpido y liso de la historia natural, que la discontinuidad de las ramificaciones hiciera aparecer los planes de organización en su diversidad sin intermediario, que los organismos se ordenaran según las disposiciones funcionales que debían asegurar y que se anudaran así las relaciones de lo vivo con aquello que le permite existir. De la misma manera, ha sido necesario, para que la historia de las lenguas pudiera ser pensada, que se las separara de esta gran continuidad cronológica que las comunicaba sin ruptura hasta llegar al origen; ha sido necesario también liberarlas de la capa común de las representaciones en la que estaban presas; gracias a esta doble ruptura, apareció la heterogeneidad de los sistemas gramaticales con sus recortes propios, las leyes que prescriben el cambio en cada uno de ellos y los caminos que fijan las posibilidades de la evolución. Una vez suspendida la historia de las especies como sucesión cronológica de todas las formas posibles, lo vivo pudo, y sólo entonces pudo hacerlo, recibir una historicidad; de la misma manera, si en el orden del lenguaje no se hubiera suspendido el análisis de estas derivaciones indefinidas y de estas mezclas sin limites que la gramática general presuponía siempre, el lenguaje no hubiera quedado jamás afectado por una historicidad interna. Fue necesario tratar el sánscrito, el griego, el latín y el alemán en una simultaneidad sistemática; se debió instalarlos, en ruptura con toda cronología, en un tiempo fraternal, para que sus estructuras se hicieran trasparentes y pudiera leerse allí una historia de las lenguas. Aquí, lo mismo que en cualquier otra parte, tuvieron que borrarse las señalizaciones cronológicas, redistribuirse sus elementos y así se constituyó una historia nueva que no enuncia sólo el modo de sucesión de los seres y su encadenamiento en el tiempo, sino también las modalidades de su formación. La empiricidad —se trata tanto de los individuos naturales cuanto de las palabras por medio de las cuales se los puede nombrar— está atravesada ahora por la Historia y en todo el espesor de su ser. Comienza el orden del tiempo.

Hay, sin embargo, una diferencia mayor entre las lenguas y los seres vivos. Éstos no tienen una historia verdadera a no ser por una cierta relación entre sus funciones y sus condiciones de existencia. Es verdad que su composición interna de individuos organizados hace posible su historicidad, pero ésta no se convierte en historia real a no ser por ese mundo exterior en el que viven. Así, pues, ha sido necesario que esta historia apareciese en plena luz y fuera descrita en un discurso, que a la anatomía comparada de Cuvier se añadiera el análisis del medio y de las condiciones que actúan sobre lo vivo. La "anatomía" del lenguaje, para usar la expresión de Grimm, funciona en cambio en el elemento de la Historia: pues es una anatomía de los cambios posibles, que enuncia no la coexistencia real de los órganos o su exclusión mutua, sino el sentido en el cual las mutaciones pueden o no pueden hacerse. La nueva gramática es inmediatamente diacrónica. ¿Cómo podría no ser así ya que su positividad sólo pudo ser instaurada por una ruptura entre el lenguaje y la representación? La organización interior de las lenguas, lo que ellas autorizan y lo que excluyen para poder funcionar no podía ser ya recobrado sino en la forma de las palabras; pero, en sí misma, esta forma no puede enunciar su propia ley sino remitiéndose a sus estados anteriores, a los cambios de que es susceptible, a las modificaciones que nunca se producen. Al cortar el lenguaje de lo que éste representa, se le hizo aparecer ciertamente por primera vez en su legalidad propia y a la vez se renunció a recobrarlo como no fuera en la historia. Se sabe que Saussure no pudo escapar a esta vocación diacrónica de la filología sino restaurando la relación del lenguaje con la representación, renuncia a reconstituir una "semiología" que, a la manera de la gramática general, define el signo por el enlace entre dos ideas. El mismo acontecimiento arqueológico se ha manifestado, pues, de manera parcialmente diferente con respecto a la historia natural y al lenguaje. Al separar los caracteres de lo vivo o las reglas de la gramática de las leyes de una representación que se analiza, se ha hecho posible la historicidad de la vida y del lenguaje. Pero esta historicidad, en el orden de la biología, ha tenido necesidad de una historia complementaria que debería enunciar las relaciones del individuo y el medio; en un sentido, la historia de la vida es exterior a la historicidad de lo vivo; por ello, el evolucionismo constituye una teoría biológica, cuya condición de posibilidad fue una biología sin evolución —la de Cuvier. Por el contrario, la historicidad del lenguaje descubre en seguida, y sin intermediario, su historia; ambas se comunican entre sí desde el interior. En tanto que la biología del siglo XIX avanzará cada vez más hacia el exterior de lo vivo, hacia su otro lado, haciendo cada vez más permeable esta superficie del cuerpo en la que se detenía antes la mirada del naturalista, la filología destacara las relaciones que el gramático había establecido entre el lenguaje y la historia externa para definir una historia interior. Y ésta, una vez asegurada en su objetividad, podrá servir como hilo conductor para reconstituir, en provecho de la Historia propiamente dicha, los acontecimientos caídos más allá de toda memoria.

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