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Authors: Matthew Reilly

Tags: #Intriga, #Aventuras, #Ciencia Ficción

Las seis piedras sagradas (18 page)

BOOK: Las seis piedras sagradas
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—Cazador, nos aproximamos al sistema de la garganta Wu —anunció Astro—. Hora estimada de llegada, dentro de nueve minutos, y estamos a punto de aparecer en sus radares como una enorme luz de Navidad. Espero que hayas acertado en esto.

—Vamos —dijo Jack, y se levantó—. Es mejor que nos preparemos. El objetivo está vigilado y nosotros somos los primeros en la lista de los más buscados, así que vamos a entrar de prisa y con todo. Mantente cerca de mí. Es hora de que acabemos lo que comenzaste; es hora de conseguir la Piedra Filosofal.

EL SISTEMA DE TRAMPAS DE LAO-TSÉ,

DEBAJO DE LA MONTAÑA DEL MAGO

PROVINCIA DE SICHUAN, CHINA CENTRAL

5 de diciembre de 2007

El coronel Mao Gongli maldijo sonoramente.

En los cuatro días pasados desde la captura de Max Epper y su envío a Xintan para ser interrogado, sus tropas habían hecho pocos progresos a través del sistema de túneles subterráneos que protegía la legendaria Piedra de Lao-Tsé.

Sobre todo, su avance se había visto retrasado por las numerosas trampas instaladas para acabar con los intrusos.

Mao se maldijo a sí mismo. No debería haber cometido ese error.

Durante más de tres mil años, las tumbas chinas habían sido famosas por sus ingeniosos mecanismos de protección: por ejemplo, el complejo de la tumba del emperador Qin en Xi'an —donde estaban los famosos guerreros de terracota— se había equipado con ballestas automáticas y «pozos asesinos», desde los cuales una vez había caído aceite y brea líquida sobre los arqueólogos desprevenidos.

Pero las trampas que protegían este sistema eran de un orden superior, mucho más allá de lo que Mao había visto, tan astutas como crueles.

Ya había perdido a nueve hombres, todos de la manera más horrible.

Los primeros tres habían muerto cuando no habían pasado siquiera el primer umbral del sistema de trampas: la puerta cilindrica montada en la pared. La puerta había girado de pronto y encerrado a cada hombre al otro lado… antes de dejar caer un líquido amarillo hediondo y ardiente desde un agujero abierto en el techo sobre el hombre atrapado, un líquido que ahora Mao sabía que era una forma primitiva de ácido sulfúrico.

Así que sus hombres habían abierto aquella puerta con explosivo plástico y entrado en una cámara interior cuya única salida era algo parecido a una tubería en el otro lado.

Allí, el segundo hombre en morir estaba tumbado boca abajo y se arrastraba por el tubo cuando había sido ensartado a través del corazón por un pincho de hierro que había salido de un agujero en el suelo, al parecer inofensivo, y había penetrado lenta y dolorosamente en el cuerpo del soldado para aparecer luego a través de la espalda.

Otros dos hombres habían sufrido un destino similar —de otros tantos agujeros— antes de que el lugarteniente de Mao tuviera la idea de verter hormigón en los agujeros asesinos.

Así que mandaron a buscar hormigón —tuvieron que transportarlo desde la presa de las Tres Gargantas, a ciento sesenta kilómetros de distancia— y después de una espera de dos días consiguieron pasar el túnel.

Pero perdieron más hombres en la siguiente cámara, un largo y magnífico vestíbulo con el suelo en pendiente que estaba flanqueado por silenciosas estatuas de terracota a ambos lados.

Aquí, uno de los soldados de Mao había muerto cuando un guerrero de terracota con la boca abierta como si bostezara había vomitado de pronto mercurio líquido en el rostro del hombre. La víctima había gritado de una forma horrible mientras el mercurio golpeaba sus ojos. El espeso líquido tapó todos los poros de su rostro y envenenó lentamente su sangre. Murió en una terrible agonía, horas después.

Mandaron a buscar más hormigón, lo vertieron en las bocas de cada uno de los guerreros de terracota como si los amordazaran y los hombres de Mao siguieron adelante.

Sólo para que otro soldado muriera casi en el acto cuando un segundo guerrero de terracota disparó una saeta por la órbita del ojo.

Mientras un tercer soldado vertía hormigón en la siguiente estatua, alcanzó a evitar el mecanismo de defensa letal: una primitiva bomba de fragmentación, puesta en marcha por una pequeña cantidad de pólvora oculta dentro del ojo de la estatua. Una descarga de balines había salido de la cuenca y errado por los pelos al soldado chino, pero lo obligó a echarse hacia atrás…

…para resbalar en el piso mojado del pasillo en pendiente y seguir resbalando sin control hasta desaparecer de la vista de sus compañeros. Éstos no tardaron en descubrir que había caído en un profundo y oscuro abismo al final del pasillo, un abismo de profundidad desconocida.

Y ahora no habían conseguido superar tal abismo.

Era por eso por lo que, a primeras horas de la mañana, habían llamado a Xintan para pedir que llevaran allí al Mago y a Tank para ver si podían resolver los secretos del sistema de trampas de Lao-Tsé.

La aldea sumergida

Los cuatro centinelas chinos que montaban guardia en la superficie del sistema de trampas levantaron la vista al cielo al oír un helicóptero que se acercaba, y su vigilancia disminuyó cuando vieron que se trataba de uno de los suyos: un helicóptero Hind con la insignia del Ejército de Liberación Popular.

