Legado (43 page)

Read Legado Online

Authors: Greg Bear

Tags: #ciencia ficción

BOOK: Legado
8.39Mb size Format: txt, pdf, ePub

—Conocí aquí a una mujer a quien le molestaba haberse dedicado a ser madre de una prole.

Después de decir esto noté que la frase sonaba rara. Estaba hablando como un extranjero. Shirla reflexionó.

—¿Quién era?

—La madre vincular del primer oficial. En Calcuta.

Nos sentamos en el improvisado colchón. Shirla acarició la fibra.

—Algunas mujeres lo sienten así. Tal vez muchas.

—¿Y tú?

Ella alzó los ojos, que titilaron en la oscuridad.

—Creo que Lamarckia será la próxima Tierra. No sé por qué, pero creo que prosperaremos aquí. Aún lo creo, a pesar del descubrimiento de Salap.

—Así que no te molestará tener muchos hijos.

—Nunca he tenido ninguno. ¿A ti te molestaría?

Jamás había pensado en tener hijos. En Thistledown la reproducción era una actividad aún más formal y ritual que las relaciones sexuales. La mayoría de las parejas geshels escogían el nacimiento ex útero. Muchos naderitas también. Era más limpio y menos doloroso. Pero nada de eso me había parecido real. Era demasiado joven para ser padre. La única capacidad artificial que no me había quitado del cuerpo era la elección consciente de ser o no fértil.

—Yo te lo he preguntado antes —dije. Se me cerró la garganta y tosí.

—Te pone nervioso.

—Supongo que sí. Es natural.

—También a mí. Siempre he sido un poco rara. No sé si el mundo necesita hijos que se me parezcan.

—Todo el mundo opina igual —dije, aunque no podía saberlo.

—No mis hermanas. Ellas ya tienen muchos niños. En cualquier caso... —Me apretó los hombros—. No hago esto para que contraigas una obligación.

No dije nada. No podía decirle hasta qué punto me era imposible contraer obligaciones.

—Pero nunca me he protegido, tampoco. Sigo los dictados de Lenk. Me estremece un poco que esté en la misma nave que nosotros.

Tuve una repentina visión de Lenk exhortando a Shirla a reproducirse.

—Ahora será un hombre sombrío —dijo Shirla—. Y viejo. Todo esto debe desgastarlo.

—¿Qué? ¿Reunirse aquí con nosotros?

Shirla me pellizcó la nariz.

—Siempre he tenido mal gusto para los hombres.

Salap, Randall, Shatro, Shirla y yo recorrimos el pasillo hacia los aposentos de Lenk. Keo nos salió al encuentro en medio de la nave. La artesanía del Khoragos se reveló particularmente bella cuando nos aproximamos al castillo de proa. En las relucientes paredes, negras, grises y pardas, había incrustaciones de un arbórido de Tasman que no pude identificar. Las lámparas eléctricas se sucedían cada dos metros, alumbrando una elegante alfombra tejida con dibujos florales terrícolas. Nuestras pisadas pusieron sobre aviso a un guardia, que se cuadró, empuñando un rifle corto con sus gruesos brazos marrones.

—Es la primera vez en la historia de Lamarckia que Hábil Lenk se siente obligado a tener guardias armados —explicó Keo y saludó al guardia, que nos miró inexpresivo. Hacía calor en el corredor, y el hombre tenía la cara perlada de sudor.

Keo llamó a la puerta dos veces. Abrió un joven elegante vestido con un traje formal gris. Extendió el brazo con una sonrisa cauta.

—Hábil Lenk acaba de despertar de una siesta. Estará con nosotros dentro de unos minutos. Mi nombre es Ferrier, Samuel Inman Ferrier. —Nos estrechamos la mano con formalidad.

Un reloj mecánico instalado sobre la puerta dio la medianoche. Salap se sentó en un diván. Shatro se sentó al lado, moviendo nerviosamente los ojos, como un niño a punto de ver al médico. Shirla, Randall y yo nos sentamos en sillas individuales dispuestas en el camarote, que ocupaba la proa del barco. El camarote contiguo, el dormitorio de Lenk, era mucho más pequeño. Me pareció raro que eligiera la proa. Los aprendices preferían mantenerse alejados de la proa, sobre todo en mares encrespados. Quizá tuviese un sentido perverso del ascetismo.

