Las ranas también se enamoran (20 page)

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Authors: Megan Maxwell

Tags: #Romántico

BOOK: Las ranas también se enamoran
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—Madre mía... madre mía ¡Que no es mi tipo! Ay, Dios... si es que no tengo remedio. Si es que yo para
pilingui
no valgo.

Incrédula por lo que había dicho Patricia la miró y le preguntó:

—¿Me estás llamando
pilingui
?

—¿Cómo puedes pensar eso «so» idiota? —sonrió divertida—. Es solo una manera de hablar. Nunca he sido mujer de polvetes de una noche y bueno... me cuesta. Anda vamos a ver qué hace Vanesa. Necesito salir de aquí inmediatamente.

Una vez que comprobaron que Vanesa continuaba con la hija de Karen y sus amigos, Marta se volvió hacia su amiga que hablaba con unos tipos y dijo con determinación.

—Necesito encontrar otra rana inmediatamente para que me quite toda la tontería de carcamal que tengo. Además, no quiero que el trajeado me vea así. Por favor Patricia ayúdame.

—Pues vas a estar de suerte —rió esta tras pestañear—. Esos dos guaperas nos quieren invitar a una copa. A mí me atrae él más alto. El rubio. El más descolorido. Tiene
morbete
, ¿has visto qué pelo tiene? —Marta mirándola sonrió—. Y por cómo te mira el otro, yo diría que el del traje oscuro bebe los vientos por ti.

Sin ningún disimulo Marta miró al que Patricia le indicaba. Era alto, moreno, y tras ver que no estaba mal y que el tío le sonrió le susurró:

—Vale... para un apretón me sirve. Aunque te voy a decir una cosa. Qué no se piense que esta noche va a haber algo, porque no se lo voy a consentir. Hoy solo necesito una rana que me dé mimitos pero sin llegar al meollo de la cuestión. ¿Me has entendido?

Divertida por aquello Patricia sonrió y tras coger su bebida dijo mientras andaban hacia aquellos:

—Anda, Sor Marta. Vayamos a otro lado de la fiesta.

Philip la vio pasar. Llevaba buscándola gran parte de la noche pero entre el gentío no la localizaba. Moviéndose con rapidez intentó llegar hasta Marta, pero la gente le aprisionó y la perdió de vista. Dos segundos después la actitud de su sobrina Diana llamó su atención y se acercó hasta ellas y sus amigos. Más tarde buscaría a Marta. Con disimulo Philip siguió al grupito de adolescentes que salió al jardín.

—Venga... aquí nadie lo olerá —rió Diana.

Varios de los muchachos se encendieron unos cigarrillos de marihuana y tras dar unas caladas comenzaron a pasarlo de unos a otros.

—Pásalo que te vas a quemar las uñas. —Se guaseó uno de sus amigos al ver a Diana fumar con avidez de aquel cigarrito.

—No seas ansioso, David. Hay para todos. Ya me he asegurado yo —se mofó aquella pasándole el cigarro a Vanesa.

—Mmm... qué bien huele —sonrió ésta cogiéndolo.

Pero no le dio tiempo a fumar, la enorme figura de Philip apareció ante ellos y tras darle un manotazo a su sobrina y quitarle el cigarro de las manos a Vanesa, lo pisó y dijo mirando con dureza a uno de los chicos.

—David, si no quieres que vaya y le cuente a tu padre lo que hacías, apaga eso ahora mismo.

El muchacho le hizo caso al instante. Philip disgustado miró a su sobrina y a Vanesa.

—¿Se puede saber qué estáis haciendo? ¿Cómo se os ocurre fumar esto?

Vanesa suspiró con descaro y Diana con gesto impasible miró a su tío y gritó.

—¿Me espiabas tío?

—No. Pero creo que tú y yo ya hemos hablado de este tema. —Bah... déjame en paz.

Con rapidez, Philip agarró a su sobrina del brazo y dando un tirón de ella le espetó en la cara:

—Háblame con respeto, jovencita. El que tu madre sea demasiado buena contigo, no quiere decir que a mí me trates igual.

