El impresionante espacio era una cosa, y otra muy diferente la concentración de energía que Jon pudo sentir al atravesar aquellos enormes espacios. Era como si se encontraran bajo una lupa donde se concentraba tal grado de fuerza que el aire parecía saturado de cargas eléctricas que hacían erizar el vello de los brazos. Jon sintió una sensación de cosquilleo tan fuerte que no pudo evitar sonreír.
En el centro de aquel nivel de la sala de lectura, en lugar de mesas у sillas había un círculo de velas, y en medio del círculo un podio de madera oscura. Jon supo a quién estaba destinado aquel podio.
Lentamente y sin hacer ruido la gente fue entrando para ir situándose alrededor del estrado. Remer condujo a Jon hacia el centro del círculo de velas. Permanecieron a cada lado del podio mientras observaban en silencio a los grupos que seguían entrando. Era imposible ver los rostros debajo de las capuchas. Jon se sentía expuesto con su túnica negra. Él era la única persona que no podía esconderse.
Los participantes se iban acercando cada vez más a medida que la gente iba llenando la sala de lectura. Varias veces a Jon le pareció ver a la mujer del vestíbulo, en la que creyó reconocer a Katherina, pero siempre había algo en el andar o en la postura de la persona que lo convencía de que no era ella.
A pesar de haber tantas personas reunidas, nadie decía una palabra. El silencio hizo posible que oyeran el ruido de las puertas al ser cerradas por uno de los vigilantes, que se colocó delante de ellas, en la parte interior, con las manos atrás.
Como si hubiera estado esperando ese momento, Remer se dirigió al podio. Estaba sobre una plataforma de un metro y medio de alto y pronto todas las miradas se dirigieron a él.
Se aclaró la garganta un par de veces y luego empezó a hablar en latín. Jon reconoció las palabras. Eran de una sección de las crónicas de la Orden que Poul Holt le había leído. Holt le había explicado que era la declaración original de la misión de la Orden, que exhortaba a los miembros a que mejoraran sus poderes y que siempre los mantuvieran en secreto y alejados de los no iniciados. El pasaje también contenía un elogio de los poderes y del papel de los miembros en el mundo. Como pastores, debían conducir a las ovejas ignorantes, es decir, a todos aquellos que carecían de esas habilidades.
Jon no comprendía las palabras que Remer leía, de modo que empleó el tiempo en examinar a las personas que estaban a su alrededor. Aparentemente parecían familiarizadas con el texto. Dirigían sus rostros hacia Remer, lo que hacía posible que Jon viera sus bocas, que en su mayoría repetían las palabras a medida que el empresario las pronunciaba. Pero había una persona que no miraba a Remer, sino que mantenía sus ojos fijos en Jon. Estaba en la segunda o tercera fila y no podía verle la cara a causa de la sombra que producía la capucha. Pero no había ninguna duda de que los ojos estaban dirigidos hacia él.
El corazón de Jon empezó a latir más rápido. No podía ser ella. Lentamente, aquella persona levantó la cabeza para mirar a Remer, como todos los demás. La capucha dejó entrever la parte inferior de su rostro, sus labios esbozaban una sonrisa.
Jon pudo vislumbrar una pequeña cicatriz sobre la barbilla. La cicatriz de Katherina.
Katherina estaba segura de que Jon la había visto. La primera vez había sido en el vestíbulo, donde él la había saludado con una inclinación de cabeza. ¿Qué significaba eso? No hay estaba listo? No hay la estaba esperando? ¿O se había tratado simplemente del saludo a un supuesto colega? Con el corazón latiéndole con fuerza, había seguido a los otros hasta la sala de lectura. Si la hubiera reconocido en el vestíbulo, podría ser desenmascarada en cualquier momento. Su nerviosismo se desvaneció cuando entró en la sala de lectura. La energía parecía más concentrada que cuando había estado allí por última vez. Tal vez fueran las velas, las túnicas y la gran cantidad de gente… O todo sumado permitía apreciar una excitación casi tangible en el aire.
La segunda vez que Jon la vio fue inmediatamente después de que Remer se colocara en el podio y empezara a leer el texto en latín. Katherina no entendía lo que estaba leyendo, y en lugar de prestar atención a las palabras, tenía los ojos fijos en Jon. Éste estaba a un lado del estrado, recorriendo con su mirada a la multitud, como si estuviera buscando a alguien. La capucha de su túnica no estaba totalmente echada hacia delante, de modo que buena parte de su cara era visible, y ella vio que sus ojos se posaban en ella. Sintió que se le aceleraba el pulso. Aquellos mismos ojos la habían mirado con tanto amor hacía poco tiempo. Y en ese momento brillaban llenos de dudas y confusión.
Quizás hubiese todavía esperanzas. La duda era definitivamente mejor que el odio que había percibido cuando se lo había encontrado en el mercado. Ella no pudo evitar sonreír cuando volvió a concentrar su atención en Remer.
