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Authors: Megan Maxwell

Tags: #Romántico

Las ranas también se enamoran (19 page)

BOOK: Las ranas también se enamoran
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—Treinta y dos. Y antes de que eches cuentas, te diré que tuve a mi hija con quince años, y aunque es una locura lo que te voy a decir, volvería a pasar por todo lo que pasé para que Vanesa hoy por hoy estuviera aquí. Quizá lo entiendas, quizá no, pero Vanesa es lo mejor que tengo en la vida.

—Por supuesto que te entiendo —sonrió Karen—. Pero pareces tan joven y tu hija es tan mayor que choca pensar que tú puedas ser la madre de esa niña.

—Y tú, ¿tienes más hijos?

—No. Con dos ya tengo más que de sobra —respondió Karen con una sonrisa.

—Debo presuponer que estás casada, ¿verdad?

—Para ser exacta te diré que me estoy divorciando. Tras quince años de matrimonio y dos hijos en común, Alfred, mi ex, sigue como siempre. Corriendo tras las jovencitas. Como imaginarás, y ante semejante situación, los niños y yo le sobramos.

—¡Será capullo! —exclamó Marta al escucharla. Al ver el gesto de Karen al decir aquello, Marta se disculpó enseguida.

—¡Ay Dios! Lo siento. Soy una bocazas. De verdad, discúlpame.

Karen de pronto con una sonrisa que le recordó a la de su hermano, tras clavar sus impresionantes ojos azules en ella murmuró:

—Alfred es un capullo integral. No te disculpes. Siempre lo he sabido. Lo que pasa es que he sido una tonta enamorada de él. Me ha manejado como ha querido hasta que de pronto yo espabilé. Eso a él no le gustó.

—Si no es mucha indiscreción, ¿a qué te refieres?

—Comencé a jugar al mismo juego que él. Y claro, cuando se enteró el señorito, no le gustó. Por cierto, ¿cuánto tiempo os quedaréis en Londres? —preguntó Karen con una picara sonrisa.

—Una semana. Lola quiere tenernos cerca y nosotros estamos encantados de estar aquí.

—¡Genial! De momento, mañana sábado por la noche os llevo de fiesta. Conozco unos locales en Londres maravillosos.

—¡Bien! Será divertido —sonrió Marta.

—¿Y tú? —preguntó Karen—. ¿Estás casada o tienes pareja?

—No.

—¿Divorciada? ¿Separada?

—No.

—¿No me digas que eres viuda? —susurró Karen con seriedad.

—Soy como el título de una antigua película de la actriz Lina Morgan ¡Soltera y madre en la vida! —respondió, haciendo reír a Karen—. El padre de mi hija y yo nunca nos casamos. Cuando supo de la existencia de mi embarazo huyó de mí como de la peste.

—¡Hombres! —susurró Karen.

—Tú lo has dicho... ¡hombres!

En ese momento sonó el teléfono de Karen. Lo descolgó con rapidez y Marta se encogió al escucharla:

—Hola, Phil, ¿dónde estás? —una vez le escuchó propuso—. Oye, ¿por qué no has acudido a la comida de papá y Lola?

Tras unos segundos de silencio esta sonrió y dijo:

—Vale... vale... lo entiendo, señor rompecorazones —tras una risita respondió—. ¿Yo? Pues estoy cerca de Harrod's con Marta. Una de las invitadas de Lola. ¿La recuerdas? Sí... sí... la que trabaja con Lola ¿Por qué no te acercas y la saludas? Podrías tomarte algo con nosotras antes de la cena de papá.

«Ay Dios... que me va a dar un patatús. Que no venga... bueno sí. No, no. Que no.» pensó Marta al escucharla.

—De acuerdo, Phil. Esta noche te veré en casa de papá. Sé puntual. Un beso.

Una vez colgó el teléfono Karen dio un trago a su zumo de naranja, mientras Marta creía morir mientras esperaba a que hablara.

—Era mi hermano Phil —Marta asintió con una sonrisa. Pero al ver que callaba y no decía nada más preguntó:

—¿Va a venir a tomar algo con nosotras?

