Ceres siempre había estado especialmente relacionada con Sicilia, ya que era una tierra productora de cereales en tiempos de los griegos y romanos. Además, fue en Sicilia donde Perséfone fue raptada. Por ello, Piazzi honró a su región natal, sugiriendo que este pequeño planeta fuese llamado Ceres. Y su sugerencia fue aceptada.
Una vez hecho esto, Ceres también entró a formar parte de la tabla de elementos. Klaproth, del que ya he hablado anteriormente, tenía la costumbre de denominar a los elementos con nombres míticos y, en especial, con nombres de nuevos planetas relacionados con los mitos. Por ello, en 1803 puso el nombre de Ceres a un nuevo elemento y el «cerio» fue agregado a la lista.
En realidad, se demostró que Ceres era tan sólo el primero de un gran número de pequeños objetos situados entre Júpiter y Marte. Todos ellos son conocidos con el nombre de «asteroides», «planetoides» o «planetas menores». En 1802 se descubrió el segundo planetoide; en 1804, el tercero y en 1807, el cuarto. En el transcurso de los siguientes cuarenta años no se descubrieron más, pero luego, con el uso de mejores telescopios y, a veces, de la fotografía, aparecieron millares de ellos.
El uso del nombre Ceres impuso la costumbre de ponerles a todos los planetoides (con algunas excepciones que señalaré más adelante) nombres de diosa. Ello deparó a los astrónomos la oportunidad de honrar a diosas de segundo orden y ninfas.
Entre las primeras en ser honradas se encuentran las hijas de Crono. El primer planetoide recibió el nombre de Ceres, tal como acabamos de ver. El tercero en ser descubierto llevó el nombre de «Juno» y el cuarto, «Vesta».
Aunque Vesta no es el planetoide de mayor tamaño (es Ceres), en cambio es el más brillante. Es el único asteroide que a veces puede ser visto, aunque confusamente, a simple vista, por lo que le resulta apropiado el nombre de la diosa del hogar.
En la mitología griega ya no hubo más destronamientos una vez que Zeus hubo ocupado el poder. Los diversos Olímpicos tuvieron hijos, pero ninguno de ellos consiguió rebelarse. Por el contrario, se les permitía entrar a formar parte pacíficamente de la familia de los Olímpicos y convertirse en dioses y diosas con los mismos derechos que los demás (aunque todos quedaban bajo el imperio de Zeus).
Probablemente, los diversos hijos de los Olímpicos eran, en un principio, dioses y diosas locales de diferentes tribus que se fueron aliando con los griegos invasores. Incluso puede ser que varios dioses y diosas quedaran reunidos bajo un solo nombre. Por esta razón, existen diferentes relatos sobre un dios o una diosa, que no concuerdan entre sí.
Por ejemplo, existen dos historias, completamente distintas, acerca del nacimiento de la diosa
Afrodita
. En una de las versiones, se la supone hija de Urano y Gea. Surgió de las olas marinas, en una concha. Por lo tanto, era hermana de los Titanes y mucho más antigua que los Olímpicos.
Probablemente, éste sea un mito creado por los pueblos anteriores a los griegos. Cuando estos llegaron, incorporaron a Afrodita a la familia de los Olímpicos haciéndola hija de Zeus y de la Titánide Dione.
Dejando de lado su origen, el hecho es que los griegos consideraron a Afrodita la más bella de las diosas. Era la diosa de la belleza y del amor. Los romanos la identificaron con su propia diosa de la belleza,
Venus
, nombre que nos resulta más familiar.
Bajo cualquiera de ambos nombres, esta diosa es el prototipo de la belleza, es decir, el modelo original sobre el que todo debe basarse. Por eso, cuando deseamos hacer un cumplido a los encantos de una muchacha, le decimos que es una Venus. Fueron tantos los honores con que los romanos colmaron a Venus, que la palabra «venerar» ha adquirido el sentido de honrar y respetar. Y como la edad es respetada, o al menos debería serlo, se dice que los ancianos son «venerables».
Venus (o Afrodita) llevaba un cinturón, llamado «cestus», que aumentaba sus atractivos y la hacía irresistible. A veces, a una mujer bella y encantadora se le dice que lleva el «cinturón de Afrodita». Los zoólogos destruyen esta poesía dando el nombre de «cinturón de Venus» o «cesto» a unas lombrices de mar que tienen unos treinta centímetros de longitud y su forma es parecida a un cinturón.
El nombre de la diosa Venus fue otorgado a un importante planeta. Es el planeta comúnmente denominado la «estrella de la noche» o del «alba», según a qué lado del sol se encuentra. Es el objeto más bello y rutilante de la zona próxima al Sol y a la Luna, y su brillo es muy superior a cualquier otra estrella.
Originariamente, los griegos creyeron que había dos planetas diferentes. A la estrella del alba, le pusieron el nombre de
Fósforus
(en griego, «el que trae la luz») porque, en cuanto aparecía por el horizonte del este, estaba próxima la llegada de la luz del alba. La estrella de la noche recibió el nombre de
Hésperus
(«oeste» en griego), porque siempre brillaba al oeste del firmamento, una vez puesto el Sol.
