Las ranas también se enamoran (25 page)

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Authors: Megan Maxwell

Tags: #Romántico

BOOK: Las ranas también se enamoran
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—Estoy sin arreglar, ¿no lo veis? Voy en vaqueros.

—Él también va en vaqueros —indicó Adrian ganándose una sonrisa de Philip.

—Lávate la cara y punto
miarma
. Tú siempre estás monísima —metió baza Lola.

—Donde te voy a llevar no hace falta ir vestida de etiqueta. No te preocupes —sonrió al ver como miraba a sus amigos.

—Vamos a ver... —dijo Marta retirándose el pelo de la cara.

Pero Philip, moviéndose con rapidez, no la dejó acabar. Se paró frente a ella y para sorpresa de todos dijo en tono grave:

—Tal y como vas vestida estás preciosa. No te preocupes.

Lola y Antonio se miraron con picardía y este último sonrió. Conocía a su hijo y aquella chica le gustaba, y si él había decidido cenar con ella, nada ni nadie le haría cambiar su decisión. Media hora después Marta estaba montada en el Austin de Philip rumbo a lo desconocido.

Ya en la carretera, Marta decidió hablar. Odiaba los silencios y más con aquella tensión.

—Vamos a ver, Philip ¿Qué es eso de que tú y yo teníamos una cita?

—Me apetecía cenar contigo, nada más. —¿Y por eso me has hecho esa encerrona? Él sonrió y asintió.

—Por un momento pensé que iba a tener que sacarte a la fuerza de la casa de mi padre. ¿Siempre eres tan cabezona?

—Sí.

—Mmmm... me gusta —susurró divertido.

Marta, incapaz de estar un segundo más seria, finalmente sonrió. Haberle visto cuando no le esperaba le agradaba y, le gustara o no, no lo podía disimular. Por eso recostándose en el sillón del coche con una sonrisa que a él le gustó preguntó:

—¿Tú siempre te sales con la tuya?

—Siempre.

—Mmmm... no me gusta —murmuró divertida.

Aquello hizo que él prorrumpiera en una sonora carcajada y ella le siguió. Ambos se sintieron mucho más relajados.

—Vale, ¿dónde se supone que me llevas? —preguntó Marta, mientras esperaban a que un semáforo cambiara a verde.

—A mi casa.

—¿A Marifé?

Aquello le hizo volver a reír, y acercando su cuerpo al de ella posó sus calientes labios en los de Marta y tras darle un corto pero sensual beso le susurró muy cerca.

—Sí, te llevo a Mayfair. Un lugar donde solo preciosidades como tú pueden entrar.

Cuando se puso el semáforo en verde, Philip pisó el acelerador de su coche automático y veinte minutos después metían el auto en el interior del garaje. Una vez paró el motor, Marta se quitó el cinturón y se bajó. Philip rápidamente rodeó el vehículo y tomándola con posesión de la cintura la llevó hasta un ascensor. Poco después estaban en el interior de un piso muy clásico en apariencia pero con todas las modernidades que las últimas tecnologías ofrecían.

—Caray... ¡qué pasada de plasma! Si lo viera Vanesa fliparía.

—¿Te gusta? —preguntó divertido.

—Uf... me encanta. Es un pasote —y mirándole dijo—: Yo estoy esperando a ver si el cacharro de televisión que tenemos la casca para comprar un bicho de estos. Pero hasta que no explote o muera de viejo, no me gasto un pavo. Necesito el dinero para otras cosas.

Aquel lenguaje en ella le pareció divertido. Su frescura a la hora de hablar era una de las cosas que más le llamaba la atención de Marta. Su originalidad.

Sin poder contener sus apetencias un segundo más, se acercó a ella, y rodeándole la cintura la atrajo hacia él y la besó.

—Tenía ganas de verte,
honey
.

«Y yo... pero no te lo pienso decir» pensó disfrutando de aquel beso tierno.

