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Authors: Megan Maxwell

Tags: #Romántico

Las ranas también se enamoran (9 page)

BOOK: Las ranas también se enamoran
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Ambos se abrazaban y reían por aquello cuando una voz les sobresaltó.

—Antonio,
miarma
... Aquí estoy, ¿qué tal si me lo pides en condiciones?

Al volverse se encontraron con la graciosa cara de Lola que desde la puerta, junto a Karen y Filipa sonreían.

—Por todos los santos Lola, ¡has venido!—aplaudió Antonio levantándose.

Con rapidez Philip le volvió a sentar y Lola acercándose al hombre dijo:

—Hay un refrán,
siquillo
, que dice: Si Mahoma no va a la montaña, la montaña irá a Mahoma. Pues bien. Aquí estoy dispuesta a escuchar lo que me quieras preguntar.

Philip cogiendo la mano de su hermana Karen, que lloraba descontroladamente, la abrazó. Su padre les miró emocionado y, tras asir la mano de Lola, dijo:

—Lola ya has leído en mi nota todo lo que siento por ti. Pero como sé que quieres que te lo repita, te diré que te quiero, que eres la luz que hace que todos los días quiera levantarme y sonreír, que sin ti, andaluza, no quiero vivir. —Lola se emocionó y él continuó—. Ambos tenemos una edad ya considerable y creo que es absurdo seguir perdiendo el tiempo entre aviones, vuelos y distancias. Por lo tanto, y sin dar más rodeos, ¿quieres casarte conmigo?

Emocionada por como Antonio y sus hijos la miraban, Lola se agachó y tras darle un tierno beso en los labios susurró para alegría de todos:

—Sí. Por supuesto que me quiero casar contigo,
corasón
.

Conmovidos por el momento todos sonrieron. Minutos después Lola y Karen hablaban sobre la boda, mientras Antonio sonreía como un tonto y Philip les miraba encantado, aunque preocupado por los problemas que su ex, Juliana, le tenía preparados.

Capítulo 10

Pasaron dos semanas. Lola regresó a España pero no dijo nada de su inminente boda. Lo haría en su momento. Celebraron el cumpleaños de Vanesa. Cumplió diecisiete años y chilló como una loca cuando Lola le entregó las llaves de una Scooter negra. Marta al ver aquello se llevó las manos a la cabeza. No porque su hija no supiera llevar la moto, que lo hacía bien, si no por la burrada de dinero que Lola se gastaba en ella. La tenían entre todos demasiado consentida.

Los días pasaron y el taller de costura y la tienda regresaron a la normalidad. Tenían mucho trabajo, pero a ellas les gustaba. ¡Les encantaba! Una noche cuando Marta llegó a casa se encontró a Vanesa sentada frente al ordenador que tenían en el salón con más años que la tarara. Tras darle un beso, se fijó en que su hija tenía los ojos llorosos.

—¿Qué ocurre aquí? —dijo sentándose frente a ella.

—Estoy rayada mamá. Javi y yo hemos vuelto a discutir, y Laura dice que él le ha dicho que va a cortar conmigo. Por Cierto, ¿has vuelto a pensar en lo del
piercing
?

«Uf... ya estamos otra vez con eso» pensó Marta.

—Mira, cariño. En referencia al
piercing
, olvídalo. Cuando leas mayor de edad, te lo harás ¿entendido? Y en referencia a ese tal Javier, te lo he dicho cientos de veces. Creo que ese muchacho solo te hará sufrir. Deberías cortar por lo sano de una vez, ¿no lo ves?

—No. No lo veo.

Hablar del tema Javier en casa era siempre síntoma de discusión. Su hija estaba colada por aquel muchacho, con más peligro que la misma palabra, y no había manera de hacerle entrar en razón.

—¿Recuerdas al impresentable del Musaraña?

—Sí, mamá. Pero no era un impresentable. Era un tío muy enrollado —se jactó la niña.

Marta torció el gesto. Su hija y su ex siempre se habían llevado muy bien. Luis, el Musaraña, dejaba hacer todo lo que quería a Vanesa. Eso, como era lógico, a la niña le encantaba, y a Marta no.