Los estantes de la pared contenían varios volúmenes, ninguno de ellos encuadernado lujosamente, y todos muy usados. Parecían ser estatutos y resúmenes municipales.

Me pregunté dónde guardaría la clavícula. ¿Lenk la llevaría consigo en un viaje tan incierto?

Ferrier nos sirvió té de fibra en una bandeja de lizbú negro. Mientras bebíamos, oí pasos suaves detrás de la puerta del dormitorio.

La puerta se abrió, y entró Jaime Carr Lenk. Yo había visto fotos suyas de hacía cuarenta y cinco años. Entonces era un hombre vigoroso, maduro, apuesto, vestido de forma conservadora, con una presencia que irradiaba prestancia y poder. Lenk todavía era alto y erguido, conservaba el pelo oscuro; tenía arrugas en el rostro pero en los lugares adecuados, las comisuras de los labios y los ojos, y una frente monumental lisa e imperturbable, una frente alta cuyo dueño había dormido tranquilo y seguro de la verdad durante muchas décadas. Usaba una túnica sencilla, larga y verde. Llevaba los pies anchos calzados con sandalias. Nos saludó uno por uno.

—Gracias por vuestra paciencia —dijo, mirándonos como si fuéramos viejos amigos—. Ferrier, aceptaré una taza de ese té. —Se sentó en una silla amplia y negra, bajo los libros, y nos miró con tristeza—. Lamento profundamente la pérdida del capitán Keyser-Bach y sus investigadores. La pérdida de un barco lleno de hombres y mujeres ya es bastante mala y difícil de sobrellevar, pero la muerte de semejante hombre... —Sacudió la cabeza, aceptó la humeante taza de té y la dejó en una mesilla—. Me alegro, claro, de que hayáis sobrevivido. Ser Keo y ser Fassid me han contado parte de vuestra historia... la tormenta, el hecho de que nuestra escolta brionista os asustó...

Tragó saliva, moviendo la nuez de Adán en la arrugada garganta. Su tristeza era auténtica. A pesar de la frente despejada, era obvio que últimamente había experimentado mucha tristeza.

—No podías saberlo, ser Lenk —dijo Salap—. Ha sido una gran suerte que nos rescataras.

—Poca gente surca estos mares. Era improbable que os avistara una nave, y menos aún una que formara parte de este absurdo séquito. Y ahí está el meollo de la cuestión, ¿verdad? Voy a Hsia, a Naderville, precisamente porque hemos tenido muy poca comunicación con la gente que vive allí. —Nos examinó atentamente. Alzó la taza y bebió un sorbo. El líquido tibio pareció darle vigor—. Tú eres ser Salap. Y tú eres ser Randall. Ambos navegasteis a menudo con el capitán Keyser-Bach. Cuando él presentó su solicitud, os mencionó como miembros necesarios de la expedición.

Randall inclinó la cabeza, miró a Lenk con tranquilidad.

—Hemos realizado importantes descubrimientos, ser Lenk —dijo Salap.

Lenk continuó con sus reflexiones.

—Leeré vuestros informes cuando estén redactados. Ahora hay poco tiempo... He necesitado más investigadores. Se han planteado preguntas de considerable importancia. Hay dificultades de un cierto calibre.

Salap, tras este suave desaire, miró a Lenk un poco desconcertado, pero ni siquiera él tenía agallas para interrumpir a Jaime Carr Lenk.

—Los investigadores de Naderville afirman que han realizado grandes avances con el ecos de Hsia. El investigador de mi nave no da crédito a estos informes. No sé qué pensar.

—¿Qué clase de avances? —preguntó Salap.

Lenk nos miró, alzó la taza, sonrió como si recordara una broma.