De pronto se oyó un extraño ruido. Philip soltó una carcajada, mientras Marta se ponía roja como un tomate al percatarse de que eran sus tripas las que rugían.

—Vale... vale... Lo primero es lo primero. Te haré algo de cena. ¿Qué te apetece? ¿Huevos, carne o pescado? —dijo dirigiéndose hacia una cocina abierta con una preciosa y carísima isla central.

—¿Sabes cocinar? —preguntó boquiabierta.

Los hombres con los que había salido se limitaban a pedir comida por teléfono o a pasar por el burguer para traer unas hamburguesas.

—Cocinar me relaja —dijo él poniéndose un mandil oscuro en la cintura—, ¿Quieres un poco de vino?

—Prefiero coca-cola ¿Tienes? ¿O te parece muy inapropiado?

Con una sonrisa encantadora, abrió el frigorífico americano, sacó una bandeja de pechugas de pollo y una coca-cola.

—Toma tu bebida. Si quieres hielo está en aquel arcón, y los vasos en el mueble de la derecha, arriba.

Marta cogió el refresco y mientras cogía el vaso y se echaba hielo de donde él le había indicado, observó que sacaba una tabla y comenzaba a partir las pechugas en trocitos.

Cogiendo un taburete se sentó para observarle. Se le veía tan guapo y concentrado que daba pena molestar. Pero él no se lo permitió. En tono de broma continuó hablando con ella mientras partía el pollo, lo sazonaba con sal y lo espolvoreaba de hierbas. Después tomó una sartén y tras echar nata y champiñones cortados lo movió hasta que aquello ligó y quedó como una bechamel. Entonces, puso en la sartén los trozos de pollo y cuando quedaron dorados los sacó, lo repartió en dos platos y agregó la salsa de nata y champiñones.

—Caray, ¡qué bien huele esto! —murmuró Marta sentada en la banqueta de la isla con el plato delante. Él se sentó a su lado.

—Espero que sepa mejor. Venga pruébalo. Es una invención mía. Espero que te guste.

Muerta de hambre, Marta atacó el plato. Él no le quitó el ojo de encima. Ella al masticar y sentir los sabores de la salsa y las hierbas soltó un profundo mmmmm... Eso le gustó.

—Madre mía, Philip qué rico, por Dios... ya me darás la receta.

—Cuando quieras —sonrió él.

Durante una media hora ambos, sentados en los taburetes de la cocina, cenaron entre risas y bromas. Parecía increíble que el hombre que ante ella reía y bromeaba como un chiquillo, fuera de aquel lugar se convirtiera en un hombre de aspecto implacable y serio.

Cuando terminaron, metieron los platos en el lavavajillas.

—¿Qué tienes de postre? —preguntó Marta.

—¡¿Postre?!... pero si las mujeres no tomáis postre para mantener la línea.

—Pues siento decirte que yo no soy ese tipo de mujer. Me encanta tomar algo dulce. ¿Tienes helado?

Con rapidez, Philip miró en el frigorífico. Pero no. No encontró helado. Su sirvienta era quien le llenaba la nevera. Solo había peras y plátanos. Ella, encantada, cogió un plátano y antes de que este cerrara la nevera le preguntó con gesto travieso:

—¿Eso que se ve allí arriba es nata en
spray
? Philip lo cogió y se lo dio.

—¿Para qué quieres la nata? —respondió él con una sonrisa picarona.

Marta consciente de sus pensamientos sonrió y cogió un plato. Abrió el plátano, lo cortó en trocitos y ante la mirada de diversión de este movió la nata y la echó sobre la fruta.

—¿Tienes chocolate líquido o algo así? —preguntó risueña.

Philip asintió. Recordaba tener aquello para cuando aparecía su hermana con los niños y hacían tortitas. Fue hasta el armario de la derecha y con una sonrisa cogió el bote de caramelo. Marta como una cría entusiasmada lo apretó y lo echó encima de la nata.

—Tú hiciste la cena. Yo he hecho el postre.

