Read Letters from Heaven / Cartas del cielo Online
Authors: Lydia Gil
âPues, eso no me pasa a mà nunca âdice Silvia, sobándose la panzaâ. Hablando de comida, Celeste, ¿trajiste algo rico hoy . . . como cangrejitos?
âNo, lo siento âle digoâ. Abuela no me ha escrito en los últimos dÃas. Asà que no sé qué preparar.
Silvia y Karen se miran por un instante.
âAy, Celeste, me preocupas âdice Silviaâ. Tienes que aceptar que tu abuela se murió, ya, para siempre. . . .
Siento una llamarada de rabia adentro de mà y sé que no estoy en control de lo que estoy a punto de decir.
âMira, Silvia, a mà siempre me ha preocupado tu grandÃsima panza y la cantidad de caramelos que te comes al dÃa, y nunca te digo lo que tienes que hacer. Asà que hazme el favor de dejarme en paz.
Inmediatamente me siento horrible por lo que dije. Pero me tiene harta con sus comentarios. ¿Qué sabe ella de lo que me está pasando?
El resto del dÃa se me va como una niebla. Entre los perros del vecino que se la pasan ladrando y los sueños extraños, no he estado durmiendo bien. Ahora Silvia y Karen están en una esquina; probablemente murmuran cosas de mÃ. Y para colmo, veo que la pesada de Amanda viene hacia mà con su sonrisa plástica.
âCeleste, te perdiste las últimas tres clases de baile âdice, corriendo los dedos por su larga cabellera rubiaâ. Una más y no bailas en el recital.
âYa no voy a bailar más âle digoâ. Asà que no te preocupes porque ya no tienes competencia.
â¿Competencia? ¿En serio? ¿Tú te crees que eres
mi
competencia? âdiceâ. Ay, Celeste, qué mal estás.
âLárgate de aquÃ, Amanda âle digo, tratando de esconder la rabia en mi voz.
âNo, Celeste, quien se tiene que ir eres tú âme diceâ. Regrésate a tu paÃs.
Tengo tanta rabia que no sé qué contestarle. Le doy un empujón, y ella finge caerse al suelo y se echa a llorar. Sé que está fingiendo. Pero si de veras le duele, pues mejor todavÃa.
Me sorprende que Lisa me haya venido a buscar. Al menos puedo ver una cara sonriente en este dÃa de perros. Corro a saludarla, y ella me da un abrazo tan fuerte que casi me tumba al suelo.
âHola, linda âme diceâ.¿Qué tal tu dÃa?
âNi preguntes.
âPues, hablemos de algo feliz . . . ¿Qué cocinaste anoche?
âPollo con mariquitas y una ensalada. Bueno, doña Esperanza me enseñó a sazonar el pollo y Mami frió las mariquitas.
â¡Qué rico! Algo me decÃa que debÃa pasar por allá anoche.
âNo fue nada especial âle digoâ. Además, estamos comiendo tanto pollo que a veces creo que vamos a empezar a poner huevos.
âDe seguro que tu abuelita te va a enseñar a preparar otros platos pronto âme diceâ.¡Mira todo lo que has aprendido ya!
Me quedo con la boca abierta. ¿Cómo lo sabe? Pienso por un segundo que quizás ella ha estado escribiendo las cartas. Pero no puede ser. Estoy segura que es la letra de Abuela.
âYo creo en esas cosas, Celeste âme dice, sospechando mi sorpresaâ. Cuando las personas mueren, hay algo que se queda aquà con nosotros . . . y nos sigue hablando y enseñando cosas.
La escucho, pero no sé qué pensar.
Desde la esquina oigo los ladridos. Nunca sé si los perros del vecino me están saludando o advirtiéndome que no me acerque. Yo los miro de lejos, pero Lisa mete la mano por la reja y los acaricia. Ellos se calman como por arte de magia y le lamen las manos. Yo, por si acaso, me meto las manos en los bolsillos. Ahà están seguras.
Al llegar a casa veo que el cartero ya ha traÃdo la correspondencia. Entre las cuentas y anuncios hay
un sobre blanco escrito a mano y sin remitente. ¡No tengo que abrirlo para saber que es de Abuela!
