Letters from Heaven / Cartas del cielo (7 page)

BOOK: Letters from Heaven / Cartas del cielo
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Letters from Heaven / Cartas del cielo
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Cover design by Mora Des!gn

Inside illustrations by Leonardo Mora

Cover photo by Eloísa Pérez-Lozano

Gil, L. (Lydia), 1970-

Letters from heaven = Cartas del cielo / by/por Lydia Gil.

p. cm.

Summary: Celeste is heartbroken when her grandmother dies, but when letters begin to arrive with her grandmother's advice and recipes, Celeste finds consolation in preparing the dishes for herself, her mother, and their friends. Includes six traditional Cuban recipes.

ISBN 978-1-55885-798-8 (alk. paper)

[1. Grief—Fiction. 2. Grandmothers—Fiction. 3. Cooking—Fiction. 4. Cuban Americans—Fiction. 5. Letters—Fiction. 6. Spanish language materials—Bilingual.] I. Title. II. Title: Cartas del cielo.

PZ73.G4828 2014

[Fic]—dc23

2014022875
CIP  

El papel utilizado en esta publicación cumple con los requisitos del American National Standard for Information Sciences—Permanence of Paper for Printed Library Materials, ANSI Z39.48-1984.

Cartas del cielo
© 2014 by Lydia Gil

Impreso en los Estados Unidos de America

octubre 2014–noviembre 2014

Versa Press, Inc., East Peoria, IL

12  11  10  9  8  7  6  5  4  3  2  1

CONTENIDO

1    Café con leche

2    Cangrejitos de guayaba y queso

3    Bocado sincronizado

4    Congrí

5    Mariquitas

6    Ropa vieja

7    Malentendidos

8    Pedir ayuda

9    Flan

10    Cena en familia

Para Güeli

1          
CAFÉ CON LECHE

¡Estoy harta de que todo el mundo me trate tan bien! No tengo que hacer la fila en la cafetería de la escuela porque mis compañeros siempre me dejan pasar adelante. Si se me olvida la tarea, la maestra me dice que la puedo entregar al día siguiente ¡sin problema! En casa, llevo una semana sin tender la cama ni lavar un plato, y Mami no me ha dicho nada. No es que de la noche a la mañana me haya convertido en una superestrella. Mi abuela murió hace una semana. Parece que mis amigas piensan que si me tratan bien, me voy a sentir menos triste. No sé cómo decirles que no funciona. Por eso me quedo callada y avanzo al principio de la fila de la cafetería, agarro un yogur de fresa y me siento a comer en silencio. Pero el silencio no dura mucho.

—¿Nos podemos sentar? —pregunta Karen.

Yo me encojo de hombros porque no me molesta estar con ellas, pero tampoco me alegra. Todo me da igual.

—¿Quieres uvas, Celeste? —ofrece Silvia.

—No, gracias —le respondo.

—Vamos, Celeste, ¡para sincronizar!

Bocado sincronizado. Nuestro deporte favorito. Tomamos un bocado exactamente al mismo tiempo, abrimos los ojos bien grandes, levantamos los brazos, giramos al unísono una, dos, hasta tres veces . . . Nuestras rutinas son bien elaboradas, como las de natación sincronizada. Es súper divertido. Pero hoy no tengo ganas de jugar.

—Con permiso —digo sin rodeos, y me levanto de la mesa.

El día se me hace interminable. Matemáticas, ciencia, inglés, estudios sociales, todo se mezcla en mi cabeza, y lo único que puedo recordar es el vestido verde de mi abuelita. Era de un verde brillante, como el césped después de una buena lluvia. Ése era su color favorito.

—Verde que te quiero verde —me decía para que me comiera las verduras. Me decía que eran los versos de Federico García Lorca, un poeta famoso.

—Si no se te pone la cara verde, es que tienes que comer más verduras —decía.

Yo no sólo me las comía, ¡casi le pasaba la lengua al plato! Porque la comida de Abuela, no importaba lo que fuese, siempre era la mejor del mundo. Al menos para mí.

Cuando por fin suena la campana, corro a la salida aunque no estoy segura si alguien me estará esperando. Me quedo parada en la esquina, mirando a todos lados, esperando a ver quién me viene a
buscar hoy. Ayer fue doña Esperanza, la vecina de al lado. El martes fue Lisa, la amiga de Mami de pelo largo y sin maquillaje —¡a veces hasta anda por ahí sin zapatos! ¡Puaj! Lisa me recoge los martes y los viernes, pero a veces se turna con doña Esperanza. Mami nunca viene. Aunque el lunes sí vino a buscarme porque todavía estaba libre por duelo, pero al día siguiente tuvo que regresar al trabajo. Siempre dice, “Si no se trabaja, no se come”. Aunque ahora que no está Abuela, tampoco se come mucho que digamos.

—Celeste, ¡cruza, m'ija! —me grita doña Esperanza desde el otro lado de la calle.

—Ya voy —le digo, pero camino sin prisa, como si me dolieran los pies.

—¿Qué te pasó? ¿Te lastimaste bailando o qué?

—Estoy cansada —le digo—. Y ya no estoy en baile.

