Lazos de amor (5 page)

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Authors: Brian Weiss

BOOK: Lazos de amor
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Su tristeza no sólo se debía a la muerte de su hermano. En las sesiones posteriores averigüé que Pedro había perdido a seres queridos en muchas otras vidas pasadas y que era especialmente sensible a la pérdida de un ser amado. La repentina muerte de su hermano despertó en los recovecos más remotos de su inconsciente el recuerdo de otras pérdidas todavía más dolorosas y más trágicas que se habían producido milenios atrás.

Según algunas teorías psiquiátricas, cada vez que experimentamos una pérdida, se avivan sentimientos reprimidos u olvidados y recuerdos de muertes pasadas. Nuestra aflicción es mayor debido al dolor acumulado de pérdidas anteriores.

En mis investigaciones sobre vidas pasadas fui descubriendo que hay que ampliar el escenario de estas pérdidas. No basta con regresar a nuestra infancia. Debemos incluir las pérdidas sufridas en tiempos más remotos, en vidas anteriores. Algunas de nuestras pérdidas más trágicas y de nuestras mayores desgracias se produjeron con anterioridad a nuestro nacimiento.

Antes de seguir adelante tenía que reunir más datos sobre la historia de Pedro. Era necesario que conociera los hechos más importantes de su vida para encarar las futuras sesiones.

—Háblame de ti —le pedí—, de tu infancia, tu familia y todo lo que creas importante. Cuéntame todo lo que creas que debo saber de ti.

Pedro suspiró profundamente y se arrellanó en el mullido sillón. Se aflojó el nudo de la corbata y se desabrochó el botón del cuello de la camisa. A juzgar por su lenguaje corporal, aquello no le iba a resultar fácil.

Provenía de una familia adinerada y políticamente influyente. Su padre era el propietario de una gran empresa y de varias fábricas. Vivían en una fastuosa casa de una zona residencial en las colinas de las afueras de la ciudad.

Pedro se había educado en los mejores colegios privados. Estudió inglés desde pequeño, y después de vivir en Miami varios años, lo hablaba a la perfección. Era el menor de tres hermanos. Se mostraba muy protector con su hermana a pesar de que ella le llevaba cuatro años. Su hermano era dos años mayor que él y estaban muy unidos.

Su padre trabajaba mucho y normalmente no llegaba a casa hasta entrada la noche. Su madre, las niñeras y las criadas se ocupaban de la casa y del cuidado de los niños.

Pedro estudió empresariales en la universidad. Tuvo varias novias, pero no formalizó relaciones con ninguna de ellas. .

—Creo que a mi madre nunca le gustaron demasiado las chicas que salían conmigo —me contó—. Siempre veía en ellas un defecto u otro y no cesaba de recordármelo.

En aquel momento Pedro empezó a mirar a su alrededor con un aire de incomodidad.

—¿Qué te ocurre? —le pregunté.

Tragó saliva varias veces antes de empezar a hablar.

—Durante el último año en la universidad tuve relaciones con una mujer mayor... —me dijo despacio—. Era mayor que yo... y estaba casada.

Pedro se calló.

—Está bien —respondí al cabo de unos momentos, más que nada para llenar el silencio. Percibía su tensión y, a pesar de tantos años de experiencia, aquel sentimiento seguía resultándome desagradable.

—¿Lo sabía su marido? —le pregunté.

—No —contestó—, no sabía nada.

—Podría haber sido peor —señalé, diciendo una obviedad para intentar reconfortarle.

—Pero todavía no he acabado —añadió en un tono que presagiaba algo terrible.

Yo asentí con la cabeza para darle pie a que continuara.

—La dejé embarazada... y ella abortó. Mis padres no saben nada de todo esto —dijo bajando la vista.

Años después, todavía se sentía culpable y avergonzado.

—Entiendo —dije—. ¿Me dejas que te explique lo que he aprendido sobre el aborto? .

Asintió con la cabeza. Él sabía que yo era especialista en el campo de la hipnosis y de las vidas pasadas.