Mi querida Celeste
,
Estoy un poco cansada, pero sé que pronto voy a descansar. No quiero despedirme sin antes decirte que tú y tu mami me han hecho tan feliz. Tu mami, tan leal, tan cariñosa conmigo y tan dedicada contigo . . . Dile que estoy muy orgullosa de ella. Y de ti también, mi nieta querida. De tus buenas notas, tu dedicación al baile, tu interés en los cuentos de antes y, sobretodo, de tu buen corazón
.
¡Cómo me gustarÃa ayudarte a preparar estas recetas! Pero sé que tú ya puedes. Y también sé que cuando no puedas, sabrás pedir ayuda. ¡Nunca dudes en pedir ayuda! A la mayorÃa de la gente le gusta ayudar. Recuérdalo siempre
.
Aquà te copio mi receta para Ropa vieja que tanto te gusta. Ya verás qué fácil es. (Y no le tengas miedo a la olla de presión, ¡no va a estallar!)
Tu abuela que te adora
,
Rosa
La carta de Abuela me pone un poco triste. Me pregunto si será la última. Pero me repongo y llamo a doña Esperanza para darle la noticia. Después de
todo, ¡ella ha estado esperando esta receta durante años!
â¡Me llegó! âle digoâ. ¡Por fin me llegó!
â¿Qué te llegó? âme pregunta, confundida.
âLa receta de Abuela . . . ¡para Ropa vieja!
âVoy para allá ahora mismo âme dice y cuelga el teléfono.
En la cocina, empiezo a juntar los ingredientes ¡pero me faltan tantos! Ni siquiera tenemos carne, que es lo esencial. Esto sà que va a ser un plato de pobre.
Al poco tiempo llega doña Esperanza con un bolso lleno de cosas: carne, salsa de tomate, ajÃes, ajo, comino . . . ¡Es un supermercado ambulante!
âDéjame ver âme dice, arrancándome la carta de las manos.
Me encanta verla asÃ, casi tan emocionada como yo.
Entre las dos empezamos a cortar las verduras. A mà me toca la cebolla y, como siempre, me echo a llorar. Pero esta vez no son sólo lagrimitas de cebolla. Lloro por mi abuela, porque la extraño, y por mis amigas, porque no me entienden. Y por Mami, porque no está aquà con nosotras.
â¿Qué te pasa, m'ija? âme pregunta doña Esperanzaâ. ¿Es la cebolla?
âSà y no âle digoâ. Hay una chica en la escuela que me está haciendo la vida imposible. Y para colmo, desde que empezaron a llegar las cartas de Abuela, mis amigas me tratan como si estuviera loca.
âY tú, ¿qué crees? ¿Crees que te estás volviendo loca?
âA veces no sé âle digo, limpiándome la cara con un paño de cocinaâ. Me gusta que mi abuela me escriba . . . pero también es un poco raro.
âYo que tú, no me preocuparÃa mucho âdice mientras deja descansar el cuchillo por un instanteâ. Como decÃa tu abuela, “Todo llega y todo pasa”. Yo que tú, disfrutarÃa las cartas sin preocuparme tanto de cómo llegaron.
Me arden los ojos. Esta vez por la cebolla. Doña Esperanza la termina de cortar y yo me pongo a picar el ajo. Huele fuerte, pero al menos no me hace llorar.
Al rato llega Mami y se sorprende al ver a doña Esperanza en plena faena en nuestra cocina.
â¿Y esta sorpresa? âdice, mirando bailar la válvula de la olla de presión.
âRopa vieja âle contestoâ. Estará lista como en media hora.
Mami se sienta a la mesa y nos mira cocinar. Pero el descanso termina pronto. A los pocos minutos, doña Esperanza se quita el delantal y se lo pone a mi mamá en la cintura.
âVente, Rosita, para que nos ayudes con el sofrito âle diceâ. Es lo más importante.
Veo que Mami quiere protestar, pero doña Esperanza le pone el ajo en la mano para que se lo eche al aceite caliente.