—Reinas y amos ocultos, palacios en las nubes, las siete ciudades de Cíbola, la Atlántida, el Trasmundo. No sé qué se propone Brion. Pero veo sus naves y conozco el poder que nos demuestra, que ha acumulado durante estos dos años y que ha usado contra nosotros. —Se encogió de hombros y bajó la taza—. No está loco, al margen de lo que hagan sus generales.

—Bloqueos, asedios, piratería —dijo Randall.

Lenk ladeó la cabeza, rascándose el lóbulo de una oreja.

—El general Beys nos acompaña —dijo.

—Saqueó diecinueve aldeas antes de que zarpáramos de Calcuta —continuó Randall, rojo de furia—. Robó herramientas y metales. Se llevó a niños. Mató a ciudadanos.

—Me duele pensar en los niños y los ciudadanos —murmuró Lenk—. Odio negociar en estas circunstancias, pero no había opción.

—Brion lo niega todo, por supuesto —dijo Alinea Fassid, entrando en el camarote con pisadas suaves. Cerró la puerta, saludó a Lenk, dirigió a Randall una mirada severa y se disculpó por llegar tarde—. Acabo de regresar del número quince. Beys y el capitán Yolenga dicen que han recibido sus instrucciones definitivas. ¿Puedo hablar delante de nuestros huéspedes?

Lenk la autorizó con un gesto.

—Debemos navegar hasta el puerto principal y remontar un canal hasta un lago interior. Nuestros mapas indican que ese canal ha sido modificado por el ecos, y que el lago está aislado de Naderville. Tal vez sea la sede de esas presuntas investigaciones. Ser Keo, ¿has dicho a nuestros huéspedes qué esperar?

—Todo lo que sabemos —dijo Keo—. Con una total falta de detalles.

—Bien. Tendremos poco tiempo para conversar cuando lleguemos, y no mucho más durante el viaje. Pero debéis mantener los ojos abiertos y digerir lo que veis. Puede ser crucial para las negociaciones.

—Tenemos que saber si se trata de una baladronada —dijo Keo, y se sonrojó como si hubiera hablado inoportunamente.

—No lo es —dijo Lenk, sacudiendo la cabeza.

—No todos están de acuerdo contigo, Jaime —dijo Allrica—. Personalmente, pienso que Brion es un mentiroso compulsivo.

—Es una fuerza de la naturaleza. Yo di rienda suelta a su especie cuando traje a mi gente aquí.

—No debemos confundir a Brion con los adventistas. —Miró significativamente a Salap—. Brion no tiene honor. Ama el poder y el prestigio. Usa a Beys como su puño de hierro, y espera librarse de las consecuencias morales. —Fassid se aproximó a Lenk y lo examinó solícita, tocándole la muñeca en su papel de médico—. Estás cansado, Jaime. Es hora de descansar.

Él nos miró con una sonrisa ambigua.

—No duermo toda la noche. Eso me deja demasiado tiempo para pensar. Pero, Allrica, creo que ser Salap quiere decirnos algo.

—¿Puede esperar? —le preguntó Allrica a Salap desafiante.

—Preferiría hablar ahora —dijo Salap serenamente.

—¿Tan importante es?

—Eso creemos.

—¿De qué se trata? —preguntó Lenk, inclinándose hacia delante, entrelazando las manos.

Miré a Shirla y a Shatro. Shatro parecía sumido en sus propios pensamientos, mirando la alfombra tejida. Su callada concentración me intrigó. Shirla parecía intimidada por la presencia de tantos notables, pero se mantenía alerta.

Salap les contó lo que habíamos hallado en la isla de Martha, concluyendo con la pérdida de nuestros especímenes en la tormenta. Allrica apretó los labios hasta formar una línea recta. Lenk encorvó los hombros.

—Santo Dios —dijo, sin dar a entender si le creía o no.

—Eso no tiene sentido —dijo Fassid, aunque sin convicción.

Keo y Ferrier guardaban silencio, como si asimilaran la noticia de la muerte de un ser querido.

—Es verdad, al margen de lo que deseemos creer —dijo Salap.