—Bien. El problema de que yo haya sufrido por mi ruptura con él... me lo busqué yo sólita, cariño. Durante mucho tiempo me he engañado pensando que él podía cambiar y darse cuenta de que yo era la mejor pareja para él pero, ¿sabes?... eso no ha ocurrido, ni iba ocurrir, porque él nunca me quiso como yo le quise a él. Y porque las personas no cambian, créeme.

—No es lo mismo. El Musaraña y tú sois mayores. Y no considero que sea un impresentable —Marta suspiró. No pensaba como su hija—. Creo que deberías darle otra oportunidad. Ayer le vi a la salida del instituto y me dijo que nos echaba de menos.

—¿Que le has visto? —preguntó incrédula Marta.

—Sí... pero solo fue un segundo, mamá. No dramatices. Y no. No me ofreció hachís, ni maría, ni nada por el estilo.

Al escuchar aquello, decidió callar, no le apetecía discutir. Su hija continuó.

—En cuanto a lo que hablábamos sobre Javier y yo, somos jóvenes, y nuestras personalidades aún están por forjar, no como las vuestras.

Divertida por aquello Marta miró a su hija y dijo:

—Gracias por llamarme vieja, cariño, ¡eso ha estado magnífico!

—No he querido decir eso, mamá —protestó la chica—. De todas formas el Musaraña y Javier, desde mi punto de vista, no tienen nada que ver.

Cansada de escuchar siempre lo mismo de aquel muchacho, Marta se armó de valor y dijo para hacer callar a su hija.

—Muy bien. Veamos las coincidencias y no coincidencias entre ellos a pesar de la edad. Yo hablo del Musaraña y tú de Javier, ¿te parece?

Vanesa asintió cruzando los brazos ante su pecho en señal de reto y Marta comenzó.

—El Musaraña tiene 38 años. Es un tipo atractivo, no guapo, que se lleva a las mujeres de calle. Es divertido, chistoso, un caradura, pero gracioso. Le gusta salir con sus amigos y fumar hierba. En ocasiones, y solo cuando le venía bien, me llamaba para estar conmigo, y yo como una boba aceptaba. Y lo mejor de todo es que siempre... siempre me hizo sentir insegura, ¿verdad? —Yo no lo creo así.

—Cariño, todo el mundo me decía que ese hombre no era bueno para mí. Pero hasta que no lo vi con mis propios ojos, no acepté que semejante idiota me estuviera quitando el sueño y la vida.

—¡Qué exagerada eres, por favor!

—Muy bien, Vanesa. Ahora te toca hablar de Javier.

—Javier tiene 19 años. Es guapo. Muy, muy guapo. ¡Guapísimo! Todas las chicas se mueren por salir y estar con él, pero yo soy su chica. Le encanta divertirse, y le vuelve loco competir en karate. Algo que practica cuatro días a la semana. En ocasiones me llama, aunque reconozco que casi siempre le llamo yo. Pero no me importa. Me gusta estar con él.

—¿Te hace sentir insegura? —preguntó Marta.

—A veces, mamá. Pero no siempre. Cuando estoy con él me siento importante. Las chicas me miran con envidia y eso ¡me mola!

—Perdona cariño. Pero ese muchacho es un imbécil. Un futuro Musaraña. Sabe que tú estás coladita por sus huesos y hace contigo lo que quiere, porque sabe que tiene una fila de muchachitas esperando sus favores. ¿Me puedes decir dónde está la diferencia entre el Musaraña y Javier?

Vanesa la miró muy enfadada. Algo en su interior le indicaba que su madre tenía razón. Pero no quería tirar la toalla con aquel chico. Le gustaba demasiado. Deseaba entregarse a él. Pronto lo haría. Aunque a su madre no le diría nada. Pondría el grito en el cielo.

—Mamá, la diferencia es que yo quiero seguir con él. Tú rompiste con el Musaraña porque estabas cansada de cómo te trataba. Yo no me he cansado aún.

