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Authors: Megan Maxwell

Tags: #Romántico

Las ranas también se enamoran (28 page)

BOOK: Las ranas también se enamoran
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—Si nos da tiempo, iremos —aseguró Genoveva—. Hemos quedado con Warren y Marc, y ya sabes que con ellos la fiesta es continua.

—De acuerdo. Si os animáis, allí estaremos —asintió Karen percatándose de cómo su hermano miraba a Marta. Tendría que hablar muy seriamente con Marc.

Una vez dicho esto, Philip, tras despedirse, asió por la cintura a Genoveva y desaparecieron. Patricia se acercó a Marta y para alegría de esta dijo en voz alta:

—Marta, necesito que subas conmigo a la habitación. Sin querer he juntado lo que has comprado tú con lo mío y tengo un lío de mil demonios.

Una vez desaparecieron de la vista de todos y cerraron la puerta de la habitación, Patricia la apuntó con el dedo.

—Te has colgado de él. Lo sé. Lo he visto en tus ojos, ¡pedazo de tonta! —le dijo.

Marta asintió, la miró con gesto grave y antes de llevarse las manos a la cara susurró:

—Tienes razón. Soy lo peor.

Aquella noche en el restaurante, mientras cenaban, Philip estaba inquieto. No podía dejar de pensar en Marta. En aquella alocada y divertida española que siempre le hacía sonreír. Mientras Warren y Marc charlaban con Genoveva y un par de amigas, él rememoró los gestos de Marta mientras hablaba de su moto. Realmente se veía que era un tema que le apasionaba y del que entendía. Nunca había conocido a una mujer que disfrutara hablando de manillares de moto ni nada por el estilo. Y precisamente eso era lo que cada vez más le llamaba la atención de ella.

—Te noto un pelín disperso esta noche, amigo —comentó Warren acercándose.

Philip sonrió.

—Estaba pensando en un trabajo que tengo que cerrar la semana que viene —le indicó cogiendo su copa de vino.

—¿Seguro que es eso?

Últimamente le notaba más esquivo de lo normal. Más pensativo. No es que Philip fuera el alma de la fiesta, pero aquella seriedad solo le acompañaba en momentos en los que estaba tenso por algo.

—Sí —asintió Philip.

Incrédulo, Warren miró a su amigo y le regañó. —¿Cómo puedes estar pensando en trabajo en estos momentos?

—Ya sabes —rió este—. Deformación profesional.

—Olvida el trabajo. Estamos en una cena entre amigos y es momento de disfrutar.

—Lo haré cuando consiga resolver lo que tengo en mente.

Warren, tomando su copa de vino, la acercó a la de él y haciéndolas chocar le dijo:

—Deja de pensar en ello. Ese es un tema que como bien has dicho es para la semana que viene. Tienes que aprender a desconectar y pasarlo bien, ¿tan difícil es?

—Si —sonrió—. Llevo tanto tiempo sumergido en el trabajo que me es imposible obviarlo. Pero lo intentaré.

Aquello hizo reír a Warren. Conocía a Philip y a diferencia de él, era un hombre íntegro y con una vida relativamente ordenada. Era un buen amigo, pero un amigo que vivía en exceso para el trabajo.

—Por cierto —dijo Marc de pronto—. Me he enterado que esta noche toca Texas en el Green, ¿os animáis y vamos?

Al escuchar aquello a Philip se le aceleró el corazón. Ir allí supondría poder ver a Marta. Por ello respondió con rapidez, dejando a Warren sin palabras.

—Me parece una buena idea.

—Así me gusta, amigo —rió Warren—. A eso se le llama intentar desconectar.

—Estupendo —aplaudió encantado de la vida Marc. Le apetecía mucho ir al Green.

Genoveva, al escucharles, sonrió y acercándose a Philip y sin que nadie le escuchara le murmuró al oído:

—¿Estás seguro de querer ir?

Philip con una amplia sonrisa por lo que la noche le depararía, le dio un cariñoso beso en el hombro.

—Sí. Segurísimo, preciosa.