—Una interrupción del embarazo o un aborto natural suele estar relacionado con el pacto que se establece entre la madre y el alma que va a entrar en el bebé. El cuerpo del bebé carecía de la salud suficiente para llevar a cabo su tarea en la vida que le esperaba —continué—, o aquel no era el momento oportuno para sus objetivos, o la situación externa había cambiado, en este caso debido a la desaparición del padre en el momento en que los planes del bebé o de la madre necesitaban la figura paterna. ¿Comprendes?

—Sí —asintió, pero no parecía muy convencido.

Yo sabía que su estricta educación católica acentuaba su sentimiento de culpabilidad y su vergüenza. A veces nuestras creencias fijas son un obstáculo para la adquisición de nuevos conocimientos.

Volví a lo fundamental.

—Te hablaré sólo de mi propia experiencia como investigador y terapeuta —le expliqué—, y no de lo que he leído o de lo que otros me han contado. Se trata de la información que me transmiten mis pacientes cuando están profundamente hipnotizados. A veces las palabras son suyas, y en otros casos por lo visto provienen de una fuente superior.

Pedro asintió de nuevo sin decir palabra. —Mis pacientes explican que el alma no entra en el cuerpo enseguida. Aproximadamente durante la concepción, el alma reserva el cuerpo. Entonces, ninguna otra alma puede disponer de ese cuerpo. El alma que ha reservado el cuerpo de un determinado bebé puede entrar y salir de él cuando lo desee. N o está confinada. Es algo parecido a estar en coma —añadí.

Pedro movía la cabeza en señal de haber entendido mis palabras. Seguía sin hablar, pero me escuchaba atentamente.

—Durante el embarazo, el alma se va uniendo gradualmente al cuerpo del bebé —continué—, pero la unión no es completa hasta que se acerca el nacimiento. Puede producirse un poco antes, durante el parto o nada más nacer.

Para ilustrar este concepto junté mis manos desde la base de las palmas y las separé formando un ángulo de noventa grados. Poco a poco las fui cerrando hasta que se unieron las dos palmas y los dedos simbolizando el gesto universal de la oración y mostrando el vínculo gradual que se produce entre el alma y el cuerpo.

—Un alma no puede ser nunca dañada ni tampoco se la puede matar —dije—. El alma es inmortal e indestructible. Siempre encontrará un camino de regreso si así ha sido dispuesto.

—¿Qué quieres decir? —preguntó Pedro.

—Me he topado con casos en que la misma alma, después de un aborto, provocado o espontáneo, regresa a los mismos padres en el siguiente bebé que procrean.

—¡Increíble! —respondió Pedro.

Su rostro se iluminó, mientras su sentimiento de culpabilidad y su vergüenza se iban desvaneciendo.

—Nunca se sabe —añadí.

Tras unos segundos de reflexión, Pedro suspiró y cruzó las piernas mientras se ajustaba los pantalones. Volvimos a la primera parte de la sesión.

—¿Qué pasó después de aquello? —le pregunté.

—Después de licenciarme volví a casa. Al principio trabajé en las fábricas de mi padre y aprendí cómo funcionaba el negocio. Más adelante vine a Miami para dirigir la sucursal de aquí y ocuparme de las exportaciones. Desde entonces vivo aquí —explicó.

—¿Cómo va el negocio? —le pregunté. —Muy bien, pero tengo que dedicarle demasiado tiempo.

—¿Eso es un gran problema?

—Perjudica mi vida amorosa —dijo Pedro esbozando una media sonrisa.

No bromeaba del todo. Tenía veintinueve años y sentía que se le estaba escapando el momento de encontrar el amor, casarse y crear una familia. Se le estaba escapando y no había" nada en perspectiva.

—¿Te relacionas con mujeres actualmente? —Sí —contestó—, pero no hay nada especial.

No me enamoro... espero que me ocurra algún día —añadió con cierta preocupación en su voz—, Dentro de poco tendré que regresar a México y quedarme a vivir allí —dijo pensativo—, para ocuparme de los asuntos de mi hermano. Tal vez allá conozca a alguna mujer —añadió sin demasiada convicción.

Me pregunté si el hecho de que su madre siempre criticara a sus novias y la experiencia con aquella mujer casada que decidió abortar eran lo que bloqueaba psicológicamente a Pedro a la hora de establecer una relación amorosa. Pensé que lo mejor era dejar estas cuestiones para más tarde.

