La segunda colisión también llegó a través de una llamada telefónica, después del almuerzo.
—¿Campelli? Aquí Remer —oyó decir a una voz al otro lado de la línea, a pesar de las interferencias.
—Me alegro de que haya llamado —contestó Jon—. Me imagino que ha recibido mi carta…
Tras la última visita de Remer, Jon hizo una lista con las preguntas que no había llegado a formularle cuando se habían reunido y se las había enviado a Remer.
—¿Carta? ¿Qué carta? —gritó Remer—. No, no he recibido nada, pero estoy en Holanda en estos momentos, de modo que resulta un poco difícil que me entere si ha llegado recientemente. Envíame un correo electrónico, habitualmente los miro.
—También lo he hecho —comentó Jon.
—Ah, bueno… Pero no es ésa la razón de mi llamada —dijo Remer rápidamente—. ¿Recuerdas el librero de quien te hablé? Me lo encontré aquí, en Amsterdam, en una recepción. Un tipo inteligente… Me contó que algo le había sucedido al negocio, una fea historia. ¿Son serios los daños?
—Pudo haber sido mucho peor —contestó Jon—. La fachada de madera y los escaparates tienen que ser sustituidos, y luego hay que hacer una serie de reparaciones menores en el interior, pero poco más.
—Lamento oírlo, Campelli. No puedo permitir que mi abogado aparezca con los dedos quemados.
Remer soltó una fuerte risotada al otro lado, mientras Jon se preguntaba si la verdadera razón de la llamada no sería justamente tener la posibilidad de lanzar ese chascarrillo.
—Le agradezco que se preocupe por mí, Remer, pero preferiría que me conteste a algunas de las preguntas que le envié.
—Ah, si, seguro, les echaré una ojeada —dijo Remer—. Sólo quería decirte que él todavía está interesado en la compra del negocio, el librero me refiero. Incluso está dispuesto a pasar por alto los daño& ocasionados por el incendio.
—Como le he dicho…
—¿No me dirás que todavía estás considerando la idea de hacerte librero, Campelli? —lo interrumpió Remer—. Por cierto, parece un oficio mucho más apasionante de lo que nosotros! seguramente creemos, pero tú sabes bien cuál es tu verdadera? talento. Como ya he dicho, sólo tienes que vender y salir de ahí. Es demasiado arriesgado para profanos como nosotros los últimos acontecimientos han sido lo bastante claros al respecto.
—Remer —intentó cortarlo Jon—, ya he tomado una decisión. Libri di Luca no está en venta. Y sino le importa, me gustaría volver a mi trabajo para procurar que no vaya usted a la cárcel.
Colgó antes de darle tiempo al empresario a contestar.
Pero, lógicamente, no le resultó fácil concentrarse en el trabajo después de aquella llamada. Logró escribir otro correo electrónico y una carta, pero los pensamientos de Jon giraban más en torno a loé términos de la conversación que a las particularidades de su tarea. Al volver a jugar con las palabras de Remer en su mente, a veces llegaba a la conclusión de que el empresario había tratado de obligarle a vender por simples motivos de carácter económico, pero otras veces lo asociaba a una amenaza directa.
La tercera colisión ocurrió durante estas conjeturas.
Katherina lo llamó desde la librería. En el teléfono su voz parecía tan frágil como apacible, pero al mismo tiempo tenía también un cierto tono de incertidumbre, que Jon notó de inmediato.
—Está aquí un perito —dijo ella.
—¿Ah, sí? —respondió Jon, mientras empezaba a pensar en los daños ocasionados por el incendio, pólizas de seguros y compensaciones.
—¿Lo has llamado tú?
—No —contestó Jon—. Creo que aparecen de manera automática cuando hay un siniestro, ¿verdad?
Se hizo una pausa al otro lado de la línea.
—Hay un pequeño detalle —susurró Katherina—. Quiere acceso al sótano.
A partir del momento en que el perito traspasó el umbral de Libri di Luca, la atmósfera cambió. Katherina se sintió de inmediato molesta con su escrutadora mirada, que vagaba de los ventanales tapiados con los paneles de madera al suelo descubierto y desde allí a las estanterías y el pasadizo. No había ningún amor por los libros en aquellos ojos, sólo una apreciación cínica de lo que veía, repartida entre metros cuadrados y porcentajes.
Hasta entonces había sido un buen día. No se apreciaba una sola nube en el cielo, y a pesar de que hacía frío, Katherina disfrutó del paseo en bicicleta desde el distrito Nordvest hasta el centro. Cuando llegó a la tienda, empezó a limpiar. El cubo de vinagre había hecho su trabajo, y los últimos rastros del olor a quemado desaparecieron tras haber aireado cuidadosamente. Para mejorar un poco el ambiente, buscó un candelabro de cinco brazos que había en la cocina y encendió las velas. En algún sitio recóndito de su interior, se sintió complacida con la idea de encender aquellas llamitas en el lugar donde recientemente les había tocado combatir otras mucho más grandes.
