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Authors: Megan Maxwell

Tags: #Romántico

Las ranas también se enamoran (8 page)

BOOK: Las ranas también se enamoran
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Philip, sin entender absolutamente nada, decidió salir en defensa de Marta, y mirando directamente a los ojos a la muchacha preguntó:

—Disculpa jovencita, ¿cómo te llamas?

Al ver la mirada que aquella le dedicó, Philip se convenció, «es su hija».

—Vanesa —respondió con descaro.

Philip, sin amilanarse, clavó su imperturbable mirada sobre ella.

—Encantado de conocerte Vanesa, pero creo que te estás confundiendo. Tu madre no bebió. Un camarero le tiró encima una bandeja de copas y Lola me pidió que la acompañara a su casa. No hubo nada más. No sé de dónde has sacado que ella bebió y que mi compañía fue algo más que un simple favor. Por cierto, ¿cuántos años tienes, jovencita?

—Dieciséis. En pocos días diecisiete, ¿por qué?

Cada vez estaba más sorprendido de que aquella fuera hija de la mujer que le miraba con gesto agradecido.

—Porque quería decirte que me parece muy bien que tu madre te aconseje en referencia a la bebida y los chicos. Eres demasiado joven y estas en edad de merecer los consejos de tus padres. En especial de tu madre —le dijo.

Lola, al escuchar aquello, no dijo ni mú. ¿Qué era eso de que Philip había acompañado a Marta a su casa? Pero, consciente de cómo Vanesa miraba a aquel, decidió intervenir antes de que la muchacha soltara alguna de sus frases reivindicativas adolescentes.

—Muy bien dicho, Phil. Nuestra Vanesa necesita que alguien le diga las cosas y su madre lo único que hace es aconsejarla —y mirando a la muchacha señaló—. Creo,
miarma
, que le debes una disculpa a tu madre por haberte precipitado, ¿no crees?

La muchacha, al escucharla, torció el gesto y resopló. Estaba harta de que siempre todos la aconsejaran. Pero, tras mirar a su madre, sonrió y con pocas ganas susurró delante de todos:

—Vale. Lo siento, ¿me perdonas?

—Claro que sí, mi amor. Siempre —dijo abrazándola.

—Ay, nenas... me encantan estos momentazos —susurró conmovido Adrian con lágrimas en los ojos.

Sorprendido por aquel descubrimiento Philip contempló cómo se abrazaban. Ahora que se fijaba más en ellas, vio el razonable parecido. Ambas eran igual de altas, morenas, pero la más joven tenía los ojos más claros, mientras que su madre los tenía oscuros como la noche.

—Bueno, me tengo que marchar al aeropuerto —murmuró Philip mirando el reloj.

—Te acompaño hasta la puerta —dijo Lola caminando a su lado.

Marta, incapaz de moverse de donde estaba, levantó la mano como el resto del grupo y se despidió. Sabía que debía de agradecerle varias cosas, pero tras ver como había mirado a su hija, pensó que era mejor no moverse. Ya se lo agradecería si volvían a coincidir.

—¿Quién es ese trajeado? —preguntó Vanesa al verle desaparecer.

—¡Un conde! —cuchicheó rápidamente Adrian. —Y un tipo que está muy, pero que muy bien —asintió Patricia.

—Y también forrado de euros y glamour —apostilló Adrian.

Marta al escucharles sonrió, y mirando a su hija dijo:

—Es el hijo de uno de los clientes de Lola. Sé poco más.

—También era tu rana. Por cierto, si no la quieres, ¡me la pido! —se mofó Patricia.

—¡¿Rana?!
Uiss
nenas, pues yo quiero una rana así para mi uso y disfrute. Y sin dudarlo con una calabaza como la que conducía, ¡qué
morbazo
de tío! —exclamó Adrian.

—¿Tu rana? ¿Calabaza? ¿Pero de qué habláis? —preguntó Vanesa con picardía.