Cuando los griegos comprobaron que Fósforo y Héspero eran en realidad un mismo planeta, lo llamaron Afrodita como correspondía a su belleza. Los romanos le pusieron el nombre de Venus, con el que seguimos denominándolo.
Otra hija de Zeus con una Titánide, es Atenea. El mito explica que Zeus se tragó a
Metis
, una Titánide que fue considerada su primera esposa. Sólo más tarde desposó a Hera.
Metis tuvo una hija en el interior de Zeus, y éste sólo reparó en ello cuando empezó a sufrir un tremendo dolor de cabeza. Era tanto el dolor, que tuvieron que abrirle la cabeza y de ella salió la diosa
Atenea
ya adulta y completamente armada.
Este mito parece algo tonto, pero «metis» es una palabra griega que significa «prudencia» y Atenea fue considerada la diosa de la ciencia y de las artes de la paz y de la guerra. El mito es, pues, una manera adecuada de explicar que Zeus, tras llegar al poder, absorbió la prudencia y de sus pensamientos surgió la ciencia de la que se desarrollarían dichas artes.
Atenea fue considerada la diosa que cuidaba de modo especial una ciudad griega llamada
Athenai
en honor suyo. En castellano, esta ciudad es Atenas. En la cumbre de la civilización griega, Atenas era la ciudad más poderosa, rica y civilizada. No ha habido ciudad más admirada por los pueblos que Atenas. Sigue siendo la capital de la moderna Grecia.
Dada la reputación de Atenas como centro principal de civilización, las ciudades que se consideran a sí mismas como centros de cultura, suelen llamarse como aquélla. Por ejemplo, Boston se considera la «Atenas de América».
Palas
es otro nombre con que es conocida Atenea. Una de las historias sobre la forma como llegó a tener aquel nombre explica que, en cierta ocasión, Atenea mató a un gigante llamado Palas y adoptó su nombre. Probablemente, lo que en realidad sucedió fue que una tribu que adoraba a una diosa llamada Palas se unió a los griegos, y Palas fue identificada con Atenea. Sin embargo, en poesía, Atenea fue denominada frecuentemente «Palas Atenea».
El segundo de los planetoides fue descubierto en 1802 y recibió el nombre de Palas. Con un diámetro de 304 millas, es el segundo en tamaño de entre los asteroides. (El noveno asteroide, descubierto en 1848, recibió el nombre de Metis, nombre de la madre de Atenea).
Muy poco tiempo después, Palas entró a formar parte de la tabla de elementos. En 1803, el químico inglés William Hyde Wollaston descubrió un nuevo elemento. Klaproth acababa de utilizar el nombre de cerio, basado en el primer planetoide, Ceres, y Wollaston hizo lo mismo con su nuevo elemento, poniéndole el nombre de «paladio», en recuerdo de la diosa Palas.
Paladio tiene un segundo significado. La ciudad de Troya (sobre la que hablaré un poco más adelante) contaba con una estatua de Palas Atenea que era llamada «palladium». Existía una tradición que decía que Troya no podía ser conquistada mientras el «palladium» permaneciese dentro de la ciudad. (Y cuando perdieron la estatua, Troya cayó). En nuestros días, cualquier objeto o tradición que se supone preserva a la nación o alguna costumbre, es denominado un «paladio». La constitución americana, por ejemplo, puede ser considerada como el paladio de las libertades de aquel país.
Algunas personas de nuestro tiempo piensan, a causa del sonido de esta palabra, que un paladio era un antiguo circo o teatro, como el Coliseo. De ahí que algunas salas de cine lleven este nombre. En cambio, el nombre de Atenea está asociado al de un edificio, tal vez el más bello de todos los tiempos. Como Atenea no se casó nunca ni tuvo aventuras amorosas, los griegos solían llamarla «Atenea Parthenos» («Atenea Virginal»). Cuando los atenienses le erigieron un magnífico templo, terminado el 437 a. C., lo llamaron el «Partenón». Sus ruinas todavía siguen enhiestas para recordarnos los más gloriosos días de Grecia.
Los romanos identificaron a su propia diosa de las artes prácticas, Minerva (de una palabra latina que significa «mente»), con Atenea. Sin embargo, y seguramente debido a la fama de la ciudad de Atenas, éste es uno de los casos en que el nombre griego sigue siéndonos más familiar en nuestros tiempos.
Uno de los hijos de Zeus era
Hermes
. Su madre se llamaba
Maya
, una de las hijas de Atlas. Más concretamente, era una de las siete hijas llamadas las
Pléyades
. En cierta ocasión, las Pléyades fueron perseguidas por un gigante cazador. Para rescatarlas, los dioses las convirtieron en palomas y las colocaron en el cielo, donde pueden ser contempladas como un pequeño y bello grupo de estrellas en la constelación de Tauro. Una de esas estrellas sigue llevando el nombre de «Maya».