—No. Por lo visto ayer llegó Elizabeta, una amiga suya de Estocolmo, y está muy ocupado con ella —ambas sonrieron por el significado de aquello—. Con seguridad la traerá a la cena. Ya verás lo mona que es. Es una mujer impresionante. Más que la Banderburguer y ya es decir. La verdad es que mi hermanito siempre está rodeado de mujeres monumentales. Es un imán para ellas. En cuanto saben que es conde y rico, todas se vuelven locas por estar con él.

«Menos mal que no es mi tipo ¿o sí? No... no ¡ni de
coña
! El trajeado no me va nada de nada» pensó Marta, mientras intentaba no sentirse molesta por saber que él sabía que ella estaba allí y no había hecho nada por ir a verla. ¡Maldita rana!

«Muy bien. Esto me pasa por idiota. Como siempre marco unas pautas y luego no las cumplo. Pero ¿por qué soy así? ¿Por qué él cumple nuestro trato y yo no?» pensó mientras veía a Adrian y Patricia salir de la tienda con una enorme bolsa en la mano.

Una vez aclaró su voz, dijo para disimular su enfado:

—Vaya, se lo ha comprado. Mírale qué contento viene.

Media hora después los cuatro reían mientras visitaban más tiendas. Aunque para Marta las risas ya no eran tan divertidas.

Aquella noche la preciosa casa londinense de Antonio Martínez y Lola se llenó de gente. En el exterior, la prensa fotografiaba a todos los que entraban. Vanesa, junto con Diana, la hija de Karen, lo pasaba en grande con sus amigos. Nico era demasiado pequeño y se lo habían llevado a dormir. Marta, preciosa con su elegante vestido de gasa en color rojo, bebía de su copa mientras miraba a su hija y sonreía. Le encantaba verla feliz. Pero incapaz de mantener la vista quieta, miraba a su alrededor en busca del hombre que deseaba ver, Philip.

—Te conozco. Estás mirando a ver si llega tu rana, ¿verdad? —le susurró Patricia cerca del oído.

—Pues no. Miro a ese tipo de allí. Creo que es terriblemente atractivo —señaló Marta a un hombre joven de unos treinta y pocos años, vestido con un bonito traje oscuro.

—¡Y un pimiento! —ladró Patricia—. A mí no me engañas. Esa arruguita que hay encima de tu nariz me dice que estás preocupada por algo. Lo sé. Y sé que esa preocupación es la rana trajeada.

—Oh, Dios, Patri ¡no le llames así! Es un conde —se quejó al escucharla.

—Lo ves. Hasta te molesta que le llame así —protestó su amiga—. Maldita sea, Marta ¡lo tuyo no tiene nombre! ¿Cuándo te vas a dar cuenta que tú debes ser la dueña de tu vida y dejar de pensar que los príncipes azules existen? Además, tú lo has dicho, ¡es un conde! ¿Crees que un tipo como él se va a fijar en una chica de barrio como tú?

Aburrida fue a contestar pero Adrian llegó hasta ellas acompañado por otro hombre.

—Nenas, os presento a Timoti. Es fotógrafo del
National Geographic
y amigo de Antonio. El futuro marido de nuestra Lola —dijo muy animado.

Eso las hizo sonreír. El gesto de Adrian denotaba que aquel fotógrafo le gustaba. Tras hablar un rato con aquel, que milagrosamente chapurreaba español, se marchó a saludar a un conocido, momento en el que los tres amigos se acercaron a cotillear.

—Vaya, cómo está tu Timoteo —se guaseó Marta.

—¿Pero habéis visto que sonrisa tiene?... Ay la caló... sus dientes son como auténticas perlas y sus brazos ¿habéis visto que brazos de Sansón? —gritó emocionado.

—Sí, la verdad es que es una auténtica monada. Lo reconozco. El único fallo para mí es que sea
calvo
y gay —señaló Patricia.

Al escuchar aquello Adrian la miró.