Durante el concierto de Texas, Marta y el grupo lo pasó fenomenal. El lugar estaba abarrotado de gente y era imposible ver a nadie excepto a la persona que estaba a tu lado. En varias ocasiones miró a su alrededor en busca de aquel hombre que la estaba trastornando, pero con alivio y al mismo tiempo decepción, no le encontró. Los amigos de Karen eran muy divertidos. Con sus risas y su peculiar manera de hacerse entender en español consiguieron que Marta, finalmente, se olvidara de Philip. Pero cuando estaba de lo más entretenida y divertida bailando con un amigo de Karen, le vio llegar. Vio un tipo de pelo claro y más alto de lo normal acercarse hasta el grupo donde estaba Adrian y Patricia y creyó morir.

A su lado estaban Marc y Warren tan guapos como siempre. Pero lo que realmente le molestó fue ver a la pelirroja. Semi oculta en la pista de baile con Richard, un amigo de Karen, Marta pudo observar al grupo sin ser vista y comprobó como Philip miraba a su alrededor. ¿La estaría buscando? Eso le gustó, hasta que sus ojos coincidieron con los de él. Fue encontrarla y agarrar a la pelirroja.

¡Maldita rana! Pensó molesta.

Tras bailar agarrada a Richard más de cuatro canciones, finalmente no le quedó más remedio que regresar con el grupo. Intuía que si seguía bailando con él, de un momento a otro intentaría algo con ella. Se lo notaba en como la miraba y, en especial, en el bulto que comenzaba a presionarla entre las piernas.

—Hombre, ¡aquí está la bailona! —sonrió Warren al verla aparecer—. Hola, preciosa, ¿cómo estás?

Sin mirar a Philip, se acercó hasta ellos con una fingida felicidad.

—Hola, chicos. ¿Cuándo habéis llegado?

—Hace poco —respondió Marc dándole un beso—. ¿Qué tal ha estado el concierto de Texas? Qué rabia. No nos ha dado tiempo a llegar para escucharles.

—¡Genial! —respondió Karen con una sonrisa.

—¡Brutal! Ha sido la caña. La verdad es que son buenísimos, y en directo mucho más —respondió Patricia.

Mientras, Marta bebía de su copa. Estaba sedienta.

Media hora después, y sin haber cruzado ni una palabra con Philip, Marta se dirigió a la barra para pedir algo más de beber. Hacía calor, y tenerlo cerca la estaba poniendo cardiaca. No quería mirarle, pero sus ojos continuamente le encontraban. Estaba impresionante vestido con aquella camisa blanca y el pantalón vaquero negro. Mirarle le suponía a Marta acalorarse. Solo imaginar lo que escondía aquella ropa y la masculinidad de este en los momentos íntimos la hacía jadear.

«Joder... joder, lo mío es de juzgado de guardia» pensó tras pedir un vodka con coca-cola.

—Pídeme otro a mí —dijo Patricia posicionándose junto a ella en la barra.

Una vez el guapo camarero les sirvió sus bebidas Patricia habló.

—Muy bien, Marta. Creo que esto ya no tiene remedio, ¡la has cagado! Como amiga tuya solo te puedo dar un consejo. O tiras para adelante pase lo que pase, o das cerrojazo al tema y te dedicas a olvidarle antes de que lo tengamos que lamentar.

—Lo sé, Patri. El problema es: ¿cómo me he podido colgar de él? Se supone que soy una mujer liberal y que yo mando en mi vida. ¿Cómo he podido volver a caer en la influencia de un tío que encima no es mi tipo?

Patricia dio un sorbo a su copa.

—¿Es bueno en la cama?

—¡La bomba!

—Entonces no me digas más. Ya sabes porque te has colgado por él.

Pero no. Marta se negaba a pensar que era solo por eso y tras darse la vuelta para apartarlo de su vista, respondió:

—No, Patri. No es solo por eso. Creo que ese tipo, a pesar de su rigidez, de su seriedad y de todo eso que no me gusta de él, es el único hombre que me ha tratado bien en todos los aspectos. Se ha preocupado por mí. Ha cocinado para mí y cuando estamos solos te juro que olvida esa rigidez y sonríe. Sonríe como un niño y es encantador.