Philip estaba completamente hechizado por la magia que desprendía con aquellos simples actos.

—Postre elaborado. Me gusta. Aunque yo pensaba en otro postre —susurró.

Marta sonrió al escucharle. Cogió una cuchara, la llenó de plátano, nata y caramelo y se la ofreció. Él aceptó sin dudarlo.

—¿Qué tal? —preguntó ella antes de meterse una cucharada en la boca.

—Mmmmm... buenísimo. Me tienes que dar la receta.

—Ni lo pienses. Es secreto de familia —se mofó divertida al ver que él sacaba otra cucharita y cogía más del plato.

Una vez acabaron aquello se sentaron en el sillón y, sorprendiéndola, le enseñó la carátula de una película.

—¿Crees que es buen momento para verla? Me dijiste que era buena y la compré para verla contigo —sugirió.

Incrédula, leyó el título: El día de la boda. Aquella película que tanto le gustaba. Y lo mejor de todo, él se había acordado.

—¡Mi madre, Philip! Te va a encantar —dijo excitada tras darle un rápido beso que él saboreó gustoso.

Con una sensual sonrisa en la boca este puso el DVD y se sentó junto a ella. Diez minutos después ya estaban riendo juntos.

Cuando finalmente acabó la película ella le preguntó:

—¿Te ha gustado?

—Sí.

Deseosa por besarle se sentó a horcajadas sobre él en el sillón y le susurró mirándole a los ojos. —¿De verdad?

Excitado como un colegial asintió y enredando sus dedos entre sus cabellos, la atrajo hacia él y la besó con pasión, mientras notaba como todo él se endurecía.

—Reconozco que no es la típica película que yo vería, pero me ha parecido muy entretenida y divertida.

Feliz por escuchar aquello y por la maravillosa noche que estaban pasando juntos, Marta se desabrochó lentamente, botón a botón, la camisa que llevaba y se quedó ante él solo con un sujetador violeta. Se acercó con provocación y le mordisqueó la oreja.

—¿Y qué me dices de Dermot Mulroney y sus célebres frases? —le susurró ella.

Soltando un gruñido de satisfacción Philip la agarró y la apretó contra su crepitante y caliente sexo.

—Ese tal Mulroney no me interesa. Me interesas tú.

Con una turbadora sonrisa, Philip le desabrochó el sujetador y la atrajo hacia él mientras ella reía. Deseaban acariciarse, besarse y hacer el amor desde hacía días, y el momento había llegado.

De pronto el pitido del teléfono sonó. Philip no hizo ni caso y salto el contestador automático.

Hola, cielo soy Genoveva. Mi vuelo se ha cancelado y estaré aquí hasta mañana por la noche, ¿quieres que nos veamos? Prometo ser terriblemente mala. Muy... muy mala. Tan diabólica y posesiva como la última vez— risas—. Llámame. Te estaré esperando.

Con el pulso acelerado por la excitación del momento y la mala leche por haber oído aquel mensaje tan íntimo, Marta le miró. Philip al notarla encima de él más tiesa que una vara preguntó con voz melosa:

—¿Qué ocurre?

—Has recibido un mensaje, ¿no lo has oído? Echándose hacia atrás en el sillón, la miró. —Sí, lo he oído. Ha llamado Genoveva. ¿Cuál es el problema? —dijo.

Molesta, celosa y perturbada por el ridículo que estaba haciendo se levantó de encima de él y cogiendo la camisa con muy mal genio dijo mientras se la ponía:

—No hay ningún problema. Solo que se me han quitado las ganas de continuar con esta encantadora velada.

Philip, consciente de que aquella llamada había hecho cambiar el estado de ánimo de ella, sonrió. Aquello solo podía significar que a aquella cabezona le estaba pasando lo mismo que a él. Le importaba. Pero sin querer dar su brazo a torcer en aquel absurdo juego, se rascó la cabeza y le lanzó una picara mirada.

—¿Por qué te pones así? Genoveva es solo una buena amiga... como tú. —dijo sonriendo.