—Un error de interpretación. Restos de humanos, no vástagos —murmuró Fassid—. Has dicho que tres personas de la expedición de Jiddermeyer desaparecieron... y el cuerpo de su esposo fue exhumado y llevado por vástagos.

Salap sacudió la cabeza, y Randall habló al fin.

—EÍ capitán y yo los vimos. No eran restos humanos, y eran reales. Son reales. Tal vez todavía haya especímenes en la isla de Martha.

—Todos los vimos —dijo Shatro, aún mirando la alfombra.

—Otra expedición —resopló Fassid—. El capitán nos presionó durante años. Ahora, después de oír esto, debemos empezar de nuevo. Esto me recuerda mucho la idiotez de Brion.

Salap optó por callar. Randall se movió en el asiento, pero Salap le tocó el brazo y lo calmó.

—Dentro de dos días estaremos en Naderville —murmuró Lenk. Se puso de pie, y Ferrier y Fassid le cogieron cada uno de un brazo, llevándolo a la puerta del dormitorio. Ferrier abrió la puerta, y Lenk miró a Salap antes de trasponerla—. ¿Fue un error venir aquí? ¿Este mundo nos rechazará como una plaga?

Nadie habló. Fassid lo ayudó a pasar, y Ferrier lo acompañó. Luego ella se volvió hacia nosotros y fulminó a Salap con la mirada.

—¿Cómo te atreves? —escupió—. ¿Cómo te atreves a decir semejantes pamplinas para obtener provecho político?

Salap entornó los ojos, aferrando con fuerza los brazos de la silla.

—Ese hombre maravilloso carga en sus hombros con el peso del planeta entero, y tú le traes cuentos de fantasmas. ¡Todo para mantener tu amado prestigio científico!

Randall habló con voz ronca.

—Ser Fassid, estás muy equivocada...

Fassid alzó las manos con disgusto y se alejó. Keo no sabía si respaldar a Fassid o mantenerse en su papel de anfitrión cordial.

Randall se enfrentó a ella en medio de la cabina.

—Ya estoy harto de naves y del mar. Con gusto me retiraré a Jakarta o Calcuta, o incluso a Naderville... Pero eso no evitará que sea cierto lo que vimos.

»Te opusiste siempre a nuestras investigaciones por ignorancia y devoción a una filosofía poco concisa que nunca nos ha hecho bien. El capitán Keyser-Bach discutió contigo una y otra vez, con la esperanza de despertar en ti una pizca de sensatez. Has aconsejado mal al Buen Lenk, ser Fassid. Y si sigues haciendo el ridículo, te hundiré.

Esta sombría declaración tenía un toque de ópera cómica, pero Randall era sincero.

Los ojos de Fassid parecían sumidos en las sombras.

—No hay tiempo para esto —murmuró—. Lo que suceda en los próximos días puede ser la ruma de todos. Comparadas con las del general Beys, tus amenazas tienen poco valor.

Se marchó por la puerta lateral.

Randall aspiró profundamente y miró a Keo como si todavía estuviera dispuesto a descargar su cólera si alguien se atrevía a retarlo. Keo alzó las manos.

—Creo que todos deberíamos descansar —dijo—. Ha sido una reunión muy tensa.

—Ya lo creo —dijo Salap, cogiendo por el brazo a Randall, que se dejó llevar con un suspiro—. Vámonos.

Nos retiramos a nuestros aposentos.

Randall se reunió con Shirla y conmigo en cubierta a la mañana siguiente, para examinar las naves y las aguas. El tiempo estaba en calma, el océano liso.

—Salap ha pedido libretas. Está preparando un informe completo para Lenk —dijo, sacudiendo la cabeza con tristeza—. Debí callarme la boca. Sólo he logrado que tengamos una enemiga más enconada.

Other books

Sparrow's Release by Darke, Shiloh
Lemon by Cordelia Strube
Mistaken Identity by Montgomery, Alyssa J.
La Historia Interminable by Michael Ende
Everyday Pasta by Giada De Laurentiis
Resist by Missy Johnson