—¿Cómo está tu familia en México? —pregunté para aligerar el ambiente al tiempo que seguía recogiendo información.

—Están bien. Mi padre tiene más de setenta años y mi hermano y yo... —Pedro se detuvo bruscamente, tragó saliva e hizo una profunda inspiración antes de proseguir—: En fin, ahora tengo más responsabilidad en el negocio —concluyó en voz baja—. Mi madre también está bien.

Hizo una pausa antes de rectificar lo que había dicho:

—Pero ninguno de los dos ha asumido la muerte de mi hermano. Les ha dejado destrozados. Han envejecido mucho.

—¿Y tu hermana?—

—Está muy triste, pero tiene a su marido y a sus hijos —me explicó.

Asentí con la cabeza en señal de haberle entendido: su hermana disponía de más recursos para combatir el dolor que él.

Pedro tenía una salud de hierro. Solamente sentía un dolor esporádico en el cuello y en el hombro izquierdo. Esta molestia le incomodaba desde hacía mucho tiempo, pero los médicos nunca le encontraron nada fuera de lo normal.

—Me he acostumbrado a vivir con ello –me dijo.

Al pensar en el tiempo que quedaba consulté el reloj y vi que ya habían pasado veinte minutos de la hora. Normalmente mi alarma interna no falla. «La dramática historia de Pedro debe de haberme absorbido por completo», me dije, sin saber que me esperaban dramas mucho más impactantes que no habían hecho más que empezar a revelarse.

Thich Nhat Hanh, un filósofo y monje budista vietnamita, escribe sobre cómo disfrutar de una buena taza de té. Debemos estar completamente atentos al presente para disfrutar de una taza de té. Sólo siendo conscientes del presente nuestras manos sentirán el calor de la taza. Sólo en el presente aspiraremos el aroma del té, saborearemos su dulzura, y llegaremos a apreciar su exquisitez. Si estamos obsesionados por el pasado o preocupados por el futuro, dejaremos escapar la oportunidad de disfrutar de una buena taza de té. Cuando miremos el interior de la taza, su contenido ya habrá desaparecido.

Con la vida ocurre lo mismo. Si no vivimos plenamente el presente, en un abrir y cerrar de ojos la vida se nos habrá escapado. Habremos perdido sus sensaciones, su aroma, su exquisitez y su belleza, y sentiremos que ha transcurrido a toda velocidad.

El pasado ya ha pasado. Aprendamos de él y dejémoslo atrás. El futuro ni tan siquiera ha llegado. Hagamos planes para el futuro, pero no perdamos el tiempo preocupándonos por él. Preocuparse no sirve para nada. Cuando dejemos de pensar en lo que ya ha ocurrido, cuando dejemos de preocupamos por lo que todavía no ha pasado, estaremos en el presente. Sólo entonces empezamos a experimentar la alegría de vivir.

Capítulo 6

Creo que cuando alguien muere

su alma regresa a la tierra,

engalanada con algún nuevo disfraz humano;

otra madre le trae al mundo.

Con miembros más robustos y un cerebro más brillante

la vieja alma emprende de nuevo su camino.

JOHN MASEFIELD

Una semana más tarde Pedro acudió a mi consulta por segunda vez. El dolor seguía atormentándole. La tristeza le impedía disfrutar de los placeres más simples y no le dejaba dormir. Me empezó a contar un extraño sueño que se le había repetido dos veces en la última semana.

—Mientras soñaba, de repente se me apareció una mujer mayor —me explicó.

—¿La reconociste? —le pregunté.

—No —contestó rápidamente—. Tenía entre sesenta y setenta años. Llevaba un traje blanco precioso, pero no parecía feliz. En su cara se reflejaba la angustia. Se acercó a mí y empezó a repetir lo mismo una y otra vez.

—¿Qué te decía?

—«Dale la mano... dale la mano. Ya verás. Alcánzala. Dale la mano.» Esto es lo que decía— me explicó Pedro.

—¿Que le dieras la mano a quién?

—No lo sé. Solamente decía: «Dale la mano.» —¿Pasaba algo más en tu sueño?