En el transcurso del día no entraron más que cuatro o cinco dientes, y a pesar de sentirse ligeramente molesta, les asesoró para dirigir su atención hacia un par de excelentes compras.
La única cosa que el hombre dijo fue su nombre, Mogens Verner, y después mencionó que era un perito que venía «a revisar algunas cosas». Bajo el impermeable claro llevaba un traje azul oscuro, y bajo el brazo sostenía un bloc de notas y una calculadora de bolsillo. No pidió permiso para mirar alrededor, ni tampoco le formuló a Katherina pregunta alguna. En silencio, inspeccionó la planta baja, prestando un particular interés a los escaparates y al suelo.
Rápidamente pasó revista a las estanterías sin detenerse en ningún título en especial. Sólo cuando subió la escalera que conducía al pasadizo, Katherina percibió que había algo que no encajaba del todo.
Por una parte, no entendía por qué había subido allí. Incluso desde abajo se podía divisar con claridad que el único daño que el fuego había causado en esa zona se encontraba en la parte inferior del pasadizo, y no en el entresuelo. Además, el hombre comenzó a fijarse en los libros, tardando más tiempo que el que lleva leer los títulos y los nombres de los autores. Incluso anotó en su cuaderno alguno de ellos.
Aunque Katherina permanecía abajo, podía seguir fácilmente su inspección del contenido de las vitrinas superiores. También había notado que estaba muy concentrado y sólo algunas imágenes extrañas lograban perturbar sus pensamientos. Sin embargo, hubo una que afloró varias veces, aunque ella no tuvo el tiempo suficiente para distinguir los detalles. Era la imagen de dos hombres sentados frente a él en un café. Uno era alto, de cabellos rojizos y los ojos oscuros y hundidos. El otro tenía el pelo gris, cortado al rape, y parecía jovial y alegre. Ambos llevaban trajes. Katherina estaba convencida de que ella había visto antes, aunque no sabía dónde, al hombre canoso. Cuando el hombre comenzó a descender por la escalera, Katherina se aseguró de ponerse a su alcance, de modo que no le quedara más remedio que cruzarse con ella. Él le hizo una señal y estuvo a punto de proseguir hacia el sótano.
—Disculpe, pero No hay va? —le preguntó ella con dureza.
—Debo evaluar todo el inmueble —dijo él—. Eso incluye el sótano.
—Abajo no ha habido ningún daño —explicó Katherina—. Los bomberos no tuvieron necesidad de echar agua en el interior, de modo que resulta imposible que haya daños ocasionados ni por el agua ni por el fuego.
—Sin embargo —insistió el hombre con un suspiro—, éste es mi trabajo: debo inspeccionar todas las plantas.
—Me temo que yo no puedo permitirle el acceso —dijo Katherina—. No sin el propietario presente.
—¿El propietario? —exclamó el perito sorprendido—. Él fue quien solicitó la inspección.
Tras la conversación telefónica con Jon, Katherina intentó convencer al perito de que volviera al cabo de media hora. El hombre se mostró muy contrariado. Con creciente irritación, él trató de explicar que tenía otras citas ese día, y que la inspección no podía ser resuelta sin su evaluación final. Su humor no había mejorado cuando, treinta y cinco minutos más tarde, Jon aún no había aparecido.
—¿Y bien? ¿Qué hacemos ahora? —preguntó al tiempo que Jon abría la puerta de la tienda y entraba, sin aliento.
Katherina sonrió aliviada y le hizo señas a Jon, que se acercó a ellos.
—Mogens Verner —dijo el perito, tendiendo la mano.
Jon se la estrechó.
—Jon Campelli. Soy el propietario de Libri di Luca.
—¿Usted es el propietario? —exclamó asombrado el perito, soltando la mano de Jon como si hubiese sentido una descarga eléctrica.
—Sí, ¿por qué? ¿Hay algo que va mal?
—Creo que ha habido un malentendido —dijo Mogens Verner con una sonrisa incierta—. Debe disculparme.
—¿Qué quiere decir? —preguntó Jon, señalando los cristales del escaparate—. Los daños ocasionados por un incendio no son un malentendido.
—No es eso —explicó el perito, que se había sonrojado—. No he sido contratado para estimar los daños causados por el incendio. Me han pedido que hiciera una evaluación del negocio y su contenido con el objetivo de fijar un precio para la venta.
—¿Venta? —exclamó Katherina, y miró alarmada a Jon, que sacudió la cabeza.
—Yo no he solicitado semejante cosa —explicó, y se dio la vuelta para mirar al desconocido—. ¿Quién le ha contratado?
—El comprador y… bueno, el que pensé que era el propietario —contestó el perito, claramente avergonzado por la situación—. Como comprenderá, mucho me temo que no pueda revelarle sus nombres.
—¿No cree que resulta bastante extraño que uno de ellos se haya hecho pasar por el propietario?
Mogens Verner asintió.
—Sí, y otra vez le pido disculpas. Aclararé esta cuestión tan rápido como me sea posible.
