—¿Qué ocurre? —preguntó Jon, que los miraba perplejo.
Tom había cerrado los ojos, su frente estaba completamente surcada de arrugas.
—Prohibido el paso a los extraños —susurró Katherina, colocando un dedo sobre sus labios—. El primer cartel.
Jon descubrió que estaba conteniendo la respiración. Aunque él no podía oír nada, percibía la tensión de los otros. Katherina también había cerrado los ojos, y muy lentamente levantó una mano hacia Jon, para indicarle que debía permanecer sentado. Él no se movió.
—Se han ido —dijo Tom, al cabo de un minuto.
Abrió los ojos al mismo tiempo que Katherina, que se mostraba de acuerdo.
—¿Ellos? —preguntó Jon.
—Había al menos dos personas leyendo el cartel —explicó Katherina—. Y después, nada.
—Sucede a menudo —les tranquilizó Tom—. La gente se pierde o alguien busca un atajo. La mayoría da la vuelta al ver el primer cartel. —Volvió a sentarse, y Katherina hizo lo mismo—. No sé de muchos que puedan recibir a esta distancia —le dijo Tom a Katherina, admirado—. Luca me había hablado de tus poderes.
—El mérito es todo suyo —dijo Katherina.
—Bueno, al menos tenemos algo en común —dijo Tom con una sonrisa—. Yo era su pupilo, igual que tú. Pero todos tenemos un límite natural que no podemos traspasar, no importa lo que nos entrenemos para ello. Para algunos, este límite se encuentra mucho más profundamente de lo que acabas de demostrar.
—¿Podemos volver a lo que estábamos hablando? —preguntó Jon impaciente.
—Sí, desde luego —dijo Tom, poniéndose de pie.
—Ha dicho que sucedió algo después de su expulsión —dijo Katherina.
Tom asintió con aire solemne.
—Pasaron varias cosas. Ante todo, los acontecimientos sospechosos se multiplicaron. Ahora resultaban tan evidentes que incluso otros miembros de la Sociedad Bibliófila comenzaron a sospechar que había algo raro. Pero en vez de mirar qué sucedía fuera de la Sociedad, dirigieron su atención a sus propias filas. Las acusaciones empezaron a ser frecuentes y aumentó la desconfianza, acentuándose la división entre transmisores y receptores. —Buscó la mirada de Jon y fijó los ojos en él—. Luca intentó mantenerlos unidos, y durante algún tiempo lo consiguió, a pesar de que en ambos bandos surgieron facciones que se inclinaban por la separación.
—¿Y Kortmann? —intervino Jon.
—Él era el portavoz de los transmisores, sí —confirmó Tom—. Kortmann es un hombre ambicioso, pero mientras Luca llevaba el timón, el grupo permaneció unido, aunque se percibían tensiones.
Se interrumpió de nuevo y volvió a mirarse las manos.
—¿Y entonces? —inquirió Jon.
—Entonces… Entonces tu madre fue asesinada —dijo Tom en voz muy baja.
De algún modo, Jon se imaginaba que podía surgir algo así. Desde que había oído las causas que podían haber inducido a Lee al suicidio, la posibilidad había estado dándole vueltas en su subconsciente, pero había logrado reprimir las sospechas, puesto que no tenía ninguna prueba para constatarlas. Sin embargo, la declaración de Tom con respecto a la suerte de Marianne llegó a Jon como un golpe certero en pleno pecho. De golpe, notó que le faltaba el aire e inclinó la cabeza buscando concentrarse en la respiración. A su lado, Katherina cambió de postura. Jon le indicó con una seña que estaba bien.
—Luca quedó completamente destrozado, desde luego —continuó Tom—. Se culpó por lo que había pasado, como si hubiese sido él quien la había empujado por la ventana del quinto piso. Por supuesto, en el sentido estrictamente literal sabía que no tenía culpa alguna, pero estaba convencido de que nuestra investigación sobre la Organización Sombra había provocado el asesinato. Pero este convencimiento carecía realmente de utilidad. No tenía los recursos ni la fuerza necesarios para hacer nada. Optó entonces por apartarse de todo, de la Sociedad Bibliófila, de su familia y de la vida más allá de las cuatro paredes de Libri di Luca. La librería se transformó en su refugio permanente.
—Sí, lo sé —dijo Jon, cáustico—. Esta parte la recuerdo con toda claridad.
—Te entregó en adopción para protegerte —dijo Tom con tono serio—. Sabía que no le perseguirían a él, pero sí a las personas que más quería, primero a Marianne y luego a ti. Después de la pérdida de tu madre, quiso hacer todo lo que estaba a su alcance para proteger a la única familia que le quedaba, aun a costa de no verte más.
Jon sintió que la náusea crecía en su interior. Podía oír todo aquello que Tom Norreskov tenía que decir; asimilaba las palabras intentando atribuirles algún significado. En el mundo en el que vivía Luca en aquella época, seguramente existía algo de lógica en sus decisiones, pero comparado con sus propios recuerdos de aquel período nada parecía tener sentido. De creer que su padre no quería saber nada de él a aceptar que prácticamente se había inmolado por amor había un abismo demasiado grande.