A pesar de que las Pléyades son siete, la mayoría de la gente sólo puede ver seis. La séptima, decían los griegos, empañó su brillo con la vergüenza y la pena de haberse enamorado de un hombre mortal, en lugar de un dios. Se la reconoce con el nombre de la «Pléyade perdida».
De hecho, las Pléyades son un grupo de mucho más de siete estrellas. A simple vista, sólo vemos las más brillantes. Con unos prismáticos se divisan docenas de ellas, y con un telescopio, centenares. A pesar de ello, cualquier grupo compuesto por siete personas famosas, es llamado también una «Pléyade».
También hay una diosa romana llamada Maya. No tenía nada que ver con su homónima griega, pero a menudo son confundidas. Lo más importante de la Maya romana es que el mes de mayo lleva su nombre.
En lo que se refiere a Hermes, el hijo de la Maya griega, diremos que era considerado el mensajero de los dioses y, por ello, era muy ágil. A menudo se le representa con alas en los pies y en el casco. También era el dios del comercio, el robo y la invención.
En sus últimos tiempos, los griegos adoptaron a un dios egipcio de la ciencia, y lo identificaron con Hermes. De esta combinación salió el nombre de «Hermes Trismegisto» («Hermes el tres veces grande»). Hermes Trismegisto fue considerado, en especial, el dios de la ciencia química, ya que los griegos tenían una gran reputación como químicos en tiempos pasados. (En realidad, la palabra «química» puede que proceda de un antiguo nombre de Egipto). De ahí que el primitivo nombre de la química fuese el de «arte hermético».
Una palabra más familiar para nosotros, proviene del hecho de que los químicos solían cerrar el cuello de las botellas de vidrio para evitar que su contenido estuviese en contacto con el aire. Por ello todo cuanto se aísla del contacto del aire, se dice que está «herméticamente cerrado».
En tiempos antiguos, los mensajes de un rey a otro, o entre los ejércitos, eran llevados por los «heraldos». Estos debían ser tratados respetuosamente y no podían ser atacados. Llevaban un báculo especial como símbolo de su oficio, llamado «caduceo». Como Hermes tenía misión de heraldo cuando llevaba mensajes también disponía de este báculo que, de la misma manera que su casco y sus pies, tenía alas.
Posteriormente, cuando se convirtió en Hermes Trismegisto, se le añadió algo al báculo. La química está ligada a la medicina, y así ocurrió con Hermes. (Un polvo mítico al que se suponía capaz de curar las heridas cuando se aplicaba a éstas, recibió el nombre de «polvo hermético»). Además, en tiempos antiguos, los médicos eran asociados a las serpientes. Ello puede ser debido a que las serpientes tienen la habilidad de desprenderse de su piel, y en opinión de los griegos ello les renovaba su juventud. Esta renovación juvenil era lo que ellos esperaban de los médicos.
A causa de ello, el caduceo de Hermes (que tal vez estuviese hecho, en un principio, con ramas de olivo) incorporó a dos serpientes que se enroscaron en torno a él. Desde entonces este caduceo, completado con alas y serpientes, ha venido simbolizando a los médicos y la profesión de la medicina. Y continúa siendo la insignia del Cuerpo Médico del Ejército de los Estados Unidos.
Como es natural, el planeta que corre más rápido sobre el fondo de estrellas recibió el nombre del alado Hermes. Los romanos identificaron a su dios del comercio,
Mercurius
, con Hermes, y por ello conocemos al planeta con el nombre de Mercurio.
Zeus tuvo también dos hijos gemelos de otra Titánide,
Leto
. Los romanos la denominaron
Latona
, que es como la conocemos actualmente.
La celosa Hera se opuso a que Leto pudiese permanecer en tierra alguna para dar a luz a sus hijos. Sin embargo, Leto huyó a Delos, la isla más pequeña del Mar Egeo. Era una isla flotante, por lo que no podía ser considerada como tierra firme. Tras el alumbramiento de los gemelos,
Apolo
y
Artemis
, Delos se hundió en el fondo del mar y ya no salió de allí.
Como nacieron en el Monte Cinto de aquella isla, los gemelos a veces fueron llamados Cintio y Cintia.
A ambos se les representa como jóvenes arqueros. Apolo es el ideal de la belleza masculina, y por ello, un hombre elegante es llamado un «Apolo». También es el dios de la poesía y la música. Los romanos no tenían ningún dios equivalente a Apolo, y por lo tanto lo adoptaron con el mismo nombre.
Artemis es la diosa de la caza. Los romanos la identificaron con la diosa de los bosques,
Diana
, que es el nombre que nos resulta más conocido.
La madre de Leto era la Titánide Febe (honrada como octavo satélite de Saturno). Febe, que en griego significa «la que brilla», probablemente era diosa de la Luna o del Sol en tiempos anteriores a los griegos. Estos la incorporaron a su mitología, convirtiendo a Apolo y Artemis en los nietos de Febe y haciéndoles gobernar el Sol y la Luna.