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Authors: Matthew Reilly

Tags: #Intriga, #Aventuras, #Ciencia Ficción

Las seis piedras sagradas (20 page)

BOOK: Las seis piedras sagradas
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De pie junto al abismo, Jack lanzó de una patada una de las armas chinas por el borde. Cayó en la oscuridad. Un silencio mientras caía. Un largo silencio.

Luego, finalmente, un distante ¡bum!

—Caray… —murmuró West.

—¡Jack! —llamó una voz en su auricular y desde algún lugar cercano—. ¡Aquí abajo!

West miró hacia abajo y vio a Elástico y a Cimitarra, que asomaban las cabezas desde un borde idéntico veinte metros por debajo.

Los únicos caminos que conectaban los túneles a esa magnífica pared eran un par de estrechas cornisas, una para cada pasillo: la más alta de West corría por la corta pared izquierda; la más baja de Elástico iba por el lado derecho.

A lo largo de cada angosta cornisa había más agujeros del tamaño de una mano; Jack adivinó que eran agarraderos, pero letales. Cada agujero tenía encima un pequeño símbolo chino tallado.

—Esta es la clásica trampa de las tumbas chinas —señaló el Mago—. La manera fácil de descubrir a un ladrón de tumbas en la antigua China era ver a un tipo al que le faltaba una mano. Ésos son agujeros cortamanos. Algunos tienen agarraderos dentro, para ayudarse a subir. Todos los demás tienen cuchillas accionadas por resortes. Si sabes cuáles son los seguros, pasas. Si no es así, pierdes una mano y con toda probabilidad caerás hacia la muerte.

—¿Cuál es la clave? —preguntó West.

—Está aquí. —El Mago se acercó a un panel en la pared, donde se veía:

—El mayor tesoro —tradujo el Mago—. ¿Cuál es, según Lao-Tsé, el mayor tesoro? —preguntó en voz alta—. Ah… Recordó el antiguo axioma del viejo filósofo:

La salud es la mayor posesión,

el contento el mayor tesoro,

la confianza la mayor amiga,

el no ser la mayor alegría.

—Es el contento —le dijo a Jack.

Uno de los agujeros en la cornisa izquierda llevaba encima el símbolo de «contento»:

También el tercero, el quinto y los restantes.

—¡Vamos! —lo animó el Mago—. ¡Vamos, vamos!

Sin perder tiempo, y confiando en su amigo, Jack metió la mano en el primer agujero…

…y encontró un agarradero.

Inició el cruce caminando por la cornisa, por encima de la insondable negrura del abismo subterráneo.

—Nosotros también tenemos una inscripción —comunicó Elástico—. «El camino más noble a la sabiduría.»

El Mago, que seguía de cerca a Jack, respondió:

—Esa es muy fácil. Busca el símbolo chino para «reflexión». Es un dicho de Confucio: «Hay tres caminos a la sabiduría: el primero, por la reflexión, que es el más noble; el segundo, por imitación, que es más fácil; y el tercero, por la experiencia, que es el más amargo.»

Después de que el Mago se lo dijo, Elástico respondió:

—Lo tengo. Está encima de cada segundo o tercer agujero.

—Usa sólo esos agujeros, Elástico —le advirtió Jack—. Si utilizas cualquiera de los otros, perderás una mano. Te veo al otro lado.

Al final, Jack llegó a la gran pared agujereada y de nuevo vio que cada agujero tenía un símbolo tallado encima.

Ofrecía una visión desconcertante, y para el no iniciado habría parecido del todo incomprensible.

Pero, siguiendo los agujeros que llevaban el símbolo de «contento», encontró un sendero que acababa en el agujero cuadrado en el centro de la pared pulida.

Trepó por la resbaladiza pared, por encima del profundo abismo negro, y trazó un sendero sinuoso desde la izquierda. Elástico y Cimitarra seguían un sendero similar desde su cornisa en la parte inferior derecha.

Mientras tanto, Mao y sus hombres yacían en el suelo del pasillo, y algunos de ellos gemían débilmente al borde la inconsciencia.

West, el Mago y Astro llegaron al agujero cuadrado, y muy poco después Elástico y Cimitarra se reunieron con ellos.

—Al parecer, a partir de aquí vamos todos juntos —manifestó Jack.

Encendió un bastón de luz y lo arrojó por el agujero oscuro, donde quedó a la vista otro larguísimo túnel, esta vez cuadrado, lo bastante grande para arrastrarse y que se perdía en la distancia.

—¿Qué elección tenemos? —preguntó en general. Así que se internó en el túnel cuadrado y, con la ayuda de la linterna del casco y otro bastón de luz, desapareció en el pasaje.

La Caverna de la Torre

Después de arrastrarse a lo largo de más de doscientos metros, Jack salió a una cámara oscura, donde se levantó sin problemas. Se quitó la máscara.

Sin embargo, por alguna razón, la luz de la linterna no conseguía horadar la oscuridad a su alrededor. Podía ver algo que parecía un lago delante, pero ninguna pared. Sólo la oscuridad, la infinita oscuridad. Debía de ser un espacio muy grande.

Encendió un bastón de luz, pero vio muy poco más.

Así que disparó una bengala…

…y contempló el lugar en el que se encontraba.

—Caray… —susurró.

Jack West había estado en algunas grandes cavernas, incluida una en las montañas del suroeste de Iraq que una vez habían albergado los famosos Jardines Colgantes de Babilonia.