—Tonterías de tus tíos, cariño. Tú, ni caso. Ya sabes que están como dos auténticas chotas —respondió Marta haciéndoles reír.

Pensar en que un hombre como aquel se fuera a fijar en ella era una utopía. No había que ser muy listo para saber que aquel se codeaba con otro tipo de mujer. Como rana momentánea podría haber estado bien. Ella no quería nada serio y él tampoco. Pero aquel tema quedaba zanjado. Era lo mejor.

—Vamos a ver, nenas. O pincháis patatas rojiblancas o me las ventilo yo sólito en un santiamén —dijo Adrian.

Tras aquello todos pincharon del plato y continuaron bromeando y riendo.

Capítulo 9

El avión de Philip llegó con retraso a Londres. Eso le molestó. Como buen inglés era puntual y odiaba los retrasos. Llegaba tarde a una reunión.

—Discúlpame por el retraso, Marc— dijo al entrar en sus oficinas.

—No te preocupes, Phil. Tú no eres el culpable de la niebla —sonrió este.

Ambos se conocían desde la universidad. Tras acabar sus estudios comenzaron a trabajar para sus padres hasta que decidieron fundar su propia empresa de importación y exportación, LAC. Una empresa que desde el principio fue un éxito.

—Señor Martínez —llamó su secretaria mientras se dirigía hacia la sala de reuniones con celeridad—. Le llamaron de AIC. Quieren saber cuándo pueden tener la reunión con usted para hablar del tema de sus aranceles. También llamó su padre para saber si había llegado de su viaje y las señoritas Juliana, Minerva, Heidi y Elizabeta. Aquí tiene sus teléfonos.

Al escuchar el nombre de Juliana, este se volvió y dijo en tono nada conciliador.

—A partir de hoy, las llamadas de la señorita Juliana no me las pase, Rebeca —dijo rompiendo la nota de esta—. Llame a mi padre. Dígale que esta noche pasaré por su casa. Mande un email a Conrad de AIC. Mañana a las nueve de la mañana les recibiré. Del resto me encargo yo.

—De acuerdo, señor —asintió la mujer de aspecto adusto. Y se marchó.

Marc, que caminaba junto a él, le dio una palmadita en el hombro y sonrió.

—¿Del resto te ocupas tú? —dijo refiriéndose a las llamadas de las féminas—. Si ves que no puedes con todas yo te puedo ayudar desinteresadamente.

Al escucharle Philip sonrió y tras darle con su maletín en la espalda dijo:

—Entremos a la reunión. Vamos tarde.

Aquel día, la reunión acabó casi a las diez y media de la noche. Se habían presentado unos problemas en el puerto de Shanghai con unos contenedores de mercancía que debían llegar a Francia y hasta que no se solucionara el problema, no se podían mover de allí. Pero Philip lo consiguió. Era un increíble hombre de negocios y por norma conseguía absolutamente todo lo que se proponía.

Horas después cuando salió de la oficina lo que más le apetecía era llegar a su casa y descansar. Pero tras recordar que su padre le esperaba, cogió su coche y condujo hasta allí. Media hora después saludaba a Filipa, el ama de llaves, y después entraba en el salón donde su padre leía tranquilamente un periódico.

—Phil, ¡qué alegría verte, hijo! —dijo quitándose las gafas para dejarlas en la mesita.

—Hola, papá —sonrió sentándose frente a él.

Su padre era el ser más vital que había conocido en su vida. Una vitalidad que ni la venda que tenía en la rodilla, ni los años, habían conseguido aplacar.

—Creí que vendrías más pronto.

—Tuve una reunión de urgencia. Problemas en Shanghai. ¿Qué tal tu rodilla?

Su padre, Antonio, dejó el periódico y se incorporó.

—Harto me tiene. Se empeña en recordarme que está jorobada, pero ya le he dicho que esto se tiene que solucionar pronto y rápido. No pienso quedarme aquí sentado mucho tiempo —señaló.