Tendió la mano otra vez.
—Siento haberle hecho perder su tiempo.
Jon se la estrechó y Katherina hizo lo mismo. Luego, el hombre desapareció por la puerta tan rápidamente como había llegado.
—¿Qué crees que significa todo esto? —preguntó Katherina.
—Tengo una ligera idea —contestó Jon—. ¿Recuerdas aquel artículo que tenía conmigo la noche del incendio? El hombre de la foto es uno de mis clientes, y me ha estado haciendo preguntas sobre Libri di Luca, sobre todo estaba muy interesado en saber si planeo vender la librería o no. Se mostró muy insistente en este punto.
Katherina asintió y rápidamente se dirigió detrás de la caja, donde comenzó a revolver en el cajón. Durante el revuelo que había provocado el ataque a la tienda, el artículo había terminado en el suelo, pero ella recordaba haber arrojado un montón de papeles sueltos en el cajón mientras limpiaba. Con gesto triunfal, extrajo el artículo y estudió la foto.
Definitivamente, se trataba del mismo hombre que ella había entrevisto en los pensamientos del perito.
—Lo extraño —continuó Jon— es que he hablado con él, Remer se llama, un par de horas antes de que tú me telefonearas. Le he dicho con absoluta claridad que no pensaba vender.
—Hay cierta gente a la que no le resulta fácil aceptar un no por respuesta —dijo Katherina, y le habló de las imágenes que había captado de los dos hombres en el café.
—El otro podría ser el amigo librero de Remer —conjeturó Jon—. ¿No lo reconociste?
Katherina sacudió la cabeza. Había algo inquietante en el pelirrojo. Las imágenes que recibía de esta forma se veían a menudo fuertemente coloreadas por la percepción que el individuo en cuestión tenía del entorno, y algo durante aquella reunión en el café había puesto al perito sumamente nervioso. En realidad, el pelirrojo probablemente no era tan alto ni sus ojos estaban tan hundidos ni eran tan oscuros, pero Mogens Verner se había sentido incómodo, tal vez incluso amenazado por aquel hombre, y por eso lo recordaba de esa forma.
—¿Piensas que tiene alguna relación con lo que le pasó a Luca? —preguntó ella.
—No —contestó Jon a toda prisa—. Pero es evidente que tratan de conseguir la librería en un momento propicio. Conozco a los tipos como Remer, siempre están al acecho de un buen negocio. —Hizo una pausa, como si buscara convencerse también a sí mismo de ello, antes de continuar—. Por otra parte, no pertenece a la profesión, de modo que… ¿cómo hará para estar informado acerca de lo que sucede?
—En lo que respecta al mundo de los negocios, soy una perfecta ignorante —admitió Katherina—. Pero al menos puedo decir que nunca he visto a ninguno de los tres en los círculos próximos a los Lectores. —Levantó el índice—. A propósito, hay una reunión para receptores esta noche. Ellos están de acuerdo en que también estés presente, si tienes tiempo.
—Bueno, en realidad, se suponía que trabajaría en el caso Remer, pero la verdad es que no me siento muy motivado en este momento, sobre todo después de la bromilla que me ha gastado hoy. Tal vez debería ir a verle ahora mismo y decirle lo que puede hacer con su evaluación.
Cogió su teléfono móvil y comenzó a presionar números.
—¿Es un cliente importante? —preguntó Katherina.
—Muy importante —asintió Jon. Al alzar los ojos, miró directamente en línea recta y su coraje pareció decaer en cuanto ella fijó sus ojos en él. Al final, sonrió avergonzado y se encogió de hombros—. Bien, de acuerdo, quizá sea mejor que espere un poco.
En aquel instante, el móvil sonó de pronto mientras aún lo sostenía en la mano; los dos se estremecieron, hasta el punto de que Jon casi lo deja caer.
—Jon Campelli —dijo al teléfono cuando alcanzó a llevarlo hasta el oído—. Kortmann —repitió, mirando a Katherina—. Sí, ella está aquí conmigo. —Siguió escuchando un poco más, y sacudió la cabeza dos o tres veces—. ¿Cuándo? —preguntó mirando de reojo al reloj—. Podemos estar allí en un cuarto de hora. Bien. Adiós.
Katherina examinó la cara de Jon con expectación, mientras él cerraba el móvil y lo guardaba en un bolsillo interior.
—¿Recuerdas a Lee? ¿El informático de la reunión de ayer?
Katherina hizo un signo afirmativo.
—Ha muerto —dijo Jon—. Se ha suicidado.
—¿Cuándo? —preguntó Katherina impresionada.
—Anoche —respondió Jon—. Lo han encontrado esta mañana temprano.
—¿Seguro que se trata de un suicidio?
El hombre que ella había visto en la sala de lectura de la biblioteca de 0sterbro no le parecía precisamente un candidato al suicidio. Por el contrario, irradiaba una arrogancia autoritaria que, aunque resultaba desagradable, no parecía en modo alguno ser autodestructiva.