Pero incluso aquella caverna parecía pequeña en comparación con ésta. Necesitó otras siete bengalas para iluminarla en su totalidad. La caverna que veía West era inmensa, de una inmensidad del todo increíble, casi circular, y al menos de quinientos metros de diámetro.

Era también una obra maestra de la ingeniería: se trataba de una caverna natural pero que había sido moldeada con el trabajo de los hombres —decenas de miles de hombres, calculó Jack— para resultar todavía más impresionante de lo que la naturaleza ya la había hecho.

Ocho imponentes pilares de piedra sostenían el techo de la cueva. Una vez habían sido estalactitas de piedra caliza que, a lo largo de miles de años, habían acabado por encontrarse con las estalagmitas del suelo para formar unas gruesas columnas que sostenían el techo. Pero en algún momento de la historia, un ejército de trabajadores chinos las habían moldeado para convertirlas en hermosas columnas decoradas donde no faltaba detalle; incluso tenían falsos balcones con balaustradas.

Sin embargo, era la columna del centro de la caverna la que dominaba la escena. Más gruesa que las demás y construida enteramente por el hombre, parecía una gloriosa torre, una enorme torre fortificada de veinte pisos de altura que ascendía hasta fundirse con la bóveda de la caverna.

Sin duda era la columna más ornamentada de todas: mostraba numerosos balcones, puertas fortificadas, saeteras y, en su base, cuatro escaleras que llevaban a cuatro portales.

Alrededor de la torre y de cada una de las otras columnas había un ancho y absolutamente inmóvil lago de un líquido oscuro parecido al petróleo que desde luego no era agua.

Refulgía con un resplandor opaco a la luz de las bengalas de Jack. Desde su posición hasta la torre central había una larga serie de piedras de dos metros de altura; algo parecido a un puente pero que sin duda tenía sus propias y desagradables sorpresas.

—Mercurio —comentó Astro, que se levantó la máscara para oler por un momento los vapores del lago—. Se sabe por el olor. Muy tóxico. Tapa los poros, te envenena a través de la piel. No caigas dentro.

Tras reunirse con West y los demás, el Mago recitó:

 

En la habitación más alta de la más alta torre,

en la parte más baja de la cueva más baja,

allí me encontrarás.

—De Confucio —añadió—. El tercer libro de las máximas eternas. Nunca lo comprendí del todo hasta ahora.

Cerca de su posición, una arcada de hierro roja y negra cruzaba el espacio hasta la primera piedra. Grabado en el metal había un mensaje en la antigua escritura china:

 

Un viaje de mil quinientos kilómetros

comienza con un único paso.

Así que éste es el desafío final: comienza,

y termina, con un único paso.

El Mago asintió.

—Apropiado. «Cada viaje comienza con un único paso» es una cita atribuida a Lao-Tsé y Confucio. Los historiadores no saben cuál de ellos la formuló. Así que, donde los dos caminos se unen para convertirse en uno solo hay una única cita.

—Entonces, ¿cuál es la trampa? —preguntó Cimitarra.

West miró las piedras, la torre, la gran caverna, y de pronto todo quedó claro.

—Es una trampa de tiempo y velocidad —dijo en voz baja.

—Oh, tienes razón —convino el Mago.

Astro frunció el entrecejo.

—¿Que es qué? ¿Qué es una trampa de tiempo y velocidad?

—Una trampa muy grande —respondió el Mago.

—Por lo general, comienza con un único paso —añadió West—. Tu primer paso pone en marcha la trampa. Luego tienes que entrar y salir antes que la trampa complete su secuencia. Necesitas precisión y seguridad para cruzarla. Imagino que, tan pronto como uno de nosotros pise la primera piedra, se pondrá en marcha la secuencia. —Se volvió hacia el Mago—. ¿Max?

El Mago pensó por un momento.

—En la habitación más alta de la más alta torre, en la parte más baja de la caverna más baja. Imagino que está allí, en la habitación más alta de aquella torre. Creo que a partir de aquí necesitaremos de tu habilidad y rapidez, Jack.

—Lo suponía —dijo West en tono irónico.

Se quitó las pesadas prendas hasta quedarse sólo con la camiseta, los pantalones, las botas y la parte inferior de la máscara para dejar los ojos libres. Su brazo izquierdo de metal resplandeció en la luz mortecina. Se calzó el casco de bombero y cogió una cuerda de escalada. También conservó su cinto con las dos pistoleras.

—¿Irás solo? —preguntó Cimitarra, sorprendido y tal vez un tanto receloso.

—Para esta prueba, lo más importante es la velocidad —explicó el Mago—, y en lugares como éste no hay hombre en el mundo más rápido que Jack. A partir de aquí debe ir solo. Es el único que puede hacerlo.

—Sí, así es —dijo Jack—. Elástico, si ves que estoy en dificultades, se agradecería un respaldo.

—Ya lo tienes, Cazador.

Jack se volvió para mirar la larga fila de piedras que se extendían hacia la colosal torre. Respiró profundamente. Luego corrió hacia la primera piedra.

La carrera

Tan pronto como su pie pisó la primera piedra, diversos mecanismos comenzaron a moverse por toda la inmensa caverna.

Primero, una hilera de estalactitas en el techo de la misma —cada una del tamaño de un hombre— comenzaron a caer de sus lugares como una lluvia sobre las piedras, a unos centímetros por detrás de la figura de Jack West, que corría.

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