Sin soltarla, dijo mirando a todos los muchachos que le observaban horrorizados:

—Id a la fiesta. Y como os vuelva a pillar en otra, os vais a enterar.

Los muchachos se marcharon a toda prisa, quedando a solas Diana, Vanesa y él.

—¡Aguafiestas! ¿Por qué no te olvidas de mí? —gruñó la muchacha.

—Diana, no me calientes más o te juro que...

—¿Qué? ¿Me juras que qué? —gritó en tono despectivo.

—Mire oiga, yo creo que se está usted pasando —protestó Vanesa.

Philip volviéndose hacia aquella con gesto agrio le indicó: —Cállate si no quieres tener problemas tú también.

—Oh, ¡qué miedo! —se guaseó su sobrina haciendo reír a Vanesa.

Philip tras suspirar e intentar mantener su autocontrol miró a su sobrina. Diana era una niña problemática y por lo que estaba comprobando, Vanesa no se le diferenciaba mucho.

—Volved a la fiesta y procurad comportaros. Hay mucha gente influyente allí dentro y como dejéis en ridículo a mi padre, os las veréis conmigo ¿me habéis entendido?

Diana le miró con burla y respondió dejando a Vanesa sin palabras.

—Oh, por supuesto... para dejarte en ridículo ya estás tú, ¿no crees? ¿O acaso tengo que recordarte lo de Juliana?

Philip volvió a mirar a la niña y contuvo sus ganas de abofetearla. Odiaba como su ex manejaba aún a su sobrina, pero no podía hacer nada. Por lo que tras resoplar dijo:

—Mira Diana. No sé qué te ha contado Juliana, pero si...

Su sobrina no le dejó terminar y le cortó.

—Lo que sé es que está esperando un hijo tuyo y que tú reniegas de él. Parece mentira que le estés haciendo eso a tu propia sangre, precisamente tú. Don rectitud.

Intentando mantener la serenidad miro a la cría y respondió.

—Nada de eso es cierto, Diana. Debes creerme.

—Sí, claro... debo creerte a ti, igual que a mi maravilloso padre, ¿verdad? ¿Qué pretendes? ¿Que me convierta en una marioneta más en vuestras manos para que el día de mañana un imbécil como vosotros me maneje? Oh, no... eso sí que no. No lo vais a conseguir. Todos sois una pandilla de mentirosos.

—Escucha, Diana. Tú padre es tu padre, y yo, soy yo. El que él te mintiera no quiere decir que yo te tenga que mentir. Sabes que te adoro. Pero no apruebo tu actitud desde que tus padres se separaron. ¿Crees que tu madre se merece como te comportas?

—Eso es algo a lo que no te pienso contestar —rió la cría con malicia mirando a Vanesa.

Cansado de su sobrina y de las miraditas de aquellas, Philip se acercó a ella con gesto un imperturbable en la cara.

—Esto se ha acabado, Diana. Mi paciencia contigo ha llegado a su fin. ¿Quieres ser una desgraciada el resto de tu vida? Adelante. Pero no amargues la existencia del resto de la familia porque tú te creas una incomprendida. Y en referencia a tu amiga Juliana no es cierto que el bebé sea mío. Es una lianta. Ahora bien, cree lo que quieras. Al fin y al cabo es lo que vas a hacer.

—Por supuesto —respondió la muchacha con rebeldía.

—Ahora entrad en la fiesta y no olvidéis que os estaré vigilando. Tened cuidado con lo que hacéis porque no te pienso volver a pasar ninguna más, ¿entendido?

Sin responderle, Diana le miró y volviéndose se agarró al brazo de Vanesa y ambas se marcharon.

Marta y Patricia reían con Germán y John, los hombres que habían conocido, mientras tomaban unas copas. Desde un discreto rincón Philip las observaba desde hacía rato. No podía quitarle la vista de encima a Marta. Estaba de lo más sugerente con aquel vestido rojo. Ella parecía divertirse con el idiota de Germán. El hijo bobo de un amigo de su padre. Incluso le vio acercarse a ella demasiado y eso no le gustó.