—¡Mi madre! —exclamó aquella—. Tu colgadura es peor de lo que pensaba.

Marta sonrió, entre desesperada y divertida.

—Sí. ¡Estoy como un cencerro! Lo asumo. Pero debo olvidarlo. Algo entre él y yo es imposible. Vamos, inútil. Joder, somos de dos mundos diferentes, ¿no lo ves?

—Yo sí... claro que lo veo. Pero la que lo tienes que ver eres tú.

Pero Marta continuó hablando sin prestarle atención.

—Lo nuestro es como juntar el aceite y el agua. ¡Algo imposible!

—Tienes razón —volvió a asentir Patricia.

—O como intentar unir la noche y el día. ¡Imposible!

Al ver que aquella se iba a embalar Patricia le puso la mano en la boca y para que callara dijo:

—Sí, cielo sí. Es imposible, ¡muy imposible! Pero recuerda también aquello de los polos opuestos se atraen. Y tú y ese estirado sois lo más opuesto que he conocido yo en mi vida. Quizá por eso cuando os miráis os sentís así.

—¿Nos miramos?

—Sí, cielo sí. Que sepas que llevo toda la noche estudiando a tu rana. Y te aseguro que a ese ricachón le pasa lo mismo que a ti. Disimula con la pelirroja. Pero a la que no le quita ojo es a ti. Con ella tiene una camarilla especial. Eso se ve a la legua. Se nota que se conocen y que los dos están en la misma onda... Perooooo... la que le gustas eres tú. Y solo tú, querida Martita.

Escuchar aquello le gustó y sonrió arrebatada. Pero también se desesperó. ¿Por qué sonreía ante algo que iba directo al fracaso?

—Mira, cariño. Sabes que te adoro como si fueras mi hermana y que odio que seas infeliz. Pero si no vives esta historia con la jodida rana, nunca te lo vas a perdonar. Quizá dure un día, siete siglos o diez meses. Pero disfrútalo y piensa solo en ti. Que pasados dos meses solo queda entre vosotros una química especial en la cama. ¡Perfecto! A disfrutarla. Que pasado ese tiempo sigues sintiendo mariposillas en el estómago, ¡mejor! Eso es que es verdadero. Pero vívelo y disfrútalo. Cosas así no ocurren todos los días. Te lo digo yo, que lo sé.

—Ay, Patri... es todo tan complicado.

—No. No es complicado. Lo complicamos nosotros. Y con esa tensión sexual que os traéis entre los dos, más.

—Tienes razón. Reconozco que verlo me hace pasar de cero a cien en pocos segundos —murmuró Marta mirando como sonreía a la pelirroja.

—No hace falta que me lo jures —rio—. Es veros y las chispas saltan a vuestro alrededor. ¿No te das cuenta?

—No. Yo solo me doy cuenta de mis chipas, y tengo los plomos tan fundidos que no veo las de él.

—Pues fíjate y déjate de gilipolleces. Piensa lo que quieres hacer. Estoy casi segura de que él solo está esperando a que tú des el paso. Le gustas, Marta. Le gustas por cómo eres y por quién eres. Está muy claro que ni él es tu tipo, ni tú el de él. Pero por alguna extraña circunstancia os atraéis. ¡Y mucho!

—Madre mía en qué embolado me voy a meter, Patri —susurró al mirarle.

—Mejor meterse en él, que pasarse media vida pensando que hubiera sido si... Por lo tanto disfruta de la noche, pásalo bien y obsérvale. Verás como todo lo que te he dicho es verdad. Nos quedan aún varios días en Londres. Piénsalo y háblalo con él. ¿Vale?

Ambas se miraron con complicidad y sonrieron. Marta debía tomar una decisión.