A Marta se le erizó la piel de todo el cuerpo. ¿Cómo podía ser tan ridícula y estar montando aquel numerito en plan celosona? Pero no podía evitarlo. Algo en ella, al escuchar la sinuosa voz de aquella mujer, había saltado y deseaba salir corriendo de allí. Si se quedaba, le ahogaría.

—Marta, ¿me has escuchado?

Levantando la mirada hacia él, asintió. Y, prefabricando una sonrisa de lo más artificial, se acercó a él. Le dio un rápido beso en los labios y dijo:

—Lo sé y me encanta que tengas amigas —cogió el sujetador del suelo y lo guardó en su bolso—. Creo que tener amigos especiales es maravilloso para ambos. Pero, de verdad, estoy muerta y necesito descansar. Llamaré un taxi. No te preocupes.

Divertido por lo buena actriz que ella podía llegar a ser se levantó del sillón, y tras peinar su impoluto pelo la miró y con gesto amable, aunque molesto, susurró:

—Yo te he traído. Yo te llevaré. Con mis amigas especiales, me porto como un caballero.

Una hora después Marta se acostaba en su cama. Horrorizada pensó cómo había podido reaccionar así. Aquel era su rana, su rollito sin más, ¿o no?

Capítulo 25

Al día siguiente por la mañana mientras se duchaba C/i estaba de lo más callada. Algo raro en ella, ya que era meterse bajo la ducha y comenzar a cantar. Eso no pasó desapercibido para su hija. Todavía estaba algo enfadada con ella por haberse marchado la noche anterior con aquel inglés. Pero no le gustaba ver a su madre así. Por ello, cuando Marta salió del baño, se la encontró sentada en la cama esperándola.

—Vamos a ver mamá, ¿qué te pasa?

—Nada, cielo, ¿por qué?

—Nos conocemos. No puedes engañarme. Sé que algo te ha pasado con el tío de Diana. Lo sé. No lo niegues.

«Oh, no... soy patética. Hasta mi hija se ha dado cuenta» pensó horrorizada.

—Vamos a ver, Vanesa —murmuró sentándose junto a ella—. No me ha pasado nada. Lo único es que a veces los mayores hacemos y decimos cosas que no sentimos y...

—Por Dios, mamá, ¿te gusta ese tipo? Pero si es un soso y estirado que...

—No me gusta que hables así de nadie. De él tampoco. No le conoces para...

Pero Vanesa no estaba dispuesta a callar y continuó.

—¿Por qué te marchaste con él? ¿Te gusta?

Al escuchar aquello a Marta le tembló el pulso. Como explicarle a su hija lo que sentía, si ni siquiera ella misma era capaz de aclararse.

—Es un amigo. Y si me marché a cenar con él fue por eso. Somos amigos.

—Eso espero. Porque ese encorsetado no me gusta nada para ti. Diana me dijo que su tío era un mandón que le prohibía hacer más cosas que su madre.

Aquello no gustó a Marta y clavando la mirada en su hija le espetó:

—Mira, Vanesa. Agradezco lo que me dices pero estoy segura que cuando Philip le ha prohibido algo a Diana, sus razones tendría, ¿no crees?

—¿Razones? Seguramente porque es un amargado de la vida. Según me ha dicho Diana, su ex novia está esperando un bebé suyo, pero el muy canalla lo niega.

—¡Vanesa! —gritó Marta—. Creo que Diana y tú estáis sacando conclusiones precipitadas. El bebé que espera esa mujer no es de Philip. Es normal que él no quiera hacerse cargo.

—¿Y cómo sabes tú que no es suyo?

—¿Y cómo sabes tú que es suyo? —preguntó Marta.

—Lo dice Diana.

—Ah... y como Diana lo dice, ¿va a misa? Venga ya, Vanesa. Parece mentira que tú creas ese tipo de cosas. Te he dicho mil veces que no juzgues a las personas sin conocerlas y mírate, ¡lo estás haciendo!

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