Las seis piedras sagradas (19 page)

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Authors: Matthew Reilly

Tags: #Intriga, #Aventuras, #Ciencia Ficción

BOOK: Las seis piedras sagradas
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—¿Cómo están conectados?

—Muy sencillo. Se deben recorrer al mismo tiempo. Dos personas, una en cada túnel, que se mueven alternativamente a través de sus respectivas trampas, y cada una desactiva la trampa de la otra.

—Debes de estar bromeando… —West había superado muchos sistemas de trampas a lo largo de los años, pero nunca se había encontrado con algo como eso.

—Es el último ejercicio de confianza —explicó el Mago—. Cuando yo estoy en el túnel superior, pongo en marcha una trampa. Dicha trampa no la anulo yo, sino tú, en el túnel inferior. Mi vida está en tus manos. Luego ocurre lo opuesto: tú pones en marcha una trampa y yo debo salvarte. Es por eso por lo que nuestros amigos chinos están pasando por tantas dificultades. Desconocen la ruta inferior, así que utilizan hormigón y la fuerza bruta. Fieles a la típica manera china —señaló las bolsas con los cadáveres—, soportan las pérdidas y su avance es muy ineficaz. Acabarán por pasar, pero les costará muchas vidas y mucho tiempo.

West se mordió el labio inferior mientras pensaba.

—De acuerdo. Elástico, tú te vas con Cimitarra y buscas la entrada inferior. Yo entraré por aquí con Astro y el Mago. Tank, tú te quedas aquí con Osito Pooh. Manten el contacto por radio con Buitre en el helicóptero: sospecho que necesitaremos una evacuación rápida. Muy bien, todos preparados. Vamos a entrar.

El Portal Cilindrico (Inferior)

Minutos después, la voz de Elástico sonó en el auricular de West:

—Hemos encontrado la segunda entrada. A unos veinte metros por debajo de ti, un portal estrecho, abierto en la pared del pozo. Idéntico al tuyo pero intacto. No hay hormigón en la parte superior.

—Entra —ordenó West.

En el pozo, Elástico y Cimitarra colgaban de sus cuerdas individuales delante de un angosto y hundido portal cilíndrico cortado en la pared del pozo vertical. El pozo se prolongaba por debajo de ellos hasta una negra profundidad desconocida. Guiado por la luz de su casco, Elástico se soltó de la cuerda y entró en el portal…

…y para su espanto vio como el portal giraba de pronto a su alrededor sobre su eje, sus paredes curvas girando noventa grados de tal forma que la abertura de entrada quedaba sellada, y se encontró a sí mismo encerrado en el nicho del tamaño de un ataúd, cerrado por todos los lados, sin ningún lugar adonde ir.

La claustrofobia lo dominó. La rápida respiración resonó en sus oídos. El resplandor de la linterna estaba demasiado cerca contra las ajustadas paredes.

Entonces algo gorgoteó en el vacío por encima de su cabeza y a Elástico se le heló la sangre en las venas.

—Eh, Jack…

En el portal del Camino del Maestro, Jack observó las tres palancas de hierro colocadas en la pared, una encima de la otra, junto al símbolo chino correspondiente a «vivienda»: ninguna de las palancas mostraba ninguna señal o talla; eran vulgares.

—Eh, Jack… —oyó que decía la voz de Elástico—. Sea lo que sea lo que vayas a hacer ahí arriba, hazlo pronto…

—Tira de la palanca inferior —dijo el Mago—. Ahora.

West así lo hizo…

…y, al mismo tiempo, en la ruta de Elástico una lápida de piedra se deslizó por el techo y el cilindro giró otros noventa grados y, de pronto, Elástico vio una nueva cámara al otro lado, una habitación de piedra con forma de cubo.

De inmediato se apresuró a salir del mortífero portal cilindrico.

—He pasado —dijo—. Gracias, tíos. Cimitarra, tu turno.

En el túnel superior, West se volvió hacia el Mago.

—¿Cómo lo has sabido?

—Una famosa cita de Lao-Tsé: «A la hora de pensar, hazlo de una manera sencilla. En el conflicto, sé justo y generoso. En la vivienda, mantente cerca del suelo.» Dado que nuestra clave era «vivienda», escogí la palanca que estaba más cerca del suelo.