No cabía duda de que Remer estaba cargando el texto que estaba leyendo, pero como ella no comprendía las palabras no la afectaba. Pero era diferente para la persona que estaba junto a ella, un caballero bastante corpulento cuya túnica apenas cubría su voluminoso cuerpo. Al cabo de un momento comenzó a balancearse ligeramente de un lado a otro. Empezó a asentir con su cabeza cubierta en varios pasajes del texto. Miró a su alrededor y vio a otras personas que actuaban de la misma manera. Pero la mayor parte de los presentes permanecía inmóvil, como Katherina, escuchando lo que se leía.
Katherina se concentró en la forma que tenía Remer de utilizar sus poderes. Era un transmisor hábil, quizá todavía mejor que Luca.
El efecto parecía continuo y sin esfuerzo, como si estuviera produciendo un vendaval sólo soplando suavemente. Cuando ella se concentró todavía más, descubrió una de las razones de aquello. La mayoría de los receptores presentes habían concentrado sus poderes y sostenían su lectura en un esfuerzo unificado. Con tantos individuos implicados, aquél era un ejercicio muy difícil que requería consenso en cuanto a lo que se iba a comunicar. La menor vacilación o el menor error de cálculo podían romper la ilusión. Katherina sabía por su entrenamiento con el grupo de receptores lo difícil que era eso, pero allí todos estaban totalmente concentrados y no había dudas en su actuación.
La última frase que Remer leyó fue repetida por todos los presentes. Él levantó la vista para dirigirla a la concurrencia, hizo una ligera inclinación y luego abandonó el estrado. Katherina vio que intercambiaba algunas palabras con Jon, que ocupó el sitio que Remer acababa de dejar. La gente alrededor de ella empezó a mover los pies con inquietud.
Era imposible saber qué era lo que les había dicho, pero todos parecían dominados por la expectación; también estaban nerviosos.
Katherina aprovechó la oportunidad para retroceder algunas filas. Si Jon le había indicado a Remer dónde estaba ella, debía tener cuidado. Pero el empresario permaneció en su sitio, junto a Jon, y no parecía particularmente alerta o preocupado.
Desde las filas más próximas al estrado, un grupo de unas diez personas se adelantó. Todos llevaban libros negros que abrieron para luego levantar la vista y dirigirla hacia Jon. Katherina vio que otros muchos entre la multitud tenían un libro similar y en ese momento hacían lo mismo.
Tras un ligero carraspeo, Jon empezó a leer.
En el mismo instante en que empezó su lectura, Jon tuvo una sensación de calidez y notó un ligero estremecimiento, como si lo hubieran metido en una bañera de agua tibia. Fue recibido y se vio rodeado por fuerzas que todos estaban utilizando para ayudarle, para darle apoyo y llevarle a donde él quisiera ir. La energía inquieta del libro parecía confluir con la enorme descarga que provenía de la propia biblioteca, y todo era resaltado todavía más por los receptores allí presentes. Reconoció el apoyo de Patrick Vedel como una pesada mano sobre el hombro, un poco más insistente que durante las sesiones de práctica, pero probablemente eso se debía a sus nervios.
Jon empezó lenta y uniformemente para que les resultara más fácil a los Lectores seguirle el ritmo, y cuando los transmisores que estaban alrededor del estrado se unieron a la lectura, él sintió otro rayo de energía. Con Remer y Holt había hablado acerca de cómo debía avanzar la sesión y de qué fases debían atravesar para lograr un resultado mejor. Era importante no presionar demasiado al principio, tomarse el tiempo para seguir el ritmo del texto y enfocar sus pensamientos. Resultaba más fácil decirlo que hacerlo. Ver a aquella mujer que confundió con Katherina entre aquella vasta multitud había alterado su concentración. ¿Era realmente ella o su imaginación se estaba disparando? No le dijo nada a Remer cuando ocupó su lugar.
Al principio, cuando se colocó en el estrado, no logró distinguir a Katherina. Ya no estaba en el mismo sitio. No fue capaz de decidir si aquello era alentador o más preocupante.
La escena que Jon leía se desarrollaba en un cementerio. El texto estaba maravillosamente escrito, lo cual hacía más fácil la lectura del párrafo en voz alta, y él tenía muchas oportunidades para colorear la situación a su gusto. Como ya había leído antes esa parte, estaba familiarizado con el texto y sabía qué clase de sensaciones quería evocar. Se trataba de un día soleado y el personaje principal visitaba la tumba de su esposa y de su hija, que habían muerto en un accidente de coche.