No quiero que se me note para no romper el hechizo, pero por primera vez en este dÃa me siento feliz.
Ropa vieja
3 cucharadas de aceite de oliva, separadas
2 libras de carne de falda
1 lata de 8 onzas de salsa de tomate
½ taza de caldo de res
1 cucharada de sofrito preparado
2-4 dientes de ajo picado
2 hojas de laurel
1 cebolla cortada a la mitad y rebanada
1 ajà verde picado
½ taza de aceitunas (rellenas de pimiento, enteras)
Sal y pimienta a gusto
Rodajas de limón verde (opcional)
⢠Cubre el fondo de una olla de presión con dos cucharadas de aceite de oliva y calienta a fuego alto. Dora la carne por ambos lados. Inmediatamente después, llena la olla de agua hasta que cubra completamente la carne. Cierra la olla de presión completamente y cocina bajo presión estable de 30 a 40 minutos.
⢠Mientras tanto, aparte, prepara el sofrito en una sartén grande precalentada a fuego medio. Después de cubrir el fondo de la sartén con el resto del aceite de oliva, añade la cucharada de sofrito preparado y el ajo. Cocina, revolviendo constantemente, durante 1 minuto. Agrega la salsa de tomate, el caldo de res y las hojas de laurel, y cocina durante 1 minuto adicional, revolviendo de vez en cuando. Sazona con sal y pimienta y agrégale un chorrito de aceite de
oliva por arriba. Deja que cocine a temperatura mÃnima mientras se cuece la carne.
⢠Después de 40 minutos de haber cocinado la carne a presión estable, quita la olla de presión de la hornilla y déjala reposar hasta que haya perdido la presión por completo. Esto toma alrededor de 15 minutos.
IMPORTANTE: Llama a un adulto para que abra la olla de presión, ya que el vapor puede quemar.
⢠Saca la carne y colócala en una bandeja o plato grande âguardando el lÃquido. QuÃtale cualquier pellejo o grasa y desmenúzala usando dos tenedores.
⢠Añade la carne desmenuzada y el lÃquido de la olla de presión al sofrito, junto con la cebolla, el ajà y las aceitunas, mezclando bien. Si la carne no está completamente cubierta por la salsa, añade un poco más de caldo de res, según sea necesario. Cubre la sartén y mantenla a temperatura mÃnima durante 20 minutos. Ajusta la sal y pimienta, si es necesario.
⢠Sirve sobre arroz blanco o congrà acompañada de una rodaja de limón verde (opcional).
Mami y yo caminamos juntas a la escuela. En silencio. Yo camino despacio mirándome los pies. Mami ha pedido permiso del trabajo para llegar unas horas tarde. Dice que recibió un mensaje del director de la escuela que necesitaba vernos lo más pronto posible. Creo que sé de qué se trata, pero no se lo digo a Mami. Tengo un poco de vergüenza.
Cuando llegamos a la oficina del director, Silvia y su mamá están allÃ. Ya sé con certeza por qué estamos aquÃ. Pero Mami parece sorprendida.
âHola, Rosa âle dice la mamá de Silvia a mi mamá en un tono sobrioâ. Siento tanto tu pérdida.
Mami le da las gracias por el pésame y se sienta a su lado en silencio.
El director nos llama a su oficina.
âBueno, ustedes saben por qué están aquà ânos dice a Silvia y a mÃâ. Pero quizás sus madres no lo saben . . . ¿Quién les quiere contar lo que pasó?
Yo no dejo de mirar mis zapatos. Quisiera hacerme invisible y ponerle una cinta adhesiva a la boca de Silvia para que no hable.
âCeleste me llamó gorda âdiceâ. Me señaló la panza y dijo que era enorme, ¡enfrente de todos!
â¡Eso no es cierto! âprotestoâ. Sólo dije que me preocupaba que comieras tantos caramelos.
â¡Mentirosa! âgrita.
âBueno, bueno âinterrumpe el directorâ. A ver, Celeste, ¿por qué le dijiste que te preocupaba su dieta?