—Ignore por un momento mi árbol genealógico y, por favor, cuénteme —insistió Jon.
Kortmann asintió con la cabeza y se aclaró la garganta antes de continuar.
—Hasta hace veinte años, la Sociedad Bibliófila era un grupo que reunía tanto a transmisores como a receptores. En gran medida, fue mérito de tu padre y de tu abuelo que ambos grupos se mantuvieran unidos hasta el final. Pero, por aquella época, ocurrieron una serie de acontecimientos bastante similares a los que estamos presenciando hoy. Hubo Lectores despedidos de sus cargos públicos sin motivo alguno, o que sufrieron hostigamientos de todo tipo. La situación se fue agravando con robos, incendios e incluso asesinatos, y todo dejaba entrever que los poderes eran usados para intereses ofensivos. Los receptores nos acusaron de estar detrás de todo esto, y a la vez nosotros estábamos convencidos de que eran ellos los responsables de estos episodios. Los poderes que los receptores poseen tienen una naturaleza más ambigua que los nuestros: estábamos convencidos de contar con las pruebas suficientes para demostrar que los receptores estuvieron implicados en la mayor parte de los ataques que sufrimos. Todo apuntaba en esa dirección. Incluso en aquellos casos en que los receptores fueron el objetivo, podíamos explicarlos como deliberadas cortinas de humo, o bien rebeliones dentro de sus propias filas. Pero ellos lo negaron todo. Las acusaciones terminaron por dividir a la Sociedad en dos. Había un ambiente cargado de odio; en aquella época, tu padre se mantuvo fuera de la escena debido a la muerte de tu madre. Él siempre había mediado entre las partes, y hay que reconocer que al no contar con su diplomacia, la Sociedad, como he dicho, se dirigió irremediablemente hacia la fractura y se dividió entre transmisores y receptores. —Kortmann juntó las palmas de sus manos—. Por ese motivo los receptores no son bienvenidos aquí.
—¿Qué sucedió? —preguntó Jon—. ¿Cesaron los ataques?
—Inmediatamente —contestó Kortmann—. Tras la escisión, desaparecieron los problemas.
—Hasta ahora —añadió Paw.
Kortmann asintió.
Jon recordó el funeral de su padre. Iversen le había dicho que tanto transmisores como receptores estaban presentes, y en gran número, de hecho. No había percibido ninguna discordia o desconfianza, pero entonces no tenía ni idea de qué tipo de gente eran, ni siquiera cuál había sido su conexión con Luca.
—¿Por qué Luca?
—Tu padre siempre tuvo un pie en cada campo, y esto no contentaba a todos. Algunos, tanto transmisores como receptores, pensaban que lo mejor era que los grupos permanecieran separados. A los ojos de muchos, él podía ser considerado como un traidor.
—¿Y a los suyos?
Kortmann vaciló durante un momento, pero si se sintió acusado, no lo demostró.
—Luca fue íntimo amigo mío, un amigo muy querido. Además, era un líder de talento y la bondad personificada, pero nosotros no siempre estábamos de acuerdo en todo. En la época de la crisis, no niego que fui uno de quienes promoví la división entre transmisores y receptores, y esto me posicionó como líder de la Sociedad cuando tu padre dimitió. Yo hubiese preferido que él se quedara, pero la muerte de tu madre significó un golpe tan terrible para él, que durante muchos años no tuvo ningún contacto con la Sociedad. Cuando finalmente volvió, la ruptura ya era una realidad consolidada.
—¿De modo que él no retomó su papel de líder?
—No, conforme a sus propios deseos, Luca se hizo miembro ordinario de la Sociedad —respondió Kortmann. Enseguida se apresuró a añadir—: Pero nosotros siempre le pedíamos consejo cuando había que tomar decisiones importantes. A fin de cuentas, él fue uno de los fundadores, y su palabra todavía tenía un gran peso.
—¿Y esto lo convertía en alguien tan peligroso, hasta el punto de ser condenado a muerte?
—Me resulta difícil de creer, pero respecto a lo que hacía con los receptores, no puedo pronunciarme.
—Deben de haber tenido alguna razón para matarlo —dijo Paw—. Lo ha dicho usted mismo, Kortmann. El asesino es un receptor.
—Ellos niegan cualquier participación —respondió Kortmann—. A pesar de la división, de vez en cuando nos comunicamos con los receptores. Era Luca quien se ocupaba de ello. Ahora estamos tratando de establecer un canal de comunicación oficial. A raíz de la muerte de Luca, su líder telefoneó y me aseguró que ellos no tuvieron nada que ver con el asesinato.
—Toda esta historia apesta —bramó Paw—. Apuesto a que ellos están detrás de todo esto. ¿Quién será el próximo en ser asesinado? ¿Usted? ¿Yo? Deberíamos hacer algo antes de que sea demasiado tarde.
—Antes de que te lances al ataque —dijo Jon con calma—, ¿no deberíamos primero excluir la hipótesis de que la muerte de Luca fue en realidad por causas naturales?