—No. Pero recuerdo que llevaba una pluma blanca en la mano.

—¿Qué significa? —le pregunté.

—Tú eres el médico —me recordó.

Sí, pensé. Yo soy el médico. Sabía que los símbolos pueden representar casi cualquier cosa, dependiendo de las experiencias de la persona que sueña, de los arquetipos universales descritos por Carl Jung o de los famosos símbolos de Sigmund Freud. Sin embargo, este sueño no me parecía freudiano.

Debido a su comentario («Tú eres el médico») y a su implícita necesidad de respuesta contesté con sinceridad:

—No estoy seguro. Podría significar muchas cosas distintas. La pluma blanca puede simbolizar la paz, un estado espiritual y bastantes otras cosas. Tendremos que analizar el sueño —añadí, postergando la interpretación para el futuro.

—Volví a soñar lo mismo ayer por la noche— dijo Pedro.

—¿y salía la misma mujer?

—La misma mujer, las mismas palabras y la misma pluma —me aclaró—. «Dale la mano... dale la mano. Alcánzala. Dale la mano.»

—Tal vez obtengamos una respuesta con las regresiones —le sugerí—. ¿Estás preparado?

Pedro asintió y pusimos manos a la obra. Yo ya sabía que él era capaz de alcanzar un profundo estado hipnótico, porque había examinado sus ojos previamente.

La capacidad de poner en blanco los ojos al mirar hacia arriba, como intentando verse la coronilla, y parpadear lentamente mientras los ojos siguen mirando hacia arriba está muy relacionada con la capacidad de llegar a un estado hipnótico profundo. Calculo la cantidad de blanco del ojo o esclerótica que asoma cuando la córnea llega a su punto más alto. También examino cuánta parte blanca se ve a medida que los párpados se van cerrando. Cuanto más visible es la esclerótica, más profundo es el estado hipnótico al que la persona puede llegar.

Al examinar los ojos de Pedro advertí que lo único que podía verse era una pequeñísima parte del contorno inferior del iris, la parte coloreada del ojo. Mientras parpadeaba, el iris no cambiaba de posición. Pedro era capaz de alcanzar un profundo estado de trance.

Me sorprendí un poco al comprobar que le costaba relajarse. Como la prueba de la esclerótica era muy fiable para medir la capacidad física de relajarse intensamente y de llegar a estados hipnóticos profundos, me di cuenta de que su mente estaba interfiriendo en el proceso. Algunos pacientes que están acostumbrados a controlarlo todo, al principio se muestran reticentes a abandonarse.

—Simplemente relájate —le aconsejé—. No importa lo que te venga a la mente. No te preocupes si hoy no tienes ninguna experiencia. Es cuestión de práctica —añadí tratando de eliminar la tensión que sentía. Yo sabía que estaba desesperado por encontrar a su hermano.

Mientras yo hablaba, Pedro se iba apaciguando hasta que empezó a entrar en un estado de trance cada vez más profundo. Su respiración se calmó y se le aflojaron los músculos. Parecía que se hundía cada vez más en el sillón abatible. Sus ojos, bajo los párpados cerrados, empezaron a visualizar imágenes. Poco a poco, lo fui llevando hacia atrás en el tiempo.

—Para empezar, recuerda la última vez que comiste realmente bien. Utiliza todos tus sentidos. Recuérdelo todo: quién estaba contigo, qué sentías —le indiqué.

Lo consiguió pero recordaba varias comidas en lugar de sólo una. Todavía estaba tratando de mantener el control.

—Intenta relajarte más —insistí—. La hipnosis sólo es un estado de profunda concentración. No perderás el control. Siempre mandarás en la situación. Todas las hipnosis son auto hipnosis— añadí.

Su respiración era cada vez más profunda. —No vas a perder el control—le repetí—. Si en algún momento te sientes inquieto mientras tienes un recuerdo o una experiencia, trata de flotar por encima de la escena y de distanciarte de ella, como si vieras una película. También puedes abandonar por completo el recuerdo y trasladarte a cualquier otro sitio. Imagina una playa, tu casa u otro lugar en el que te sientas seguro. Si estás muy intranquilo, incluso puedes abrir los
ojos
y despertarte, y habrás regresado aquí otra vez, si así lo deseas.