—Bonito.

Después de hacer que Cimitarra entrara de la misma manera, West, el Mago y Astro pasaron sin más por su portal abierto, la trampa desactivada por el hormigón de las tropas de Mao.

El túnel de los pinchos

Ahora, los dos grupos estaban en idénticos cuartos con forma de cubo.

Cuatro guerreros de terracota de tamaño real —todos ellos trabajados con magníficos detalles— estaban en las esquinas de cada habitación. En la de West les habían tapado la boca con hormigón, mientras que los de Elástico las tenían bien abiertas, y sólo dejaban a la vista la oscuridad interior.

—No te acerques a las estatuas —le advirtió el Mago.

Al otro extremo de cada habitación había un túnel bajo a nivel del suelo. Apenas de sesenta centímetros de lado y con forma de tubo, era la única salida de la habitación de piedra.

West miró en el interior del suyo: se prolongaba por unos cien metros, quizá más. A todo lo largo había numerosos agujeros del tamaño de pelotas de tenis abiertos en el suelo, todos los cuales habían sido tapados con hormigón.

—Agujeros de pinchos —dijo el Mago—. ¿Elástico?

—Aquí abajo tenemos un túnel a nivel del suelo que parece muy largo y que sólo podremos recorrer si nos arrastramos sobre el estómago. Hay montones de agujeros en el suelo.

—Cuidado con ellos. Tienen pinchos de hierro —le avisó West.

El Mago encontró una inscripción sobre su túnel, esta vez acompañada por una única palanca que podía ser empujada hacia arriba o hacia abajo. La inscripción decía:

—Genio —dijo el Mago—. Es el símbolo chino para «genio».

A cada extremo de la palanca había dos imágenes: arriba, la talla de un hermoso árbol; debajo, la figura de una semilla vulgar.

—Ah… —añadió el Mago con un gesto de asentimiento—. Ver las cosas en la semilla, ése es el genio. Otra máxima de Lao-Tsé. Baja la palanca, Jack.

West obedeció.

—De acuerdo, Elástico, tendrías que estar seguro —comunicó el Mago por la radio.

—¿Tendrías que estar seguro? —Cimitarra frunció el entrecejo mientras miraba a Elástico—. Toda esta situación me preocupa bastante.

—Es un ejercicio de confianza. Sólo es preocupante si no confías en tus amigos.

Cimitarra miró a Elástico durante un largo momento.

—Mis fuentes me dicen que fue el Viejo Maestro quien puso un enorme precio a tu cabeza.

Elástico se quedó inmóvil al oír el nombre. El Viejo Maestro era el apodo de una leyenda del Mossad, el general Mordechai Muniz, un antiguo jefe del Mossad que, según el rumor, incluso desde el retiro era todavía la figura más influyente de la organización: el titiritero que manejaba los hilos de aquellos que estaban al mando.

—Dieciséis millones de dólares —murmuró Cimitarra—. Un buen precio, uno de los más altos. El Viejo Maestro quiere hacer un ejemplo de ti.

—Escogí la lealtad a tu hermano por encima de la lealtad al Mossad —replicó Elástico.

—Quizá es por eso por lo que vosotros sois tan buenos amigos. Mi hermano piensa demasiado a menudo con el corazón y no con la cabeza. Esa manera de pensar es estúpida y débil. Mira dónde te ha llevado.

Elástico pensó en Osito Pooh en la cámara de entrada.

—Daría mi vida por tu hermano porque creo en él. Pero tú no. Eso hace que me pregunte, hijo mayor del jeque, ¿en qué crees tú?

Cimitarra no respondió.

Elástico sacudió la cabeza, se agachó y entró en el túnel arrastrándose sobre el vientre. Era un trayecto sumamente claustrofóbico. Sus hombros rozaban inevitablemente contra las paredes húmedas.

Entonces llegó al primer agujero en el suelo y contuvo el aliento, a la espera de…

…pero nada salió del mismo.

Cimitarra lo seguía de cerca y ambos avanzaron por el túnel hasta que al final salieron a otra habitación y se encontraron en el borde de un largo vestíbulo inclinado. En la pared detrás de ellos, por encima de la salida del túnel, había una palanca como la que West había bajado, con el símbolo chino correspondiente a «conocimiento» a un lado.