—Hemos tenido algunas dudas, por supuesto —admitió Kortmann—. Hasta esta noche. El ataque a la librería me ha convencido definitivamente de que alguien quiere matarnos. Pero tu escepticismo me complace, Jon. Lo necesitarás para el encargo que estamos a punto de encomendarte.
—¿Encargo? —preguntó Jon titubeante. Afloraron a su conciencia imágenes suyas lanzando cócteles molotov contra los escaparates. De manera algo extraña, semejante perspectiva le pareció menos repulsiva de lo que podría haber supuesto, como si las circunstancias que rodeaban la muerte de Luca hubiesen desatado algo desconocido en su interior—. ¿Qué tipo de encargo tiene en mente?
—Bien, los receptores niegan todo conocimiento del hecho en cualquiera de sus manifestaciones, de modo que han aceptado de buen grado una investigación. De la misma forma que nosotros no tenemos ni idea de si estamos albergando a un traidor en nuestro círculo, a ellos les ocurre lo mismo. Por eso, ambas partes estamos interesadas en una investigación imparcial, realizada por alguien externo, un individuo que no esté bajo la influencia del entorno, por así decirlo. Y tú eres la persona indicada, Jon.
Jon miró auténticamente asombrado al hombre de la silla de ruedas.
—Cómo podría… —comenzó a decir, sin terminar la frase.
—Eres la opción perfecta, Jon. La reputación de la que gozaba tu padre te ayudará con ambos grupos. Todavía no estás lo suficientemente implicado con la Sociedad como para tomar partido, y además, como abogado, debes de estar habituado a trabajar hasta cierto punto con la metodología de las investigaciones.
—Pero tratándose de la muerte de Luca, alguien podría señalar que mi papel no es apropiado; puedo ser cualquier cosa, pero no imparcial —observó Jon.
—Esto debería motivarte aún más para descubrir al asesino, el verdadero asesino.
A Jon le resultaba difícil encontrar un argumento en contra. Su reacción inmediata fue no querer involucrarse en aquel asunto. Debería vender la librería tan rápidamente como fuese posible, y luego olvidar toda esta cuestión de los Lectores para retomar las riendas de su propia vida. Ya tenía más que suficiente trabajo sobre su mesa del bufete. Al fin se le había presentado una estupenda oportunidad para su carrera con el caso Remer, que, por otra parte, le ocupaba todo su tiempo disponible. Su bandeja de entrada en el bufete estaba llena.
Y aun así, sentía que aquélla era su última posibilidad para encontrar algunas respuestas claras. Quizá la investigación sobre la muerte de Luca le diera la explicación que había estado buscando durante tantos años: por qué su padre no había querido saber nada de él después de la muerte de su madre. Sentado allí, en el corazón de la Sociedad Bibliófila, rodeado de libros, tras ser bombardeado con teorías conspirativas, se le ocurrió que todo estaba conectado: la muerte de Luca, su propia vida y todo lo que había ocurrido durante los últimos veinte años. Eran piezas de un puzle, y hasta ahora había sido demasiado inmaduro para completarlo. Se trataba de un juego recomendado para mayores de treinta y tres años.
—No sabría por dónde empezar —comentó Jon, rompiendo el silencio que se había apoderado de la habitación.
—Lo primero que tienes que hacer es conocer al resto de los miembros de la Sociedad Bibliófila —señaló Kortmann—. Tanto a los transmisores como a los receptores. Quizá la receptora que te acompañó pueda resultarte útil. Al parecer, ella disfrutaba de la confianza dé Luca, de modo que te puede ser de gran ayuda. Utilízala, si puedes. Es posible que ella logre arreglar algo con los receptores. Luego puedes diseñar tu propia estrategia, asumiendo que ellos te acepten.
—Es muy probable que tenga necesidad de un guardaespaldas, ¿no lo cree usted? —sugirió Paw, señalándose con ambos pulgares—. ¿Yo, por ejemplo?
—Como dije antes —explicó Kortmann, con mal disimulada irritación en la voz—, es importante para ambas partes tener confianza en la persona o las personas que desarrollen esta investigación. Deben ser tan imparciales como puedan, y no creo que precisamente tú seas un ejemplo de ecuanimidad.
—Vale, vale —exclamó Paw decepcionado—. Sólo quería ayudar.
—Por otra parte, hay otro requisito irrebatible que Jon posee, a diferencia de ti: Jon no es un Lector activo.
Paw se encogió de hombros.
—No tengo dudas acerca de tu potencial —le dijo Kortmann a Jon—. Pero en este momento tus poderes están inactivos. Será una ventaja mantenerlos así hasta el término de la investigación. Muchas de las personas con las que vas a tratar podrán estar seguras de que no las manipulas. La desventaja, claro, es obvia: no serás capaz de advertir cuándo alguien trata de manipularte.
—Ahora me siento mucho mejor —murmuró Jon.
—No debes preocuparte —lo tranquilizó Kortmann—. Tu ventaja consiste en que sabes con quién tratas. Si te atienes a unas pocas y muy simples reglas, no deberías tener ningún problema.