»Esto no es
Star Trek
—añadí—. No tienes que seguir ningún rumbo predeterminado. Se trata sólo de evocaciones, de simples recuerdos, es como si recordaras una buena comida. Tú mandas en la situación —le repetí.

_Finalmente se dejó llevar. Volvió a su infancia y en su rostro se dibujó una sonrisa de oreja a oreja.

—Veo perros y caballos en la granja—dijo. Su familia tenía una hacienda no muy lejos de la ciudad a la que iban durante las vacaciones y los fines de semana.

Veía a toda su familia reunida. Su hermano estaba vivo, rebosante de alegría y de vitalidad. Permanecí en silencio durante unos segundos y dejé que Pedro disfrutara de sus recuerdos de la niñez.

—¿Estás preparado para retroceder todavía más? —le pregunté.

—Sí.

—Perfecto. Vamos a ver si puedes recordar algún acontecimiento de una vida pasada —dije.

Empecé la cuenta atrás de cinco a uno, y Pedro se visualizó atravesando la inmensa puerta del pasado, para entrar en otro espacio, en otro tiempo, en una vida anterior.

Nada más llegar al número uno advertí que parpadeaba con inquietud.

De repente, se asustó. Empezó a sollozar.

—Es horrible... espantoso! —dijo jadeando—. Los han matado... están todos muertos.

Había restos de cadáveres esparcidos por todas partes. Un incendio había destrozado todo el pueblo, con sus extrañas tiendas de campaña circulares. Sólo una de ellas estaba intacta, y se levantaba de un modo incongruente en la periferia de aquella matanza y destrucción. En aquel día soleado de invierno, el viento agitaba violentamente las banderas de colores y unas grandes plumas blancas hincadas en las tiendas.

Mataron a los caballos, las vacas y los bueyes. Al parecer, nadie había sobrevivido a aquella masacre. Los «cobardes» del este eran los responsables de la tragedia.

—Ni murallas ni jefes militares los protegerán de mí —juró Pedro.

Ya llegaría la hora de la venganza, pero en ese momento se sentía desesperado, aturdido, desolado. .

Con los años he aprendido que la gente, en su primera regresión, suele evocar los acontecimientos más traumáticos de una vida anterior. Esto sucede porque las emociones ligadas al trauma quedan registradas en su psique con tanta fuerza que el alma las arrastra a futuras encarnaciones.

Yo quería saber más. ¿Qué había ocurrido antes de aquella horrible experiencia? ¿Y qué ocurrió después?

—Intenta retroceder todavía más en esta vida —insistí—. Regresa a tiempos más felices. ¿Recuerdas algo?

—Hay muchas viviendas... tiendas. Somos un pueblo poderoso —contestó—. Me siento feliz aquí.

Pedro describió un pueblo nómada de cazadores y ganaderos. Sus padres eran los jefes y él era un corpulento y experto cazador y jinete.

—Los caballos son muy veloces. Son pequeños y tienen grandes colas —dijo.

Estaba casado con la mujer más bella de su pueblo. Con ella había jugado de pequeño y siempre la había deseado, desde que tuvo uso de razón. Podía haberse casado con la hija del jefe vecino, pero prefirió casarse por amor.

—¿Cuál es el nombre de esa región? —le pregunté.

—Creo que se llama Mongolia –contestó dubitativo.

Yo sabía que Mongolia probablemente se llamaba de otro modo en los tiempos en que Pedro vivió allí. Además, hablaban una lengua muy diferente. Entonces, ¿cómo era posible que Pedro conociera el nombre de Mongolia en aquel tiempo? Como estaba recordando, su mente actual filtraba sus recuerdos.

El proceso es parecido al hecho de ver una película. La mente actual es absolutamente consciente, observa y hace comentarios, compara a los personajes y temas de la película con los de su vida. El paciente es el espectador de la película, su crítico y su protagonista al mismo tiempo.

Puede emplear sus conocimientos de historial y geografía actuales para datar y localizar los lugares y acontecimientos, y puede permanecer en un estado hipnótico profundo a lo largo de toda la película.