En aquella zona de la casa la gente más joven bailaba. Allí Vanesa y Diana reían con su grupo de amigos y parecían pasarlo en grande. Pero aquel lugar horrorizaba a Philip. Nunca le había gustado bailar. ¡Era ridículo! Pero observar a Marta le gustaba y mucho, a pesar de que algo en él se encendía cada vez que Germán se le acercaba. Sabía que no debía pensar así. Ella le había dejado claro que eran amigos sin compromiso. Pero desde aquel fin de semana con ella, ya nada era igual. Las mujeres con las que salía en Londres le parecían sosas, aburridas y sin gracia.

Sonó «Vogue» de Madonna y Vanesa se acercó a su madre. Ambas comenzaron a bailar. Les encantaba Madonna y esa canción. Germán, incapaz de no seguir la marcha de la española quitándose la chaqueta se tiró a la pista a bailar. Philip, incrédulo por como aquel se movía, frunció el ceño. Su carácter inglés le impedía hacer las idioteces que aquel tipo hacía, aunque a Marta le parecía divertir. Sin querer aguantar un segundo más, con el enfado en sus ojos, se dio la vuelta y se marchó. Ya había visto suficiente.

Esa mujer nada tenía que ver con él, ni con su vida. No le convenía. Pero antes de llegar al salón donde estaban sus selectos amigos, se dio la vuelta y anduvo presuroso por el pasillo hasta llegar a donde ella estaba. Fue hasta la pista. La asió de la mano y tras dar un tirón de ella para sorpresa de esta y de Germán, se la llevó.

Acalorada e incrédula, Marta se dejó llevar e indicó a Germán con un movimiento de mano que enseguida regresaría. Una vez se alejaron lo suficiente de la pista y llegaron al estrecho pasillo, de un tirón Marta se soltó y preguntó:

—Pero bueno, ¿por qué has hecho eso?

Philip, sorprendido por lo que había hecho, casi no sabía qué responder. Nunca le había ocurrido algo así. Él no era persona de reacciones de ese tipo. Pero algo en su interior le hizo regresar a la zona de baile y sacarla de allí.

Marta al ver que no respondía, entre jadeos por el baile y la carrera, torció el cuello para mirarle, se puso las manos en las caderas y clavándole la mirada repitió:

—Te acabo de hacer una pregunta, ¿no me has oído?

Philip sí la había oído. Lo que no sabía era contestar. Solo podía mirarla. Por ello e incapaz de hacer otra cosa, puso su mano en la nuca de Marta y atrayéndola hacia él la besó en medio del pasillo, sin importarle nada ni nadie. Le metió la lengua en la boca y se la exploró deseoso de beber de ella hasta su último aliento. Aquello le pilló tan desprevenida a Marta que solo pudo responder a aquel beso ardoroso y dejarse llevar por la lujuria del momento. Aquel hombre le provocaba demasiadas sensaciones y era incapaz de negárselas. Durante unos instantes el resto del mundo no existió. Parecían estar solos mientras se exploraban sus bocas hasta que escucharon una voz conocida.

—Si no os quitáis de en medio, tortolitos, no puedo salir del baño.

Era Karen, la hermana de Philip quien, tras mirarles y sonreír, prosiguió su camino. Philip la soltó de inmediato. ¿Qué estaba haciendo? ¿Cómo podía estar besando a aquella muchacha allí, de aquella forma? Sin decir nada más se dio la vuelta y se alejó.

«Pero este tío es idiota o qué» pensó Marta con los labios aún ardiendo por el beso. Y, sin pensárselo, cerró los puños y caminó hasta la barra del bar donde él pidió un whisky.

—Dos. Ponga dos —dijo Marta mirándole.

Al notar su presencia Philip se giró para mirarla. Estaba bellísima con las mejillas encendidas y el cabello ensortijado acariciándole el rostro, y antes de que pudiera decir nada, ella preguntó con cara de pocos amigos:

—¿Por qué has hecho eso?

