Las Palabras y los Mitos (11 page)

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Authors: Francesc Gironella,Isaac Asimov

Tags: #Ensayo

BOOK: Las Palabras y los Mitos
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Equidna
era una hermana de las Gorgonas. Era una mujer bellísima de cintura para arriba, y una serpiente horrible de cintura para abajo. Igual nombre se ha dado a un animal australiano, muy raro, que tiene pelo porque es mamífero, pero pone huevos como un reptil. Dado que parece una criatura mitad de una clase y mitad de la otra, es decir, mitad mamífero y mitad reptil (al igual que Equidna, puesto que la media mujer es un mamífero, y la media serpiente es un reptil), recibe el nombre de «equidna».

Equidna era la madre de la mayoría de los restantes monstruos de la mitología griega, y el padre era Tifón.

Uno de los hijos de Equidna era un monstruo marino llamado
Hidra
, palabra griega que significa «agua». Tenía cuerpo de serpiente y contaba con nueve cabezas. Cada vez que se le cortaba una cabeza, aparecían dos más en sustitución de aquélla. Por esta razón, cuando unas circunstancias desfavorables van empeorando a medida que se intenta ponerles remedio, se dice que tienen «cabeza de hidra».

Hidra tiene su nombre en los cielos, ya que con este nombre existe una larga cinta serpenteante de estrellas que ocupa una cuarta parte de la zona meridional del zodíaco. Es la constelación más larga, aunque no posee ninguna característica destacable.

Hay un animal inofensivo, parecido a la medusa, de sólo media pulgada de longitud, que tiene media docena de menudos tentáculos con los que apresa sus alimentos. Semeja una minúscula criatura de muchas cabezas, por lo que recibe el nombre de «hidra marina».

Otra hija de Equidna era
Esfinge
, con cabeza de mujer y cuerpo de león. Solía detener a los viajeros y les planteaba acertijos. Si el viajero no los resolvía, la Esfinge lo mataba. Por ello, la persona que resulta difícil de entender o que habla misteriosamente recibe el nombre de «esfinge».

Dado que la persona más incomprensible es la que no habla, el término «esfinge» se aplica de modo especial a la gente que habla muy poco. Ello concuerda con esta derivación griega de un término que significa «unir fuertemente». Y un «esfínter» es un anillo muscular que puede cerrar fuertemente una obertura, como es el caso del músculo que cierra los labios.

Los egipcios a veces hacían estatuas representando la cabeza de sus reyes asentada sobre un cuerpo de león, y los griegos las denominaron también esfinges. Destaca la «Gran Esfinge» que cuenta con unos cincuenta metros de longitud y alrededor de veinte de altura. La mayoría de la gente piensa en ella cuando oyen la palabra «esfinge».

Otro monstruo hijo de Equidna es
Quimera
, que no es ya mitad y mitad, sino un tercio, un tercio y un tercio. Se suele representar como un monstruo que despide llamas por la boca, con cabeza de león, cuerpo de cabra (a veces con una cabeza de cabra que le sale por el lomo) y cola de dragón o serpiente. Resulta mucho más aterradora que los monstruos que suele evocar para nosotros la palabra «quimera» en nuestro lenguaje habitual, que significa cualquier criatura imaginaria o una idea ridícula.

Pero la palabra también se refiere a cosas reales. Los botánicos injertan un trozo de planta en otra, y los zoólogos a veces hacen lo mismo con animales muy simples. Tales combinaciones reciben el nombre de «quimeras». Asimismo lleva el nombre de «quimera» un tiburón de cuerpo muy extraño.

Equidna también es madre de Cerbero, al cual ya he mencionado anteriormente, y del León de Nemea, sobre el que hablaré más adelante.

Un monstruo menos complicado, que es sólo una serpiente, aunque de tamaño gigantesco y terrorífico, era
Pitón
. Apolo la mató con sus flechas, por lo que fue llamado, desde entonces, «Apolo Pitio» (del mismo modo que Atenea fue llamada Palas Atenea). En el lugar donde la mató, Apolo instauró el oráculo de Delfos.

Según parece, Pitón era el nombre primitivo de Delfos, y el mito de Apolo y Pitón puede significar que el dios griego hubiese suplantado a una diosa de los habitantes primitivos griegos. Pero no desaparecieron por entero los vestigios de esa diosa primitiva. La sacerdotisa que pronunciaba los oráculos tenía el nombre de «pitonisa» y los juegos atléticos que se celebraban cada cuatro años en Delfos (casi tan importantes como los Olímpicos) eran los «Juegos Pitios».

En nuestros tiempos, la zoología se ha apoderado del mito, ya que llamamos «pitones» a las serpientes de mayor tamaño, como las boas y las anacondas.

Menos horribles resultaban los
Centauros
, que son representados como mitad hombres y mitad caballos. Probablemente, la noción de esas criaturas surgió cuando la gente que no tenía caballos se encontró con hombres que iban montados en ellos. Al no haber visto anteriormente a un hombre montado sobre un caballo, decidirían, presos de terror, que hombre y caballo no eran más que una criatura única.

