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Authors: Matthew Reilly

Tags: #Intriga, #Aventuras, #Ciencia Ficción

Las seis piedras sagradas (42 page)

BOOK: Las seis piedras sagradas
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El hechicero le gritó a Cassidy, y ella de inmediato agachó la cabeza.

Así que eso era lo que le había sucedido a la doctora Diane Cassidy, experta en los neethas: había encontrado a la tribu perdida y ellos a su vez la habían esclavizado.

El hechicero habló brevemente con la mujer.

Lily escuchó sus palabras.

—La llama «la octava esposa del gran jefe». No confía en mí. Quiere que ella traduzca.

El hechicero se volvió para mirar furioso al Mago y le habló con un tono áspero y rápido.

Diane Cassidy tradujo lenta y suavemente en inglés.

—El gran hechicero Yanis desea saber si has venido aquí para robar el pilar de los neethas.

—Oh, no —respondió el Mago—. En absoluto. Hemos venido para suplicar el uso de vuestro pilar, para tomarlo en préstamo en nuestra misión de salvar al mundo del Sol Oscuro, aquel que vuestro hechicero llama Nepthys.

La doctora Cassidy tradujo.

El hechicero casi dio un respingo al oír la respuesta, sorprendido. Casi babeaba de furia cuando habló. La doctora Cassidy tradujo de nuevo:

—Yanis dice que Nepthys gobierna como le place, tal es su divino derecho. ¿Quién eres tú para negarle a Nepthys su voluntad?

—Soy uno de los pocos que desean salvar nuestro mundo —contestó el Mago.

El hechicero volvió a gritar.

—Yanis dice que si Nepthys desea destrozar este mundo entonces es lo que Nepthys hará, es nuestro privilegio estar vivos cuando descargue su divino poder. Yanis no volverá a hablar contigo.

Dicho esto, el hechicero giró sobre sus talones y se marchó furioso llevándose consigo todas sus pertenencias, incluidas la Piedra de Fuego, la Piedra Filosofal y el primer pilar.

Lily y los demás se quedaron sentados en las desnudas plataformas de piedra durante el resto del día: a la espera, indefensos, asustados.

El hechicero se había retirado a un gran edificio con aspecto de fortaleza en el norte de las plataformas que daban al lago central.

Provisto con docenas de colmillos de elefante que apuntaban hacia afuera, el templo fortaleza estaba vigilado por cuatro sacerdotes pintados de blanco y armados con lanzas. Unos pocos también llevaban armas a la cintura.

—Monjes guerreros —explicó el Mago—. Los mejores guerreros neethas entran a formar parte de la clase sagrada. Reciben un entrenamiento especial en combate y el arte del sigilo. Hieronymus dijo una vez que para el momento en que descubrías que un monje neetha te perseguía, ya te había degollado.

Durante el atardecer, la gente del pueblo se había reunido para mirar a los misteriosos prisioneros, los observaban con curiosidad como si fueran animales en un zoológico.

Los niños miraban a Alby con especial interés.

—¿Qué dicen? —preguntó el chico, intranquilo.

—Se extrañan por tus gafas —respondió Lily.

Las mujeres señalaban a Zoe al tiempo que cuchicheaban entre sí.

—Como llevas pantalones y el pelo corto, no saben si eres una mujer o un hombre —añadió Lily.

Pero entonces se acercaron los hombres, las mujeres y los niños se dispersaron y la atmósfera alrededor de las plataformas cambió.

Los hombres eran sin duda personas de importancia en la tribu, y se reunieron delante de las plataformas de Lily y Zoe.

Las señalaban y gesticulaban como si fuesen tratantes de caballos. Era obvio que el tipo más grande entre ellos era el líder, y el resto, su comitiva.

—¿Qué dicen? —quiso saber el Mago, preocupado.

Lily frunció el entrecejo.

—Hablan de Zoe y de mí. El grande dice que no quiere a Zoe, dado que lo más probable es que ya haya sido tocada, pero no sé qué quiere decir con eso.

Sin previo aviso, el gigante neetha le gritó a Lily y habló de prisa.

La niña se sobresaltó y negó con la cabeza al tiempo que decía:

—Ew, no. Niha.

Los hombres neethas empezaron a murmurar entre sí de inmediato.

—Lily —dijo el Mago—. ¿Qué te ha preguntado?

—Quería saber si tengo marido. Le he dicho que no, por supuesto que no.

—Ay, madre —susurró el Mago—. Debería haberlo sabido…

Se vio interrumpido por la sonora risa del gigante, que emprendió el camino de regreso hacia la casa más grande de la aldea, seguido por su comitiva.

—¿De qué iba todo eso? —le preguntó Lily a Zoe.

—No creo que quieras saberlo —respondió ella.

Más tarde, pasada la medianoche, cuando todos los aldeanos estaban durmiendo, Lily se despertó y vio a una procesión de monjes guerreros guiados por el hechicero que cruzaban el lago por los puentes levadizos y, con las antorchas en alto, se dirigían a un gran laberinto circular al otro lado.