Philip, al escuchar a su padre, tuvo que sonreír. Cuando todavía se estaba recuperando de su operación de rodilla, se había vuelto a dañar jugando con Nicolás, su sobrino, el hijo de su hermana Karen. Cuando su padre y su sobrino se juntaban, no se sabía quién era realmente el niño de los dos.

—Papá, el doctor Murray dijo que...

Pero su padre no quería escuchar sermones. Su hijo era igual que su difunta mujer. Un inglés recto y con poco sentido del humor. O eso le parecía a él.

—Por cierto, hijo. Llamó esa actriz... la impresentable de Juliana. ¡Tres veces! ¿Se puede saber por qué llama aquí? Creí que habías roto con ella. Además he visto que sale en el periódico diciendo unas cosas terribles sobre ti. Hijo, ¿cómo se lo puedes permitir?

Tras maldecir miró a su padre y con gesto agrio murmuró:

—Hablaré de nuevo con ella. Creí haberle dejado las cosas claras la última vez que la vi.

—Esa mujer no me gusta, Phil. Nunca me gustó y lo sabes.

—Sí, papá. Lo sé.

Aquello ya no le dolía. Tiempo atrás cuando estaba enamorado de ella y su padre le decía aquello, algo en él se removía. ¿Cómo podía no gustarle la preciosa Juliana? Pero tras años de relación con ella, donde las mentiras y los engaños estaban a la orden del día, por fin se había dado cuenta del juego sucio de aquel demonio con cara de ángel.

—Hijo, en referencia a Juliana...

—Tranquilo papá. Ese tema está zanjado. No voy a volver con ella.

—Me comentó Gerard que está embarazada y que piensa anunciarlo en prensa —gruñó, llevándose las manos a la cabeza—. Según parece todas quieren tener un hijo tuyo. ¿Es cierto esta vez?

Philip resopló. En los dos últimos años tres mujeres distintas le habían acusado de ser el padre de sus hijos. Era mentira. Pero aquellas aprovechadas con ese tipo de prensa ganaban un dineral. Ahora lo haría Juliana.

—Tranquilo, papá. Como en las otras ocasiones ese niño no es mío.

Sorprendido por su seguridad, Antonio miró a su hijo y le preguntó:

—¿Estás seguro Phil?

—Totalmente seguro papá. No tengo la más mínima duda. —Pues creo que ella no piensa lo mismo. Según me ha comentado Gerard, ella le insistió que el bebé era tuyo.

.—Cómo no —suspiró con resignación.

—Va a pedir públicamente la prueba de paternidad.

—¡¿Cómo?! ¿Públicamente? —gritó boquiabierto al escucharle. Eso sí que no se lo esperaba de Juliana.

—Lo que oyes, hijo. Creo que esa ambiciosa lo que quiere es dinero y con seguridad algo más.

Incrédulo por aquello Phil se dirigió hacia el mini bar de su padre y tras servirse un whisky siseó malhumorado:

—Te aseguro que no conseguirá nada de nosotros.

Tras un tenso silencio entre ambos, Antonio insistió:

—Tendrás que hacerte la prueba de paternidad.

—Lo haré —asintió aquel—. De esa manera quedará el tema zanjado. No quiero saber nada de esa maldita mujer. Para mí no existe —y, pasándose la mano por el pelo, susurró—: Maldita sea. Qué empeño en querer colgarme un hijo que no es mío.

—Deberías sentar la cabeza con una mujer y dejar de jugar como juega, —sugirió Antonio.

Al escuchar a su padre le miró sorprendido.

—Papá, por si no te has dado cuenta, ellas son las que juegan conmigo. Y en cuanto a sentar la cabeza, lo haré el día que encuentre la mujer que lo merezca.

Consciente del gesto grave de su hijo, cambió de tema y preguntó por el tema que a él le interesaba.

—¿Qué tal por Madrid?

—Bien.

—¿Solo bien? —Phil asintió y al ver la cara de su padre aclaró.— Mi reunión bien. Y por supuesto le di a Lola lo que me pediste.