—Tú no bebes whisky, Marta. No te gusta —la advirtió. Pero ella no quería escucharle. Quería explicaciones y prosiguió.

—Creo que tú y yo hemos quedado en que solo somos amigos para ciertos momentos. ¿Me equivoco?

Al verla tan enfadada y sentirse mal por lo que había hecho respondió.

—No, Marta, no te equivocas. Pero Germán es un idiota. Le conozco y es de los que luego cuentan sus intimidades en la oficina.

Aún más enfadada por aquello casi gritó.

—¿Te he dicho yo algo por verte aparecer con esa
barbie
siliconada de Estocolmo?

Eso le divirtió. Le gustó. Pero sin cambiar su gesto serio preguntó:

—¿Te ha molestado verme con Elizabeta? —No —dio un trago al whisky. Marta arrugó la nariz. —Te pido disculpas. No volverá a suceder —le dijo, feliz porque ella hubiera reparado en la mujer. —¡Disculpas!

—Sí, Marta, disculpas —repitió él.

Boquiabierta por su desfachatez, resopló y retirándose el flequillo de la cara siseó, mientras veía acercarse a la rubia del vestido amarillo contoneando las caderas:

—¡Perfecto! Y ahora, ¿qué le digo yo a Germán? ¿Le pido disculpas de tu parte?

—¿Disculpas a Germán? —preguntó confundido.

—Sí...

—Te he dicho que es un imbécil. No merece la pena que sigas con él.

—Eh... ¡no te pases con mi acompañante!

—Tú has llamado a la mía
barbie
siliconada y yo no te he dicho nada. Y, disculpa, pero el mequetrefe que estaba contigo da pena...

Sorprendida por aquello, le miró e intentó defender lo indefendible. Germán verdaderamente era un numerito bailando.

—Por lo menos intenta ser divertido ¡no como otros SOSOS!

—¿Me estas llamando soso? —preguntó incrédulo.

Ella, dando un trago al whisky que le raspó la garganta, dijo:

—Sí. Eres soso. Tremendamente soso. El soso más soso que he conocido en toda mi salada vida.

Pasmado por aquello atacó. Sabía que no era la diversión personificada, pero, ¿soso?

—Y tú eres una intemperante.

Marta fue a responder. Pero mirándole con gesto extraño preguntó haciéndole casi sonreír.

—¿Se puede saber qué me has llamado, so idiota?

—Intemperante, o lo que es lo mismo, inmoral, juerguista. ¿Eres capaz de entender esas palabras?

—Oh, sí... claro que soy capaz de entenderlo señor importante y bien hablado. Y para que te quede claro, te diré en mi idioma que tú eres un insípido, insulso e inexpresivo boniato incoloro e insustancial que aburre a las ovejas con sus perfectos modales y gilipolleces, ¿me has entendido?

—Creo que no te aburrí cuando estuvimos en la cama — respondió sin querer sonreír. Le molestara o no, Marta era graciosa. Demasiado deliciosa.

—Bueno... bueno... bueno, ¡habló la rana inglesa!

—¡¿Rana inglesa?! —ya era la tercera vez que le escuchaba llamarle así—. ¿Se puede saber porque me llamas rana inglesa?

Pero ella no le contestó y continuó su retahíla.

—Que te quede claro, que no eres nada del otro mundo, ¡aburrido! —al notar la fiereza de sus ojos, murmuró confundida—. Sí que es cierto que me lo pasé contigo bien en la cama, pero vamos... igual que me lo paso con el Musaraña, Ángel, Pepe o incluso puede que con Germán —mintió como una bellaca. Nunca lo había pasado tan bien con un hombre. Ninguno la trataba con su delicadeza y pasión. Ninguno.

Molesto por aquello fue a responder, pero llegó hasta ellos Elizabeta, la mujer del vestido amarillo y, apoyándose en el brazo de él, susurró mimosa.

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