Por encima de esa palanca estaba el dibujo de una oreja; debajo, el de un ojo.

Elástico se lo comunicó al Mago y a West.

—La respuesta correcta es la oreja —respondió el Mago—. Dado que estáis en el Camino del Estudiante, tus adivinanzas son de Confucio, el alumno de mayor talento y confianza de Lao-Tsé. Confucio dijo: «Escucho y sé, veo y recuerdo.» Por tanto, conocimiento es escuchar. Nosotros, una vez más, gracias al hormigón de Mao, no necesitaremos vuestra ayuda en este paso.

La Gran Sala de los Guerreros

Les llevó algún tiempo, pero pronto el equipo de West pasó por el túnel de los pinchos. Ahora, como Elástico y Cimitarra, se encontraban en lo alto de un magnífico pasillo inclinado.

Era de verdad hermoso, con altos techos curvos de por lo menos seis metros de altura y flanqueado por gigantescas estatuas de guerreros, cada una de dos metros diez de estatura y que sujetaban algo que parecía ser un arma de alguna clase.

El pasillo tenía más de cien metros de largo y se inclinaba con una pendiente muy pronunciada sin ningún escalón donde hacer pie para finalmente hundirse en las profundidades de la tierra. El suelo estaba mojado y resbaladizo. Las lámparas dejadas por los hombres de Mao colgaban en las paredes como débiles luces de una pista de aterrizaje.

Entonces, a lo lejos, West oyó algo procedente del fondo del largo túnel.

Voces.

Acompañadas por el movimiento de luces. Eran el coronel Mao y sus hombres, retenidos en una trampa al final del túnel.

Los habían alcanzado.

Astro se acercó por detrás de West y juntos miraron en la oscuridad en dirección a las voces.

Sin decir palabra, Astro le mostró una granada que llevaba una raya amarilla.

West se volvió y miró la granada.

—¿Me interesa saber lo que hay en ésta?

—CS-II. Una variedad de gas lacrimógeno y nervioso, con una cubierta de humo —respondió Astro—. Es un poco más fuerte que el gas CS habitual empleado cuando hay rehenes. Diseñado para situaciones como ésta, en las que necesitas pasar junto a una fuerza enemiga que controla una entrada pero no necesariamente quieres matarlos. Aunque si quieres hacer eso…

—Las lágrimas y la inconsciencia ya me valen, teniente —dijo West—. No quiero matar a nadie si no es necesario. Max, el equipo de oxígeno.

En ese momento, West cogió su casco de bombero y le añadió la máscara y el equipo de oxígeno. Los otros hicieron lo mismo.

Instantes después, tres de las granadas con rayas amarillas de Astro resbalaron por el pasillo y alcanzaron a las fuerzas de Mao reunidas en la base, en el borde de un abrupto pozo.

¡Flash! ¡Bum!

El gas y el denso humo envolvieron a la docena o más de soldados chinos, que de inmediato comenzaron a toser y a ahogarse al tiempo que sus ojos lloraban sin control.

A través de ese entorno de humo y gas, tres figuras se movieron como fantasmas.

Con las máscaras de oxígeno y a paso rápido, West, Astro y el Mago avanzaron entre los chinos a medida que caían al suelo y quedaban inconscientes, aunque Jack aprovechó para darle al coronel Mao un tremendo golpe con la culata de su pistola cuando pasó por su lado y le rompió la nariz al comandante chino.

Luego llegó al punto donde el suelo del pasillo desaparecía en la nada.

—Madre de Dios… —susurró.

Mao y sus hombres habían instalado un generador diesel y algunas luces iluminaban el lugar, y ahora, entre la bruma del gas, el enorme espacio que se abría ante Jack tenía un aspecto místico, casi sobrenatural.

Un gran abismo se abría ante él, quizá de unos treinta metros de ancho y de una profundidad desconocida. En el lado más lejano había una pared de piedra pulida. Estaba literalmente cubierta de agujeros, centenares de ellos colocados en una cuadrícula, cada uno del tamaño de una mano.

En el centro exacto de la pared había un pequeño túnel cuadrado que llevaba al interior de la montaña.

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