—Cómete unas tostaditas cuando llegues a casa y verás que te sientes mejor —dice—. Como decía tu abuela Rosa, que en paz descanse: “Barriga llena, corazón contento”.

Sigo caminando como si no oyera lo que me dice. Quisiera poderle decir algo, pero no me sale nada.

Cuando nos subimos al carro, doña Esperanza me agarra la mano y me dice —Yo también la extraño mucho.

En el camino imagino que cuando llegue a casa, la merienda me estará esperando en la mesa de la cocina. Abuela siempre me tenía una taza de café con leche calientito y unas tostadas para cuando yo regresara de la escuela. Pero cuando se enfermó, tuve que aprender a prepararme la merienda yo sola. Ella me enseñó a preparar el café “por medida” para que me quedara bien cada vez.

—Tienes que medir los ingredientes y no hacerlo a ojo —me decía—. De otro modo, un día te puede salir una taza de café bien rica, pero al siguiente, puede que te sepa a agua sucia.

A Abuela le encantaba tomarse su cafecito, aun después de haberse enfermado. Yo se lo llevaba al cuarto y en lugar de darme las gracias, me decía —Celeste, este café te quedó de concurso.

Pero la última vez que se lo llevé, se lo tomó lentamente y en silencio. Creí que no le había gustado, que quizás me había equivocado con las medidas. Pero al terminar me dijo —¡Este cafecito se llevó el primer premio!

Café con leche

2 cucharaditas de azúcar

2 medidas de café cubano o espreso

¼ taza de leche

• Prepara el café bien cargado y deja que cuele sobre las dos cucharaditas de azúcar.

• Calienta la leche en un recipiente aparte, con cuidado de que no hierva.

• Sirve el café azucarado en una taza con platillo. Vierte la leche sobre el café, mezclando bien.

2          
CANGREJITOS DE GUAYABA Y QUESO

Después de la merienda me siento a hacer la tarea. ¡Otra vez fracciones! A veces así me veo el cerebro —¡en partecitas! Un truco que me enseñó Abuela es pensar en las fracciones como en la cantidad de pedazos en las que cortaría un flan: el número de pedazos del flan completo es el que va debajo; y el número de pedazos que me voy a comer es el que va arriba. Sería algo así como ⅞, porque siempre le dejo un pedazo a Mami.

Están tocando a la puerta. Camino a la ventana de arriba sigilosamente para que no se oigan mis pasos. Corro la cortina un poco para ver quién es. Sólo les puedo abrir la puerta a doña Esperanza y a Lisa, porque ellas saben que estoy aquí sola mientras Mami está en el trabajo. Es el cartero. Ha dejado un paquetito al lado de la puerta. Cuando veo que el camión de correo dobla la esquina, corro a buscarlo.

¡Está dirigido a mí! Aunque no tiene remitente, la letra me resulta conocida. Es una letra elegante y
ligera, inclinada un poco hacia la derecha. El paquete tiene un tamaño raro: es largo y delgado, y no pesa mucho. Me pregunto por un momento si debo esperar a que Mami llegue para abrirlo. Pero como está dirigido a mí, decido no esperar.

Adentro del paquete hay otra caja envuelta en un saco de papel con una nota doblada. De inmediato reconozco la letra. ¡Es de Abuela!

Querida Celeste
,

Sé que me extrañas tanto como yo a ti. No estés triste. Donde hay amor, no hay tristeza. Acuérdate que todo llega y todo pasa. Así también se te pasará esta tristeza
.

Aunque yo ya no esté allí contigo, hay una manera en que puedes sentir que estamos juntas. Cuando prepares los platos que solíamos comer juntas, detente un instante a sentir el aroma. ¡Te prometo que el primer bocado te transportará a cuando estábamos juntas! Inténtalo cuando me extrañes. Yo sé que va a funcionar
.

Recuérdame con amor . . . ¡y sabor!

Tu abuela que te adora
,

Rosa

Al desenvolver la cajita encuentro una barra de pasta de guayaba con una nota. ¡Es la receta de los cangrejitos de guayaba y queso que hacía Abuela! Los preparábamos los domingos antes del almuerzo
o cuando nos llegaba visita de momento, porque a nuestra casa siempre nos llega visita sin anunciar. Mis amigas me dicen que eso no pasa en sus casas. Tanto los grandes como los chiquitos tienen que llamar por adelantado y sacar cita. Abuela decía que era como si en vez de visitar a un amigo fueran a ver al dentista. Pero en Cuba, en su isla, lo más divertido de hacer una visita era dar la sorpresa. Yo le preguntaba qué pasaba cuando la gente venía de lejos y no había nadie en casa.

—Se quedaban por ahí, esperando un buen rato por si regresaba la familia —decía—. Y si no había llegado cuando oscurecía, la visita dejaba una nota diciendo que habían hecho el esfuerzo de venir a verlos. La nota era importante, porque así, aunque se hubieran perdido la visita, todavía se llevaban una grata sorpresa al saber que alguien había pensado en ellos y había parado a visitarlos.

Sonrío al pensar que la abuela estaba haciendo lo mismo conmigo.

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