Normalmente se representa a los Centauros como seres salvajes y rudos, toscos e incivilizados, luchando con arcos y flechas. Sin embargo, fue una excepción el llamado
Quirón
. Era noble, amable y sabio, y llegó a enseñar medicina a muchos héroes griegos, incluido Asclepio.

Después de su muerte, Quirón ocupó un lugar en las constelaciones del noveno signo del zodíaco,
Sagitario
, que es la palabra latina que significa «arquero». La constelación es representada por medio de un centauro, arrojando una flecha con su arco.

Como es lógico, los griegos y otros pueblos de la antigüedad sólo formaron constelaciones en la parte del cielo que veían. Las estrellas que caen encima del Polo Sur no pueden ser vistas nunca desde las tierras de Egipto, Babilonia y Grecia. Únicamente cuando los europeos empezaron a navegar hacia el sur, en el siglo XV, estas estrellas pudieron ser contempladas por ojos septentrionales.

Los astrónomos también dividieron esas nuevas estrellas en constelaciones. Algunas de ellas fueron configuradas de acuerdo con objetos modernos, tales como Microscopio y Telescopio. Otras, en cambio, recibieron nombres de la tradición mitológica. Una de esas constelaciones meridionales recibió el nombre de Centauro.

Algunos monstruos griegos, lejos de ser terroríficos, resultaban francamente atractivos. Había, por ejemplo, las
Sirenas
, bellísimas muchachas, que se situaban sobre las rocas del litoral y entonaban cánticos con voces celestiales. Los marineros se sentían irremisiblemente atraídos y se acercaban con sus barcos, sólo para encontrar la muerte al chocar contra las rocas.

Probablemente esa fuese la manera de simbolizar los peligros de las franjas del litoral marítimo que, con su aspecto tranquilo e inocuo, invitan a navegantes y navíos. Pero su destrucción es segura al chocar contra las rocas ocultas bajo las aguas.

En nuestro lenguaje actual, una «sirena» es la mujer coqueta que se deleita burlándose de los hombres que se enamoran de ella. Y todo lo que, con el atractivo de falsas promesas, aparta a las personas del cumplimiento de sus propios deberes, es un «canto de sirena».

Una «sirena» a veces es una cantante de voz dulce, pero lo más conocido es aquel aparato que lanza intermitentemente un alarido agudo y penetrante. Es la señal de aviso de los coches de la policía y de las alarmas de fuego, aunque ciertamente no es la bella canción de las sirenas mitológicas.

Es posible que las Sirenas, en un principio, hubiesen sido espíritus alados que transportaban las almas de los muertos, de modo parecido a las Harpías y, al igual que éstas, se las representaba con cuerpos de pájaros. Sin embargo, desde que las Sirenas quedaron asociadas con las cosas del mar, siempre se las representó como criaturas que eran mujer de cintura hacia arriba, y pez de cintura para abajo.

A causa de ello, las Sirenas entraron en la zoología de una manera algo extraña. Existen unos mamíferos marinos, llamados vacas marinas, que tienen la costumbre de mantenerse con la cabeza y los hombros por encima del nivel del agua, sosteniendo a sus hijitos con el brazo, como cualquier madre haría con su niño. Los marineros, al verlos a cierta distancia, primero con los hijos sostenidos en una postura similar a la humana, luego mostrando la cola en cuanto se ponían a nadar, creyeron que se encontraban ante auténticas sirenas.

Debido a este grotesco error, el grupo de animales, entre los que se cuenta la vaca marina (por cierto, francamente fea y ni mucho menos parecida a una Sirena) recibe el nombre de «Sirenios».

De todos modos, aunque estas criaturas no sean tan bellas como las Sirenas primitivas, al menos no resultan tan peligrosas. En realidad son totalmente inofensivas, y un navegante será mucho más afortunado encontrándose con un sirenio que con una Sirena, a pesar de que en otros tiempos pudiera parecer lo contrario.

Historias de Hombres

Los griegos no se ocuparon mucho en sus mitos acerca de la creación del hombre. El hecho más relacionado con ella tiene por protagonista a un Titán,
Prometeo
. Su nombre proviene de las palabras griegas que significan «previsión», y tenía un hermano llamado
Epimeteo
, nombre que significa «imprevisión». En otras palabras, Prometeo era juicioso, previendo los resultados de sus actos, mientras que Epimeteo era alocado, comprendiendo los resultados de sus actos sólo cuando ya los había realizado.

Ambos eran hijos del Titán Jápeto, y por consiguiente, hermanos de Atlas. Sin embargo, cuando Titanes y Olímpicos se encontraban enfrentados en una guerra, en la que Atlas acaudillaba a los Titanes, Prometeo, previendo que los Olímpicos conseguirían la victoria, abandonó a los Titanes y persuadió a Epimeteo de que hiciera lo mismo. De este modo, ambos hermanos se ahorraron el castigo que cayó sobre los Titanes en general.

