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Authors: Megan Maxwell

Tags: #Romántico

Las ranas también se enamoran

BOOK: Las ranas también se enamoran
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Él no quería compromisos, ella tampoco, pero el destino se empeñó en llevarles la contraria.

Marta Rodríguez es una joven y divertida madre soltera que conduce una Honda CBF 600. Trabaja en el taller de moda flamenca de Lola Herrera, donde hace un poco de todo. Tan pronto soluciona temas de banco como diseña y cose el mejor vestido de flamenca.

Pero la vida de Marta, y su entorno, da un giro de 180 grados cuando el hijastro de su jefa, Philip Martínez, un empresario inglés, serio a la par que sexy, se cruza en su camino.

¿Qué será Philip, una rana o un sapo más en el gran charco de la vida?

Megan Maxwell

Las ranas también se enamoran

ePUB v1.1

GONZALEZ
28.12.11

Corrección de erratas por Noonesun

Editor: Ediciones Versatil S.L.

Fecha de publicación: 12/09/2011

ISBN: 978-8492929467

Para todos vosotros que soñáis leyendo mis novelas y especialmente a Inmaculada García por sus indicaciones en cuanto a la moda flamenca. ¡Sois los mejores!

Capítulo 1

—Seis... cinco... cuatro... tres... dos.... uno...

¡FELIZ AÑO 2010!

Se escuchó por los enormes bailes de la sala de fiestas de Madrid. Las serpentinas de colores volaban. La gente gritaba, se besaba, se abrazaba y sonreía, mientras música brasileña a todo trapo sonaba y el populacho bailaba en plan trenecito.

«checheche... chechechecheche... chechechecheche... chechecheeeeeeeeeeeeee»

—¡Qué marcha, por Dios! —rió Marta al ver a sus amigos bailando al ritmo de los sonidos caribeños.

Patricia, una alocada castaña de ojos marrones, divertida y sudorosa, se acercó hasta ella con dos copas de champán y entregándole una le dijo a gritos:

—Brindemos porque el 2010 sea el año en el que consigamos todos nuestros sueños. Que por fin yo logre conocer a George Clooney y se plante de rodillas ante mí con un pedrusco que haga que el dedo me arrastre. Y tú, que olvides al impresentable del Musaraña y Hugo Silva te conozca y babee por ti.

Aquellos sueños y en especial la locura de su amiga hizo reír a Marta. Chocaron las copas y bebieron. Recordar a su ex, el Musaraña, no le gustó. No le traía buenos recuerdos. Pero como el ambiente era divertido, miró a su chiflada amiga y recalcó:

—Ahora me toca brindar a mí ¿no crees? —Patricia asintió y Marta levantando su copa gritó—. ¡Brindemos porque el Clooney te haga salir en el HOLA con tu enorme pedrusco, porque mi niña siga feliz y finalmente porque yo conozca a un latino de ojos, cuerpo y demás igualito al Silva!

—TU niña hoy estará pasándoselo pipa con los amigos. No te preocupes.

—Lo sé. Pero es el primer año que no pasamos juntas la Nochevieja y me siento extraña sin ella —sonrió Marta al pensar en ella.

—Ya era hora, ¿no? —se mofó Patricia mirándola.

Divertidas volvieron a brindar y beber, mientras la gente, feliz, bailaba a su alrededor.

—¿Tiene que ser moreno? El Musaraña era moreno y te salió sapo.

—Sí, tiene que ser moreno. Los rubios no son mi tipo. Donde esté un morenazo, de piel curtida por el sol y latino, que se quite lo descolorido.

En ese momento se acercó hasta ellas un chico de pelo rubio con una taja considerable. Brindó con ellas y tras decir cuatro chorradas se marchó.

—¿Lo ves?—dijo Marta—. Rubio... ¡Qué horror!

Adrian, el amigo de ellas, llegó acalorado hasta donde estas reían y tras coger una de las copas que había encima de la mesa, cuchicheó:

—No os lo vais a creer, nenas, pero acabo de ligar con el camarero más buenorro de la barra izquierda.

Ambas se giraron con rapidez para mirar.

—¡Por favor! ¡No se os puede contar nada! Queréis dejar de mirar con ese descaro de porteras. Me lo vais a asustar —gritó.

Divertidas le volvieron a mirar y Adrian, tras beber de su copa, señaló tocando el borde de la barra:

—Sed sinceras ¿Qué os parece?

—Pero si no nos has dejado mirar —se quejó Marta.

—Vale... primero mira tú y luego ella. Pero con disimulo, por favor, Marta. Que no se note que le estás haciendo un escaneo en profundidad. —Susurró Adrian, resoplando y retirándose su teñido flequillo de la cara.

Marta, con la mejor de sus sonrisas, se volvió y miró al camarero que atendía a varias personas a la vez. No tendría ni treinta años. Era castaño, de pelo largo, cara guapa y por la camisa blanca abierta que llevaba vislumbró unos marcados abdominales. Volviéndose de nuevo hacia Adrian que no paraba de moverse, susurró:

—Es tu tipo, rey. Jovencito, melenita, aspecto aniñado, tabletitas de chocolate... a por él.