—¡Aún!... tú lo has dicho. Pero mientras te cansas, ese chico continuará riéndose de ti, y tú desperdiciando tu juventud y pasándolo mal como una boba. ¿No te das cuenta, hija? ¿No te das cuenta de que ese chico te utiliza a su conveniencia?

—Mamá. No quiero seguir hablando del tema. Tú no me entiendes.

—Oh, claro... ya hemos llegado a esa parte de ¡mamá tú no me entiendes! —enfadada con su hija Marta se levantó de la silla y dijo—: De acuerdo Vanesa. Haz lo que tú creas. Pero ya sabes lo que yo pienso. Dos personas están juntas si ambos quieren, no si uno de los dos quiere.

—...no sé porque te cuento estas cosas. Me rayas la cabeza.

—Me las cuentas, porque me las tienes que contar. ¡Soy tu madre! La persona que más te quiere en este mundo y no una colega. Y por muy bien que nos llevemos, por muy enrollada que pueda ser contigo, tengo que ser sincera y hacerte ver lo bueno y lo malo de la vida, aunque como tú dices, te raye.

Pero Vanesa no quería hablar más del tema, y tras cerrar su correo en el ordenador, se levantó de la silla y se marchó a dormir. Marta no dijo nada más. Solo pudo mirar cómo se marchaba e ir a su habitación a cambiarse de ropa y ducharse. Tras aquello Marta se puso un rato la televisión, pero todo le aburría. Finalmente, se levantó y decidió mirar su correo electrónico. Llevaba días sin mirarlo. Con paciencia esperó a que el ordenador arrancara, y tras meter su contraseña en el email de telefónica, vio que tenía seis mensajes.

—¡Mierda! —exclamó al leer el nombre de uno de los mensajes.

Era de su ex. El Musaraña. Con rapidez lo abrió.

De: Luisjove 1973

Para: PorqueyolovalgoMarta1978

Asunto: ¿cenarás conmigo?

Lo sé. Estarás pensando que no. Pero piénsalo ¿vale? Te echo de menos.

El día que tú quieras, donde quieras y cuando quieras. Pago yo. Espero tu llamada. Luis.

—«Bueno... lo de este es de psiquiátrico. Ya puedes esperar sentado y con tu oxigenada amiguita, porque no pienso ni contestarte, imbécil», pensó malhumorada mientras se encendía un cigarro y daba a la tecla de borrar mensaje.

No podía entender al Musaraña. Tres años de relación y se daba cuenta de que no la conocía para nada. Era tan necio que pensaba que lo iba a volver a perdonar. No ¡Ni de coña! Aunque habían tenido momentos buenísimos, le superaban los malísimos. No quería saber nada de él. Tema zanjado.

Tras dar una calada a su cigarro con ganas, miró de nuevo la pantalla y leyó un mensaje de su amiga Gema. ¡Estaba embarazada otra vez!

«En qué mundo vive esta muchacha. Seis hijos es demasiado. Y pronto serán siete» pensó. Pero le envió un mensaje de felicitación y continuó mirando los correos que le quedaban. Parecían todos publicidad, y uno a uno los fue borrando hasta que llegó al último.

De: PhilipMartinez

Para: PorqueyolovalgoMarta1978

Asunto: Invitación

Como imaginarás soy un familiar de la rana Gustavo (aunque aquí en Londres se llama Kermit). Lola me dio tu email. Por favor, no la regañes. Tuve que chantajearla y engañarla para que me lo diera. Tengo intención de ir a Madrid la semana que viene, concretamente del 7 al 10 por motivos de trabajo ¿cenas alguna noche conmigo? Prometo que solo habrá zumos. Nada de JB, ni rebujitos.

Philip Martínez o La rana guiri... como prefieras.

Boquiabierta se quedó mirando el mensaje y lo leyó de nuevo.

«Oh, Dios... oh, Dios... es el trajeado»
pensó levantándose de la silla.

Fue hasta la habitación de su hija Vanesa, pero al abrir vio que estaba dormida. Con rapidez volvió al salón y cogió el teléfono. Llamó a Patricia. Tras dos timbrazos esta lo cogió.