Capítulo 27

Por la mañana, tras una noche en la que Philip no se acercó a Marta, estaba sentado en la butaca de su despacho mirando por el ventanal. Debía tomar una decisión en referencia a la joven que le estaba consumiendo por dentro. No estaba dispuesto a continuar aquel absurdo juego. La noche anterior ella no se acercó a él ni una sola vez, pero sí notó su mirada y le gustó.

Debía pensar con rapidez. Marta era una mujer bonita y ver como otros hombres la miraban no le agradó. Deseaba dejar claro que ella era cosa suya pero no podía hacerlo hasta que ella así lo quisiera. Nunca había sido hombre de poseer ninguna mujer, le sobraban todas, pero Marta era diferente. Su independencia la hacía diferente y eso le atraía como un imán. De pronto se abrió la puerta del despacho. Entró su secretaria acalorada seguida de una mujer. Juliana.

—Disculpe, señor Martínez —dijo su secretaria—. Le he dicho que no podía entrar pero...

—Oh, sí... claro que puedo entrar —gruñó echándose hacia un lado.

Philip al ver la lucha que se traían las dos, se levantó de su sillón y le pidió a su secretaria que saliera con la mirada. Una vez quedaron solos clavó los ojos en Juliana.

—¿Qué haces aquí? —le preguntó.

—¿Ni siquiera me vas a pedir que me siente? —dijo ella dulcificando su voz.

—No. Y no te lo voy a pedir porque vas a estar tan poco rato aquí que no te va a hacer falta.

Juliana se sentó en el sillón de cuero blanco que había a un lado del despacho.

—Siempre me gustó este sillón, ¿recuerdas los buenos momentos vividos en él?

Él la miró con dureza y entendió a lo que se refería. Pero no quiso recordar.

—Eso pertenece al pasado. ¿Qué quieres Juliana?

—Te echo de menos, cielo —dijo retirándose con coquetería el pelo de la cara y humedeciéndose los labios rojos.

Apoyándose en su mesa de cuero oscura respondió con gesto agrio.

—Pues siento decirte que yo a ti no. ¿Qué quieres Juliana?

Molesta al ver que él no entraba al trapo como en otras ocasiones, finalmente se delató.

—Necesito dinero, Phil. Mi último musical está siendo un desastre y me veo ahogada por las deudas.

—¿Crees que te mereces mi ayuda?

Ella negó con la cabeza y eso le enterneció.

—Si mal no recuerdo, querida, me has hecho la vida imposible. Has intentado cargarme un hijo que no era mío y por tu culpa vuelvo a ser el centro de la prensa sensacionalista cuando sabes que lo odio.

Ella se llevó las manos a la cara y toda la fachada de mujer vampiresa se desmoronó.

—Lo sé. Sé que tu opinión de mí es nefasta. Yo me lo he buscado. Pero pensé que la publicidad del embarazo me serviría para sacar adelante mi musical.

Aquello hizo sonreír amargamente a Philip.

—Lo que dices es terrible. Nos has utilizado a tu hijo y a mí para llenarte el bolsillo —dijo sin poder evitarlo.

—Lo necesitaba, Phil. Te lo juro —susurró desesperada—. Trevor me dejó. Se marchó con las ganancias obtenidas y me ha dejado en la estacada y cargada de deudas. Si he venido a ti es porque lo necesito de verdad. ¡Te lo juro! Los bancos me acosan, mis trabajadores también. Estoy sola, embarazada, desesperada, no sé qué hacer. Solo puedo recurrir a ti.

Él la miró. La conocía. Sabía cuánto le costaba ser sincera. Pero por una vez lo estaba siendo. Por ello, y tras mirarla durante unos segundos, Philip rodeó su mesa, abrió un cajón y sacando la chequera preguntó:

—¿Cuánto necesitas?

Al oír aquello, ella sollozó y tras decir una cantidad, él cumplimentó un cheque, lo arrancó y se acercó a ella. Juliana se levantó.

—Aquí tienes lo que necesitas para poder pagar lo que me has dicho y más. Pero a cambio antes de salir quiero que firmes unos documentos en los que te comprometes a no volver a mencionar mi nombre a la prensa bajo ningún concepto, o lo pagarás.

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