Pedro recordaba perfectamente la Mongolia que existió hace muchos siglos. Sin embargo, hablaba inglés y respondía a mis preguntas a medida que iba recordando.

—¿Sabes cómo te llamas?

—No, no me acuerdo —dijo de nuevo titubeante.

No recordó mucho más. Tenía un hijo, y su nacimiento fue una gran alegría no sólo para él y su mujer, sino también para sus padres y el resto de su pueblo. Los padres de su mujer habían muerto varios años antes de que se casaran, por lo que ella no sólo era una esposa para él sino también una hija para sus suegros.

Pedro estaba exhausto. No quería volver al pueblo devastado para enfrentarse una vez más a lo que quedaba de aquella vida hecha pedazos. Así que le desperté.

Cuando el recuerdo de una vida anterior es traumático y rebosa de emociones, puede ser muy útil regresar por segunda vez a aquel momento, e incluso una tercera vez. En cada uno de los retornos la emoción negativa se va suavizando y el paciente recuerda con más precisión.

Puede emplear sus conocimientos de historia' y geografía actuales para datar y localizar los lugares y acontecimientos, y puede permanecer en un estado hipnótico profundo a lo largo de toda la película.

Pedro recordaba perfectamente la Mongolia que existió hace muchos siglos. Sin embargo, hablaba inglés y respondía a mis preguntas a medida que iba recordando.

—¿Sabes cómo te llamas?

—No, no me acuerdo —dijo de nuevo titubeante.

No recordó mucho más. Tenía un hijo, y su nacimiento fue una gran alegría no sólo para él y su mujer, sino también para sus padres y el resto de su pueblo. Los padres de su mujer habían muerto varios años antes de que se casaran, por lo que ella no sólo era una esposa para él sino también una hija para
sus
suegros.

Pedro estaba exhausto. No quería volver al pueblo devastado para enfrentarse una vez más a lo que quedaba de aquella vida hecha pedazos. Así que le desperté. .

Cuando el recuerdo de una vida anterior es traumático y rebosa de emociones, puede ser muy útil regresar por segunda vez a aquel momento, e incluso una tercera vez. En cada uno de los retornos la emoción negativa se va suavizando y el paciente recuerda con más precisión.

También aprende más, ya que los bloqueos emocionales y las confusiones disminuyen. Yo sabía que Pedro tenía más cosas que aprender de aquella vida pasada.

Él pensaba quedarse aún dos o tres meses más para resolver sus asuntos personales de negocios en Miami. Todavía teníamos mucho tiempo para investigar meticulosamente aquella vida que pasó en Mongolia. También disponíamos de tiempo para explorar otras vidas. Aún no habíamos encontrado a su hermano. Pero sí que había descubierto una serie de devastadoras pérdidas: su amada esposa, su hijo, sus padres y toda su comunidad.

¿Le estaba ayudando o lo apesadumbraba cada vez más? Sólo el tiempo podría decido.

En uno de mis seminarios una participante me explicó una historia maravillosa.

Desde que era pequeña, si dejaba su mano colgando a un lado de la cama, otra mano cogía la suya y le calmaba afectuosamente la angustia por muy intensa que fuera. A menudo, cuando sin darse cuenta suspendía la mano a un lado de la cama y se sorprendía al percibir que otra mano asía la suya, la retiraba de un modo reflejo y de esta forma se rompía la unión.

Siempre sabía cuándo alargar la mano para sentirse reconfortada. Evidentemente, no había nadie debajo de su cama.

Iba creciendo, y la mano permanecía a su lado. Se casó, pero nunca le contó esta experiencia a su marido, porque pensaba que la consideraría muy infantil.

Cuando se quedó embarazada por primera vez, la mano desapareció. Echaba mucho de menos aquella compañía tan afectuosa y leal. Ya no tenía una mano que cogiera la suya de un modo tan tierno y reconfortante.

Nació su bebé, una hermosa niña. Poco después de su nacimiento, una noche que estaban juntas en la cama, la niña cogió la mano de su madre. De repente, su mente y su cuerpo reconocieron aquel sentimiento tan familiar y profundo. Su protector había vuelto.

Lloró de alegría y sintió una oleada de amor y una conexión que ella sabía que iba mucho más allá del ámbito físico.

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