—Soy yo. Ay madre lo que te tengo que contar. Me acaba de escribir un email el trajeado. ¡El conde! Ese con el que siempre discuto cuando le veo. El de la feria de abril... Ay Dios... me invita a cenar porque viene a Madrid. ¿Qué hago? Por Dios... por Dios... no sé qué hacer. Uf... no... creo ni le voy a contestar. No... no... no. Pero, ¿hago bien? —un segundo de silencio—. Pero si no le contesto pensará que soy idiota o algo por el estilo. Pero si quedo con él, así, sin conocerle, pensará que soy una facilona desesperada. No... definitivamente no voy a quedar con él. No merece la pena... ¿Oh, sí? ¿Tú qué harías?... bueno no. No me lo digas porque conociéndote seguro que cometerías una locura inmoral de las tuyas.

Patricia, ojiplática, la escuchaba al otro lado del teléfono, y cuando sintió que esta dejaba de hablar para respirar aprovechó.

—Es tu rana... queda con él y zúmbatelo. Yo lo haría.

Al escuchar aquello Marta arrugó la nariz.

—Oh, Dios... qué poca ayuda me ofreces. Este tío creo que va... a lo que va —le reprochó.

—Como todos, cielo, ya lo sabes. Pero sé positiva y sé tú quien le ataque a él. Piensa que salir con hombres que no se parezcan al innombrable de tu ex te vendrá bien. Lo necesitas. Cómo diría Adrian «tu cuerpo lo necesita, nena».

—Hablando del innombrable ¿te puedes creer que me ha escrito pidiéndome una cita?

—¡Será capullo!... Ni se te ocurra Marta, o te juro que la que te deja de hablar de por vida seré yo.

—No, no, tranquila. Directamente he borrado su email. No quiero saber nada de él. Creo que tres años fue bastante.

—Esa es mi chica. ¡Con un par! —sonrió Patricia, pero dejó de hacerlo al escuchar la respuesta de Marta.

—Oh, Dios ¿Qué hago? ¿Cómo voy a quedar con ese
guiri
? No quiero que nadie me rompa el corazón. Aunque, bueno, si soy sincera, en estos momentos no creo que tenga corazón. Debo de tener una patata cocida.

—Piensa en él como el principio del juego de la rana. Al fin y al cabo ya sabes que tú para él solo eres su juego de la oca.

—Joder, ¡qué mal suena eso! —dijo Marta.

—Pues sí chiquilla, pero esta vez no vas engañada ¡y sabes lo que hay! Tienes a tu favor que sabes lo que él no quiere, y lo que no quieres tú. Ambos necesitáis en este instante lo mismo. Algo distinto. Algo que no sea lo de siempre. Tómatelo como un juego, como una bocanada de oxígeno. Sin más.

—Lo sé. Tienes razón. Pero es que yo nunca he hecho este tipo de cosas y...

—Pero Marta, ¿qué quieres? ¿Que te jure amor eterno sin haber salido nunca contigo? ¿O acaso me vas a venir ahora con que quieres algo serio con él?

—Tienes razón. Y no. No quiero nada serio con él, ni con ninguno. Pero Patri, es que ese tipo es el trajeado repeinado inglés. Seguro que querrá ir a sitios exquisitos y horrorosamente caros, y yo nunca he salido con un hombre así. Yo soy más de
kebab
y perrito caliente, pero él me da a mí que es más de faisán a las dulces hierbas del mar muerto y enterrado.

—Sí... en eso, no te quito la razón. ¡Joder, que es conde! Al tío se le ve cultivado en el buen gusto y en los caprichos caros. Pero míralo por otro lado. Tú nunca has comido faisán a las dulces hierbas del mar muerto y enterrado. ¿Por qué no probarlo? Ya sabes como saben los perritos con mostaza, kétchup, el kebab, pero...

Como un vendaval, Marta asintió e intentó convencerse.

—Tienes razón. Somos mujeres del siglo XXI y sabemos lo que queremos. Además, es justo lo que necesito. Quedaré con él. Cenaré y jugaré las mismas cartas que un tío por primera vez en mi vida. ¡Quizá hasta me guste el juego!

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