Una vez terminada la guerra, Prometeo, siguiendo las órdenes de Zeus, creó los hombres. Otras versiones dicen que los seres humanos mortales eran descendientes de Prometeo y Epimeteo.

En ambos casos, Zeus, que no confiaba plenamente en Prometeo, odiaba a los hombres, en tanto que este último hizo cuanto pudo para ayudarles, protegiéndoles de los Olímpicos. Cuando Zeus intentó destruir a la humanidad con un gran diluvio, Prometeo consiguió advertir de ello a un hombre,
Deucalión
, al que se supone hijo de Prometeo, según rezan algunas versiones mitológicas. Deucalión construyó un navío, en el que escapó junto con su esposa,
Pirra
, hija de Epimeteo.

Una vez que la humanidad pudo sobreponerse a aquella catástrofe, se vio abandonada por los Olímpicos, y tuvo que llevar una vida miserable y salvaje. Prometeo sintió compasión por aquellos hombres que había creado o al menos adoptado, y se puso a enseñarles diversas artes y ciencias que les permitiesen llevar una vida más confortable. Como culminación, robó el fuego del Sol y enseñó a la humanidad a utilizarlo. (Ello puede indicar que era el dios del fuego de los primitivos griegos, sustituido por Hefesto después de la invasión griega).

Todo ello lo hacía desafiando a Zeus, por lo que cualquier acción muy arriesgada, o muy original y creativa, recibe el nombre de «prometeica».

Para vengarse, Zeus creó una bellísima mujer y todos los dioses colaboraron en conferirle alguna cualidad: belleza, gracia, ingenio, musicalidad, etc. Se llamaba
Pandora
, palabra griega que significa «colmada de dones». Fue desposada con Epimeteo. Dada su belleza, Epimeteo la aceptó, a pesar de que Prometeo le había advertido que no aceptara ningún regalo de Zeus.

Epimeteo recibió una jarra que Pandora tenía prohibido abrir. Sin embargo, no dejaba de ser una mujer y en la primera ocasión que se le presentó, abrió la jarra para ver lo que contenía, y de ella se escaparon todos los males que afligen a la humanidad: vejez, muerte, hambre, enfermedades, dolor y muchos otros. Sólo la esperanza no pudo salir del fondo de la jarra, por lo que es el único consuelo que conserva la humanidad, dominada por el peso de la miseria.

De este modo, la «caja de Pandora» es todo aquello que resulta inofensivo cuando no se toca pero que produce muchos trastornos cuando se maneja.

No satisfecho con su venganza sobre la humanidad, Zeus también castigó a Prometeo directamente. Le encadenó a una roca de las Montañas del Cáucaso que, según los antiguos griegos, era el punto más oriental del mundo. Y allí fue torturado por un águila.

De hecho, la historia de Pandora es una fábula moralizadora que intenta dar a entender a la humanidad cómo debe comportarse. Por ejemplo, Epimeteo es una advertencia contra las acciones descuidadas, que no prevén las consecuencias que pueden acarrear. La propia Pandora es un aviso contra la curiosidad alocada.

Muchas advertencias de la mitología iban en contra de aquel orgullo que lleva a considerarse por encima de la ley, y a actuar de forma insolente y haciendo caso omiso de los derechos de los demás. En los mitos griegos, esto implicaba desafiar a los dioses, que es el tipo de orgullo que llevaba el nombre de «hibris».

Cuando ello ocurría, los dioses cuidaban que el individuo orgulloso se las arreglase con
Némesis
, la diosa de la retribución. Este nombre proviene de la palabra griega que significa «distribuir». En otras palabras, Némesis cuida de una equitativa distribución de las cosas. Si una persona está tan colmada por la fortuna que se vuelve jactanciosa, altanera e insolente, la diosa ya cuida de que le sobrevenga el correspondiente infortunio para dejar las cosas equilibradas.

Ya que en la mayoría de los mitos griegos las cosas se equilibran con el infortunio antes que con la buena suerte, «némesis» significa, en nuestros días, una ruina inevitable.

El orgullo todavía es considerado como el peor de los siete pecados capitales. El orgullo fue lo que acarreó la caída de Lucifer. Y todavía conservamos aquella vieja creencia de los antiguos griegos sobre el orgullo, cuando hablamos de «los dioses celosos» que no toleran que nadie sea demasiado afortunado. Por ello decimos que «el orgullo va por delante de la caída» y tocamos madera cuando comentamos lo afortunados que hemos sido. Se supone que son tradiciones procedentes de Némesis.

Un ejemplo de ello es la historia de
Aracne
. Era una doncella del reino de Lidia (en el oeste de Asia Menor) que tenía una gran reputación en el arte de tejer. Estaba tan orgullosa de su destreza, que llegó a alardear de ella ante Atenea (la diosa de las artes prácticas, incluida la de tejer), y la desafió a competir. (Era un pecado de «hibris»).

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