Uno de ellos, observó la niña, cargaba con reverencia la Piedra de Fuego, con los brazos extendidos. Otro llevaba la Piedra Filosofal con idéntica veneración. Detrás, un tercer monje guerrero transportaba el tercer pilar.

Lily advirtió que Zoe estaba despierta, ya que era su turno de guardia. Despertaron con un chistido al Mago y al resto de la segunda plataforma.

Todos observaron cómo el hechicero se separaba del grupo principal para ir hacia la sagrada isla triangular en el centro del lago por un puente de piedra que se alzaba por debajo de la ondulante superficie. Allí estaban, orgullosos en su pedestal, la Piedra Vidente de Delfos y el segundo pilar.

Con gran reverencia, el hechicero levantó la Piedra Vidente y se la dio a uno de los monjes, que corrió a reunirse con la procesión.

El hechicero permaneció en la isla, y los dos monjes que cargaban con la Piedra Filosofal y la Piedra de Fuego se reunieron con él.

Lily y los demás observaron entonces con asombro cómo, con gran solemnidad, el hechicero disponía el pilar de su pueblo —el segundo pilar— dentro de la Piedra Filosofal.

Cuando colocaron encima la Piedra de Fuego, el conocido destello blanco salió del interior de la Piedra Filosofal, y cuando el hechicero sacó el pilar de los neethas, ya no era nebuloso. Su cuerpo rectangular era del todo transparente.

Purificado.

El hechicero parecía un hombre que hubiera visto a su dios.

Acabada la ceremonia, dejó el segundo pilar en su pedestal. En cuanto a la Piedra de Fuego y la Piedra Filosofal, las devolvió a los monjes quienes, mientras él se quedaba en la isla sagrada, se las llevaron consigo —junto con el primer pilar— al interior del laberinto.

Unos veinte minutos más tarde, los monjes guerreros con la Piedra de Fuego, la Piedra Filosofal y el primer pilar aparecieron en la angosta escalera que salía del centro del laberinto.

—¿Saben cómo pasar a través?… —preguntó Lily, confundida.

—Los laberintos como éste eran habituales en el mundo antiguo —respondió el Mago—. El laberinto de Egipto, el palacio de Cnosos. Pero dichos laberintos no están diseñados para ser impenetrables. Cada uno tiene una solución secreta y, mientras sepas la solución, puedes pasar por el laberinto que sea con gran rapidez.

—Es frecuente —añadió Zoe— que sólo la realeza o los sumos sacerdotes sepan la solución. Es una astuta manera de mantener tus tesoros bien ocultos de los plebeyos.

Los monjes subieron por la gran escalera y después desaparecieron en el interior de un portal trapezoidal en su cumbre para entrar en algo así como un santuario interior donde las dos piedras —la Piedra de Fuego y la Piedra Filosofal— y el primer pilar estarían bien guardados.

A esto siguió un cántico. Los fuegos de las antorchas bailaron.

Entonces, unos pocos minutos más tarde, una chispa de fuego apareció en el cielo a través de un agujero muy bien cortado en la fronda que cubría la garganta; correspondía a un punto en la vertical del santuario interior. Sin duda uno de los monjes había subido por una galería interior y salido a la misma cumbre del volcán a doscientos veinte metros de altura.

De pronto —¡zas!—, la luz de fuego fue reemplazada por un resplandor púrpura del todo sobrenatural.

—Es el orbe —susurró el Mago—. Deben de haber llevado también la Piedra de Fuego a la cumbre. Han colocado el orbe encima de la Piedra de Fuego para que descargara su poder especial.

—¿Cuál es? —preguntó Solomon.

—La capacidad para ver el Sol Oscuro —respondió Alby con un tono solemne—. Miren.

Señaló al hechicero, que todavía se encontraba en la isla triangular, sólo que ahora el anciano encorvado estaba agachado sobre el inclinómetro y miraba a través de un ocular, un ocular que apuntaba… al resplandor púrpura de la Piedra Vidente de Delfos en la cumbre del volcán.

—Es un telescopio —añadió Alby—. Un telescopio sin tubo como el que Hooke construyó en el siglo XVI. Un telescopio no necesariamente requiere un tubo, sólo dos lentes, una al final y otra al principio, colocadas en la longitud focal correcta. Sólo que este telescopio sin tubo es enorme, del tamaño de aquel volcán.

—Un telescopio diseñado con un único propósito —señaló el Mago—: ver el Sol Oscuro.

Como si hubiera sido una señal, el hechicero aulló de deleite, el ojo descansando en el ocular.

—Nepthys!
—gritó—.
Nepthys! Nepthys!

Luego entonó algo en su idioma.

Lily lo escuchó y acto seguido hizo la traducción.

—Gran Nepthys. Tus leales siervos están preparados para tu llegada. Ven, báñanos con tu luz mortal. Rescátanos de nuestra existencia terrenal.

—Esto pinta mal… —señaló Zoe.

—¿Por qué?

—Porque este hechicero no tiene ninguna intención de salvar al mundo del Sol Oscuro. Quiere que venga. Quiere que descargue su campo punto cero sobre la Tierra. Por encima de todo lo demás, este hombre quiere morir a manos de su dios.