—¿Te he dicho que te quiero, Martita? —aplaudió al escucharla.

—Sí, Adriancito. Cada vez que digo lo que quieres oír — sonrió aquella.

—Ahora miraré yo —dijo Patricia y volviéndose hacia aquel tras unos segundos miró a su amigo y preguntó—. Joder me encanta su pelo. ¿Seguro que es gay?

Al escucharla este abrió la boca y señalándola con el dedo aclaró:

—¡Lo he visto yo primero... so loba! Y por supuesto que es gay.

—Tranquilo... tranquilo. Yo ya le he echado el ojo a alguien que es más mi tipo — dijo Patricia carcajeándose.

—¿Quién? —preguntaron al unísono Marta y Adrian.

Patricia, al ver la expectación causada, señaló con el dedo a un tipo que no muy lejos de ella hablaba y se apretaba el oído para que no se le saliera el pinganillo que llevaba dentro. Era uno de los seguratas de la sala de fiestas. Alto, cuadrado, con el pelo recogido en una coleta y con un traje oscuro que le quedaba como un guante.

—Totalmente tu tipo, reina. ¡Un cachas perdonavidas! — asintió Adrian, y mofándose de Marta dijo señalando a uno que pasaba ante ellas—: Mira, Marta... ese es tu tipo. ¿A que se parece al Musaraña?

Conteniendo la risa los tres miraron a un hombre moreno, alto, delgado y con mirada de castigador. Iba agarrado a dos mujeres y por su actitud chulesca se debía creer el rey de la fiesta.

—Oh, sí... ese es el tipo de hombre de nuestra niña. Escuchimizado pero con algo que gusta. Moreno y con cara de cabrito —Marta incrédula la miró y Patricia aclaró—. Aunque, bueno, reconozco que el Musaraña era más guapo que ese.

—Mucho más. Pero bastante más —apuntó Marta.

—Sí... sí... tienes razón —admitió Patricia haciéndola reír.


Uis
nena. Con lo mona que eres y el glamourazo que te gastas cuando te pones, te mereces algo mejor que simples sapos como el impresentable del Musaraña —dijo Adrian.

Marta iba a responder cuando Patricia la interrumpió.

—Brindemos porque Marta en el 2010 conozca una estupenda rana, que le quite
¡to er sentío!
Y que le haga olvidar los asquerosos sapos que ha conocido hasta el momento.

—Ya que te pones ¡que la rana se convierta en príncipe! —apuntó Adrian.

Incapaz de no sonreír Marta levantó la copa y brindó. Si algo tenía claro era que no quería volver a sufrir por ningún sapo más.

Capítulo 2

Quedaba poco para la semana del Simof en Sevilla, el mayor desfile de talento andaluz, donde se mostraban las últimas tendencias en todo lo referente al traje regional de flamenca.

Los profesionales del sector y admiradores de las creaciones flamencas se reunían todos los años en Sevilla, con el fin de enseñar al mundo sus nuevas creaciones en telas, zapatos, pendientes, volantes, mantones y el sinfín de complementos que un vestido flamenco podía llevar.

El taller tienda de Lola Herrera en esos días trabajaba sin cesar. Sus creaciones eran muy apreciadas por su público y Lola, junto a su equipo, intentaba que cada puntada estuviera dada en su exacto lugar.

Lola Herrera nació en Sevilla y creció entre puntadas, zurcidos y dedales. Su madre, Alba Millán, tuvo un pequeño negocio de costura en la calle Sierpes, y cuando Lola se casó y se marchó a vivir a Madrid, tuvo claro lo que quería hacer. Abrió su propio negocio de trajes de flamenca al que llamó por su nombre, Lola Herrera.

—No... no... no,
siquilla
, ese volante debe llevar una pequeña jareta alrededor —indicó Lola a una de sus costureras.

—Sí, jefa, sí... Pepi lo sabe —sonrió Patricia.

Pero Lola, como siempre y por esas fechas, estaba agobiada e histérica, y volvió al ataque.

—El vestido de popelina, ¿quién lo está montando?

Al escucharla Adrian la miró y tras cruzar una mirada cómplice con Marta indicó:

—Vamos a ver, Lola de mis amores y mis entretelas. El vestido blanco y rojo de popelina lo vamos a montar en diez minutos. Danos tiempo,
miarma
. Ya sabemos que los volantes se montan uno por uno, y todo lo necesario para que el vestido quede de infarto —sin dejarla hablar continuó—. En cuanto a los vestidos de piqué amarillo y azul, y el lila y negro, Yolanda está planchándolos. Han quedado de mil amores. Por lo tanto ¡relájate! y no me las pongas enrabietas, que luego pasa lo que pasa.

Estaban de trabajo hasta las cejas. Quedaban tres días para el gran acontecimiento y los nervios de todos estaban a flor de piel.

—Esa enagua la quiero
armidoná
—exigió Lola al pasar junto a otra de sus chicas sin poder remediarlo.

Marta y Patricia se miraron y sonrieron, mientras Adrian se tiraba de los pelos. Por ello las muchachas se acercaron a su jefa, la cogieron por la cintura y la sacaron del taller. Sus nervios se los contagiaba a todos y la gente se paralizaba.

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