—¿Y cuáles serían?
—No leas nunca nada en presencia de un receptor y evita cualquier lectura dada por un transmisor.
Jon asintió.
—Pero me sentiría más seguro si tuviera a alguien conmigo. Llámele un guardaespaldas o, si prefiere, un guía. Siendo un extraño en este ambiente, necesitaría de alguna instrucción acerca de cómo debería actuar ante determinadas situaciones.
—Comprendo —admitió Kortmann—. Pero los receptores nunca aceptarían a Paw como investigador.
—No estaba pensando en Paw —dijo Jon con rapidez—. Me gustaría que mi colaboradora fuese Katherina.
Paw se rió disimuladamente, mientras Kortmann, con toda calma, cruzaba las manos entre sí para apoyar la barbilla en ellas. Después de ofrecerle a Jon una larga mirada inquisitiva, lanzó una carcajada.
—No se puede negar que eres realmente hijo de Luca —dijo con tono afable—. Éste es exactamente el tipo de cosas que él habría hecho. Bien, hazlo a tu modo. Mientras comprendas que hay ciertos sitios a donde ella no puede ir, y que algunas personas no se mostrarán felices con este arreglo y, en consecuencia, no será bien acogida, eres libre de llevarla a donde quieras. —Su expresión se mostró nuevamente seria—. Y bien, ¿qué me dices?
Jon intercambió una mirada con Paw, que le devolvió una expresión ofendida. Kortmann lo observaba impaciente, con las manos cruzadas. Una vez más, una sensación de impotencia invadió a Jon. Lo que tenía que hacer estaba claro, aunque no quisiera hacerlo. Sintió que había sido despojado del derecho a escoger. Pero lo que realmente lo sorprendió de repente fue el hecho de que él había elegido hacerlo. La oportunidad de averiguar qué había sucedido en el pasado lo disuadió de todos los argumentos racionales acerca de su carrera, así como de las inverosímiles teorías conspirativas. Algo le decía que debía existir un nexo entre los acontecimientos del presente con lo que había pasado veinte años antes.
Jon se enderezó en la silla y estiró las manos.
—Bien, ¿cuándo empezamos?
A pesar de la oscuridad, Katherina pudo advertir que había algo diferente en los dos hombres que se acercaban a ella. Jon iba en primer lugar, con pasos decididos; Paw lo seguía detrás con la cabeza baja. Había transcurrido más de una hora. Una hora en la que Katherina había recorrido todo el patio delantero de la mansión sintiendo el rigor del frío nocturno. El frío no le había molestado tanto como la arrogancia con la que Kortmann se había negado a recibirla. La rabia y la frustración por no saber qué iba a decir o qué versión de la historia escogería la habían hecho entrar en calor.
—Bueno, ¿qué ha dicho? —preguntó cuando los otros llegaron al coche.
Jon se sentó al volante sin decir nada, sin mirarla siquiera. Katherina entonces intercambió una mirada con Paw, que estaba a sus espaldas.
—Felicidades —murmuró—. Serás la guía de nuestro amigo.
Abrió la puerta del vehículo y se lanzó hacia el asiento trasero, se cruzó de brazos y cerró los ojos.
Katherina ocupó el asiento del acompañante.
—¿Qué significa eso? Jon respiró profundamente. Con las manos en el volante y los ojos fijos en la oscuridad que se abría más allá del parabrisas, respondió:
—Me han pedido que realice una investigación sobre las circunstancias que condujeron a… la muerte de mi padre. Kortmann piensa que Luca fue asesinado. —Esperó un segundo antes de girar el rostro hacia ella—. Voy a necesitar tu ayuda, Katherina.
Ella bajó la mirada y asintió.
—Por supuesto.
De golpe, sus preocupaciones habían desaparecido, y tuvo que hacer un esfuerzo para no demostrar su alivio. Después de una hora de crueles dudas e incertidumbre, podía relajarse. Aunque, pensó, ¿todo esto no significaba quizá su bienvenida a Libri di Luca? ¿Y qué esperanzas podía concebir de una reconciliación entre transmisores y receptores? Casi no podía creérselo.
—No pareces sorprendida —observó Jon—. ¿Acaso sabías que lo habían asesinado?
—Hay muchos indicios que apuntan en esa dirección —respondió Katherina evasivamente. Si Jon se sentía excluido, lo podía entender—. No teníamos total certeza, no podemos estar seguros al cien por cien, aunque Iversen estaba totalmente convencido.
—Parece que todo el mundo lo sabía, excepto yo. —Jon puso en marcha el coche—. Y también parece que están todos de acuerdo en atribuir la responsabilidad a un receptor —dijo, mientras el vehículo avanzaba hacia la verja, que, como si obedeciera a una señal secreta, comenzó a abrirse—. Todo el mundo me lo ha advertido: hay que estar en guardia ante los receptores. Parece que sus poderes logran poner a la gente algo nerviosa; si realmente ésa es la manera en que Luca fue asesinado, entonces los temores están justificados. Por consiguiente la pregunta natural sería: ¿puedo confiar en ti?