—Perdona, bonita, pero el fallo lo tienes tú en el potorro. Además, no decías que te habías enamorado del antidisturbios
calvo
—Patricia suspiró—. A ver si te crees que mi
calvo
es menos que el tuyo. Hasta ahí podíamos llegar, reina —le dijo, clavándole el dedo índice en el pecho.

—Ay, por Dios. No me recuerdes al poli macizo
calvo
que soy capaz de tener un orgasmo aquí en medio.

—¡Patricia! —regañó, muerta de risa Marta.

—Os juro que no sé qué me pasa últimamente. Pero desde que le vi solo puedo pensar en él y en su manera tan ardiente de llamarme culona.

Marta y Adrian se miraron incrédulos. Era un caso.

—Lo tuyo es de juzgado de guardia, Patri —susurró Adrian—. Si tanto te pone búscale y date una alegría al cuerpo. No creo que un
machoman
como ese vaya a decir que no, aunque seas culona.

—Adrian ¡no le des ideas! —rió Marta.

—Tranquilos, muchachos. Ese
calvo
va a ser mío en cuanto llegue a Madrid. Eso os lo aseguro.

—Virgencita... la que le espera al hombre —rió Adrian—. Por cierto, nenas. Si Timoti me invita a pasar la noche con él, voy a aceptar.

—Ya sabes, cielo. Póntelo, pónselo —susurró Marta.

—Llevo una caja sin estrenar ¿con doce tendré bastante? —sonrió Adrian.

Patricia se apresuró a contestar arrancándoles una sonora carcajada.

—En la habitación tengo yo otra. Luego te la doy por si acaso te faltan. Porque no sé por qué me da a mí que me van a sobrar todos. No veo mucho buenorro por aquí.

—Bueno... bueno, nenas no tiréis la toalla. Aquí hay material y de primera —se mofó Adrian mirando a su alrededor.

—En cuanto regresemos a Madrid, recuérdame que te lleve al oculista —dijo Marta divertida.

—Mmmm... el Timoteo me pone —susurró Adrian bebiendo de su copa—. ¿Habéis visto qué espaldas tiene? Por Dios, desnudo debe ser como Arnold Schwarzenegger. ¡Qué morbo!

Ambas rieron y miraron al fotógrafo que verdaderamente estaba cuadrado. Y bien. Muy... muy bien.

—¿Estás seguro de que es gay? —preguntó Marta divertida.


Uis
nena. Qué cosas preguntas con el radar tan estupendo que yo tengo —volvieron a reír—. Solo hay que ver como mira al tipo que está frente a él y, sobre todo como mueve la copa de vino en su mano. Mmmmm... malito me estoy poniendo y no precisamente de gripe.

Marta y Patricia volvieron a clavar su mirada en aquel y no vieron nada que les hiciera suponer que fuera gay. Pero si algo tenían claro era que Adrian nunca se equivocaba.

—Pues ea... ¡a por la noche fliplante! —le animó Patricia.

Adrian volviéndose hacia ella y tras darle un manotazo en el trasero murmuró.

—No, cariño. No soy tan facilón. Primero tiene que volver aquí. Segundo conseguir que yo le vuelva a mirar y tercero... Uy... ¡Me acaba de mirar! —casi gritó bebiendo de su copa mientras retiraba la mirada.

Con disimulo aquellas volvieron a mirar y efectivamente, el Schwarzenegger había cambiado de posición y les miraba. Pero no a ellas, sino a Adrian.

—Felicidades —se mofó Marta—. Tu radar funciona divinamente. Ya me dirás dónde lo has comprado, porque el mío está averiado, o fuera de cobertura.

Eso les hizo reír, hasta que de pronto Patricia le dio un codazo y preguntó:

—Ese que está allí, ¿no es tu rana inglesa?

—¡¿Rana?! —exclamó Adrian haciéndoles reír—. Pero si ese rubiales es lo más parecido a un príncipe aunque sea conde. ¡Qué
tiarrón
! Esos ojos azules que tiene son de los que te deben traspasar en ciertos momentos.