Lily se quedó dormida de nuevo, pero unos momentos antes del amanecer ocurrió otra cosa.

Habían pasado muchas horas desde que el hechicero y sus monjes hubieron concluido las actividades nocturnas devolviendo los objetos sagrados de su pueblo a los lugares habituales: la Piedra Vidente de Delfos y el —ahora purificado— segundo pilar fueron devueltos al pedestal de la isla triangular, junto con el antiguo inclinómetro. Después de eso, los monjes se habían retirado a su templo fortaleza y todo en la aldea permaneció en silencio, una silenciosa quietud que prevaleció hasta que Lily fue despertada por una serie de pequeños objetos que golpeaban su cuerpo.

—¿Eh? —exclamó mientras miraba con ojos somnolientos…

… para ver a un joven neetha que le tiraba guijarros.

Se sentó.

Debía de tener unos veinte años y era bajo y, si se le quitaba la excrecencia en la sien izquierda, se le podría haber considerado como un joven bien parecido.

—¿Hola? —dijo él, titubeante.

—¿Hablas nuestro idioma? —preguntó Lily, atónita.

—Un poco —asintió el joven—. Soy estudiante de la octava esposa del jefe —explicó con voz pausada, articulando cada palabra con cuidado—. Digamos que ella y yo estamos oprimidos en la tribu, así que hablamos mucho. Tengo muchas preguntas para ti. Muchas.

—¿Qué quieres saber?

—¿Cómo es tu mundo?

Lily ladeó la cabeza mirando al joven neetha con más atención, y se conmovió. Vestido con los feroces atavíos de aquella antigua tribu guerrera estaba el más universal de los individuos: un joven amable y curioso.

—¿Cómo te llamas?

—Me llamo Ono, séptimo hijo del gran jefe Rano.

—Mi nombre es Lily. Hablas mi idioma muy bien.

Ono sonrió con orgullo.

—Soy un estudiante atento. Me gusta aprender.

—Yo también —dijo Lily—. Soy muy buena con los idiomas. El tuyo es muy antiguo, ¿lo sabías?

—Sí, lo sé.

Ono resultó ser un joven muy curioso que tenía muchas preguntas sobre el mundo exterior.

Por ejemplo, lo intrigaba el hecho de volar. En su infancia había ayudado a desarmar un hidroavión en el bosque tallado. Después de que se hubieron llevado a los infortunados tripulantes del avión para después matarlos y comérselos, había estudiado el aparato durante horas. Pero por mucho que lo había intentado había sido incapaz de descubrir cómo un objeto tan pesado podía volar como un pájaro.

También tenía una radio —la radio de Zoe, tomada de sus pertenencias—, y le preguntó a Lily cómo hacía el aparato para que dos personas pudieran hablar a través de grandes distancias.

Lily hizo todo lo posible por responder a sus preguntas y, cuanto más hablaba con él, más descubría que Ono no sólo era curioso, sino también dulce y bondadoso.

—¿Puedes hablarme de tu tribu? —le preguntó.

El joven exhaló un suspiro.

—Los neethas tienen una larga historia. El poder de la tribu descansa en un equilibrio entre la familia real y los monjes de la piedra sagrada. Mi padre es jefe porque su familia ha sido poderosa durante muchos años. Un jefe fuerte respetado por los neethas. Pero yo creo que mi padre es un bruto. Mis hermanos también son brutos. Grandes de cuerpo pero pequeños de mente. No obstante, aquí, los fuertes consiguen todo cuanto quieren: mujeres sanas, la mejor comida…, así que los fuertes continúan gobernando. Castigan a los débiles y les roban: los animales, las frutas, las hijas. Pero los monjes guerreros también tienen poder porque vigilan el laberinto. En su fortaleza, desde muy jóvenes estudian y aprenden hechizos, así como las artes del combate, por lo que, cuando llegan a mayores, salen como asesinos.

Lily observó el oscuro templo. Con los colmillos, los puentes levadizos y las almenas, tenía un aspecto formidable.

—¿La fortaleza es el único camino para llegar al laberinto y a la isla sagrada?

—Sí —asintió Ono—. A lo largo de los siglos, la familia gobernante y la clase sacerdotal encontraron que era… beneficioso… respetar el poder del otro. La familia real ordena al pueblo que honre a los monjes, mientras que los monjes bendicen los matrimonios reales y apoyan al clan gobernante castigando a cualquier persona que ataque a la realeza.

—¿Cuál es el castigo por atacar a alguien de la realeza? —preguntó Lily.

—Te sentencian al laberinto —dijo Ono con la mirada puesta en la enorme estructura circular a través del lago—. Allí acechan los animales. Algunas veces, el acusado es perseguido por los sacerdotes; en ocasiones, por perros; en otras, al condenado se lo deja que ronde por el laberinto hasta que muera de hambre o se quite la vida llevado por la desesperación. Ningún hombre ha escapado nunca del laberinto.

Ono miró con tristeza a lo lejos.

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