Read Letters from Heaven / Cartas del cielo Online
Authors: Lydia Gil
âEs que me tienen harta, ella y Karen, ¡tratándome como si estuviera loca!
El director se queda callado, como si esperara una explicación. Pero ninguna de las dos dice nada.
âUstedes saben que en esta escuela no tenemos ninguna tolerancia para la intimidación âdice finalmente el directorâ. Y herirle los sentimientos a otra persona ¡a propósito! es intimidación. Además, Celeste, ésta no es la primera queja que recibimos de ti. También empujaste a Amanda tan fuerte que tuvo que ir a la enfermerÃa. Ese tipo de quejas no se pueden pasar por alto.
Nadie habla. Nos quedamos en silencio durante lo que parecen ser horas. Finalmente habla Silvia.
âYo vi lo que pasó con Amanda âdiceâ. Celeste no la empujó fuerte. Además, después de lo que Amanda le dijo, yo probablemente hubiera hecho lo mismo.
â¿Y qué fue lo que te dijo, Celeste? âme pregunta el director.
âYo le dije que se largara y me dejara en paz, y ella me contestó que quien tenÃa que irse era yo . . . que regresara a mi paÃs.
El director mira a Silvia como para corroborar mi historia. Yo bajo los ojos, no tanto por vergüenza, sino porque no quiero ver los de Mami.
âPues, de Amanda me encargo yo âdiceâ. ¿Y lo que le dijiste a Silvia?
âNo lo quise decir, pero estoy tan cansada de que mis propias amigas no crean lo que me está pasando. . . .
âYo sólo querÃa ayudar a Celeste âdice Silviaâ. Sé que es triste que su abuela se haya muerto, porque ellas eran muy unidas, pero ella dice que su abuela le escribe cartas y la enseña a cocinar por correspondencia.
Yo la miro como si hubiera revelado el mayor secreto del universo. La quisiera fulminar con la mirada. Aunque no me doy vuelta, presiento que Mami me está mirando como si tuviera mil preguntas.
â¿Es cierto que dijiste eso, cielo? âpregunta Mami.
âSÃ, ¡pero es la verdad!
De repente todos me miran como si hubiera dicho que los extraterrestres se han apoderado de la escuela.
â¡Claro que mi abuela me escribe! âle digo a Mami en españolâ. ¿Cómo crees que aprendà a preparar los cangrejitos y el congrÃ?
âPero, Celeste, mi amor, los muertos no pueden escribir cartas âme contesta, cambiando al inglés.
âTe las puedo mostrar cuando lleguemos a casa. . . . Las tengo todas en mi mesita de noche. Yo no te lo querÃa contar para que no te pusieras triste.
Todas nos quedamos en silencio. Creo que están esperando que diga algo, que pida disculpas o algo por el estilo. Lo hago, pero sólo por lo que le dije a Silvia. Por lo otro, no puedo decir que lo siento ¡porque no he hecho nada! Si estoy en este lÃo es por haber dicho la verdad.
âLo siento âle digo a Silviaâ. No fue mi intención hacerte sentir mal.
âEstá bien âme diceâ. Pero déjate de esos cuentos de espÃritus que me dan un miedo terrible.
Silvia se me acerca y nos abrazamos. Luego le explicaré que no son cuentos. Por el momento, lo único que quiero es salir de aquÃ.
âPues cuando resuelvan el misterio de las cartas del más allá âdice el directorâ, por favor, déjenme saberlo, porque el cuento está interesantÃsimo. Pero ahora váyanse a sus clases porque los espÃritus no les van a hacer la tarea.
Mami se despide con un beso, pero la veo confundida. Vamos a tener mucho de qué hablar esta noche.
Lisa vino a buscarme y le cuento lo que pasó. Dice que tengo que enseñarle las cartas a Mami. Que aunque Mami no crea en esas cosas, la evidencia la va a hacer creer. Al frente de una de las casas que pasamos en nuestro recorrido han crecido unas florecitas blancas. Parece como si los arbustos estuvieran cubiertos de mariposas. Lisa recoge un ramo pequeñito y me lo da.
âPero, Lisa âle digo, en protestaâ, ¡no son tuyas!
â¡Shhh! âdice colocándome el dedo sobre los labiosâ. Hoy tú necesitas las flores más que ellos. Si nos dicen algo, yo se lo explicaré.
Las flores son hermosas.
âSencillas y silvestres âpiensoâ, como Abuela.
De repente siento un escalofrÃo. Pienso por un instante que no caminamos solas.
Esa tarde me pongo a pensar en algo que escribió Abuela en su última carta: “
A la mayorÃa de la gente le gusta ayudar”
. ¿Se referirÃa a doña Esperanza? ¿A Lisa? ¿A Mami? También Silvia habÃa querido ayudarme. ¿Y si yo no quiero ayuda? Nadie me puede ayudar con lo que quiero: que Mami no trabaje tanto y que yo pueda de algún modo regresar a las clases de baile. Para el resto me las arreglo yo sola bastante bien. No tengo que andar mendigándole a nadie. Yo no soy asÃ.
Oigo la puerta de la calle, y me asusto porque no espero a Mami hasta tarde. Hoy, sin embargo, ha llegado a casa temprano.
â¡Mami! âgrito y corro a darle un abrazo.