Marta, con la sonrisa aún en la boca por las miraditas que Adrian y el fotógrafo se echaban, miró hacia donde su amiga le indicaba y se quedó con la boca abierta al verle hablando con un grupo de gente. Con morbo y deleite paseó sus ojos por aquel. Uf... cómo le ponía aquel hombre.

Como siempre, estaba tieso e impecablemente vestido.

Aunque aquella vez llevaba un traje gris claro que le hacía resaltar su pelo rubio y sus ojos celestes. Desde su posición Marta comprobó que no la había visto. Por ello se dedicó durante un buen rato a observarle, hasta que vio que una mujer no mayor que ella, vestida con un vestido amarillo de lo más sugerente, se acercó hasta él y tras decirle algo al oído, él sonrió y la siguió.

«Esa debe de ser la de Estocolmo... la tal Elizabeta» pensó molesta por la intimidad que vio entre aquellos. Con un resoplido casi inaudible se volvió y Patricia murmuró:

—Recuerda... es tu rana. Debes pensar en él como tal.

—Por supuesto —aclaró nada convencida mientras volvía de nuevo la vista hacia ellos y veía que se sentaban en unos sillones de cuero beige para charlar.

Incapaz de dejar de mirar, vio como este curvaba sus labios para hablar con aquella, que continuamente se echaba hacia delante para acercarse a él.

«Maldita guarra... se le está insinuando» pensó Marta.


Uisss
nena siento decirte que se te están poniendo los pelos como escarpias —rió Adrian.

Pero Marta no le escuchó. La sonrisa de minutos antes había desaparecido de sus labios.

—¿No le saludas? —preguntó este dándole un empujón.

—No, ¿por qué voy a saludarle? —respondió al ver que aquel le decía a la del vestido amarillo algo al oído y ambos reían.

Patricia consciente de que Marta lo estaba pasando mal, metió baza.

—Yo creo que deberías saludarle.

—No.

—¿Por qué? —preguntó deseosa de que le dijera la verdad.

—Pues porque no y punto.

—¡Alerta! —gritó Adrian—. Mi rana Schwarzenegger viene hacia la barra. A ver nenas... decidme si me mira de abajo arriba cuando llegue a la barra. Si me mira... es que sigue interesado por mí, si no, es que ya ha ojeado algo más interesante.

Marta y Patricia dejaron de mirar por unos instantes hacia donde estaba Philip y prestaron atención a la espalda de Adrian. El calvete musculoso llegó hasta donde estaban ellas y tras mirar a Adrian de abajo arriba mientras charlaba animadamente con ellas, se puso tras él para pedir una bebida. Expectante, Adrian levantó las cejas para preguntar y ellas asintieron. Entonces se volvió hacia la barra, y tras mirar al
calvo
y sonreír, comenzaron a charlar. Dos minutos después este se alejó con aquel hacia un lateral donde continuaron su conversación.

—¡Qué fuerte! Eso es tenerlo claro y lo demás son tonterías —asintió Patricia al ver a su amigo tan divertido charlando con el fotógrafo.

—¡Mierda! Ya no están —exclamó Marta al mirar hacia los sillones y no ver allí al conde con la de Estocolmo.

—Vamos a ver... vamos a ver, que yo ya me estoy perdiendo —murmuró Patricia mirando a su amiga—. ¿No habíamos quedado que el trajeado era una rana más en la charca?

Marta no respondió. Solo podía mirar a su alrededor en su busca. Patricia tuvo que darle un tirón del brazo para atraer su atención.

—Marta, ¿me has escuchado?

—Sí... sí te he escuchado. Por supuesto que es una rana más.

—Perdona, bonita, pero por tu actitud lo comienzo a dudar. Hacer lo que estás haciendo me da qué pensar.

Al darse cuenta de aquello Marta se paró y volviéndose hacia su amiga resopló.

—Tienes razón. Por favor ¡dame dos guantas con la mano abierta! ¿Qué estoy haciendo?

—El idiota. No me cabe la menor duda.

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