—¿Por qué nunca me dijo nada?
—Por miedo. No tuvo el coraje de decir nada a nadie. El riesgo que significaba que la Sociedad estuviese implicada le impidió buscar ayuda en el grupo. Durante mucho tiempo, después de la muerte de Marianne, no vino a visitarme. ¿A quién se suponía que podía recurrir?
—¿E Iversen? —apuntó Katherina—. ¿Él no podía ayudar?
—Seguramente lo hizo —contestó Tom—. Sobre todo porque lo conocía como nadie; por eso, debió de ofrecerle todo su apoyo como amigo y ayudante en la librería. Se ocupaba de que Luca comiese, y lo tenía al corriente de cuanto sucedía en la Sociedad Bibliófila. La ruptura entre transmisores y receptores se hizo realidad rápidamente tras el retiro de Luca, y las cosas parecieron mejorar. Los episodios cesaron o, al menos, se hicieron menos evidentes ante los ojos de quienes no sabían qué buscar. Kortmann se convirtió en el jefe de la Sociedad representando al bando de los transmisores, mientras que Clara asumió el liderazgo de los receptores. Durante un tiempo, reinó una paz idílica.
—Entonces… ¿Iversen no sabía nada de la Organización Sombra?
—No —respondió Tom con firmeza—. No es que nosotros no confiáramos en él, pero, en ciertas ocasiones, y disculpad la expresión, parece un libro abierto. De haber sabido lo que nosotros conocíamos, habría terminado por revelar todo lo que sabíamos acerca de la Organización Sombra, desde luego, de un modo absolutamente involuntario. Por eso decidimos desde un primer momento no implicarlo. Fue por su propio bien.
—¿Y qué pasó con el plan? —preguntó Katherina—. ¿Alguna vez la Organización Sombra se puso en contacto con usted?
Tom negó con la cabeza.
—No, nunca. —Juntó sus manos y se las retorció—. Puede que hayan tenido dificultades para encontrarme. En aquel entonces yo estaba bastante paranoico. A decir verdad, el suicidio de Marianne me dio un susto mortal, y traté de protegerme como mejor podía. Transcurrido un tiempo, me olvidé de todo y me mudé aquí. —Deslizó la mirada por la habitación—. Sólo Luca sabía dónde estaba, o al menos eso pensé entonces. —Esbozó una amplia sonrisa—. Hasta hoy.
—Shhh —interrumpió Katherina de repente, alzando la mano.
Tom inclinó la cabeza hacia un lado y cerró los ojos. Sentado en la butaca con las manos unidas, parecía un monje meditando. Jon se giró hacia Katherina, que estaba sentada a su lado.
—Prohibido el paso —susurró ella.
Jon señaló que había entendido y se apoyó contra el respaldo del sofá.
En aquel momento hubiese dado cualquier cosa por percibir lo mismo que ellos, por poder participar y no ser solamente un espectador.
—Propiedad privada —dijo Katherina.
—El segundo cartel —intervino Tom.
Jon paseaba la mirada de uno a otro. Los dos tenían los ojos cerrados y estaban sentados en la misma posición que antes, sin atreverse a moverse.
—Los intrusos serán denunciados a la policía —gruñó Tom—. Han entrado en el bosque.
—Son tres —añadió Katherina.
De no haber tenido miedo de romper su concentración, Jon habría saltado del sofá para correr fuera y ver quiénes eran los que se acercaban. Pero decidió no hacer nada, excepto quedarse inmóvil en el sofá. Exploró el cuarto con la mirada. El mosaico que formaban los lomos de los libros lo hacía parecer menos vacío de lo que en realidad estaba, tal vez debido al azar en que fueron colocados. Se inclinó hacia la estantería más cercana.
—No, Jon —exclamó Katherina en voz alta.
«MichelFoucaultGünterGrassLaspalabrasylascosasLullabyThomasPynchonMason&DixonRichardFordSusanSontagFinnCollinBentJansenAnatomíadelodioLaúltimavalquiriaElhijodelvientoArturoPérezReverteMarcelProustBlancanieves…».
El flujo de títulos y autores que Jon leía ocultó por completo la recepción de los individuos que se dirigían a la granja.
—Detente —ordenó Katherina.
Jon la miró sorprendido, pero su expresión rápidamente cedió al remordimiento y bajó la mirada.
Katherina cerró los ojos e intentó concentrarse de nuevo en la recepción de alguna señal, pero no pudo captar nada. ¿Qué podía significar eso? ¿Se habían detenido, o se encontraban entre dos carteles? Aunque podía resultar útil recibir a distancia, también podía ser frustrante no ser capaz de ver lo que realmente estaba sucediendo.
De pronto, saltó del sofá y cruzó precipitadamente el cuarto hasta llegar a la puerta. Una vez allí, luchó con las tres cerraduras que le impedían salir. Cuando finalmente consiguió abrirlas, los otros dos ya se encontraban a su lado.