âCielo, ¿qué tal el resto de tu dÃa? âme pregunta.
Hace tanto que no la oigo preguntarme eso que no sé qué contestar. âBien âle digoâ. Sin dramas.
Mami nos prepara el café con leche y yo, sin preguntar, pongo a tostar el pan. Es casi como era antes, cuando estaba Abuela.
âTenemos que hablar, Celeste âme dice sin mirarme. Le pone azúcar al café y lo revuelve muy lentamente como si recitara un encantamiento.
âLo sé.
Subo a mi cuarto para buscar las cartas. Las habÃa colocado en una caja vacÃa de chocolates con la esperanza de que algún dÃa estuviera llena. Pero sospecho que no me llegarán muchas más. Coloco la caja sobre la mesa de la cocina.
âAquà están todas.
Mami abre la caja con cuidado y examina el primer sobre. Comienzan a correrle lágrimas por las mejillas. Pero creo que sonrÃe también.
âNo sé cómo lo hizo âle digo, señalando el matasellosâ. Pero la verdad es que estas cartas me quitaron un poco de la tristeza que estaba sintiendo.
Mami saca la primera carta y la lee en silencio. Sin tomar un sorbo de café, hace lo mismo con las otras. Cuando termina, las guarda en la caja y me mira.
â¿Crees que habrá más cartas? âme pregunta.
âOjalá.
Nos comemos las tostadas como lo hacÃa Abuela: mojando los pedazos en el café hasta que se derrite la mantequilla.
âMami, ¿qué crees que quiso decir Abuela con que a la gente le gusta ayudar?
âElla siempre decÃa eso, que a todos nos cuesta mucho más pedir ayuda que darla.
Me quedo pensando en esto mientras termino la merienda. Creo que sé lo que Abuela querÃa decirme. . . .
Apenas termino, corro a mi escritorio a buscar el número de teléfono de mi maestra de baile. Tengo un poco de miedo de que no me vayan a salir las palabras. O que me vaya a decir que no. Pero estoy decidida a hacerlo.
“
A la mayorÃa de la gente le gusta ayudar”
, me repito como si fuera un mantra.
De todos modos, que me diga que no es lo peor que puede pasar.
â¿Miss Robyn? Habla Celeste. âMe tiembla un poco la vozâ. ¿La interrumpo?
â¡Qué sorpresa oÃr de ti, Celeste! âme dice Miss Robynâ. Te hemos extrañado mucho. ¿Cómo sigue tu abuela?
âFalleció hace unas semanas.
â¡Cuánto lo siento! No lo sabÃa.
âYa no estoy tan triste, aunque sà la extraño mucho.
âA ella le encantaba verte bailar. ¿Cuándo vas a regresar a clase?
âBueno, por eso la llamo. Me encantarÃa regresar, pero mi mamá no puede pagarme las clases por ahora. . . .
âCuando estés lista, Celeste, sabes que siempre tengo un espacio para ti.
âBueno, yo estaba pensando que quizás podrÃa conseguir un trabajo âle digo, tÃmidamente.
âPero, Celeste, eres demasiado joven para trabajar.
âPues, querÃa preguntarle, bueno . . . quizás, si pudiera ayudar con la clase de los chiquitos âle digoâ, como trabajo.
Siento un poco de vergüenza al decirlo.
â¡Qué buena idea, Celeste! ¿Cómo no se me habÃa ocurrido antes? ¡Claro que sÃ! Puedes ser mi ayudante con los chiquitos a cambio de tomar tus clases.
â¿De veras? âle digo, sorprendida.
âPero tienes que pedirle permiso a tu mamá. Dile que me envÃe una nota diciendo que está de acuerdo con este arreglo.
â¡Por supuesto! Y muchas gracias. No sabe cuánto significa para mÃ.
âGracias a ti por proponérmelo, Celeste. Me da mucho gusto poder ayudar.
Abuela tenÃa razón. “
A la mayorÃa de la gente le gusta ayudar
”.
Mi querida Celeste
,
Se me está acabando el tiempo pero no quiero dejarte con un recuerdo salado o agrio, sino con uno dulce. En la vida probarás muchos platos, algunos ricos y otros no tanto. Algunos serán tan picantes que te harán llorar del ardor y otros tan exquisitos que recordarás su dulzura para siempre. Asà ha sido mi vida: dulce, amarga, a veces perfectamente sazonada, otras demasiado salada o completamente insÃpida. Pero cuando pienso en ti y en tu mamá, los recuerdos que me llegan son todos dulces. Asà quiero despedirme de ti, para que cuando pienses en mÃ, sea un recuerdo dulce el que te quede
.
Aquà te copio mi receta del flan que tanto te gusta. Cuidado al hacer el caramelo: Cuando el azúcar comienza a derretirse hay que trabajar rápido y con atención porque si
no, o se te quema el caramelo o te quemas tú. Y no lo apures. Todo lo bueno, toma tiempo. Cuando esté listo el flan, déjalo enfriar toda la noche. Al otro dÃa, antes de sentarte a comer, ponle un mantel a la mesa y una florecita en un florero. Saca una servilleta de tela y un plato de loza. Y siéntate entonces a disfrutarlo con calma. Cuando te lleves esa primera cucharada a la boca, bañada en caramelo, cierra los ojos y aspira el aroma. En ese instante, yo estaré a tu lado
.