Jon se concentró en la escena, y ante sus ojos aquella sala de lectura de la Bibliotheca Alexandrina se fue apagando lentamente para convertirse en el apacible lugar que era el cementerio. Las columnas se transformaron en hayas que se alzaban a lo largo de las paredes del camposanto, y los miembros de la Orden se convirtieron en numerosas lápidas a su alrededor. Soplaba una cálida brisa con los perfumes de la primavera. Los rayos de sol que se filtraban entre las ramas de los árboles destellaban entre las lápidas, arrojando sombras angulares sobre el suelo. Jon se dio cuenta de que había llegado al punto en que el tiempo parecía haber disminuido súbitamente su velocidad, hasta casi detenerse, lo cual le daba la oportunidad de influir en la escena a voluntad, intensificándola hasta el extremo que él deseara.
El personaje principal colocó un ramo de flores sobre la tumba de su amada esposa y se arrodilló ante la lápida. El césped estaba húmedo y le mojó los pantalones, pero él ni siquiera se dio cuenta. El viento pareció hacerse más intenso y las hojas en las copas de los árboles crujían cuando las ramas se balanceaban.
El viudo extendió la mano para apoyarla sobre la lápida.
La escena cambió tan repentinamente como un relámpago, y Jon acentuó la claridad y la velocidad tanto como se atrevió. Viajaban en un coche —el personaje principal, su esposa y su hija— de regreso a casa en la oscuridad de la noche. La pareja se estaba peleando. La niña lloraba. Sin previo aviso, ante el parabrisas aparecieron un par de faros cegadores; el ruido del metal al hundirse y de cristales rotos no fue capaz de ahogar los gritos procedentes del asiento trasero. Luces e imágenes pasaban en rápida sucesión mientras el vehículo giraba sobre sí mismo, con los pasajeros dando vueltas dentro.
Otra vez en el cementerio.
Jon se preguntó si no habría presionado demasiado. Aunque se atenía a los niveles previstos, el cambio podría haber sido demasiado violento para algunos. El cementerio estaba tranquilo y muy sereno en comparación con la escena retrospectiva en el interior del coche. La sensación de encierro, claustrofóbica, fue reemplazada por el espacio totalmente abierto del cementerio. Jon empezó a dejar que nubes oscuras aparecieran en el horizonte. El viento arreció y las hojas subieron en un remolino para ser arrastradas muy lejos.
Advirtió una leve sacudida en la escena, como si una sola imagen hubiera sido sacada de la continuidad de una película. Lo interpretó como la señal de un receptor, pero no de cualquier receptor. Sólo podía provenir de Katherina. Se dio perfecta cuenta de ello.
En el momento en que Jon leyó la escena del
flashback
, saltó una chispa azul brillante y se deslizó hacia arriba por su túnica negra como una serpiente, para luego desplazarse a la lámpara más cercana, muchos metros más arriba. Los que se encontraban más cerca dieron un paso hacia atrás alarmados, y se alzó un murmullo de preocupación. Remer levantó los brazos para hacer un gesto tranquilizador.
—Todo va bien —dijo en voz alta—. Esto es lo que hemos estado esperando.
El malestar disminuyó y los transmisores que habían detenido la lectura volvieron a empezar, aunque con cierta vacilación. Katherina pudo ver que muchos miraban ansiosos a todos lados, y para mayor seguridad algunos se alejaron del estrado.
Jon continuó leyendo, impasible, sin darse por enterado de lo que ocurría a su alrededor. Su voz, al continuar con el relato, sonaba tranquila, serena y seductora. Aquello pareció tranquilizar a los congregados, a pesar de que pequeñas chispas titilaron sobre su túnica.
Katherina miró exasperadamente a su alrededor. ¿Qué había ocurrido con sus compañeros? Si Muhammed y Henning no aparecían pronto y detenían el ritual, la reactivación se convertiría en una realidad. Podía sentirlo. La atmósfera que los rodeaba vibraba de energía, las llamas de las velas habían comenzado a parpadear aunque no había aire dentro de la sala de lectura. Tuvo la sensación de que de pronto hacía más frío. Katherina estaba segura de que algo estaba a punto de ocurrir. Pero ¿qué?
Aquellos que no estaban leyendo miraban como hipnotizados el fenómeno que se desplegaba ante ellos. Con tantos receptores presentes, y todos ellos arrastrando en la misma dirección, no había nada que Katherina pudiera hacer. Percibía que la actuación de Jon estaba siendo llevada a cabo sobre una ola, en parte formada por las antiguas fuerzas de la biblioteca, en parte por el apoyo tanto de los transmisores como de los receptores. Ir a contracorriente en ese lugar habría sido como tratar de detener un
tsunami
con una bolsa de papel.
Katherina cerró los ojos. Lo único que podía hacer era dejarse llevar, de modo que se concentró en la exposición de Jon. Percibió una sensación que recordaba de sus sesiones de entrenamiento, que en ese momento parecían tan lejanas en el tiempo. Él tenía una manera específica de enfatizar lo que leía, una cadencia muy especial de energía que podría reconocer ocurriera lo que ocurriese. Se dio cuenta de que la mayoría de los receptores ya se habían acoplado precisamente a ese ritmo y estaban apoyando cada uno de sus latidos.