El gran helicóptero se posó en una pista flotante instalada entre las chozas de piedra anegadas y lanzó desechos y nubes de espuma por las callejuelas de la antigua aldea.

Los centinelas caminaron hacia el helicóptero, los fusiles colgados del hombro, mientras se abría la puerta lateral del helicóptero y de pronto todos se encontraron mirando las bocas de los cañones de los fusiles de asalto Tipo-56 y las ametralladoras MP-7.

Vestidos con los uniformes de la tripulación del helicóptero, Jack West Jr. y su equipo habían llegado.

La cámara de entrada

Había otros dos soldados rasos de guardia en la cámara de entrada; la misma que el Mago había contemplado con asombro antes de ser capturado por Mao, antes de que Mao hubiera asesinado a su amable ayudante, Chow.

De pronto, una granada plateada de aspecto extraño cayó por el pozo de descenso a la cámara de entrada.

La granada rebotó en el suelo del recinto, a un lado del gran agujero del centro, y el sonido metálico hizo que los dos centinelas se volvieran.

Estalló.

Un destello como el de una explosión solar llenó la antigua habitación y ambos centinelas cayeron de rodillas, con las manos en los ojos, al tiempo que soltaban alaridos, cegados, las retinas casi quemadas. La ceguera no sería permanente, pero duraría como mínimo dos días.

Luego Jack apareció por el pozo de entrada, saltó al interior y sus botas golpearon con fuerza contra el suelo de piedra, el arma preparada. Apretó el botón de su radio:

—Los guardias han caído. La cámara está despejada. Bajad.

Fue sólo entonces cuando advirtió las bolsas para cadáveres.

Había nueve de ellas: contenían a los soldados que los chinos habían perdido dentro del sistema de trampas.

En cuanto los demás bajaron —Elástico se ocupó de maniatar y amordazar a los dos guardias caídos, y el Mago intentaba contener las náuseas que le provocaba el hedor de los cadáveres—, Jack observó la pared principal de la cámara de entrada. Contempló la magnífica talla con gemas incrustadas del Misterio de los Círculos, de tres metros de ancho, deslumbrante.

Debajo había un estrecho portal de poca profundidad con las paredes curvas. Encima del portal aparecía en pequeño la Piedra Filosofal que había visto antes, con el
Sa-Benbén
flotando sobre ella:

El portal cilindrico tenía el tamaño aproximado de un ataúd, y a un lado había tres palancas y el símbolo chino correspondiente a «vivienda»

El techo de este pequeño espacio estaba burdamente tapado con hormigón; al parecer para taponar un tubo del que caía un horrible líquido.

—No es muy elegante —comentó West—. Pero efectivo. El Mago sacudió la cabeza.

—Este sistema fue diseñado por el gran arquitecto chino Sun Mai, un contemporáneo de Confucio y, como él, una vez alumno de Lao-Tsé. Sun Mai era un artesano brillante, un hombre de raro ingenio. También era un constructor de castillos, fortificaciones y edificios por el estilo, así que era el hombre ideal para esta tarea. ¿Cómo se enfrenta Mao a él? Con hormigón. Hormigón… Oh, cómo ha cambiado China a lo largo de los siglos.

—El sistema de trampas —dijo West con un tono grave al tiempo que miraba la oscuridad más allá del portal abierto—. ¿Alguna información? ¿El orden de las mismas?

—No puedes descubrir las trampas de este sistema de antemano —respondió el Mago—. Posee múltiples umbrales, a través de los cuales se pasa respondiendo a una adivinanza planteada en cada lugar.

—Adivinanzas en cada lugar. Mi juego preferido…

—Pero se trata de acertijos o adivinanzas relacionadas con los trabajos de Lao-Tsé.

—Vaya, mejor me lo pones.

El Mago observó el portal cubierto con hormigón y la cámara que estaba más allá y luego hizo un gesto hacia las bolsas con los cadáveres.

—Al parecer, nuestros rivales chinos se han encontrado con algunas dificultades considerables. Si me hubieran formulado las preguntas correctas durante el interrogatorio, quizá me habría mostrado más dispuesto a colaborar.

—Entonces, ¿cuál es el truco? —preguntó West.

El Mago sonrió.

—¿Cuál es la contribución más conocida de Lao-Tsé a la filosofía?

—El Yin-Yang.

—Sí. El concepto de dualidad. La idea es que hay un par de todo. Pares elementales. Bien y mal, luz y oscuridad, y todo eso. Pero hay algo más: cada par está vinculado. En el bien hay algo de mal, y en el mal, algo de bien.

—Y eso significa… —comenzó West.

El Mago no respondió. Dejó que lo resolviera por sí mismo.

—… si hay dos de cada cosa, entonces hay dos entradas a este sistema —acabó Jack.

El Mago asintió.

—¿Qué más?

West frunció el entrecejo.

—¿La segunda entrada está conectada con ésta?

—Muy bien, amigo mío.

El Mago se acercó al gran agujero circular del pozo en el suelo, el que correspondía al pozo de entrada en el techo, y miró en su interior.

—Hay una segunda entrada al sistema de trampas. Allí abajo. El sistema de túneles que comienza en esta cámara lleva por nombre el Camino del Maestro. El segundo sistema de túneles situado debajo de nosotros se llama el Camino del Estudiante.

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