—¿Y? —preguntó impaciente su padre al ver que no decía nada más.

—No sé, papá —dijo centrando su atención en él—. Le dije lo que me dijiste y ella no abrió el sobre. Lo abriría cuando me marchara.

—¿A qué hora le diste el sobre?

—Sobre las dos de la tarde más o menos ¿Por qué?

—Mala señal... mala señal —murmuró el hombre mirando su reloj.

—¿Mala señal el qué? — Y al ver que este no respondía insistió—. ¿Qué había en ese sobre?

Su padre tras mirarle con resignación respondió, mesándose el pelo hacia atrás.

—Una declaración de amor y una propuesta de matrimonio.

—¡¿Cómo?!

—Lo que oyes, hijo. Ya sabes lo que siento por Lola y creo que a mi edad, no se debe perder el tiempo, es más, creo que ya lo hemos perdido muchos años y por eso quiero que esa mujer se case conmigo.

Al ver el gesto de incredulidad de su hijo aclaró rápidamente:

—No creas que no recuerdo a tu madre. La amaré mientras viva. Pero tras diez años de viudedad tengo derecho a intentar ser feliz de nuevo. Y si te soy sincero, cuando realmente soy feliz es cuando estoy con Lola. Ella me hace sonreír, consigue que me sienta vivo y...

—Papá —le interrumpió—. No tienes que darme explicaciones de nada. Si tú eres feliz, yo también. Sé que adorabas a mamá. Lo duro que fue su enfermedad y su pérdida.

—Hijo, ¿te parece bien? Por favor, sé sincero. Para mí es importante tu sinceridad. Si te pregunto esto es porque eres tan como tu madre. Tan inglés. Tan recto que...

Philip sonrió al escucharle. Aquel hombre canoso y lleno de vitalidad se merecía ser feliz. Durante muchos años había luchado contra el cáncer de su madre y se merecía disfrutar de la vida. Y lo mejor para él era Lola. Una encantadora mujer a la que adoró desde el primer instante que conoció.

—Papá, si tú eres feliz, yo también. Es más, creo que has tardado mucho tiempo en pedírselo. Aunque tu método de pedirle matrimonio creo que no ha sido el más correcto.

—Hijo... no estoy yo como para clavar la rodilla en el suelo.

Al escucharle Phil sonrió.

—No me refiero a eso. Pero, ¿por qué lo has hecho a través de una carta?

Antonio, entendiendo su pregunta, suspiró y respondió:

—Porque así me aseguro que me escuche y no me interrumpa —eso les hizo sonreír a los dos—. Pero no me ha llamado. Conozco a esa cabezota de Lola y eso no es buena señal.

En un intento de quitar tensión a su padre, Philip añadió:

—Estaban muy liados en la tienda papá —al decir aquello recordó a Marta. Aquella descarada española. Pero centrándose de nuevo en su padre, dijo—: Estoy seguro de que te llamará en cuanto pueda. Ya lo verás. Por cierto, Karen, mi querida hermana, ¿sabe algo de la proposición?

Su padre asintió y sonrió.

—Sí. ¿Sabes lo que me ha dicho?

—A saber. De ella me espero cualquier cosa —sonrió Philip. Su hermana y su padre eran idénticos, como lo eran él y su madre.

—Que lo tenía que haber hecho antes —rió Antonio. En ese momento sonó el timbre de la puerta y dos segundos después Filipa, el ama de llaves, entró con un sobre. —Es para usted señor.

Antonio, sorprendido por aquello, miró a su hijo y rápidamente lo abrió. Al reconocer la letra, cogió las gafas de la mesita y tras leer una breve nota miró a su hijo y dijo:

—Es de mi Lola. Dice que hasta que no se lo diga a la cara no se lo pensará. ¡Oh... esta mujer me va a matar!

Levantándose con rapidez del sillón, Philip se acercó a su padre y abrazándole sonrió.

—Enhorabuena papá. Creo que te va a decir que sí.

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