Ya en el exterior, los tres corrieron hacia el camino. Jon era el que más rápido lo hacía y sacó una pequeña ventaja, pero al llegar a la curva se detuvo bruscamente. Cuando Katherina y Tom se unieron a él, divisaron un Land Rover gris alejándose marcha atrás. Las sombras de los árboles impedían ver quiénes o cuántos eran los ocupantes del vehículo. Katherina estuvo a punto de perseguirlo, pero Jon la detuvo.
—Han recogido a alguien —explicó él—. Un tipo ha salido de los árboles que están a la izquierda. Podían haber sido más.
Katherina miró detenidamente los troncos, pero el denso bosque de abetos le impidió ver más allá de un par de metros. El coche había desaparecido de su campo visual, pero todavía podían escuchar el motor. Se estaba alejando a gran velocidad.
—¿Has conseguido ver el número de la matrícula? —preguntó Katherina.
Ton negó con la cabeza.
—TX algo.
—Iré a buscar mi escopeta —dijo Тот, y volvió corriendo a la casa antes de que los otros pudieran reaccionar.
—¿Y al hombre? —volvió a preguntar Katherina—. ¿Lograste reconocerlo?
—No —respondió Jon—. Sólo sé que era bajo y delgado, y vestía como un cazador, con sombrero y todo.
—¿Y llevaba algún arma?
—Tal vez. No lo he visto bien.
Jon dio algunos pasos a lo largo de la carretera, mirando detenidamente el bosque. Permanecieron allí durante un par de minutos, en silencio, intentando escuchar algo sin oír más que el viento en las copas de los árboles.
—Siento mucho haber estropeado las cosas —dijo él sin quitar los ojos de los árboles—. Todavía no me he habituado al hecho de que la lectura pueda revelar tanto, como si fuese una ventana abierta. Toda mi vida he pensado que la lectura silenciosa era una actividad íntima, una especie de espacio personal en el cual podía entrar y estar en absoluta soledad. En cambio, parece que me he pasado la vida transmitiendo como si fuese una emisora de radio.
—Una emisora de radio con un número increíblemente reducido de oyentes —señaló Katherina—. La mayoría de la gente puede pasarse leyendo la vida entera sin encontrarse jamás con un receptor.
—Sabéis ocultaros muy bien —dijo Jon con una sonrisa, haciendo una seña en dirección a la granja—. Sí, lo sé, Tom es un caso especial. —La sonrisa se desvaneció y su mirada se hizo más penetrante—. Muy especial. La pregunta es: ¿podemos confiar en él?
—¿Tenemos alguna opción?
Jon sacudió con fuerza la cabeza y estiró los brazos.
—He oído tantas cosas increíbles durante la última semana que ésta incluso casi parece sensata —afirmó Jon, volviendo otra vez a dirigir la mirada a los árboles—. Al menos, esto explica mucho de lo que ha pasado, y en particular, todo lo relativo a Luca. Me hubiese resultado sumamente útil poder tener esta información un poco antes.
Katherina notó que mantenía las manos apretadas con tal fuerza que los nudillos se le pusieron blancos.
—Lo más increíble para mí consiste en que Luca nunca haya dicho una palabra —dijo ella—. Ni siquiera a Iversen…
Jon levantó una mano indicándole que permaneciera callada. De entre los árboles, se oía el crujir de ramas que se rompían y el sonido de unos pasos en la maleza. Jon avanzó un poco más por la carretera y Katherina lo siguió. Ahora podían distinguir una figura acercándose directamente hacia ellos y escuchar el jadeo por el esfuerzo requerido para apartar las ramas entrelazadas.
Tom surgió entre las sombras y dio un paso, con el rostro enrojecido y buscando desesperado algo de aire. Bajo el brazo llevaba una escopeta de caza cubierta por las ramitas que habían sido arrancadas en su camino por el bosque.
—Nada —anunció después de haber recobrado el aliento—. Si alguien estuvo aquí, ya se ha marchado.
Cedió el arma a Jon para poder quitarse las ramitas y hojas del pelo y la barba.
Ni Katherina ni Jon tenían muchos deseos de volver a la oscura granja. Tom se mantuvo detrás mientras ellos caminaban hasta el sitio donde se había detenido el coche. Hacía frío, pero Katherina disfrutaba del aire fresco tras la atmósfera cargada que había en el interior de la casa.
—¿Quiénes cree que eran? ¿Eran ellos? —preguntó Jon cuando alcanzaron el patio y Tom se acercaba con pasos inciertos.
—Si eran de la Organización Sombra, esto es lo más cerca que he estado de ellos jamás —aseguró Tom, tendiendo la mano para coger su escopeta. Jon le devolvió el arma a su propietario, que comenzó a quitarle meticulosamente la suciedad y la pólvora de la recámara y el cañón—. ¿Os ha seguido alguien hasta aquí? —preguntó Tom, sin quitar los ojos de lo que estaba haciendo.
Jon sacudió la cabeza.
—No vimos a nadie.
—Parece un poco extraño que hayan venido precisamente el mismo día que vosotros —señaló Tom, observándolos de soslayo—. ¿Quién sabía que vendríais?
—Iversen y Paw —respondió Katherina.
—Y mi asesor informático —añadió Jon.